Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Dos mujeres con coraje para mejorar nuestro presente: Carmen de Burgos y Asunción Valdés

Cultura: del 27.es al XXI.com

  

Uno de los libros brillantes de la temporada pasada ha sido Revivir. La nueva Carmen de Burgos, escrito por la periodista alicantina Asunción Valdés. El libro recoge la vida y la obra de Carmen de Burgos (1867-1932), toda una vida de novela: una vida de aventuras... y también de tormentos. Desde su cuna rural en la pequeñísima Rodalquilar –en pleno parque natural del Cabo de Gata-Níjar, en la provincia de Almería–, Carmen, la mayor de una familia terrateniente y minera de diez hermanos, en aquellas agrestes tierras, con una población que rondaba poco más de doscientos habitantes, sintió la inquietud y la avidez por el lema que popularizó el filósofo Enmanuel Kant a finales del siglo xviii en su opúsculo «¿Qué es la Ilustración?»: Sapere aude, esto es, Atrévete a saber, es decir, Atrévete a tener el valor de pensar y de servirte de tu propia razón, sin claudicar ante los convencionalismos de la tradición conservadora, negativamente discriminatoria e ignominiosa. Avanzada a su tiempo, Carmen de Burgos sufrió el estigma de la mujer reivindicadora de la igualdad entre sexos en todas las parcelas de su intimidad y profesión. La propia autora lo describió con trascendencia: "Me crié en un lindo valle andaluz, oculto en las estribaciones de la cordillera de Sierra Nevada, a la orilla del mar, frente a la costa africana. En esta tierra mora, en mi inolvidable Rodalquilar, se formó libremente mi espíritu y se desarrolló mi cuerpo. Nadie me habló de Dios ni de leyes, y yo me hice mis leyes y me pasé sin Dios. Allí sentí la adoración al panteísmo, el ansia ruda de los afectos nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos. Pasé a la adolescencia como hija de la natura, soñando con un libro en la mano a la orilla del mar o cruzando a galope las montañas. Después fui a la ciudad… y yo que creía buena a la humanidad toda, vi sus pequeñeces, sus miserias...".

Asunción Valdés (Alicante, 1950) recupera, con minuciosidad de exégeta, el mérito de la cosmopolita autora almeriense que fue ocultada, más de medio siglo, durante el paréntesis franquista de nuestra historia más reciente.

Carmen de Burgos, a su manera y en su tiempo, fue una influente de la cultura española que puso los cimientos de nuestra modernidad. Fue una influencer, digásmoslo así para entendernos, en flagrante e innecesario anglicismo. Y no creo exagerar un ápice. Necesaria y feraz sí fue De Burgos: una mujer necesaria para la España del siglo xx, y para la de ahora. Carmen de Burgos fue una pionera luchadora en favor de los derechos humanos, sobre todo, en favor de la educación (y la formación académica) de la mujer, de la libertad femenina, que estaba sometida ancestralmente al patriarcado. Con los riesgos que aquellos desafíos al machismo prepotente suponían para una mujer, aprendió a ser una domadora del éxito, elogiada por una parte emergente de la sociedad: la parte feminista de un régimen anquilosado. Jamás cejó en su empeño, porque sus mensajes, en charlas, conferencias, artículos y libros, eran siempre de "palpitante inmortalidad", como pregonaba ella.

Aprendió a leer a los seis años hojeando diarios y revistas. Su rebeldía la llevó a contraer matrimonio a los dieciséis años, contra el parecer y la voluntad de sus padres; y no le salió bien: el marido, unos doce años mayor que ella, un burgués almeriense, hijo del gobernador de Almería, la maltrató y le fue constantemente infiel.

Compatibilizó sus tareas de casa y madre –dio a luz a su hija María de los Dolores en 1896 (la única que sobrevivió de tres partos)– con el trabajo y el estudio: por su afán de ser económicamente independiente de su esposo, acabó la carrera de Magisterio –de noche y a escondidas de su marido, desde 1894– y comenzó a escribir en periódicos ya a finales de siglo. Como apéndice, recogemos un artículo poco conocido publicado a sus veintiún años: «Bando de 1898», en la madrileña revista taurina Almanaque de El tío Jindama.

