Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
74 – Primavera 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
Nos vemos en primavera
Hace días que te apareces en cualquier lugar de la
casa. Cuando me acerco te alejas y diluyes esa figura vestida siempre de
oscuro, con ropa de invierno y una bufanda larga.
En las noches apareces en mis sueños, me hablas suave
como solías hacer hace muchos años, susurras en mi oído palabras tiernas, me
dices bromas, planeas trabajos que nos quedaron inconclusos. Me despierto y no
estás. La cama sigue grande y sola.
Ayer, cuando arreglé el placard, cayeron como en
cascada estante por estante, el par de guantes de lana, hechos una pelotita,
que guardo desde hace más de diez años. Llegaron hasta el piso, los levanté y
los acurruqué en mis manos, apretándolos suavemente, como hacíamos cuando tus
manos y las mías se enfriaban en las noches de invierno al terminar la jornada
en la redacción del semanario.
Salíamos abrigados a la calle y entrábamos al viejo café
Sorocabana. Nos encantaba el lugar, encontrarnos con los amigos, sentarnos
junto a mesa de mármol circular, en esas sillas de época, con respaldos altos y
asientos de esterillas. «Dos expresos, por favor», le decías al mozo, que
llegaba a nosotros con su uniforme blanco, el moño como corbata y su cabello
negro, brillante, peinado a la gomina. El primer sorbo nos calentaba los
labios, el resto llegaba a todo el cuerpo. Reíamos, hablábamos, comentábamos
las noticias del día. «¿Cómo va el libro?», nos preguntaba alguno que se
acercaba. Y sonreías como soñando al hijo que vendría.
Ya tarde, con sobredosis de cafeína, cruzábamos la
avenida y subíamos a mi apartamento. Estirábamos la cama, que habíamos dejado
sin tender por el apuro por llegar en hora, nos metíamos en ella, y allí
empezaba a hacer efecto la cafeína. Sobrevolaban las ideas, el cuarto se
llenaba de palabras invisibles que luego quedarían pegadas en las hojas de
algún libro.
Proyectos, muchos. Ideas, miles. Recueros, millones.
Con mis manos en las tuyas nos dormíamos, viajando cada uno por sus mundos.
Mundos que cada uno reservaba para no lastimar al otro. Yo sabía de tu vida en
otros países, todo lo que habías vivido. Tu sabías de mi vida detalle por
detalle. Pero jamás era un tema de conversación entre vos y yo. Vivíamos de
ahora en adelante. Cada momento, intensamente.
A veces te ibas de viaje, pasabas tiempo sin volver.
Sabía adónde ibas. En otros países te esperaban con cariño, con el mismo que
habías podido brindar a quienes te rodearon siempre. Yo seguía con mi vida
cotidiana, trabajando, en charlas de amigas, en encuentros periodísticos.
Tu regreso era una fiesta. Me achicaba entre sus
brazos. Me apretabas y casi no hablábamos por un rato. Después brotaban las
palabras.
Hubo cambios. Invitaste a vivir a tu casa a una pareja
de personas mayores que querías mucho, quizás los sentiste como los padres que
no se hicieron presentes cuando viniste a estudiar a Montevideo. Tu objetivo
era Medicina, entraste a la facultad, lento, muy lento hiciste algunas
materias. Después de algunos años te atrapó la Historia y Humanidades fue
permisiva contigo, ibas cuando podías. Pero lograste la licenciatura y desde
allí no dejaste de investigar.
Íbamos
y veníamos. A veces juntos, a veces en cada casa. «No quiero que seas mi
pareja, tengo miedo de perderte», me decías. Te escuchaba. No te entendía.
Quizás tenías razón. Hay idilios que se viven sin estar atados legalmente el uno
al otro. De algo estábamos seguros: nos queríamos y era imprescindible saber de
cada uno. Las conversaciones por el teléfono analógico eran largas a la
madrugada, cuando el café hacía efecto estando separados.
