Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 73 – Invierno 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Salvador y Golden

(relato de otoño mitad realidad, mitad ficción)

 

Pongamos una mañana soleada de otoño. Pongamos un paseo largo que transcurre bajo la sombra de unos plátanos centenarios. Pongamos, en dicho paseo, a tramos, unos bancos de madera con su respaldo, sus patas de hierro forjado y, de momento, vacíos porque empieza a calentar el sol y aún no apetece sentarse. Sigamos poniendo, en los espacios entre bancos, faroles fernandinos y algunos candelabros de cuatro brazos, también fernandinos, pero éstos en menor cantidad que los primeros y distribuidos, estratégicamente, marcando las cuatro esquinas de las calles que cruzan el paseo; ya he dicho que es largo y alguna calle lo ha de cruzar. Situemos algunas fuentes dieciochescas, en ambos lados del recorrido, pocas, pero monumentales, alguna solo monumentalita para no recargar demasiado la escena.

A este escenario, ya montado y con el permiso del respetable lector, solo le queda añadir paseantes: jubilados y jubiladas, turistas de todas las etnias, empleados de la limpieza con sus carritos y... cómo no, pongamos que es sábado, por lo que hemos de añadir parejas o desparejados y desparejadas con niños, muchos niños y niñas corriendo y jugando por el paseo. ¿No es delicioso oír la algarabía que forman? Para mí, música celestial.

A efectos de sonido y ya habiendo puesto algarabía infantil, añadiremos el crujiente ¡cras, cras! de las pisadas sobre la alfombra amarronada y ocre que forman las hojas de los árboles. Recuerdo que estamos en otoño y hemos puesto plátanos en el lugar.

Ahora sí que tenemos la escena preparada. Dispongámonos pues para observar lo que el destino y la vida nos depare.

¡Arriba el telón!

Vista general de la escena ya descrita.

¿Esa música? No la habíamos previsto... ¿Aullidos? No, no..., es como un canto, un poco estridente, eso sí... Acompaña a la música... Tampoco habíamos previsto esto... O sí...

Vamos acercándonos hacia esa música, cada vez suena más y el «cantoaullido» que de vez en cuando la acompaña.

¡He aquí los personajes más importantes de esta obra!

Sentado en uno de esos bancos que habíamos puesto al principio en el paseo, vemos al músico; toca en un saxofón la melodía que oíamos. A su izquierda, a sus pies, el «cantor», un precioso golden retriever que al oír determinados compases levanta su cabeza, escucha a su dueño y «canta»... Bueno, «aullocanta».

Un músico y su perro.

¿Y qué tienen de particular un músico que toca en la calle y un perro?

Pues eso, que tienen nombre e historia.

Les presento: Salvador, Golden y aquí los lectores.

Salvador, un hombre de unos cincuenta y tantos largos o sesenta años. Toca un saxofón.

Golden, su compañero, once años de perro, que es decir viejecito. Acompaña y «aullocanta», aunque a veces está cansado y no le apetece hacerlo porque tiene sueño o está esperando a la señora María, que le trae un tentempié de jamón de york todas las mañanas y no quita ojo al lugar por donde vendrá.

Están juntos desde que era un cachorro y se quieren como sólo se pueden querer un perro y su amo (un amo como Dios manda).

Pongamos que Salvador tocaba el saxofón en una orquesta. Tenía una buena posición económica, una casa... y a Golden. Golden, que se sentaba a sus pies para oírle en los ensayos. Golden, que un día, al sonar determinados compases, aulló, y lo hacía siempre desde aquel momento, cuando los oía de nuevo. Golden...

Pongamos un pero, siempre hay uno cuando todo va bien. Según las Leyes de Murphy, eso es matemático.

Pero pongamos que Salvador cayó enfermo, tanto que sus continuas bajas laborales hacían imposible que pudiese seguir trabajando y fue jubilado antes de tiempo. A partir de ese momento su vida cómoda cambió. El sueldo de la jubilación no le llegaba para todos los gastos; perdió su casa, tuvo que buscar una de alquiler que fuese barata, pero aun así andaban justos, más bien escasos a fin de mes. Más de uno conocemos casos similares, ¿verdad?

Pongamos que Salvador es un hombre valiente que no se deja abatir por las dificultades y tiene a Golden, no, no está solo. Golden, Golden, que «canta»... Él, que toca el clarinete... ¿Por qué no? Otros lo hacen.

Y un día lo deciden, van a ir a pasear por el paseo que colocamos en escena al principio de esta historia. ¿Se acuerdan? Van a ir los dos, como todos los días desde hace años, a pasear por ese paseo. Salvador va a llevar su saxofón, bien estuchado para protegerlo. Ese día, después del paseo matutino, Salvador se sienta en uno de esos bancos de madera con las patas de hierro forjado. ¿Se acuerdan? Ahí están. Abriendo el estuche toma el instrumento en sus manos y deposita ese estuche a sus pies, cuidadosamente abierto, a la derecha. Golden, también a sus pies, tumbado a su izquierda. Nunca había tocado en la calle, es la primera vez, se siente un poco nervioso, pero él no pide limosna... Él ofrece su música, y si a los paseantes les gusta y le echan unas monedas, van a ser un alivio para los dos.

Allá van los primeros compases, cierra los ojos para sentir más su música y, quizás, para no pensar que está donde está sino con sus compañeros de la orquesta, en un concierto, pone todo su corazón en ello y las notas se extienden por el aire de ese paseo y llegan a los oídos de los paseantes y algunos se paran a escucharlo y de repente: ¡auuuu, au, au, aquí!

Es Golden, Golden, que ha escuchado los compases que le invitaban a cantar cuando Salvador ensayaba y está acompañándolo. ¡Querido Golden! El músico abre los ojos y ve muchas personas escuchándolo y sonriendo a Golden, repite los compases y Golden se arranca de nuevo. La gente aplaude y echa monedas en el estuche del clarinete, algunos se acercan y acarician a Golden, entre ellos la señora María, que lleva un paquetito con unas lonchas de jamón york que acaba de comprar y le da unos trocitos.

Golden se relame, le saben a gloria y sabe que su canto ha gustado y se siente orgulloso, feliz y dispuesto a hacer los bises que hagan falta, si después hay un premio tan rico.

Salvador, emocionado, da las gracias a su público y sigue tocando. Cuando terminan su pequeño concierto, a la señora María ya no le queda jamón, pero no importa, porque irá a comprar más y volverá mañana para escucharlos. Hoy van a tener comida especial y si esto sigue así, piensa Salvador, podremos pagar el alquiler y aún quedará algo.

Desde hace diez años, Salvador y Golden dan su pequeño concierto todas las mañanas, en el mismo paseo y en el mismo banco, y sigue la señora María llevándole a Golden su jamón de york. Y desde hace diez años, Salvador puede completar su pensión y pagar el alquiler y cuidar de Golden, que se está haciendo viejecito.

Pongamos que hablo del Paseo del Prado.

Pongamos que hablo de Madrid.