Carmen de Burgos aceptó un pseudónimo que la elevó a leyenda: Colombine –pronúnciese, en francés, [Kolom`bin]–. Colombine procede de un personaje femenino de la Comedia del Arte  italiana del xvi –Colombina, esto es, Palomita, o Palomilla–: un personaje cuyos rasgos teatrales fueron fijados, en el xviii, por el veneciano Carlo Goldoni (1707-1793): actúa sin máscara, vestida con ropajes de campesina (a veces muy coloreados), desempeña, sin dejar de ser una criada (una servidora), el papel de amable confidente de todos (criados y señores) y el rol de enamoradora de algunos ingenuos señoritos o viejos, con la virtud de, astuta e ingeniosa, saber sacar partido de todas las situaciones; era un personaje que se colocaba a la altura del gran sector de lectores de sus relatos, que la consideraba confidente y guía. Sin embargo, el nombre tiene también una resonancia algo andrógina (mujer-varón) que resulta tan ambigua como efectista y cómplice. Carmen de Burgos recurrió a varios alias con nombre masculino: Gabriel Luna, El Diablo Cojuelo o el popular Perico el de los Palotes. Esos apodos suponían una suerte de escondite en el que ocultarse para prevenir amenazas e, incluso, riesgos de violencia. Otro pseudónimo femenino fue Honorine, que afianza el valor del honor y la dignidad de sus escritos, tomado de la protagonista de la novela homónima del novelista francés Honoré de Balzac (Tours, 1799-1850), publicada en 1943; el pseudónimo de Marianela procede de la protagonista de la novela del mismo nombre del canario Benito Pérez Galdós (1843-1920), editada en 1878.

Colombine perteneció a la generación del 98 y constituyó todo un símbolo para el denominado hoy grupo de las sinsombrero (desde un documental televisivo de 2015) que alternó con artistas varoniles, con quienes conformará la llamada generación del 27. Aquella etapa de la creación artística e intelectual española, desde la fundación de la ILE (la Institución Libre de Enseñanza) hasta la II República española (1931-1939), se denominó la Edad de Plata de nuestra literatura; y, de modo específico, tomó el sobrenombre de la República de las mujeres. A pesar de los estratos de la lima y de la criba del olvido, todavía podemos confeccionar una pequeña lista de escritoras y artistas y pensadoras españolas de aquellos ilusionantes años, nacidas entre 1898 y 1911: Maruja Mallo, Margarita Manso, María Zambrano, María Teresa de León, Margarita Nelken, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Marga y Consuelo Gil Roësset, Ángeles Santos Torroella,  Rosa Chacel, Carmen Conde, Concha de Albornoz...; y sumemos, por su vigencia entonces,  a la malagueña  Victoria Kent (nacida en 1892) y a la madrileña Clara Campoamor (nacida en 1888). De Colombine tenemos constancia, además, de que fue admirada por egregios hombres de la cultura en España: desde el institucionalista Francisco Giner de los Ríos (el instaurador de la ILE en 1876) hasta el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez, el de mayor proyección en el cine de Hollywood de antaño, con Rodolfo Valentino como actor protagonista (1921, Los cuatro jinetes del Apocalipsis; 1922, Sangre y Arena), sin olvidar a Miguel de Unamuno y a Gregorio Marañón. Tras la muerte de la escritora coruñesa doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921), otra señora de armas tomar, afortunadamente para la cultura hispana, Carmen de Burgos, por su influencia sociocultural, ocupó el cargo honorífico y oficioso ¡e inexistente! de decana de las letras españolas.

Colombine mantuvo un cordial contacto con Unamuno. En 1904, le escribe solicitando opinión sobre el divorcio (existen cartas en la Casa-Museo Unamuno, en Salamanca) y, en 1930, el 4 de mayo participa en el homenaje a don Miguel por su regreso del exilio en Lanzarote (Restaurante Lhardy. Org. CIAP. Carmen de Burgos, a la izquierda de Unamuno)



     

Sobre y carta (fragmento) manuscrita de Columbine a Unamuno.

