Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 73 – Invierno 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Ciudades


Bilbao

A Bilbao le cruza una serpiente

las entrañas. Los montes encendidos.

El silencio acaricia los latidos

del corazón de roble de la gente.

 

La ciudad alborea inconsistente,

lluviosa y nebulosa. Suspendidos,

los aires apaciguan los sentidos.

Bilbao se desliza bajo el puente.

 

La Carcasa metálica relumbra

sobre el espejo curvo de la ría

con el clamor del alba en las esquinas.

 

El verde de los montes en penumbra

circunda la ondulada lejanía,

amansada la lluvia entre neblinas.

 

 

Barcelona

 

El mar es una curva abierta y plana

que se funde distante con el cielo

impregnando de sal el blanco velo

que tamiza la luz de la mañana.

 

Por las ramblas arriba, refulgente,

el domingo impregnado de colores.

El tráfico, agitado entre las flores,

relumbra en las miradas de la gente.

 

La ciudad, amansada en las alturas,

se asoma a las ventanas modernistas

que enmarcan los reflejos de la aurora.

 

La calle es un festín de arquitecturas.

Barcelona se ensancha sin aristas

tejiendo su futuro vencedora.

 

 

Valencia

 

La lejanía es un rumor de playas

que envuelve a la ciudad, amoratada,

envuelta con su luz de madrugada.

Las calles silenciosas, como rayas

 

que se alargan erráticas y planas.

Valencia es un jardín al mar abierto.

Resplandece el azul. El aire incierto.

La claridad rebota en las ventanas.

 

Hay un aire cargado de fragancia

junto a la catedral. Todo está en calma.

La noche en un rincón se desvanece.

 

Despierta la mañana en la distancia,

se balancea en la ondulada palma

del mar Mediterráneo. Amanece.

 

 

Oviedo


La ciudad se despliega dulcemente

sobre el lomo ondulado de los prados.

La neblina, asentada en los tejados,

destiñe los colores del poniente.

 

La noche adormecida y silenciosa.

Entre sus viejas calles lloviznea

y en los charcos la luna se cimbrea,

relumbra su perfil en cada losa.

 

Enrojecida y gris la madrugada

con San Miguel de Lillo en solitario

por entre el húmedo verdor del monte.

 

La catedral se yergue mutilada

recortado el punzón del campanario

contra la claridad del horizonte.

 


Burgos


La ciudad en la calma del pasado

despierta con el sol de la mañana,

la catedral, inmensa filigrana,

eleva su perfil amoratado.

 

Mío Cid, al galope desplegado,

por la árida meseta castellana.

En la distancia, tañe una campana...

Es un eco en mitad del despoblado.

 

El Arlanzón, cristal de fría nieve,

espejea el temblor de la alameda…

En lontananza, Burgos se conmueve.

 

En la callada soledad del viento,

las afiladas torres se desnudan

contra el clamor azul del firmamento.

 

 

Soria

«¡Ay, lo que la muerte ha roto era

un hilo entre los dos!» (Antonio Machado)

Las sombras se deslizan por los muros

con la luna amansando el empedrado,

su balcón permanece iluminado.

Un farol parpadea en los oscuros

 

rincones de la plaza. Se estremecen

los árboles rozando los tejados.

Los luceros tiritan desolados

y en silencio las calles anochecen.


Don Antonio se asoma a la ventana

partido el corazón en su mirada;

la muerte se ha parado ante su puerta.

 

A golpes de tristeza la mañana

alumbra tras los montes. Desmayada,

la ciudad junto al Duero se despierta.

 

 

Toledo


Toledo es un rumor en el trasfondo

de voces ondulando los tejados.

En el cielo de la tarde, acompasados,

los pájaros planean en redondo.

 

Fluye el Tajo encajado en lo más hondo

por entre terraplenes escarpados.

En el aire, los cielos despejados

sobre un inmenso páramo sin fondo.


Contra un sonoro crepúsculo de gloria

se elevan las agujas de sus torres

oteando el ensueño de la historia.

 

La ciudad encadena los balcones

en sus estrechas calles de costado,

acunando la luz en sus rincones.

 

 

Sevilla

 

En Sevilla, encendidos resplandores.

Virginal despertar a la esperanza.

La claridad azul en lontananza

airea jubilosa en sus albores.

 

Clarines de sonoros resplandores,

tarde de toros en la Maestranza.

El ocaso, en la punta de una lanza,

desteñido de sangre entre las flores.

 

Una soleá arranca incandescente,

se enrosca enronquecida en la garganta,

palpita en la blancura de un encaje. 

 

Y Sevilla relumbra en la corriente,

en su cielo nocturno se agiganta

adormecido el río en el paisaje.

 


Badajoz

«España es tierra y cielo nada más. Estoy en los pastos de las llanuras

extremeñas. Detrás de mí se alza Badajoz». (Waldo Frank)

 

La ciudad se expandía junto al río

desplegado el perfil del horizonte,

apenas se podía ver un monte.

El alba era un profundo escalofrío.

 

El campo en la distancia amanecía

en el ancho clamor de la mañana,

aquietadas las aguas del Guadiana

en los inicios íntimos del día.

 

La Alcazaba enfajaba la montaña

enfrentada a los aires peregrinos.

La ciudad despertaba su memoria.

 

Bajo los cielos más altos de España,

Badajoz era un cruce de caminos

despejado el olvido de la historia.

 

 

Cáceres


Y Cáceres, blasón de Extremadura,

desvela silenciosa su pasado

en granítica piedra cincelado...

Alborea entre calles de herradura.

 

El paisaje, a la vuelta de la esquina,

se despliega sinuoso por las lomas.

El aire, suspendido en sus aromas,

transparente penetra en la retina.

 

En lo alto se recorta una veleta.

Detrás de un muro asoma un limonero

embriagando la luz con su fragancia.

 

La ciudad amanece recoleta

en el ovillo de su callejero.

La primavera invade la distancia.

 

 

Segovia

«...más lejos Segovia, en una inmensa llanura amarilla...» (Pío Baroja)

 

Sobre las altas torres puntiagudas

se amorataba el cielo, anochece.

El temblor de la noche palidece

en el silencio de las calles, mudas.

 

La ciudad es un barco que navega

sobre la piel reseca de Castilla:

un mar de tierra ondulada y amarilla.

La meseta en las lomas se despliega.

 

Relumbra el Acueducto frente al alba.

La mañana ilumina los tejados

y a los muros de piedra se encarama.

 

El Alcázar, teñido por el malva,

respira vertical por los costados.

Al fondo se divisa el Guadarrama.

 

 

Ávila

 

Ávila en la quietud de la meseta. 

Murallas de silencio y de granito.

La llanura impregnada de infinito

respira en el temblor de una veleta.

 

La tarde suspendida y recoleta.

El amado en amores exquisito.

Cuando el instante roza lo inaudito,

al pecho le traspasa una saeta.

 

La ciudad se adormece junto al río.

Los álamos al viento se desnudan.

La distancia es un puro escalofrío.

 

Ávila se despliega soterrada,

alcanzada en la hondura del silencio

la unidad esencial inalcanzada.