Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
76 – Otoño 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Dos mujeres con coraje para mejorar nuestro presente: Carmen de Burgos y Asunción Valdés
Cultura: del 27.es al XXI.com
Asunción
Valdés (Alicante, 1950) recupera, con minuciosidad de exégeta, el mérito de la
cosmopolita autora almeriense que fue ocultada, más de medio siglo, durante el
paréntesis franquista de nuestra historia más reciente.
Carmen
de Burgos, a su manera y en su tiempo, fue una influente de la cultura española
que puso los cimientos de nuestra modernidad. Fue una influencer,
digásmoslo así para entendernos, en flagrante e innecesario anglicismo. Y no
creo exagerar un ápice. Necesaria y feraz sí fue De Burgos: una mujer necesaria
para la España del siglo xx, y
para la de ahora. Carmen de Burgos fue una pionera luchadora en favor de los
derechos humanos, sobre todo, en favor de la educación (y la formación
académica) de la mujer, de la libertad femenina, que estaba sometida
ancestralmente al patriarcado. Con los riesgos que aquellos desafíos al
machismo prepotente suponían para una mujer, aprendió a ser una domadora del
éxito, elogiada por una parte emergente de la sociedad: la parte feminista de
un régimen anquilosado. Jamás cejó en su empeño, porque sus mensajes, en
charlas, conferencias, artículos y libros, eran siempre de "palpitante
inmortalidad", como pregonaba ella.
Aprendió a leer a los seis años hojeando diarios y revistas. Su rebeldía la llevó a contraer matrimonio a los dieciséis años, contra el parecer y la voluntad de sus padres; y no le salió bien: el marido, unos doce años mayor que ella, un burgués almeriense, hijo del gobernador de Almería, la maltrató y le fue constantemente infiel.
Compatibilizó sus tareas de casa y madre –dio a luz a su hija María de los Dolores en 1896 (la única que sobrevivió de tres partos)– con el trabajo y el estudio: por su afán de ser económicamente independiente de su esposo, acabó la carrera de Magisterio –de noche y a escondidas de su marido, desde 1894– y comenzó a escribir en periódicos ya a finales de siglo. Como apéndice, recogemos un artículo poco conocido publicado a sus veintiún años: «Bando de 1898», en la madrileña revista taurina Almanaque de El tío Jindama.
Carmen de Burgos aceptó un pseudónimo que la elevó a leyenda: Colombine –pronúnciese, en francés, [Kolom`bin]–. Colombine procede de un personaje femenino de la Comedia del Arte italiana del xvi –Colombina, esto es, Palomita, o Palomilla–: un personaje cuyos rasgos teatrales fueron fijados, en el xviii, por el veneciano Carlo Goldoni (1707-1793): actúa sin máscara, vestida con ropajes de campesina (a veces muy coloreados), desempeña, sin dejar de ser una criada (una servidora), el papel de amable confidente de todos (criados y señores) y el rol de enamoradora de algunos ingenuos señoritos o viejos, con la virtud de, astuta e ingeniosa, saber sacar partido de todas las situaciones; era un personaje que se colocaba a la altura del gran sector de lectores de sus relatos, que la consideraba confidente y guía. Sin embargo, el nombre tiene también una resonancia algo andrógina (mujer-varón) que resulta tan ambigua como efectista y cómplice. Carmen de Burgos recurrió a varios alias con nombre masculino: Gabriel Luna, El Diablo Cojuelo o el popular Perico el de los Palotes. Esos apodos suponían una suerte de escondite en el que ocultarse para prevenir amenazas e, incluso, riesgos de violencia. Otro pseudónimo femenino fue Honorine, que afianza el valor del honor y la dignidad de sus escritos, tomado de la protagonista de la novela homónima del novelista francés Honoré de Balzac (Tours, 1799-1850), publicada en 1943; el pseudónimo de Marianela procede de la protagonista de la novela del mismo nombre del canario Benito Pérez Galdós (1843-1920), editada en 1878.
