Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
75 – Verano 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Historias de mi barrio
(Relato publicado tras el fallecimiento de su autor, Alfonso Pérez Gracia, colaborador de esta revista en varios números)
Aunque aún faltaban seis días
para el Domingo de Ramos, en Portobono ya se olía a Semana Santa. Los puestos
de chocolate y churros ya estaban instalados en las calles esperando las
madrugadas de sus populares procesiones. La fama de los marciales desfiles de
sus penitentes había crecido tanto que cada año atraían a más personas de fuera
de la ciudad.
Una vieja costumbre de las
procesiones de Portobono era ver a los nazarenos y penitentes repartir
caramelos y pequeñas postales de los tronos, entre los amigos y personas que
acudían a ver los desfiles. Por ello, la venta de estos caramelos se solía
disparar en estas fechas por toda la ciudad. Entre ellos, los más famosos eran
los capirotes de caramelo, que se elaboraban en la confitería de San Vicente y
se distribuían por otros establecimientos del municipio y por muchas ciudades,
y un caramelo largo rectangular envuelto en papel blanco con el dibujo de un
capirote, y al que había que quitar ese envoltorio para saber qué sabor había
tocado, naranja, limón o fresa. Estos caramelos, con forma de pequeños
ladrillos alargados, se llamaban sepulcros, y podías pasarte horas seguidas
chupándolos, que no se acababan y te duraban para toda la procesión.
Esta conocida tradición no había
pasado inadvertida para Enrique Ramos, el nuevo encargado de la tienda de
ultramarinos de la calle El Cañón. Cuando Enrique le propuso a don Santiago
Heredero, el dueño de aquel negocio, y a Félix, el encargado del almacén,
llenar el escaparate de caramelos, formando letras y dibujos para atraer a la
clientela, los dos se mostraron contrarios a la iniciativa.
—Enrique, los caramelos sólo los
vendemos en Semana Santa, y dejan poco margen de ganancias. Hacer lo que dices
no es fácil y te llevará mucho tiempo. El esfuerzo y el dinero que gastaríamos
si lo hacemos serían desproporcionados para un producto que apenas se venderá
el resto del año.
Félix, como casi siempre, se puso
del lado del jefe.
—Además, nuestra tienda es de
comestibles, no somos una confitería ni una tienda de golosinas.
Enrique les insistió en que su objetivo
no era sólo vender los caramelos, sino conseguir que la gente entrara en la
tienda. Una vez allí, si veían el resto de las ofertas, podrían aprovechar para
comprar otros productos.
—Nuestro deber es saber lo que busca
el cliente y ofrecérselo.
Las palabras de Enrique
parecieron convencer a don Santiago, que finalmente le dio permiso para
arreglar el escaparate y doblar el número de cajas de caramelos que pedirían
ese año. Félix haría el pedido aquella tarde, para poder tener tiempo de
preparar el escaparate.
Al día siguiente, Juanito, el
repartidor, fue el que dio la noticia. Al pasar por la puerta del supermercado
Arroyo, le había llamado la atención que sus escaparates estaban llenos de
caramelos y anunciaban en grandes carteles sus ofertas.
Enrique apretó los puños. Don
Santiago se enfadaría al enterarse. Parecía demasiada casualidad que el
principal establecimiento de la competencia hubiera tenido la misma idea que
ellos. Los caramelos ya estaban pedidos. No podía dar marcha atrás. El
escaparate se tendría que arreglar obligatoriamente.
Félix no había ido esa mañana a
trabajar, su mujer llamó a don Santiago para decirle que había tenido fiebre
toda la noche y que estaban esperando a don Diego, el médico de cabecera.
A mediodía llegó el pedido de
caramelos que había hecho Félix el día anterior. Los había de todas las clases:
sepulcros, capirotes de caramelo, naranja, limón, fresa, menta, pictolines,
pastillas de café con leche, chupa-chups, sugus... Las cajas se fueron apilando
en la sala de ventas. La cabeza de Enrique no paraba de dar vueltas. Su idea
parecía abocada al fracaso y su puesto de encargado podría estar en el aire.
Enrique tomó una decisión. Le
dijo a Anita la cajera que se diera un paseo por la calle Real, donde estaba
ubicado el supermercado Arroyo. A la media hora, Anita ya había regresado y
Enrique ya tenía todos los precios de la competencia.
Seguidamente, encargó cincuenta
docenas de huevos, sin decir para qué las quería. Finalmente, pidió voluntarios
entre los empleados para poder colocar todas las cajas de caramelos en los
escaparates y formar los dibujos que habían diseñado y que quedarían como si
fuera un mosaico. Juanito el repartidor, Menárguez el de la percha, Miguelín
Sánchez el de la fruta e incluso Anita la cajera se quedaron después de cerrar
para echar una mano.
Menárguez preparó unos cortes de
jamón serrano y queso manchego para hacer bocadillos para los voluntarios.
Sobre las nueve y media de la noche llegó Félix a la tienda. Dijo que se había
tomado una cafiaspirina con un vaso de leche caliente y ya se encontraba mejor.
Decidió venir por si podía ayudar. Anita no pudo callarse:
—Félix, creíamos que estabas en
el supermercado Arroyo.
Enrique intervino.
—Señorita Tornel, estamos
trabajando, no tenemos tiempo para bromas.
Se hizo el silencio en el local.
Enrique siguió hablando.
—Félix, muchas gracias por venir,
tu pedido de ayer fue perfecto y ha llegado a tiempo. Coge aquellas cajas y
ayúdame a colocarlas en el escaparate.
A las once y media el escaparate
estaba terminado, todos se felicitaban por lo bien que había quedado. Enrique
miró a Félix. Sus ojos rehuyeron la mirada del encargado.
—Gracias a todos por vuestra
ayuda. Habéis demostrado que somos un buen equipo. Mañana los clientes dirán si
lo hemos hecho bien.
Cuando don Santiago Heredero
entró en la tienda a las diez de la mañana no cabía un alfiler. Las estanterías
de caramelos empezaban a estar vacías. En el escaparate, además de los
caramelos, había un cartel que él había autorizado: «A los cien primeros
clientes que compren una bolsa con un kilo de caramelos le regalaremos media
docena de huevos».
Cuando por la noche se cerró la caja y Anita terminó de hacer el arqueo, Enrique comprobó el importante aumento de la recaudación con respecto a los días previos. Miró las estanterías y le encargó a Félix un nuevo pedido de caramelos.