Revivir. La nueva Carmen de Burgos, de Asunción Valdés, ha sido editado, en 2023, por el Instituto Alicantino de Cultura (IAC) Juan Gil-Albert, 620 páginas en dos tomos, con un lujoso estuche, todo en morado, el color del feminismo. Al parecer, el color morado o violeta, como el representativo del feminismo y su lucha, tiene su origen en una tragedia ocurrida el sábado 25 de marzo de 1911 en Nueva York: se produjo un incendio en la fábrica textil de Triangle Shirtwaist que causó la muerte de 146 trabajadoras; según cuentan las crónicas de la época, en la fábrica se usaban grandes cantidades de tintes y tejidos de tonalidad morada: eso explica la enorme humareda violeta que salía de aquella nave.

 Ahora bien, ¿por qué engancha esta biografía? Engancha porque se lee casi como una novela. Esta fascinación la podemos sintetizar en tres motivos: primero, por la pulcritud de su estilo, virtud de Asunción Valdés, este retrato personal y social se lee con fluidez (especialmente, el tomo 1); segundo, por el detalle analizado de toda la obra de Carmen de Burgos, siempre sorpresivo y variopinto, este estudio se lee con amenidad; y, tercero, finalmente, por los meandros que ha querido recorrer Asunción Valdés para incluir, como excusa, el contexto del caudaloso río de la vida de nuestra escritora universal, todos los sucesos de Colombine quedan ambientados, justificados y enriquecidos: la actitud fresca y epatante de Colombine hace que se lea este libro con avidez de saber más y de conocer otros ilustres personajes y circunstancias socioculturales y políticas de la España embrionaria de lo que hoy somos.

No olvidemos que Carmen de Burgos fue la primera periodista profesional española, la primera corresponsal de guerra, la primera que luchó, en España, por el voto femenino y la primera que promovió la ley del divorcio y abogó por el matrimonio civil. La II República aprobó la primera ley del divorcio el 11 de marzo de 1932; desde 1939 se volvió a prohibir hasta el 22 de junio de 1981. Y también tuvo el mérito de ser la primera escritora española ungida de europeísmo como marco cultural.

Casada en 1884, a los dieciséis años, como dijimos, aprendió los rudimentos del periodismo (la redacción, la maquetación, la ortotipografía y la recepción del lector) en la imprenta que regentaba su suegro, Mariano Álvarez, en Almería, donde editaba el satírico Almería Bufa; este semanario está dirigido por el marido de Carmen. En 1901, abandona a su marido, y, con su hija, se traslada a Madrid con afán de vivir de su trabajo intelectual. No fue sencillo: cobijada por su tío materno, el senador Agustín de Burgos, ha de abandonar la casa por acosos machistas. Debía valerse por sí sola. Y así se obró. Carmen de Burgos, por sus méritos y esfuerzo, fue contratada en nómina por el madrileño Diario Universal en 1902. Gana una beca para viajar por Europa durante unos meses de 1905: publicará sus vivencias en ingeniosas crónicas viajeras, por entregas, desde Europa: Francia, Mónaco, Italia... Y, en 1906, formaba parte de El Heraldo de Madrid. En los periódicos en los que se desempeñó y en las novelas y novelitas que escribió, defendió como tema central la igualdad de las personas: y esto incluía la igualdad entre hijos nacidos dentro y fuera del matrimonio y la inserción de las féminas en la vida laboral. Su primera novela, en 1909, llevaba por título Los inadaptados. Escribió millares de artículos de prensa en ciento cuarenta periódicos: de ABC a El Liberal, de Tribuna Pedagógica a Por esos mundos. A esta última cabecera envía sus "peregrinaciones" por Suiza, Dinamarca, Suecia, Noruega, Alemania, Inglaterra y por su apreciadísima Portugal. Véase una amplísima recopilación de sus mejores artículos –trescientos– en la magnífica edición de Concepción Núñez Rey, en 2018, Carmen de Burgos, Colombine: periodista universal (1410 páginas, en dos volúmenes, distribuido por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía). Fundó Colombine la Cruzada de Mujeres, en 1920, y presidió, desde 1923, la Liga Internacional de Mujeres Ibéricas e Hispanomericanas.