Colombine perteneció a la generación del 98 y constituyó todo un símbolo para el denominado hoy grupo de las sinsombrero (desde un documental televisivo de 2015) que alternó con artistas varoniles, con quienes conformará la llamada generación del 27. Aquella etapa de la creación artística e intelectual española, desde la fundación de la ILE (la Institución Libre de Enseñanza) hasta la II República española (1931-1939), se denominó la Edad de Plata de nuestra literatura; y, de modo específico, tomó el sobrenombre de la República de las mujeres. A pesar de los estratos de la lima y de la criba del olvido, todavía podemos confeccionar una pequeña lista de escritoras y artistas y pensadoras españolas de aquellos ilusionantes años, nacidas entre 1898 y 1911: Maruja Mallo, Margarita Manso, María Zambrano, María Teresa de León, Margarita Nelken, Ernestina de Champourcin, Josefina de la Torre, Marga y Consuelo Gil Roësset, Ángeles Santos Torroella, Rosa Chacel, Carmen Conde, Concha de Albornoz...; y sumemos, por su vigencia entonces, a la malagueña Victoria Kent (nacida en 1892) y a la madrileña Clara Campoamor (nacida en 1888). De Colombine tenemos constancia, además, de que fue admirada por egregios hombres de la cultura en España: desde el institucionalista Francisco Giner de los Ríos (el instaurador de la ILE en 1876) hasta el novelista valenciano Vicente Blasco Ibáñez, el de mayor proyección en el cine de Hollywood de antaño, con Rodolfo Valentino como actor protagonista (1921, Los cuatro jinetes del Apocalipsis; 1922, Sangre y Arena), sin olvidar a Miguel de Unamuno y a Gregorio Marañón. Tras la muerte de la escritora coruñesa doña Emilia Pardo Bazán (1851-1921), otra señora de armas tomar, afortunadamente para la cultura hispana, Carmen de Burgos, por su influencia sociocultural, ocupó el cargo honorífico y oficioso ¡e inexistente! de decana de las letras españolas.
Colombine mantuvo un cordial contacto con Unamuno. En 1904, le escribe
solicitando opinión sobre el divorcio (existen cartas en la Casa-Museo Unamuno,
en Salamanca) y, en 1930, el 4 de mayo participa en el homenaje a don Miguel
por su regreso del exilio en Lanzarote (Restaurante Lhardy. Org. CIAP. Carmen
de Burgos, a la izquierda de Unamuno)
Sobre y carta (fragmento) manuscrita de Columbine a Unamuno.
Revivir.
La nueva Carmen de Burgos, de Asunción Valdés, ha sido editado, en 2023,
por el Instituto Alicantino de Cultura (IAC) Juan Gil-Albert, 620 páginas en
dos tomos, con un lujoso estuche, todo en morado, el color del feminismo. Al
parecer, el color morado o violeta, como el representativo del feminismo y su
lucha, tiene su origen en una tragedia ocurrida el sábado 25 de marzo de 1911
en Nueva York: se produjo un incendio en la fábrica
textil de Triangle Shirtwaist que causó la muerte
de 146 trabajadoras; según cuentan las crónicas de la época, en la
fábrica se usaban grandes cantidades de tintes y
tejidos de tonalidad morada: eso explica la enorme humareda violeta que
salía de aquella nave.
Ahora bien, ¿por qué engancha esta biografía?
Engancha porque se lee casi como una novela. Esta fascinación la podemos
sintetizar en tres motivos: primero, por la pulcritud de su estilo, virtud de
Asunción Valdés, este retrato personal y social se lee con fluidez
(especialmente, el tomo 1); segundo, por el detalle analizado de toda la obra
de Carmen de Burgos, siempre sorpresivo y variopinto, este estudio se lee con
amenidad; y, tercero, finalmente, por los meandros que ha querido recorrer
Asunción Valdés para incluir, como excusa, el contexto del caudaloso río de la
vida de nuestra escritora universal, todos los sucesos de Colombine quedan
ambientados, justificados y enriquecidos: la actitud fresca y epatante de
Colombine hace que se lea este libro con avidez de saber más y de conocer
otros ilustres personajes y circunstancias socioculturales y políticas de la
España embrionaria de lo que hoy somos.
