Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
71 – Verano 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

“El abuelo de mi padre, mi abuelo, mi padre y yo (...) Si me llaman ahora a las salinas, me iría (…), porque eso lo lleva uno en la sangre... Mi padre, mi abuelo, yo... lo llevo en la sangre... Y como yo sé aquello cómo va... Ahora... ya lo sé.” (Salvador Andréu Aracil, el Carral)
Las salinas son en Torrevieja la referencia más indiscutiblemente identitaria para la población local. Pese a la actual heterogeneidad social del municipio, continúa siendo el principal distintivo de lo autóctono, aunque las orillas de la laguna Grande se comparten también con San Miguel y Los Montesinos, históricos centros de mano de obra para las muchas faenas de la sal. A su memoria salinera se refieren todavía con orgullo los torrevejenses para hablar de la particular genealogía que los une a esta industriaa través del padre, de un tío, del abuelo, cuando no de varios miembros de la familia a la vez.
Las salinas. Tan cerca y sin embargo tan lejos de la ciudad. Ahora se perciben como excepcional espacio de valor ambiental, pero la laguna ha sido en la historia un lugar de trabajo. Un espacio unitario articulado en diferentes ámbitos que ha generado una cultura y un léxico común. Como explican Pujol y Calvo (1997:73-74), comparte con otras salinas reminiscencias semánticas del mundo agrícola (las eras, el grano,la cosecha, manejero, garbera, gleba, melga), pero medio natural y humano diversifican en cada explotación los términos en los que se expresa el pequeño universo salinero y Torrevieja tiene también su especificidad.
Cientos de trabajadores fueron forjando con el tiempo una cultura asociada a la actividad salinera que se ha transmitido impresa en la toponimia y en lugares comunes (las Balsas, el Camino de la Casa de Máquinas, la Isla, la Mota, el Sequión, la Redonda, la laguna Grande); en los nombres de la sal (la madre, la gransa,la parpalla, las bolas, blanda, de fondo,vieja,roja, del sero anchoa); en la organización del trabajo (fijos, temporeros, la colla, listero, manejero, viero, palero,agregao a bordo); en la maquinaria y herramientas de trabajo (trenes, el rache, rastro, capaso, la percha, la pica, la mora o la canoa, el pájaro, las torres); incluso el sobrenombre con el que un salinero conoce y es conocido en el grupo, el apodo. A ellos se le atribuye una idiosincrasia si no propia, al menos diferenciadora del resto. Pocas imágenes hay más típicas de la Torrevieja de los años 70 que la de un salinero yendo en bicicleta o en moto a trabajar.
La transformación socioeconómica del municipio con su especialización turística y los cambios producidos en la industria salinera han diluido la importancia de la actividad para la población y desvanecen su memoria. Conservar la que todavía mantienen los trabajadores de la sal es uno de los objetivos de un estudio en proceso de elaboración que intenta recoger un amplio muestrario de los términos con que los salineros han entendido su trabajo y su mundo. Un estudio centrado en la realización de entrevistas directas a trabajadores ya jubilados de las tres poblaciones que rodean la laguna Grande donde es su experiencia cognitiva la que enriquece definición y contexto de cada palabra.
Un breve recorrido por algunas de ellas es la base de este artículo, que tuvo su presentación el pasado mes de mayo en el VI ciclo de conferencias «Lagunas de Torrevieja y La Mata» organizado por la asociación Ars Creatio.
1. Las salinas y el pueblo
Con la industria de la sal fue desarrollándose Torrevieja a lo largo de su historia. Ha sido ante todo un trabajo de hombres, sí. Pero todos sus habitantes, hombres y mujeres, han vivido pendientes del devenir de esta actividad tan ligada a su sustento. Hasta los años 70 del pasado siglo las salinas, término que engloba tanto el lugar donde se obtiene sal —medio natural— como las instalaciones donde se procesa para su transporte y comercio —medio industrial—, articulaban la vida de la población.
«A la una sonaba el pito de las salinas y mi madre siempre decía: hora de echar el arrós», recuerda Lola escuchar cuando era niña desde su casa de la antigua calle del Poso (hoy Diego Ramírez). Eran los primeros años 50.
La extrema dependencia de un elevado porcentaje de torrevejenses del trabajo y de los sueldos que ofrecía la empresa arrendataria, siempre presente en la población con el nombre de la Compañía, estaba directamente relacionada con la eventualidad de unas campañas sujetas a las necesidades de la producción y al azar de la meteorología. De manera secular en cada una de ellas se trabajaba la cosecha de sal y su acarreo, o se esperaba el cuaje para poder trabajar. Para los salineros la laguna es el charco, en ocasiones se refieren a ella incluso comola charca.
La expresión «gente pal pueblo» ilustra la dualidad de su relación (muchas veces su frustración) con las salinas y con la población. El pueblo es otro espacio, otra vida, y entre el pueblo y las salinas el salar marca la transición entre el mundo laboral y el de no trabajo, que la mayor parte del tiempo solía ser de búsqueda de faena. La proximidad a la explotación salinera perfiló pronto la formación de un barrio, el del Sequión (o Acequión), que fue creciendo con familias de salineros. Ha sido un barrio eminentemente ocupacional cuyo límite sigue todavía marcado por el histórico canal del siglo XV que conecta el mar con la laguna Grande. Al fondo de las viviendas de planta baja, el paisaje se perfilaba con las montañas de sal, las garberas o montones, sinónimo de salario para sus habitantes.