Creo que en uno de esos viajes alguien se metió en
nuestras vidas. Me lo dijiste, no lo creí. Al poco tiempo lo vi. Ella hizo un
viaje a tu casa. Te cambió muebles y cuadros. La dejaste. Según vos, la
alojaste porque venía a visitar a unos amigos. Según yo, difícil de creer. Pero
vos seguías igual.
Tu enfermedad seguía avanzando, no podía hacer nada
más que darte la libertad del disfrute. Habías pasado por muchas feas.
Una de esas noches de insomnio, olvidado ya el
incidente del alojamiento, me llamaste por teléfono. «No puedo dormirme», me
dijiste. Qué casualidad, yo tampoco. Sentí rara tu voz, rara, no tenía la
firmeza de siempre. «Tengo miedo de estar solo». «Yo tengo un poco de sueño». «Quiero
hablar contigo». «Se me cansa el brazo en el teléfono». «Tomá un taxi y vení
para mi casa». «No, no puedo, vení vos». «Tomé mucho, por favor, vení». «Pero
estás soñando, voy a ir a tu barrio a esta hora de la madrugada». «Es la
primera vez que te lo pido, te necesito». Su insistencia y mi deseo de
protegerlo pudieron más. Llamé un taxi. Y al poco rato estaba con él. Me estaba
esperando con la puerta semiabierta.
Entramos y el abrazo fue muy apretado. Estaba casi sin
ropas, el exceso de alcohol desbordaba por la piel. Lo había desinhibido, me
apretó con todas sus fuerzas. Nos amamos como no lo habíamos hecho nunca y no lo
volveríamos a hacer. Me desperté temprano y volví para mi casa. No sabía si lo
había soñado o lo habíamos vivido.
Escribo y siento tu aliento suave, tu risa cómplice
que me susurra al oído y me ayuda a expresar lo que recordamos. Me lleva al
momento en que nos encontramos por primera vez. La presentación de un
documental que codirigías me interesó y fui a verlo. Al terminar nos reunimos
un grupo de amigos, al que te uniste y fuimos al bar Los Girasoles, un poco
oscuro, un poco bohemio. Sentí tus ojos negros, que me miraron una y otra vez.
Planificamos un encuentro cerca de la facultad. Ambos estábamos cursando. Y de
allí las idas y vueltas, donde me pedías que investigara y escribiera alguna
nota.
Fuiste a Paysandú a entrevistar a una persona que
había sido muy importante en mi vida.
Nos sentamos muy cerca y con mi mano en la tuya
escuché la narración de los hechos que con tus palabras precisas armaste a
través de la voz de Horacio. De allí a la escritura.
Cada tanto te quejabas del dolor de tus huesos. Empezaron
los estudios clínicos, uno tras otro. El resultado, muy doloroso. No dejaste de
trabajar, de leer, de investigar.
Te internaron en una sala especial. Vos, orgulloso,
porque allí había estado alguien importante. Tu hijo te acompañaba en el
momento en que llegué.
Flaco, muy flaco, largo en la cama. Tus ojos brillaron
cuando me acerqué para abrazarte. De ésta voy a salir.
Al poco tiempo pasaste por casa. Llevabas el borrador
de un libro que pensabas editar, en el cual había colaborado. Me pedías que se
lo llevara a Silvia para que lo leyera. «Me van a internar para hacerme una
operación en la médula. Ella está con gripe y no puedo contagiarme».
Estuviste poco rato. Tenías que cuidarte. Nos
abrazamos. «Te quiero mucho», te dije, yo también. Te acomodé la bufanda. El
invierno llenaba de frío la gris Montevideo.
«Nos vemos en la primavera. Tus guantes quedaron sobre
la mesa. Los guardé todo este tiempo».
No me dijiste en la primavera de qué lugar sería ese encuentro.
Montevideo, otoño de 2024