Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 71 – Verano 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Aquel día me vio llorando. No me preguntó lo que me pasaba, mi abuelo era mago y lo sabía todo. Metió la mano en su bolsillo y sacó un pañuelo para secar mis lágrimas. Luego, me sonrió, llevó su dedo índice a sus labios para pedirme silencio y volvió a meter la mano en su bolsillo. Entonces la vi por primera vez, me llamó la atención su color blanco que contrastaba con la piel morena de la mano de mi abuelo. Tenía la forma de una lágrima muy gorda, pero si la girabas era como un pequeño corazón blanco al que nunca le llegó una gota de sangre.

Mientras la miraba, mi abuelo cerró la mano ocultando la piedra, la apoyó en su corazón y alzando la voz dijo unas extrañas palabras.

—Si le blasha al vesre, te rada doto lo que le daspi.

Mis ojos se abrieron como platos y dejé de llorar. Pensé que mi abuelo se había vuelto loco. Él me miró por encima del cristal de sus gafas y de nuevo con voz solemne dijo:

—Si le hablas al revés, te escuchará y te dará todo lo que le pidas, si es bueno para ti.

Yo miré la piedra. Su color blanco intenso y su forma de corazón le daba un aspecto mágico. Su superficie era lisa, llena de poros, y sus bordes muy redondeados y sin aristas. La cogí en mi mano, no estaba fría y su tacto era suave.

—A partir de hoy es tuya, habla con ella todos los días, cuéntale todo lo que te haya pasado, lo que te preocupe, ella te escuchará aunque no te conteste con palabras, a Dios se le olvidó hacerles la boca. Sólo tienes que hablarle al revés, para que te entienda.

La miré de nuevo, la sostenía en la palma de mi mano, cerré mi puño, e imitando la voz de mi abuelo, hablé al revés como él me había enseñado.

—Roquie cercre rapa que mi nomaher no me mella Tegope.

Los dos reímos. Desde aquel día, todas las noches, antes de dormir, cuando nadie me veía, hablaba al revés con mi piedra. Le contaba lo que hacía en el colegio, lo que discutía con mis amigos, a lo que jugábamos en los recreos, las notas de los exámenes... Mi piedra siempre me escuchaba. Incluso cumplía mis deseos, aunque yo siempre procuraba cumplir con las normas que me dio mi abuelo.

—Recuerda tres cosas —me repetía cada vez que hablábamos en secreto de la piedra—: el deseo debe ser bueno para ti, nunca pidas dos deseos el mismo día, ni tampoco que resucite a alguien que murió; si lo haces, volverá a ser una piedra vulgar, sin ningún poder.

Cuando cumplí trece años, era más alto que mi hermano mayor y jugaba al baloncesto en el equipo del instituto, y ya nadie me llamaba Pegote. Yo seguía guardando mi piedra y hablándole por las noches al revés, como me había enseñado el abuelo.

Recuerdo un día en que le conté que había conocido a Mariví. Nos cruzamos a la salida de clase. Ella iba con dos amigas. Me dijo hola, yo me puse rojo como un tomate y me quedé callado. También le dije que me daba rabia cuando la veía hablando con Carlos, el guaperas del curso. Mi piedra me escuchaba atenta, callada, caliente. A veces incluso me pareció verla sonreír, como el día en que le conté que Mariví me había preguntado mi nombre y empecé a tartamudear. Aunque el día en que la noté más caliente fue una semana después, cuando le confesé que la invité al cine y que al despedirse me dio un «sobe en los biosla» y el tiempo se paró.

Pero la piedra no siempre me hacía caso. Durante un mes le estuve pidiendo todas las noches que mis padres me compraran una bicicleta de carreras. Al final me aburrí de decírselo y estuve una semana sin hablarle. Otro día le pedí que el Atleti ganara la final de la Copa de Europa frente al Bayern de Múnich. Tampoco me hizo caso. Yo pensé que no lo hizo porque mi abuelo es del Madrid y no le gusta mucho cuando gana el Atleti.

Una tarde, al volver del instituto, encontré a mamá llorando. El abuelo estaba en el hospital. Se le había parado el corazón de grande que lo tenía. Estaba intubado y una máquina le ayudaba a respirar.

Aquella noche no dormí, la pasé con mi piedra cerrada en mi puño. Recordé las palabras de mi abuelo y las normas que hasta ahora siempre había cumplido.

Cuando me desperté, oí a mi madre llorando en silencio. Me miró y me abrazó con más fuerza que nunca. No me dijo ninguna palabra. Apreté la piedra que llevaba todavía en mi mano, se había vuelto fría y áspera, era sólo una piedra.