Las mujeres, perfectas conocedoras de los procesos productivos y del funcionamiento de la empresa a través de su experiencia como hijas, esposas, madres y hermanas, no sólo eran partícipes desde sus casas o desde la calle del trabajo de los hombres, lo anticipaban con precisión.
“Cuando venía un barco yo oía en mi casa... Mi madre, que se asomaba, y veía pasar el barco (y decía): Hoy tenemos pa tres semanas, pa cargar el barco... El barco, según lo grande que era, las mujeres ya decían: tanto tiempo van a estar descargando, porque mi padre trabajaba mientras había un barco. Cuando no había barco, no trabajaba. En todos los que estaban en las barcas pasaba eso.” (Manuel Espuch Martí, el Seva).
El trabajo del salinero y sus turnos configuraban la vida doméstica.
“Mi padre... a lo mejor tenía el turno de mañana, y se levantaba a las cinco pa entrar a las seis. Cuando él venía de su turno y tenía que volver, a lo mejor a echar horas extras, tenía una especie de canción pa que mi madre ya lo entendiera. Desía: ale, venga; ale, venga; ale, venga, que me voy. Y ya sabía mi madre que tenía que preparar la comida.” (Antonio Pérez Boj, el Peres).
Foto 1.- Carnet de salinero. Cedida por Antonio Pérez Boj.
Las horas reglamentarias se podían prolongar con los redobles, horas extraordinarias que se añadían a la jornada laboral convencional para rascar algunas pesetas más a los bajos salarios.
“(...) le llamaban los redobles, que ibas por la mañana y luego por la tarde. La gente redoblaba mucho, y aquello costó mucho quitarlo porque la gente ná más que quería...” (Antonio Martínez Sánchez, el Cabesote).
Las pequeñas estrategias de la unidad familiar para buscar rentas con las que comer en casa eran variadas:
“Cuando trabajaba en las barcas yo le llevaba la comida a mi padre en un capaso. Que la comida no se veía en el fondo de lo grande que era el capaso. ¿Por qué? Porque cuando iban a bordo, lo que quedaba por los barcos lo cogían... Hay que decirlo tó... Y el capaso que llevaba mi padre pesaba más de 100 kilos que llevaba to los días... Se ganaba poco y luego que a lo mejor se tiraban 6 meses que no trabajaban porque, como no venían barcos, las salinas... no es como ahora que duran to el año...” (Francisco Moya Torres, el Moyi).
En las múltiples faenas de la industria salinera se definía la identidad del trabajador. Antonio Pérez Boj y Antonio Martos Manzanaro han elaborado una lista de apodos salineros contemporáneos. El Moncallero, el Baldi, el Homogono, el Lesmes, el Taminini, el Maño, el Ojampios, el Curica... Compuesta por más de 150 sobrenombres, ambos salineros destacan la existencia de auténticas sagas de obreros y la coincidencia de varias generaciones de una misma familia trabajando de forma simultánea en las salinas: los Gavilanes, los Liebres, los Lunas, los Materos, los Mochuelos, los Pértigos, los Pijotes, los Saúrdas... En los fragmentos destacados de las entrevistas surgen también motes ya desaparecidos que sólo se conservan en la memoria de los mayores: Domingo el de los Baños, el Bailarín, el Arnao, el Tío Pepe el Chimenea, el Rojo el Pericaso, el Sordo, el Tío Olla, Eusebión...
2. Oficio y herencia. La lista.
Una constante en la explotación salinera torrevejense ha sido el componente dinástico del trabajo y su fuerte carácter patrimonial. Ser salinero se heredaba, ya fuera por línea masculina o femenina. A menudo por ambas. Padres, tíos, abuelos o hermanos eran tradicionalmente conectores de nuevos trabajadores para la empresa salinera. Ana Meléndez (2020) señala: «...algunos seguían la tradición de longevas estirpes (…) entrar a trabajar en las salinas como sus padres era casi como un derecho no escrito. Salvador, que cierra la cuarta generación de salineros, cuenta de su padre, José Antonio Andreu Moya, el Arnao, que con unos ocho años ya comenzó su vida laboral en las salinas».
En ocasiones, padre e hijo trabajan juntos en el mismo puesto, sobre todo en faenas que exigían mayor nivel de coordinación. Trabajar con el hijo, personal principiante, trasladaba al padre las tareas de enseñanza y de control del trabajo del salinero más joven.