De Burgos fue corresponsal de guerra, siempre en un mundo de varones. En 1909 se atrevió a publicar el artículo «Guerra contra la guerra», contra la guerra de Marruecos, en Melilla: retumbaba su tono razonado y su voz apasionada y vehemente; contaba lo que acababa de vivir ella misma en primera línea: había curado a algunos heridos en combate y, con las mismas manos, con las mismas temblorosas manos, dice, toma la pluma para escribir. También participó en corresponsalías durante la Gran Guerra, desde 1914.

    Carmen de Burgos, rodeada de soldados de artillería (Melilla, 1909) 

Respecto a la relevancia de su apuesta por el cambio de cosmovisión en su España, la de hace un siglo, cabe insistir en que promovió el voto femenino veinticinco años antes de la famosa polémica parlamentaria entre Clara Campoamor y Victoria Kent: la una, favorable a que todas las mujeres votaran; la otra, reacia a que ese voto se hiciera realidad tan pronto, porque, conjeturaba, la mujer no estaba preparada para depositar un voto progresista, pues era considerada aún, en general, sometida al hombre de la casa (al varón dominante: padre, esposo, hermano...) y a los designios de la Iglesia católica.

Activa miembro de la Asociación de la Prensa, del Ateneo de Madrid y de la Asociación Protección de la Infancia, militó en el Partido Republicano Radical Socialista, desde su fundación en 1929, y, en 1931, ingresó en la masonería, donde fue gran maestre de la logia Amor, creada por ella. Quizás, por todo esto, el régimen nacionalcatolicista del general Franco silenció la obra de esta mujer de tanto peso y la hundió en el oscurantismo más feroz. Murió de un infarto, en una mesa redonda sobre educación sexual, el 9 de octubre de 1932, un año antes de que las mujeres pudieran votar por vez primera en España. Todas sus novelas y novelas cortas, muchísimas, fueron expurgadas de las bibliotecas y librerías españolas a partir de 1939. Publicó casi doscientas obras narrativas, todas muy del gusto popular, sobre manera, por el protagonismo de las mujeres en sus relatos, fieles a un fondo autobiográfico. Su nombre fue proscrito y ya prácticamente nadie se ocupó de su legado cultural, hasta casi nuestros días, muchos años después de la recuperación de la democracia. Las novelas más exitosas, siempre del género popular de la novela realista y de costumbres contemporánea, fueron, entre otras, La rampa y Puñal de claveles. La rampa (1917) gira en torno a la situación precaria de dos mujeres que llegan a la ciudad y a las fábricas con el sueño de su independencia económica. Puñal de claveles (1931) toma como fuente el mismo motivo que, poco más tarde, versionará García Lorca en su Bodas de sangre: el trágico crimen perpetrado en 1928 en el Cortijo del Fraile. La proscripción que más daño hizo al legado intelectual y social de Carmen de Burgos fue la del ensayo firmado por Colombine en 1927: La mujer moderna y sus derechos, editado, en Valencia, por Sempere. La ha recuperado recientemente para la posteridad la madrileña editorial Huso en 2018. Este libro, considerado como la biblia del feminismo español, pero muy poco conocido y de trascendencia muy reducida en el gran público, con toda probabilidad, sí alcanzó a ser revisado por Simone de Beauvoir, quien, en 1949, a los veintidós años del estudio español, publica, en francés, El segundo sexo, del cual La mujer moderna y sus derechos parece un claro precedente. Las coincidencias en ambos libros son múltiples: en líneas generales, se arremete en ambos textos contra la injusticia social, contra las creencias de inferioridad de la mujer, la incapacitación para decidir sobre su vida; curiosamente, ambas autoras postularon, hace casi un siglo, que el género gramatical es un constructo social y cultural que perjudica la liberación de la mujer en el mundo. Recordemos el artículo de Colombine, ¡hace cien años!, titulado «¿Concejal o concejala?». Si este ensayo, el de La mujer moderna y sus derechos, eminentemente pedagógico de Colombine no hubiera sido secuestrado, la escritora almeriense ocuparía un descollante lugar en la historia del feminismo y de la cultura universal. Carmen de Burgos enarboló aquella bandera que la ILE había heredado de la Ilustración Francesa: sin educación no es posible ningún progreso, y por ello, requirió con insistencia en la formación de la mujer para mejorar el mundo formado por varones y mujeres. Y una máxima más del ejemplo de la pensadora almeriense, que escribía lo que sentía y vivía o había vivido lo que dejaba por escrito: “Nada puede instruirnos –decía– como el testimonio viviente.