No
olvidemos que Carmen de Burgos fue la primera periodista profesional española,
la primera corresponsal de guerra, la primera que luchó, en España, por el voto
femenino y la primera que promovió la ley del divorcio y abogó por el
matrimonio civil. La II República aprobó la primera ley del divorcio el 11 de
marzo de 1932; desde 1939 se volvió a prohibir hasta el 22 de junio de 1981. Y
también tuvo el mérito de ser la primera escritora española ungida de
europeísmo como marco cultural.
Casada
en 1884, a los dieciséis años, como dijimos, aprendió los rudimentos del
periodismo (la redacción, la maquetación, la ortotipografía y la recepción del
lector) en la imprenta que regentaba su suegro, Mariano Álvarez, en Almería,
donde editaba el satírico Almería Bufa; este semanario está dirigido por
el marido de Carmen. En 1901, abandona a su marido, y, con su hija, se traslada
a Madrid con afán de vivir de su trabajo intelectual. No fue sencillo: cobijada
por su tío materno, el senador Agustín de Burgos, ha de abandonar la casa por
acosos machistas. Debía valerse por sí sola. Y así se obró. Carmen de Burgos,
por sus méritos y esfuerzo, fue contratada en nómina por el madrileño Diario
Universal en 1902. Gana una beca para viajar por Europa durante unos meses
de 1905: publicará sus vivencias en ingeniosas crónicas viajeras, por entregas,
desde Europa: Francia, Mónaco, Italia... Y, en 1906, formaba parte de El
Heraldo de Madrid. En los periódicos en los que se desempeñó y en las
novelas y novelitas que escribió, defendió como tema central la igualdad de las
personas: y esto incluía la igualdad entre hijos nacidos dentro y fuera del
matrimonio y la inserción de las féminas en la vida laboral. Su primera novela,
en 1909, llevaba por título Los inadaptados. Escribió millares de
artículos de prensa en ciento cuarenta periódicos: de ABC a El
Liberal, de Tribuna Pedagógica a Por esos mundos. A esta
última cabecera envía sus "peregrinaciones" por Suiza, Dinamarca,
Suecia, Noruega, Alemania, Inglaterra y por su apreciadísima Portugal. Véase
una amplísima recopilación de sus mejores artículos –trescientos– en la
magnífica edición de Concepción Núñez Rey, en 2018, Carmen de Burgos,
Colombine: periodista universal (1410 páginas, en dos volúmenes,
distribuido por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía). Fundó
Colombine la Cruzada de Mujeres, en 1920, y presidió, desde 1923, la Liga Internacional
de Mujeres Ibéricas e Hispanomericanas.
De Burgos fue corresponsal de guerra, siempre en un mundo de varones. En 1909 se atrevió a publicar el artículo «Guerra contra la guerra», contra la guerra de Marruecos, en Melilla: retumbaba su tono razonado y su voz apasionada y vehemente; contaba lo que acababa de vivir ella misma en primera línea: había curado a algunos heridos en combate y, con las mismas manos, con las mismas temblorosas manos, dice, toma la pluma para escribir. También participó en corresponsalías durante la Gran Guerra, desde 1914.
Carmen de
Burgos, rodeada de soldados de artillería (Melilla, 1909)
Respecto a la relevancia de su apuesta por el
cambio de cosmovisión en su España, la de hace un siglo, cabe insistir en que
promovió el voto femenino veinticinco años antes de la famosa polémica
parlamentaria entre Clara Campoamor y Victoria Kent: la una, favorable a que
todas las mujeres votaran; la otra, reacia a que ese voto se hiciera realidad
tan pronto, porque, conjeturaba, la mujer no estaba preparada para depositar un
voto progresista, pues era considerada aún, en general, sometida al hombre de
la casa (al varón dominante: padre, esposo, hermano...) y a los designios de la
Iglesia católica.