“(...) Yo pasé al cable con 18 años, estaba de atracador. Las barcas las dejaba pasar, las iba sacando pa que las cogieran los barqueros pa llevarlas a la máquina, y las que venían de carga se metían a la carga. Yo estaba en los vacíos... en la carga de... en el vacío, pero, otra pareja... Yo estaba con mi padre. Pero otra pareja que eran un padre y un hijo también, estaban en los cargaos. Ellos metían la de los cargaos” (Vicente López Quesada, el Parranca)
Atraídos por las necesidades de mano de obra numerosa, las faenas de la sal se convirtieron pronto en destino inevitable para los más jóvenes. El oficio formaba parte del patrimonio transmisible familiar. Para muchos torrevejenses, lo único que podían dejar en herencia.
Ha sido costumbre centenaria la existencia de una lista donde se apuntaban los nombres de los descendientes desde pequeños para garantizar otro trabajador a las salinas.
“Era la misma lista que había tres preferencias. También cuando moría un padre en activo podía entrar el hijo, tenía preferencia para entrar aunque no estuviera en la lista. Que fue mi caso. Mi padre murió en el 73 y a primeros del 74 ya estaba yo trabajando. Mi padre estaba en la química, y ya, cuando murió, entré en la química.” (Antonio Martínez Sánchez, el Cabesote).
“Antes había unas listas en que los padres apuntaban a los hijos. Una tradisión. Y los hijos iban entrando por orden de antigüedad. Los apuntaban muy jóvenes. Mi padre creo que me apuntó a mí cuando tenía 6 años.” (Antonio Pérez Boj, el Peres).
Facilitaba el ingreso, pero no era indispensable para entrar a trabajar.
“Fuimos tres y pedimos trabajo. Que estaba allí el tío Pepe el Chimenea, que era como la guardia sivil, lo preguntaba tó. Y me dise: Tú ¿de quién eres? Del Tío Rojo el Pericaso. Dise: ¿Pero tú eres del Rojo el Pericaso? ¿Pero tu padre sabe que estás aquí? Porque mi padre estaba trabajando. Y digo: Mi padre no sabe ná. Y dise: ¡Martos! ¡Llévate a éstos por ahí que se enseñen! Y nos dio una pala a cada uno y nos pusimos a enseñarnos a tirar agua. Estuvimos dos días sin cobrar y a la semana siguiente nos daban medio jornal. Pero dos pesetas eran dos pesetas. Y cuando iba con el sobresico, mi madre me daba dos o tres besos. Porque había mucha hambre entonses, eso las madres lo hasían mucho”(Antonio Vera Muñoz, el Rojo).
Desde los años 80 del pasado siglo, las sucesivas reducciones de plantilla en la empresa y el desarrollo económico de la población con el sector turístico acabaron con esta práctica laboral consuetudinaria. Lo habitual en las incorporaciones de nuevos trabajadores era contar con formación y titulación específica previa.
“Esa lista era como tó... Yo entré por mi padre y entré por mi oficio... Yo tenía mi titulación y como se jubilaba el tornero pues... yo entré como tornero... directamente al torno. Yo estudié ese oficio, con mi titulación, y directamente (fui) al torno” (José María Andreu, el Cano).
Esta lista de candidatos a salinero no era sin embargo la única. Una segunda acepción hacía referencia a la lista en relación a los temporeros en paro disponibles para realizar tareas ocasionales. De estar o no incluido en ella dependía el sustento de muchas familias torrevejenses.
“(...) el encargao mandaba a un chicón, al Chicha y a Antoñito Sala y Paquico el Cura..., los tres chicones que entraron después que yo. Esos iban... Les desía Iborra, que era entonses el encargao en molturasión: Ves a la Casa del Pueblo y apunta del 10 al 18 pa las piedras. A la Casa del Pueblo iba el Chicha o el que fuera y ponía: Piedras, del 10 al 18. Y tú ibas o mandabas a tu mujer o mandabas al chiguito: mira a ver hasta qué número va. Dise: Papá, va del 18 al 20 pa tal sitio y... Ah, el 20, pues me toca. Que tengo el 22... Pues hoy no trabajo. Hoy, a coger ensalá. Como llovía más..., la ensalá de campo. ¿Sabes lo que es? Pues ibas a coger serrajones, bleas, matas..., to eso” (José Ribera Rubio,el Ribera)
3. De pajillero a pinche. Aprendizaje y socialización.
Los salineros recuerdan que la edad de ingreso a las salinas como trabajador rondaba los 14 años. Era el destino lógico de los hijos. Habituados desde pequeños a la explotación industrial a través de las entradas breves pero frecuentes con encargos de casa como llevar el capaso del almuerso, la adolescencia marcaba su paso como trabajador, como chico.
El chico valía para pequeñas tareas en tierra y en la laguna. Hacía de recadero o mandadero, por ejemplo llevando agua a los trabajadores, recogía pequeños objetos de los montones de sal, vaciaba de agua los trenes o barcazas o señalizaban con estacas el tajo de arranque de la máquina extractora. Eran las faenas iniciáticas de los menores, trabajos para los que no se necesitaba habilidad especial ni conocimientos previamente adquiridos, muy útiles para la adquisición de experiencia.