Carmen de Burgos, preparando su imagen antes de partir a Argentina (25 de julio de 1913). Foto de Alfonso [Sánchez García]

Colombine sostenía que periodismo y literatura iban de la mano. Al avezado lector no escapará la simbiosis existente entre la labor periodística y las narraciones novelescas de la escritora. En 1907, Carmen de Burgos publicó varios artículos en Madrid para protestar por la venta de los cuadros del Greco de la capilla de San José, en Toledo, donde trabajaba de maestra: estas reflexiones nos aclaran el argumento de la posterior novela Los Anticuarios, en la que defiende el patrimonio cultural español, que está siendo expoliado. Recordemos, en este sentido, el contenido de «El artículo 438», texto que remata una serie periodística en 1924: tres años antes había servido como trama trágica de una de sus novelas cortas, con idéntico título. El artículo 438 del código penal aprobado en España en 1870, vigente hasta la entrada de los años 30 del siglo xx, postulaba que, si un marido o un padre encontraba a su mujer o a su hija, respectivamente, in fraganti cometiendo adulterio o la hija menor de veintitrés años, residente en casa paterna, era hallada con un amante, o simplemente lo sospechaban o suponían, estos –esposo o padre–, con la ley en la mano, podían matar o infligir daños graves a la esposa (o a la hija) y, especialmente, al amante; la condena para el esposo o para el padre era el destierro: durante dos años no podrían acercarse a menos de veinticinco kilómetros del lugar que prescribiera el juez, pero podían hacer vida normal. Sin embargo, si la situación era a la inversa, esto es, que la esposa sorprendiera al esposo en adulterio, amén de las imprescindibles pruebas fehacientes aportadas, una actuación violenta de la mujer la condenaba a prisión.

Su tenacidad para figurar entre la pléyade de los escritores en el mundo periodístico y en el ámbito literario fue perseguido por los próceres censores del momento. El oficio de escritor –en prensa o en novela– siempre fue profesión arriesgada para Colombine; así y todo, jamás renunció a la libertad de hacer pública su razonada opinión. En una nota de la Cámara de Barcelona, dirigida el 7 de diciembre de 1939 a sus asociados y librerías de su zona de influencia, a falta de un apéndice oficial de libros y autores prohibidos en aquella España del protofranquismo, "que ha de helarte el corazón", el nombre de Colombine aparecía junto al de ilustres literatos de envergadura universal que, a pesar de la censura, en el resto del mundo, corrieron mejor suerte: Zola y Balzac, Voltaire y Rousseau, Marx, Lenin y Gorki, Darwin... y ¡Carmen de Burgos! A continuación aparecen Valle Inclán, Unamuno, Ortega, Lorca... ¡Qué quedaba para leer! De todos ellos, la peor parada fue Colombine, sepultada en el ostracismo y el olvido, hasta que hispanistas extranjeros (en EE. UU., primero, y en Italia después) la fueron rescatando como una preciada pieza de arqueología.