Activa miembro de la Asociación de la Prensa, del Ateneo de Madrid y de la Asociación Protección de la Infancia, militó en el Partido Republicano Radical Socialista, desde su fundación en 1929, y, en 1931, ingresó en la masonería, donde fue gran maestre de la logia Amor, creada por ella. Quizás, por todo esto, el régimen nacionalcatolicista del general Franco silenció la obra de esta mujer de tanto peso y la hundió en el oscurantismo más feroz. Murió de un infarto, en una mesa redonda sobre educación sexual, el 9 de octubre de 1932, un año antes de que las mujeres pudieran votar por vez primera en España. Todas sus novelas y novelas cortas, muchísimas, fueron expurgadas de las bibliotecas y librerías españolas a partir de 1939. Publicó casi doscientas obras narrativas, todas muy del gusto popular, sobre manera, por el protagonismo de las mujeres en sus relatos, fieles a un fondo autobiográfico. Su nombre fue proscrito y ya prácticamente nadie se ocupó de su legado cultural, hasta casi nuestros días, muchos años después de la recuperación de la democracia. Las novelas más exitosas, siempre del género popular de la novela realista y de costumbres contemporánea, fueron, entre otras, La rampa y Puñal de claveles. La rampa (1917) gira en torno a la situación precaria de dos mujeres que llegan a la ciudad y a las fábricas con el sueño de su independencia económica. Puñal de claveles (1931) toma como fuente el mismo motivo que, poco más tarde, versionará García Lorca en su Bodas de sangre: el trágico crimen perpetrado en 1928 en el Cortijo del Fraile. La proscripción que más daño hizo al legado intelectual y social de Carmen de Burgos fue la del ensayo firmado por Colombine en 1927: La mujer moderna y sus derechos, editado, en Valencia, por Sempere. La ha recuperado recientemente para la posteridad la madrileña editorial Huso en 2018. Este libro, considerado como la biblia del feminismo español, pero muy poco conocido y de trascendencia muy reducida en el gran público, con toda probabilidad, sí alcanzó a ser revisado por Simone de Beauvoir, quien, en 1949, a los veintidós años del estudio español, publica, en francés, El segundo sexo, del cual La mujer moderna y sus derechos parece un claro precedente. Las coincidencias en ambos libros son múltiples: en líneas generales, se arremete en ambos textos contra la injusticia social, contra las creencias de inferioridad de la mujer, la incapacitación para decidir sobre su vida; curiosamente, ambas autoras postularon, hace casi un siglo, que el género gramatical es un constructo social y cultural que perjudica la liberación de la mujer en el mundo. Recordemos el artículo de Colombine, ¡hace cien años!, titulado «¿Concejal o concejala?». Si este ensayo, el de La mujer moderna y sus derechos, eminentemente pedagógico de Colombine no hubiera sido secuestrado, la escritora almeriense ocuparía un descollante lugar en la historia del feminismo y de la cultura universal. Carmen de Burgos enarboló aquella bandera que la ILE había heredado de la Ilustración Francesa: sin educación no es posible ningún progreso, y por ello, requirió con insistencia en la formación de la mujer para mejorar el mundo formado por varones y mujeres. Y una máxima más del ejemplo de la pensadora almeriense, que escribía lo que sentía y vivía o había vivido lo que dejaba por escrito: “Nada puede instruirnos –decía– como el testimonio viviente”.