Los tiradores de agua hacían su faena en la laguna:
“Cuando empezábamos teníamos que ir los chicos que éramos con las palas a tirar el agua de los trenes..., a las tres de la mañana..., con un frío que hasía que cortaba las palabras... Y eso un día tras otro... Cuando se metía viento de levante o de poniente o tal, el agua saltaba. Como iban los trenes muy cargaos..., que lo desían los jefes... Pero claro, cuando entraba viento fuerte, ¡pum! A pique. Y tenía que ir uno tirando el agua” (Antonio Vera Muñoz, el Rojo).
También los pinches trabajaban en el charco noche y día con la pata al agua señalizando la línea de extracción.
“Clavando estacas... la máquina iba por aquí y tú tenías que clavar la estaca en el corte de la sal pa que la máquina se guiara, y pa que el timonel viera de noche las clavábamos pintadas con reflectante de ése. Tenía que ir delante a recoger la que venía, y luego irme atrás corriendo a clavarla atrás y otra vez p'allá... Así... Era un trabajo... Todo el día así. Y en pleno invierno te calentaba ¿eh? Frío no teníamos. Era un trabajo de no parar en toa la noche. Pum, pum. Coge y ponla. Coge y ponla” (Antonio Vera Muñoz, el Rojo).
En tierra, los menores trabajaban de pajillero.
“Eso era tener un capaso y ir por el montón quitando brosas, y... pedasos de palo, pedasos de caña, latas de sardinas... que entonces se comían muchas sardinas en conserva porque estaba barato aquello, y los hombres lo tiraban... Y luego la sal lo recogía tó y había una criba que aquello lo apartaba y yo lo recogía. Pero estuve un mes o poco más arriba del montón del tó y recogía aquello... Y estuve... un mes o así estuve. Pero me echaron porque no tenía 14 años aún, y al otro año no hubo salinas” (José Conesa Pérez, el Conesa).
María Ángeles Pérez Jiménez, en su tesis doctoral sobre Aspectos económicos, sociales y culturales de la industria salinera en Torrevieja, habla del método de socialización desarrollado por la comunidad de salineros como fruto de un conjunto de factores como la herencia cultural histórica, y dice que la misma no acaba en el grupo familiar (1998: 375-376). En efecto, los jóvenes, en su mayoría adolescentes, pronto sustituían la familia de sangre por el medio ambiente laboral como medio socializador.
“Cuando yo entré en el taller eléctrico estaba Manolo Valero, que era muy fuerte, y cariñosamente los más jóvenes le llamábamos el Monstruo, porque era fortísimo (…) Allí prácticamente, siempre digo que fue mi segunda casa. Y los compañeros que entonces eran gente, para mí mayores, eran gente de cincuenta y tantos años y para mí eran mayores. Y aquello fue mi segunda casa, la verdad. O sea, me eduqué entre mi casa y aquella gente mayor del taller eléctrico... Entonces las relaciones eran diferentes, había un respeto por la gente mayor... El mismo trabajo también era diferente, era como más familiar entre nosotros, y de aquella época tengo muy buenos recuerdos, me acuerdo de todos mis compañeros, que algunos ya... ya no viven” (Antonio Pérez Boj, el Peres).
Con los compañeros más cercanos, se mantiene una relación socialmente más estrecha. Con ellos se trabaja a diario en una misma sección en el taller, en la colla, en el secao, en el empaquetao... y con ellos se comparte la vida en las salinas.
“Y aún en la época nuestra, hasta que vino la Solvay y todo aquello, lo que era el trabajo en las salinas éramos como muy familiares. Cuando a alguno se le hacía tarde íbamos a llamarlo (...) En el taller eléctrico a Visente el Cordeles se le hacía muchas veces tarde en el turno de mañana. Él vivía en la calle Campoamor, en una casica baja que tenía la ventana allí bajo. Y íbamos a llamarlo, nos poníamos a cantarle: ya son las seis de la mañana... Y decía: Ya voy, ya voy...” (Antonio Pérez Boj, el Peres).
También surgen los ritos de paso para el ingreso y la aceptación en la estructura grupal. Destaca Pérez Jiménez que caerte por primera vez en la laguna Grande te convertía en salinero y se celebraba con una convidá al resto de compañeros (1998:376). Era un bautismo de salmuera.
El trabajo itinerante por distintos lugares de la industria formaba parte necesariamente del período de aprendizaje de cualquier salinero y el contacto estrecho de los jóvenes con los adultos de mayor edad incluía también importantes lecciones de vida.
“Yo estuve trabajando un año tirando agua... Me acuerdo de Eusebio... Domingo el de los Baños... el Segarra... Yo los veía muy viejos. Ellos tenían cincuenta y tantos y yo tenía quinse... El chiguito era pa tó... Pero me he hecho viejo también.” (José Conesa Pérez, el Conesa).
El aprendizaje y la adquisición de experiencia determinaban la mayoría de edad laboral. Entonces pasaban a desempeñar trabajos “de fuerza”, para los que se requería importante desgaste físico, o bien otros de mayor responsabilidad.