Una de las sorpresas de este libro ha sido, para mí, no la relación sentimental de Colombine con Ramón Gómez de la Serna, que conocía; la sorpresa ha sido cómo Asunción Valdés destrona el mito de que Colombine solo fue la amante de Ramón: muy al contrario, Colombine fue la verdadera creadora del personaje de Ramón, el Ramón Gómez de la Serna de las greguerías –ahí es nada–. Ella fue la que más oportunidades le dio para que su nombre se imprimiera en prólogos de libros y en actos de presentaciones y de lecturas literarias. Ramón y Colombine se conocen, en el otoño de 1908, en la tertulia que ella organiza en su casa madrileña de la calle San Bernardo, 76, todos los miércoles, desde las 5 de la tarde: «La tertulia modernista». Él, nacido en 1888, es casi once años menor que ella: 20 y 31 años, respectivamente, cuando se ven por primera vez. Serán amigos, confidentes y amantes más de dos decenios: hasta que, en 1929, ella descubre que Ramón le ha sido infiel con su propia hija María; la joven, cantante y actriz, es unos nueve años menor que Ramón. Y otra sorpresa que esclarece las dificultades de vivir de la literatura y del periodismo durante el primer tercio de siglo xx: para sobrevivir, la escritora de calidad literaria, una escritora novel, se vio obligada a vender cuantiosas colaboraciones en secciones periodísticas destinadas a las mujeres, las grandes lectoras desde el siglo xix. Carmen de Burgos no lo dudó y escribió, mucho, sobre "las tareas propias de su sexo": en El Globo, en 1902, se estrenó con la columna «Notas femeninas» y, en Diario Universal, desde 1903, firmando por primera vez como Colombine, en la columna diaria «Lecturas para la mujer» comentó sobre moda, salud, belleza, comida sana y tradicional, urbanidad y secretos del tocador. Ahora bien, nunca escondió en el secretaire la dignidad de la perspectiva de las féminas como seres de libertad, tal vez en homenaje de la Madame Bovary que Flaubert había publicado unos diez años antes de nacer la almeriense. Asimismo fueron instructivos para el común del pueblo sus Nuevos [y Últimos] modelos de cartas, divulgados en 1914 y en 1924.

Dada su preparación intelectual y su conocimiento de lenguas extranjeras, Carmen de Burgos también dedicó su tiempo a múltiples traducciones: acercó a la sociedad española autores como Tolstoi, Emilio Salgari, Ruskin, madame de La Fayette, Anatole France... Se convirtió en un escándalo sobresaliente, en el mundo cultural progresista, su edición en español, en 1909, del libro del psiquiatra alemán Paul Julius Moebius, cuyo título no ofrecía dudas: La inferioridad mental de la mujer; y es que aquella masa descontenta no había leído el punzante ataque que Colombine había lanzado en el prólogo del ensayo al afamado científico alemán. Otro hito fue, en su vena de biógrafa, la recreación que hace de Larra en su Fígaro, en 1919.

Colombine simbolizó, como hemos repasado en estas líneas, la mujer transgresora: rompió los convencionalismos propios de una joven burguesa de finales del xix, puso fin por decisión propia a su infeliz matrimonio, se atrevió a vivir de su pluma, educó sola a su hija y creó un ambiente de concienciación social feminista nunca imaginado en la España anterrepublicana del siglo xx. Colombine es la escritora más importante del primer tercio del novecientos. Aún tenemos espacio para completar el perfil estilístico de la periodista almeriense, tal como destaca Asunción Valdés, como una profesional avanzada a su tiempo: por un lado, por su rigor informativo: “No publicó una posible noticia hasta que comprobó que la fuente era fiable”; por otro, por su creatividad: “ejemplo como innovadora en la creación de un género periodístico, al utilizar la encuesta para conocer la opinión de los lectores. (...) Sus aportaciones al género de la entrevista fueron igualmente notables: iba más allá del dato, captaba las emociones del personaje”.

Por todo esto, y mucho más, ¡¿cómo no va a deleitarse uno con esta biografía culta y exquisita de Asunción Valdés sobre la obra de Colombine?! Es buena literatura y cultura de alta tensión.