Carmen de Burgos, preparando su imagen antes de
partir a Argentina (25 de julio de 1913). Foto de Alfonso [Sánchez García]
Colombine
sostenía que periodismo y literatura iban de la mano. Al avezado lector no
escapará la simbiosis existente entre la labor periodística y las narraciones
novelescas de la escritora. En 1907, Carmen de Burgos publicó varios artículos
en Madrid para protestar por la venta de los cuadros del Greco de la capilla de
San José, en Toledo, donde trabajaba de maestra: estas reflexiones nos aclaran
el argumento de la posterior novela Los Anticuarios, en la que defiende
el patrimonio cultural español, que está siendo expoliado. Recordemos, en este
sentido, el contenido de «El artículo 438», texto que remata una serie
periodística en 1924: tres años antes había servido como trama trágica de una
de sus novelas cortas, con idéntico título. El artículo 438 del código penal
aprobado en España en 1870, vigente hasta la entrada de los años 30 del siglo xx, postulaba que, si un marido o un
padre encontraba a su mujer o a su hija, respectivamente, in fraganti cometiendo
adulterio o la hija menor de veintitrés años, residente en casa paterna, era
hallada con un amante, o simplemente lo sospechaban o suponían, estos –esposo o
padre–, con la ley en la mano, podían matar o infligir daños graves a la esposa
(o a la hija) y, especialmente, al amante; la condena para el esposo o para el
padre era el destierro: durante dos años no podrían acercarse a menos de
veinticinco kilómetros del lugar que prescribiera el juez, pero podían hacer
vida normal. Sin embargo, si la situación era a la inversa, esto es, que la
esposa sorprendiera al esposo en adulterio, amén de las imprescindibles pruebas
fehacientes aportadas, una actuación violenta de la mujer la condenaba a
prisión.
Su
tenacidad para figurar entre la pléyade de los escritores en el mundo
periodístico y en el ámbito literario fue perseguido por los próceres censores
del momento. El oficio de escritor –en prensa o en novela– siempre fue
profesión arriesgada para Colombine; así y todo, jamás renunció a la libertad
de hacer pública su razonada opinión. En una nota de la Cámara de Barcelona,
dirigida el 7 de diciembre de 1939 a sus asociados y librerías de su zona de
influencia, a falta de un apéndice oficial de libros y autores prohibidos en
aquella España del protofranquismo, "que ha de helarte el corazón",
el nombre de Colombine aparecía junto al de ilustres literatos de envergadura
universal que, a pesar de la censura, en el resto del mundo, corrieron mejor
suerte: Zola y Balzac, Voltaire y Rousseau, Marx, Lenin y Gorki, Darwin... y
¡Carmen de Burgos! A continuación aparecen Valle Inclán, Unamuno, Ortega,
Lorca... ¡Qué quedaba para leer! De todos ellos, la peor parada fue Colombine,
sepultada en el ostracismo y el olvido, hasta que hispanistas extranjeros (en
EE. UU., primero, y en Italia después) la fueron rescatando como una preciada
pieza de arqueología.
Una de
las sorpresas de este libro ha sido, para mí, no la relación sentimental de
Colombine con Ramón Gómez de la Serna, que conocía; la sorpresa ha sido cómo
Asunción Valdés destrona el mito de que Colombine solo fue la amante de Ramón:
muy al contrario, Colombine fue la verdadera creadora del personaje de Ramón,
el Ramón Gómez de la Serna de las greguerías –ahí es nada–. Ella fue la que más
oportunidades le dio para que su nombre se imprimiera en prólogos de libros y
en actos de presentaciones y de lecturas literarias. Ramón y Colombine se
conocen, en el otoño de 1908, en la tertulia que ella organiza en su casa
madrileña de la calle San Bernardo, 76, todos los miércoles, desde las 5 de la
tarde: «La tertulia modernista». Él, nacido en 1888, es casi once años menor
que ella: 20 y 31 años, respectivamente, cuando se ven por primera vez. Serán
amigos, confidentes y amantes más de dos decenios: hasta que, en 1929, ella
descubre que Ramón le ha sido infiel con su propia hija María; la joven, cantante y actriz, es unos nueve años menor que Ramón. Y otra sorpresa que
esclarece las dificultades de vivir de la literatura y del periodismo durante
el primer tercio de siglo xx: para
sobrevivir, la escritora de calidad literaria, una escritora novel, se vio
obligada a vender cuantiosas colaboraciones en secciones periodísticas
destinadas a las mujeres, las grandes lectoras desde el siglo xix. Carmen de Burgos no lo dudó y
escribió, mucho, sobre "las tareas propias de su sexo": en El
Globo, en 1902, se estrenó con la columna «Notas femeninas» y, en Diario
Universal, desde 1903, firmando por primera vez como Colombine, en la
columna diaria «Lecturas para la mujer» comentó sobre moda, salud, belleza,
comida sana y tradicional, urbanidad y secretos del tocador. Ahora bien, nunca
escondió en el secretaire la dignidad de la perspectiva de las féminas
como seres de libertad, tal vez en homenaje de la Madame Bovary que
Flaubert había publicado unos diez años antes de nacer la almeriense. Asimismo
fueron instructivos para el común del pueblo sus Nuevos [y Últimos]
modelos de cartas, divulgados en 1914 y en 1924.