4. Los trabajos de la sal
Las instalaciones de la industria salinera han ido conformando a través del tiempo un peculiar microcosmos donde los distintos espacios y el manejo de los instrumentos de trabajo han estructurado las relaciones laborales del salinero. Los hay de laguna y de tierra, los que trabajan en un taller, los de la química, los de carga, los de molturación... El sistema productivo se organizaba en sectores de trabajo especializado:las secciones. En el organigrama empresarial podían ser la de cosecha, de mantenimiento, de fabricación, el laboratorio, la administrativa o la comercial. Pero el salinero las concretaba según la faena: el lavadero, ir a varios, carga y pica, los molinos, las piedras, el empaquetao, las torres,talleres, el puerto o la línea de Pinoso.
Hasta 1973, cuando la entrada en funcionamiento de la línea de Pinoso permitió prolongar la extracción de sal durante todo el año, la brevedad de las campañas determinaba la existencia de dos tipos principales de trabajadores: los fijos, minoritarios, que conservaban un puesto de trabajo en la empresa salinera durante todo el año realizando sobre todo faenas de mantenimiento, y una mayoría de trabajadores, los temporeros, o temporeros de campaña, a quienes se contrataba por un tiempo limitado —a veces días—, según la demanda de mano de obra del proceso productivo en cada cosecha.
Los salineros destinados a una faena común, ya fuera en la laguna o en tierra, se agrupaban en la colla (de laguna, de calafates, la del taller eléctrico), mientras aquéllos que realizaban tareas ocasionales de diferentes tipos según las necesidades del trabajo formaban la cuadrilla de varios. Otra de las categorías grupales estaba formada por los trabajadores eventuales de las barcazas de transbordo de sal a los buques que esperaban en la bahía, era la del agregao a bordo.
“Trabajar en las barcas era de agregao a bordo, que se llamaba. Cuando venían los barcos había un grupo de personas que esos estaban fijos pa cargarlos. Pero cuando había barcos de más había unas personas agregás a eso. Mi padre estaba trabajando en el charco y después estaba agregao a bordo” (Francisco Moya Torres, el Moyi).
El paso de los salineros por distintas secciones de la industria desempeñando trabajos diferentes es habitual a lo largo de su vida laboral.
“Entré en la química. De ahí pasé pal lavadero, luego al secao, luego al empaquetao, a las torres y el charco. Me jubilé en el Charco” (Antonio Martínez Sánchez, el Cabesote).
“Cuando entré yo, entré directamente ya a la laguna, a trabajar dentro de la laguna. Estuve unos años en la extractora, luego pasé a remolcadores, a llevar las barcazas. Y al final de mi vida estuve en lo que llaman el pájaro” (Vicente Seva González, el Seva).
Aunque la movilidad laboral es alta, el periplo de oficios puede dejar trabajadores de tierra que sólo conozcan por referencia los trabajos de extracción y/o lavado en la laguna.
“Los que estaban en el charco no hacían vida con los que estaban en tierra. Cada uno tenía su misión, estaban allá y aquí pa tierra no... Era un trabajo muy diferente. Ellos en la laguna iban con los raches a cargar, cargaban, descargaban y ésa era la misión de ellos” (Manuel Espuch Martí, el Seva).
Foto 2.- Anotaciones de la vida laboral en la cartilla de salinero.Cedida por Antonio Pérez Boj.
Como medio marítimo, el trabajo en la laguna ha necesitado siempre pericia de navegación y oficios marineros de apoyo en tierra, como el de los calafates o carpinteros de ribera.
“(...) me metieron en la carpintería. Allí estuve ya... de los 16 a los 62, que me retiré. Luego dos años de paro y luego ya, listo. Siempre en la carpintería. Allá abajo en el dique, los trenes... Haciendo trenes, haciendo los remolcadores, haciendo las torres, las barcazas de la sal arreglándolas también... Hemos estao trabajando toa la vida. Unas cosas y otras... lo llevábamos tó. Éramos 15 a 20 carpinteros, calafates y carpinteros a arreglar las barcas, y luego ya, cuando empezó la mecanización lo hacíamos tó: hacíamos de encofradores, de tó, de tó... Íbamos p'acá, p'allá. A hacer encofrao, a hacer el puente de la carretera, otro puente allí bajo las salinas, las casetas de las torres... a veintitantos metros de altura, luego las escaleras..., unas escaleras que iban así p'arriba...” (José Conesa Pérez, el Conesa).
El trabajo en la máquina, en las volvedoras, en el remolcador con los raches o en un simple tren son faenas de elevada precisión donde se exige experiencia y un elevado conocimiento del medio lagunar.
“Éramos varias clases de salineros: los de la laguna, que tampoco me hables de la laguna, tengo una idea pero... los del puerto y los que estábamos en el centro. Bueno, pa echar trabajos pesaos to el mundo podía valer. Ahora, trabajar en la laguna, allí dentro del charco había que mamarlo y... y pasar la calentura... porque ibas con percha...” (José Ribera Rubio, el Ribera).
También la capacidad física determina la asignación de los puestos en trabajos de elevado desgaste como la carga para los más jóvenes, y al contrario, cuando el trabajador se encuentra en los últimos años de su vida laboral se le asignan puestos ligeros de vigilancia o mantenimiento.