La autora de esta monografía biobibliográfica es la segunda protagonista de nuestro titular: se trata de la veterana periodista alicantina Asunción Valdés Nicolau. En su faceta de escoliasta literaria, Asunción Valdés se recrea empáticamente con la escritora que retrata en todos sus aspectos: la panoplia de facetas y actividades de Carmen de Burgos nos recuerda el propio itinerario de Asunción Valdés, una mujer asimismo pionera en múltiples desempeños profesionales en un mundo de hombres-varones todavía en los años del último cuarto de siglo xx, hasta la actualidad.

Asunción Valdés estudió en el colegio de las Teresianas, de Alicante. Se licenció jovencísima, en 1972, en Ciencias Políticas y en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Terminada la carrera de Periodismo, se colocó como becaria en el diario Patria, de Granada, y, pronto, en Informaciones, de Alicante, y en La Verdad, de Murcia. No había muchas mujeres en las redacciones de los medios de información españoles de la época. En 1975, con veinticinco años, puso voz a Radio Exterior de España. Como corresponsal de RNE marchó a Bonn, la capital de la Alemania del Este, donde fijó su residencia durante varios años. Fue enviada especial en Bruselas para cubrir el proceso de adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, rubricado en 1985. El prestigio adquirido como firme promesa condujo a Asunción Valdés a formar parte del equipo fundacional del diario El País, en el Madrid de mayo de 1976. Perfeccionó su formación académica con la diplomatura de Sociología Política, en 1980, con treinta años, y nunca abandonó su aprendizaje para indagar mejor en la realidad: en 2007, con cincuenta y siete años, obtiene el diploma de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales. Su buen hacer impelió al director de los Servicios informativos de TVE (1982-1983) José Luis Balbín (1940-2022) –el que había sido presentador de aquel memorable programa de debate La Clave, del segundo canal de TVE (1976-1985)– a contratarla para coordinar y presentar el Telediario: era la primera mujer que veían los españoles en sus pantallas. Después, su solvencia la hizo presentar Informe semanal europeo y En pantalla. Asunción Valdés siguió creciendo con elegancia, denuedo y simpatía. En 1986, se presenta con éxito a una oposición de empleo público en la Oficina del Parlamento Europeo, en Madrid, donde desempeñará el cargo de directora. Allí permaneció hasta 1992, momento en el que se le propone un nuevo reto aún más comprometido y delicado: la Casa Real dejará de ser un ente militar y se estructurará orgánicamente en nuestro ordenamiento jurídico democrático como un ente civil. El general Sabino Fernández Campo, en su empleo de responsable máximo de la Casa Real, fue sustituido por el aristócrata Fernando Almansa. A propuesta del nuevo director, el rey Juan Carlos la nombra, en 1993, jefa o directora de Relaciones de la Casa Real con los Medios de comunicación. ¡De nuevo es la primera mujer en alcanzar el rango de alto cargo en la Jefatura del Estado, en el que permanece diez años! Ha recibido numerosos galardones: entre otros méritos de relieve, en 2004, el presidente francés Jacques Chirac le otorgó la máxima distinción francesa: Miembro de la Orden Nacional de la Legión de Honor, con el tratamiento honorífico vitalicio de Ilustrísima.

Asunción Valdés ha aceptado una invitación del Aula de la UNED de Torrevieja y va a regalarnos con una conferencia que servirá de lección magistral el día de la inauguración del curso académico entrante: será el jueves, día 17 de octubre de 2024, a las 19:00 h, en el Centro Cultural Virgen del Carmen. Es un regalo de la máxima relevancia para los ciudadanos torrevejenses comprometidos con la igualdad, con el feminismo y con la cultura. Y un homenaje por nuestra parte a la elegantísima e ilustrísima Asunción Valdés, periodista. Una oportunidad cultural en directo.  

***

Una de las primeras colaboraciones en la prensa española de Carmen de Burgos, con el pseudónimo de El diablo cojuelo, fue un «Bando para 1898»: un artículo de humor incluido en el Almanaque de El tío Jindama, año II, Madrid, 1898, páginas 103-105, anuario en el que también colaborarían, por separado, los hermanos Manuel y Antonio Machado. Lo recuperamos íntegramente.