Dada su
preparación intelectual y su conocimiento de lenguas extranjeras, Carmen de Burgos
también dedicó su tiempo a múltiples traducciones: acercó a la sociedad
española autores como Tolstoi, Emilio Salgari, Ruskin, madame de La Fayette,
Anatole France... Se convirtió en un escándalo sobresaliente, en el mundo
cultural progresista, su edición en español, en 1909, del libro del psiquiatra
alemán Paul Julius Moebius, cuyo título no ofrecía dudas: La inferioridad
mental de la mujer; y es que aquella masa descontenta no había leído el
punzante ataque que Colombine había lanzado en el prólogo del ensayo al afamado
científico alemán. Otro hito fue, en su vena de biógrafa, la recreación
que hace de Larra en su Fígaro, en 1919.
Colombine simbolizó, como hemos repasado en estas líneas, la mujer transgresora: rompió los
convencionalismos propios de una joven burguesa de finales del xix, puso fin por decisión propia a su
infeliz matrimonio, se atrevió a vivir de su pluma, educó sola a su hija y creó
un ambiente de concienciación social feminista nunca imaginado en la España
anterrepublicana del siglo xx. Colombine
es la escritora más importante del primer tercio del novecientos. Aún tenemos
espacio para completar el perfil estilístico de la periodista almeriense, tal
como destaca Asunción Valdés, como una profesional avanzada a su tiempo: por un
lado, por su rigor informativo: “No publicó una posible noticia hasta que
comprobó que la fuente era fiable”; por otro, por su creatividad: “ejemplo como
innovadora en la creación de un género periodístico,
al utilizar la encuesta para conocer la opinión de los lectores. (...) Sus
aportaciones al género de la entrevista fueron igualmente notables: iba más
allá del dato, captaba las emociones del personaje”.
Por todo esto, y mucho más, ¡¿cómo no va a deleitarse uno con esta biografía culta y exquisita de Asunción Valdés sobre la obra de Colombine?! Es buena literatura y cultura de alta tensión.
La autora
de esta monografía biobibliográfica es la segunda protagonista de nuestro
titular: se trata de la veterana periodista alicantina Asunción Valdés Nicolau.
En su faceta de escoliasta literaria, Asunción Valdés se recrea empáticamente
con la escritora que retrata en todos sus aspectos: la panoplia de facetas y
actividades de Carmen de Burgos nos recuerda el propio itinerario de Asunción
Valdés, una mujer asimismo pionera en múltiples desempeños profesionales en un
mundo de hombres-varones todavía en los años del último cuarto de siglo xx, hasta la actualidad.