“Ahí donde está Victory, que ahí había un paso a nivel, otro más pa'lante donde estaba... la fábrica del cáñamo a la calle Acarretos se llamaba aquello... Allí había otro hombre y luego la carretera. Esos estaban ahí... el Bailarín mayor, que estaba cojo, tenía una pierna... ese estaba pa poner la cadena. Otro... siempre esos puestos... gente que había estao malo que... siempre había puestos pa... menos esfuerzo físico (...) Los que estaban así, o de guardia o... siempre había sitios... Éramos mil y pico tíos, siempre había sitios... pa barrer... pa cualquier cosucha” (José Ribera Rubio, el Ribera).
Las funciones de gestión de recursos y control sobre los trabajadores son ejercidas por personal intermedio, los manejeros o manijeros, adaptación con la que se designa a los capataces que mandan una cuadrilla de trabajadores del campo (Pujol y Calvo, 1997:74), organizaban el trabajo y vigilaban la faena de los trabajadores.
“Encargaos... yo he conocío al Tío Pepe el Chimenea y a Pujol. Había uno en la parte... desimos, de la laguna... Aquí'rriba estaba el Tío Miguel el Rata, que era de aquí de la zona de tierra... Ballester era de mi quinta y cuando hicieron el puerto lo pusieron ahí pal movimiento de los vagones y de mandar al puerto los vagones que tenía que mandar... To ese movimiento era de Ballester” (José Conesa, el Conesa).
“(...) Vicente el Pulga era el encargao de las torres, esos eran encargaos... En el taller mecánico el encargao que había era un tal Garbí, que era de allá de Almería, pero el que llevaba el taller más que ná era Ángel el Nano, era el encargao del taller” (Francisco Moya Torres, el Moyi)
Con la progresiva tecnificación de las instalaciones industriales salineras, los manejeros pasaron a controlar cada una de las distintas secciones de la explotación actuando como «encargados». En ocasiones manejeros y encargaos se confunden a efectos prácticos. Por su nivel de competencia profesional cualquier manejero era considerado encargao por los salineros, si bien en el organigrama de la empresa la toma final de decisiones correspondía a los encargados. María Ángeles Pérez Jiménez apunta que los manejeros controlaban las presencias, cada mañana «pasa lista» y organiza el trabajo (1998: 216).
“Manejero le llamaban, no a los encargaos, a los ayudantes de los encargaos. Eso era el manejero. Los que manejaban al personal pa mandarlos pa los destinos, p'allá y p'acá” (Francisco Moya Torres, el Moyi).
“(...) la misión del manejero, en ausencia del jefe o aun estando el jefe, cuando no te podía atender porque estaba por otra sección de las salinas o lo que fuera, le decías el problema que tenías y entonces el manejero te decía: pues espérate que ahora viene, o dedícate a hacer esto mientras... Depende de la categoría del manejero, porque eso era a dedo también, ser manejero era a dedo y depende de qué época era, un manejero de verdad con opción a poder decir: No, déjate eso y ya..., haz lo otro, cuando venga el jefe... To eso era muy... muy volátil con relación al tipo de manejero que fueses. Hoy el manejero tiene una titulación, por llamarlo de alguna manera, y te pueden decir, pues haz esto o haz lo otro, dar orden de... lo que sea. Antes era muy elástico eso. Dentro de lo que sea, cada sección tenía un manejero, una persona que era la mano derecha en ausencia del jefe de esa sección. Eso es la definición correcta” (José María Andreu Montesinos, el Cano).
5. Trenes y capasos. Los medios de producción
La explotación en el siglo XIX pronto hizo evidente la necesidad de tecnología más compleja a la utilizada tradicionalmente en explotaciones con esteros. Fue creada ex profeso para la laguna de Torrevieja articulando un sistema extractivo propio sin paralelismo conocido.
“(...) la extracción nuestra de aquí es diferente a una de evaporación. Aquí no se evapora el agua. Lo saca la máquina por bajo. Es diferente(...)” (Antonio Pérez Boj, el Peres).
A diferencia de otras salinas aparceladas, el tipo de «explotación industrial» con cientos de trabajadores y, sobre todo, el tipo de extracción en húmedo determinó desde la segunda mitad del siglo XIX la escasa diversificación de los utensilios de pequeño tamaño. La tecnología más que sencilla elemental en las herramientas de mano, se reducía al gancho o paleta de los volvedores en el trabajo de extracción en la laguna, y al rastro y al capaso, muy empleados en gran variedad de faenas de tierra y de agua relacionadas con el acopio y el movimiento —o transporte— de sal, en especial por los apiladores.
“...cuando nosotros entramos (a trabajar en las salinas) estaba to especializao. Estaban los mecánicos..., estaban los carpinteros, que tenían sus herramientas... y los que íbamos a trabajar, pú, quitao el capaso y el rastro o legón, no había otra cosa...” (Vicente Seva, el Seva).
Trabajaban cientos de hombres y sus herramientas más comunes eran sencillas y universales, si bien a menudo se adaptaban a las necesidades específicas del trabajo de la explotación torrevejense.
