Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 73 – Invierno 2024
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Un océano de por medio y la luna que nos une



Esta mañana fría de invierno nos sorprende en el aeropuerto. Casi sin pensarlo se fueron dando los hechos que nos trajeron hasta acá. Prontos para el embarque, con todos los trámites hechos, sólo nos queda el beso de despedida y el ojalá podamos vernos pronto.

¿Fue una decisión apresurada? ¿No había otra alternativa? Creo que no lo pensamos demasiado. El único dato era el hecho de que su maleta repleta de ropa liviana contrastaba con la ropa que nos cubría y nos separaba. Casi no hablamos, nos tomamos de la mano y allí esperamos la partida. Los ojos aguados, apenas una sonrisa, la respiración agitada fue el preámbulo de lo que tendría un final marcado.

Nos habíamos reencontrado luego de un corto período de alejamiento. Juntos hicimos la secundaria y nos unió el gusto por las letras. El compartir momentos de lectura, comentario, libros comprados en la feria, horas en la Biblioteca Nacional nos fueron acercando. Muchas cosas para decirnos, un mundo para descubrir.

Las carreras que elegimos nos separaron. No sé por qué elegiste odontología si habías hecho bachillerato de humanística. Cosas raras del mandato social. Cada vez nos vimos menos. Vos frente a bocas abiertas y yo letras que bailaban en los libros. Luego de unos años, casualmente nos encontramos en una fiesta. Estabas lindo, tus ojos brillaban ese verde tan intenso que los colorea. Tu camisa impecable, posiblemente preparada por tu madre, artista en dejar inmaculada la ropa blanca, tu traje oscuro me atrajeron de tal forma que mi mirada castaña se posó en vos y no pude despegarla. Te pasó lo mismo. Mi vestido negro, ajustado al cuerpo, mi cabello recogido en un moño, mi cara maquillada (algo que nunca habías visto), mis tacos muy altos te sorprendieron. Sorteando las mesas ocupadas llegaste hasta la mía. Allí el abrazo intenso. Me fascinó tu perfume, me mareó.

—¿Cómo estás? ¡Años sin vernos!

Fue la frase que nos reencontró. Cursi, elemental. Pero qué vas a decir en un encuentro tan casual, tan inesperado. No hay tiempo para elaborar el discurso.

—Muy bien —le contesté—, aunque estás exagerando, no hace tanto que dejamos de vernos.

—Para mí ha sido una eternidad —fue su respuesta.

—¿Te recibiste de odontólogo?

—No, no era lo mío, dejé a los dos años de comenzar. ¿Vos terminaste?

—Sí, me recibí y estoy trabajando.

Los dos estábamos dilatando la pregunta casi de rigor. ¿Tenés pareja?

La risa surgió espontánea, ya que las palabras salieron al unísono. Con la esperada respuesta: no.

—¿Aceptás que me siente contigo?

La mirada dijo todo.

Ése fue el comienzo de tantos días gastados juntos, de tantas noches de disfrute, de tantos proyectos. Vivimos con intensidad la recuperación de nuestro pasado de adolescentes, con la diferencia de nuestra madurez. No nos dimos cuenta de que habían pasado muchos años y de que la vida nos había cambiado.

Nada era imposible de cambiar. Sólo faltaba la decisión. La convivencia plena. La idea de tener hijos no pasaba por su cabeza. Le resultaba difícil hacerse cargo de esa decisión. En cambio, yo sí lo quería.

Un día descubrí el porqué de su negativa. Gran parte de esos años los había vivido en Suecia. Volvió a buscar a su madre, única familia que quedaba acá, y fue necesario su regreso. Nunca pensó en ese encuentro que le postergaría su vuelta.

—Mi madre es muy mayor y quiere vivir con sus hermanos, que hace años que no ve. En realidad, vine a buscarla. La que me retuvo fuiste tú.

—Me lo hubieses dicho desde que nos encontramos. Tus palabras, en este momento, cambian todo lo que me imaginé.

—Es que no quería perderte de nuevo, por eso postergué mi decisión de volver —me contestó.

—Sería muy egoísta de mi parte decirte que te quedes conmigo.

Preparamos la despedida, mi posible ida posterior. La tecnología nos permitió estar cerca y contarnos qué nos estaba pasando. Pero el amor a distancia se va desgastando. Las brasas se vuelven cenizas.

Un día le conté que me había casado, que tenía una familia. Al poco tiempo me dijo que estaba en Pontevedra, cuidando a su madre, y que también se había casado y tenía un hijo.

Las palabras siguieron cruzando el océano, junto con la luna que pasaba por su casa, redonda, inmensa o transformada en una cuna. Llegaba a mi ventana y me decía cómo estaba él, que me extrañaba.

Unos meses antes de la pandemia, la vida nos encontró nuevamente solos, pero con un océano de por medio. Las alas de acero lo trajeron nuevamente. Pero ya no éramos los mismos. Sólo nos acercaban los recuerdos. Nos separaban treinta años y treinta kilos más en el cuerpo.

Esta mañana fría de invierno nos sorprende en el aeropuerto. Casi sin pensarlo se fueron dando los hechos que nos trajeron hasta acá. Prontos para el embarque, con todos los trámites hechos, sólo nos queda el beso de despedida y el ojalá podamos vernos pronto.