Asunción Valdés estudió en el colegio de las Teresianas, de Alicante. Se licenció jovencísima, en 1972, en Ciencias Políticas y en Periodismo en la Universidad Complutense de Madrid. Terminada la carrera de Periodismo, se colocó como becaria en el diario Patria, de Granada, y, pronto, en Informaciones, de Alicante, y en La Verdad, de Murcia. No había muchas mujeres en las redacciones de los medios de información españoles de la época. En 1975, con veinticinco años, puso voz a Radio Exterior de España. Como corresponsal de RNE marchó a Bonn, la capital de la Alemania del Este, donde fijó su residencia durante varios años. Fue enviada especial en Bruselas para cubrir el proceso de adhesión de España a la Comunidad Económica Europea, rubricado en 1985. El prestigio adquirido como firme promesa condujo a Asunción Valdés a formar parte del equipo fundacional del diario El País, en el Madrid de mayo de 1976. Perfeccionó su formación académica con la diplomatura de Sociología Política, en 1980, con treinta años, y nunca abandonó su aprendizaje para indagar mejor en la realidad: en 2007, con cincuenta y siete años, obtiene el diploma de Estudios Avanzados en Ciencias Sociales. Su buen hacer impelió al director de los Servicios informativos de TVE (1982-1983) José Luis Balbín (1940-2022) –el que había sido presentador de aquel memorable programa de debate La Clave, del segundo canal de TVE (1976-1985)– a contratarla para coordinar y presentar el Telediario: era la primera mujer que veían los españoles en sus pantallas. Después, su solvencia la hizo presentar Informe semanal europeo y En pantalla. Asunción Valdés siguió creciendo con elegancia, denuedo y simpatía. En 1986, se presenta con éxito a una oposición de empleo público en la Oficina del Parlamento Europeo, en Madrid, donde desempeñará el cargo de directora. Allí permaneció hasta 1992, momento en el que se le propone un nuevo reto aún más comprometido y delicado: la Casa Real dejará de ser un ente militar y se estructurará orgánicamente en nuestro ordenamiento jurídico democrático como un ente civil. El general Sabino Fernández Campo, en su empleo de responsable máximo de la Casa Real, fue sustituido por el aristócrata Fernando Almansa. A propuesta del nuevo director, el rey Juan Carlos la nombra, en 1993, jefa o directora de Relaciones de la Casa Real con los Medios de comunicación. ¡De nuevo es la primera mujer en alcanzar el rango de alto cargo en la Jefatura del Estado, en el que permanece diez años! Ha recibido numerosos galardones: entre otros méritos de relieve, en 2004, el presidente francés Jacques Chirac le otorgó la máxima distinción francesa: Miembro de la Orden Nacional de la Legión de Honor, con el tratamiento honorífico vitalicio de Ilustrísima.
Asunción Valdés ha aceptado una invitación del Aula de la UNED de Torrevieja y va a regalarnos con una conferencia que servirá de lección magistral el día de la inauguración del curso académico entrante: será el jueves, día 17 de octubre de 2024, a las 19:00 h, en el Centro Cultural Virgen del Carmen. Es un regalo de la máxima relevancia para los ciudadanos torrevejenses comprometidos con la igualdad, con el feminismo y con la cultura. Y un homenaje por nuestra parte a la elegantísima e ilustrísima Asunción Valdés, periodista. Una oportunidad cultural en directo.
***
Una de las primeras colaboraciones en la prensa española de Carmen de
Burgos, con el pseudónimo de El diablo cojuelo, fue un «Bando para 1898»: un
artículo de humor incluido en el Almanaque de El tío Jindama, año II,
Madrid, 1898, páginas 103-105, anuario en el que también colaborarían, por
separado, los hermanos Manuel y Antonio Machado. Lo recuperamos íntegramente.
Bando para 1898
En nombre del sentido común, del buen gusto y
hasta de la buena crianza, queda terminantemente prohibido durante el año de
1898, por las razones que verá el curioso lector, el uso de los giros,
imágenes, sentencias, muletillas, chistes, etc., enumerados a continuación:
I. Ningún poeta lírico, por escéptico,
hipocondríaco o paradójico que se sienta, dirá que él ¡ay! es un joven de
ochenta años cumplidos, porque no lo van a creer, y porque es cosa
averiguada que casi todos los que tal aseguran no son más que unos infelices
que no han entrado en quintas.