“(...) antes se rompía un rastro, el mango y había un hombre que le desían el Cojo... Ese hombre estaba en un banco na más que hasiendo mangos de... o bien pa las asás, o bien pa los rastros, o bien pa... quiere desir que tenía un jornal diario fijo... de carpintero... Había palas y... y escobas pa barrer” (José Ribera Rubio, el Ribera).
El tren, doble barca de fondo plano compartimentada en cajones que recoge la sal extraída en la laguna y la lleva al lavadero, es el elemento básico del transporte de sal. Su modo de desplazamiento ha ido cambiando desde la primitiva tracción a vela o mediante perchas, a un sistema por cable flotante sustituido a mediados del siglo XX por los más operativos remolcadores. Una hilera de trenes, entre 10 y 12 enganchados entre sí y a un remolcador, forman un rache.
“El tren estaba compuesto por cuatro piezas. Eran dos cuadrás en el centro y las otras con proa. Con una proa y la otra proa, o sea que lo mismo iba de proa por una parte que por la otra. Esas barcas las hacían allí los calafates. Había un equipo de calafates que era fijo...” (Vicente López Quesada, el Parranca).
La modernidad fue acabando con la madera como material para la fabricación del utillaje salinero, y fue terminando también con los numerosos puestos de calafates y carpinteros cuyo trabajo fue imprescindible en la explotación hasta el último cuarto del siglo XX. José Conesa recuerda algunos nombres:
“Esa foto... en una barcasa, boca abajo, en las salinas, sí, en los calafates, éramos todos calafates. Quitao Antoñico el Pequeñico que hasía los barquicos... Se pasaba el año hasiendo barquicos... Tó a mano lo hasía, las cañas de las escobas, los palicos..., tó lo hasía a mano. No quería que le hisiéramos ná... El Segarra... el Rojo, el Palomo que le llamábamos... ese soyyo... Esos dos son de San Miguel, el Cristo y Miguelico... Éste es el Cucalo... Molero... Éste era Eusebio Andreu, Eusebión le desíamos de lo grande que era... Marcelino el del Tiro... el Peperrín... Antoñico el Pequeñico. Éste es Gabriel, le llamábamos el Tocayo... Domingo el de los Baños, que ponía los baños en la playa del Cura... Y ya está...”
Foto 3.- Colla de calafates años 50-60. Cedida por José Conesa Pérez.
La entrada en funcionamiento de la máquina extractora o volvedora, tecnología creada y adaptada in situ a la especificidad de la laguna torrevejense, permitió aumentar la producción terminando con la dureza del trabajo extractivo de los hombres en el Charco. Ha sido y es la pieza clave de la industria. Veneración y respeto se le tributa a esta plataforma flotante producto de la inventiva salinera torrevejense que extrae la sal del fondo. Los salineros la distinguen como un ser con vida propia:la máquina va andando por las salinas. Parece que no existe más máquina que ésa. Y en efecto, no la hay.
De las características industriales de las instalaciones es ejemplo la denominación numérica con que son conocidos distintos elementos de las instalaciones y de la actividad laboral cotidiana. El lavadero Uno, el Dos; el montón Tres, el Cuatro; el remolcador Nueve... Aunque ocasionalmente surgen otras denominaciones, como aquél cuyos ocupantes habituales se llamaban Antonio y pasó a conocerse con el nombre delos Antonios.
También las barcazas que acercaban la sal a los vapores tenían numeración y en ocasiones sobrenombres. Muy recordadas han sido el Surullo, el Belmonte y el Gallo, como explica Carolina Martínez, que podían llevar en cada viaje a los cargueros hasta 32 toneladas (1998: 91).
“(...) había tres montones: el Uno, el Tres y el Cuatro. El Dos es donde después se hizo el nuevo lavadero o sea que... el Dos no llegó a funcionar nunca, pero el nuevo lavadero..., ahí estaba la base..., había más garberas y tenían menos altura. Después a todas esas les pusieron un suplemento p'arriba, las cintas, y entonces el montón, en vez de tener 10 metros por ejemplo, tenía 20 metros la garbera... de alta... En el mismo espacio como de un solar, subes p'arriba y puedes hacer un piso más” (José Ribera Rubio, el Ribera)
“(Los remolcadores) nombre, no. (Tenían) número. Yo llevaba... primero el 9. Después me dieron el 14. El que estaba fijo iba a los fijos. Ahí me decía: hoy hay que poner 6 tractores. Ponía 6... Estaba el 3, el 6, el 9... Llevaban un número” (Salvador Andreu Aracil, el Carral).
La instalación de nuevos medios de producción y transporte fue haciendo desaparecer oficios tradicionales como el decaballista, encargado de la conducción de las caballerías hasta las eras y el utillaje empleado de forma tradicional. La introducción del ferrocarril salinero terminó con la legión de hombres dedicados al acarreo. Un tren que desaparecería también con la instalación dela cinta transportadoraque llevaba la sal hasta el puerto para su embarque. Las torres de apilar y desapilar desaparecieron dando paso al pájaro (lo mismo que su característica garbera semicircular)y las instalaciones dela química se abandonaron por la falta de competitividad de sus productos.