Bando para 1898

En nombre del sentido común, del buen gusto y hasta de la buena crianza, queda terminantemente prohibido durante el año de 1898, por las razones que verá el curioso lector, el uso de los giros, imágenes, sentencias, muletillas, chistes, etc., enumerados a continuación:

I. Ningún poeta lírico, por escéptico, hipocondríaco o paradójico que se sienta, dirá que él ¡ay! es un joven de ochenta años cumplidos, porque no lo van a creer, y porque es cosa averiguada que casi todos los que tal aseguran no son más que unos infelices que no han entrado en quintas.

II. Eso de que el genio no muere mándase también retirar, en atención a que es una de las más dolorosas mentiras que se han inventado. Y, si alguno de los que la tienen por verdad inconcusa se cree genio a machamartillo, deje que lo maten, y ya verá desde el otro mundo el error en que estaba. 

III. No vale, so pena de pasar por grosero, y séase o no la misma originalidad en persona, emplear en poesías (?) palabras o frases como ¡rediós!, me gusta más que el Verbo, la cosa tiene narices, ¡anda la órdiga!, a mí se me dan tres rábanos, y otras lindezas.

IV. Tampoco vale, cuando se compongan epigramas, agarrarse a los apellidos como a tabla de salvación; pues hay poeta que tiene que rimar con bandurria, verbigracia, y a lo peor se descuelga con esto: «El médico Juan Medurria...». ¡Y la fuerza del consonante tiene un límite!

V. Los escritores que emplean la letra u como única materia de donde sacar chistes, y dicen arquiteuto y efeuto y esto u lo otro, etc., pierden el tiempo lastimosamente, porque no hay tales chistes. Muévales esta razón a apurar otra letra.

VI. Titular un libro de versos Ciruelas pasas o Croquetas, o algo así, no se permitirá de hoy en adelante, pues, aunque el autor crea, en efecto, que son croquetas sus composiciones, ello es que suelen ser ordinariamente peladillas de arroyo.

VII. Menos aún se permitirá a los autores cómicos crear nuevos géneros literarios, tales como chapuza en un acto, paliza cómico-lírica, betunería en verso y prosa y otros por el estilo. Porque, si bien, a primera vista, parecen las obras así denominadas creaciones de géneros distintos, son todas del mismo género, desgraciadamente.

VIII. Las frases tan traídas y llevadas en el teatro de ahora lo comprendo todo, lo sé todo, es usted un ángel y ¡ah, qué idea!, quedan abolidas sin más razón que la curiosidad de ver con cuáles se sustituyen.

IX. Por idéntica razón, y por malos, se desechan los chistes aconsonantados del tenor siguiente:

—Yo, ni me inmuto, ni refuto, ni discuto en absoluto.

—¡Qué bruto!

X. Los escribidores de café se abstendrán de calificar a sus colegas más ó menos ilustre[s] de percebes, atunes, congrios, merluzas, cangrejos, etc., porque, en el mero hecho de usar ese pintoresco vocabulario de pescadería, dan claro indicio de que son ellos precisamente los cangrejos, merluzas, congrios, atunes y percebes.

XI. A los revisteros taurinos se les veda decir que el espada Fulano se tiró a matar como el mismo Dios; que el banderillero Mengano salió de la suerte como los propios ángeles; que el picador Zutano puso una puya celestial, y otras cosas del mismo jaez, entre otras razones, porque todavía no es más que un rumor eso de que el arte del toreo vino del cielo.

XII. A los revisteros de teatros se les veda asimismo escribir aquello de rayó a gran altura, bordó el papel, hizo las delicias del público, chistes de buena ley, etc., porque, en realidad, esos giros van estando algo usados.

XIII. Por último, se mandan recoger con gran prisa todas las sentencias de la filosofía de perro chico, y muy principalmente las de ¡esta es la vida!, ¡así va el mundo! y ¡no somos nada!, por cursis, y las de ¡todo llega! y ¡todo pasa!, porque ni llega todo en este bajo mundo (¡qué ha de llegar!), ni mucho menos pasa todo (autores dramáticos darán fe), si bien es cierto que pasan cosas que no pueden pasar.

Por    la    autoridad    competente,

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