II. Eso de que el genio no muere mándase
también retirar, en atención a que es una de las más dolorosas mentiras que se
han inventado. Y, si alguno de los que la tienen por verdad inconcusa se cree
genio a machamartillo, deje que lo maten, y ya verá desde el otro mundo el
error en que estaba.
III. No vale, so pena de pasar por grosero, y
séase o no la misma originalidad en persona, emplear en poesías (?) palabras o
frases como ¡rediós!, me gusta más que el Verbo, la cosa tiene narices,
¡anda la órdiga!, a mí se me dan tres rábanos, y otras lindezas.
IV. Tampoco vale, cuando se compongan epigramas,
agarrarse a los apellidos como a tabla de salvación; pues hay poeta que tiene
que rimar con bandurria, verbigracia, y a lo peor se descuelga con esto:
«El médico Juan Medurria...». ¡Y la fuerza del consonante tiene un límite!
V. Los escritores que emplean la letra u
como única materia de donde sacar chistes, y dicen arquiteuto y efeuto
y esto u lo otro, etc., pierden el tiempo lastimosamente, porque no hay
tales chistes. Muévales esta razón a apurar otra letra.
VI. Titular un libro de versos Ciruelas pasas
o Croquetas, o algo así, no se permitirá de hoy en adelante, pues,
aunque el autor crea, en efecto, que son croquetas sus composiciones,
ello es que suelen ser ordinariamente peladillas de arroyo.
VII. Menos aún se permitirá a los autores cómicos
crear nuevos géneros literarios, tales como chapuza en un acto, paliza
cómico-lírica, betunería en verso y prosa y otros por el estilo.
Porque, si bien, a primera vista, parecen las obras así denominadas creaciones
de géneros distintos, son todas del mismo género, desgraciadamente.
VIII. Las frases tan traídas y llevadas en el
teatro de ahora lo comprendo todo, lo sé todo, es usted un ángel y ¡ah,
qué idea!, quedan abolidas sin más razón que la curiosidad de ver con
cuáles se sustituyen.
IX. Por idéntica razón, y por malos, se desechan
los chistes aconsonantados del tenor siguiente:
—Yo, ni me inmuto, ni refuto, ni discuto
en absoluto.
—¡Qué bruto!
X. Los escribidores de café se abstendrán
de calificar a sus colegas más ó menos ilustre[s] de percebes, atunes,
congrios, merluzas, cangrejos, etc., porque, en el mero hecho de
usar ese pintoresco vocabulario de pescadería, dan claro indicio de que son
ellos precisamente los cangrejos, merluzas, congrios, atunes y percebes.
XI. A los revisteros taurinos se les veda decir
que el espada Fulano se tiró a matar como el mismo Dios; que el
banderillero Mengano salió de la suerte como los propios ángeles; que el
picador Zutano puso una puya celestial, y otras cosas del mismo jaez, entre
otras razones, porque todavía no es más que un rumor eso de que el arte del
toreo vino del cielo.
XII. A los revisteros de teatros se les veda
asimismo escribir aquello de rayó a gran altura, bordó el papel, hizo las
delicias del público, chistes de buena ley, etc., porque, en realidad, esos
giros van estando algo usados.
XIII. Por último, se mandan recoger con gran prisa
todas las sentencias de la filosofía de perro chico, y muy
principalmente las de ¡esta es la vida!, ¡así va el mundo! y ¡no
somos nada!, por cursis, y las de ¡todo llega! y ¡todo pasa!,
porque ni llega todo en este bajo mundo (¡qué ha de llegar!), ni mucho
menos pasa todo (autores dramáticos darán fe), si bien es cierto que
pasan cosas que no pueden pasar.
Por la
autoridad competente,
E L D I A B L O C O J U E L O
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