Foto 4.- Manuel el Pancha en la Química o fábrica de subproductos químicos. Cedida por Rosario Alarcón Gómez.
6. Ganar el jornal: Entre el sobre y las quinielas
Dureza del trabajo y precariedad laboral. En los difíciles años de posguerra y primeros años cincuenta, los jornales se repartían en la caseta del pago.
“Y casi siempre, por desgracia, casi siempre había una chica allí con un capasico en la puerta, porque tenía a lo mejor el padre enfermo..., que el padre estaba enfermo del pecho, y su hija, que era una chicona, iba allí y ponía el capasico allí... en la puerta donde tenían que salir los hombres. Salían con 32 con 50 y claro, 50 eran 5 monedicas de 10 séntimos, y entonses salían y echaban... o algunos no le echaban ná o... Cuando ya se terminaba tó, pasaba pa dentro, allí le contábamos la recolecta que había hecho, que hasía falta esa calderilla pal día siguiente porque todos los días mandaba el encargao un hombre al pueblo pa recogerse cambio porque... pesetas y calderilla, mayormente pesetas y calderilla era imprescindible... Le cambiaba por un duro, o 6 pesetas” (José Ribera Rubio, el Ribera)
El salario era la paga, la quinsena (por el periodo de cobro) o el sobre. A la paga extraordinaria se le llamaba parrala. De las dificultades domésticas para manejar el corto presupuesto surgió otra originalidad salinera torrevejense: las quinielas. Pérez Maeso (2010) define el término como anticipos que se firmaban a cuenta de la quinsena. Unos adelantos que podían sacar de un apuro ocasional a la familia o cubrir algunos gastos personales al salinero.
“(...) to el mundo lo hemos practicao. Es un dinero que se pedía a cuenta porque las quinsenas se hacían muy largas... Un anticipo.” (Antonio Martínez Sánchez, el Cabesote).
A la precariedad laboral se añadían además unos bajos salarios que obligaban a compaginar trabajo en las salinas con otras actividades ocasionales, por lo general en la construcción como albañil o en el sector pesquero, donde ir a la mamparra (arte siempre falto de brazos) garantizaba al menos llevar algo de pescado a casa. Pese a los jornales de subsistencia, ser salinero otorga valor añadido y su palabra es garantía en el pueblo:
“Como anécdota... cuando me dijo mi padre: Métete en las salinas... Yo estaba en construcción, entonces... Digo: vale, es un trabajo más seguro. Pero no me imaginaba yo, sabiendo lo que cobraba mi padre, lo que iba a ganar. Al cobrar la primera quinsena, porque primero se cobraba por quinsenas..., vi la cantidad y dije: No, no..., con esto no mantengo yo a mis hijos... Y mi padre dijo estas palabras: No te preocupes, ganas poco... pero te darán fiao en to los laos. Fíjate la sabiduría de los viejos... Y nada, lo que hise fue trabajar en las salinas y trabajar fuera los primeros años.” (Vicente Seva, el Seva ).
La solidaridad entre iguales era norma no escrita y ha dejado historias como la que relata Antonio Vera Muñoz, el Rojo, salinero de Los Montesinos.
“Antes, cuando faltaba un compañero, que se ponía malo, entonces mi padre o quien fuese le hasían el trabajo suyo y el jornal se lo pagaban para que no perdiera el jornal. Aquí hubo uno malo de los pulmones y el compañero..., uno solo..., le desían Saragosa, le sacaba el jornal. Le sacaba cuatro trenes y los cargaba él to los días. Y toas las quinsenas, las perricas a su mujer. Eso era Antonio Saragosa. Que iba en un barco. Aquí le desíamos el Surullo. Que iba en un barco, sí, en el 16. Y le sacaba el trabajo”
El plan de modernización y mecanización llevado a cabo en la segunda mitad de los años 50 tuvo un gran impacto económico en la Torrevieja de la época. La profunda crisis hizo mella en la conciencia colectiva de los salineros y de una población que vivía de la sal. Muchos se vieron empujados a emigrar a otras ciudades o a destinos de la emigración española en el extranjero como Francia, Suiza o Alemania.
La impotencia por el trabajo perdido y la ausencia de alternativas laborales en la ciudad para los trabajadores que no necesitaba la Compañía encontró una forma de expresión en versos de carácter popular. Pedro Gómez, ligado profesionalmente al sector salinero e hijo de José Gómez, director de la empresa arrendataria durante varias décadas en la segunda mitad del siglo XX, los recuerda en forma de trovos.
Con ligeras variaciones, estas composiciones vinculadas a procesos productivos con estructura de discusión dialogada han quedado en la memoria de quienes vivieron aquellos años de grave crisis económica.
“Mi padre me contaba un chascarrillo... Cuando la mecanisasión del 56, uno que se tuvo que ir, dise que dijo:
Adiós, Torrevieja indigna,
mal terremoto te aplane.
Que se pierdan las salinas
y os muráis todos de hambre.
Y dise que le contestó otro:
Irás al Japón o a la China,
pero a morir
vendrás a las salinas”
(Antonio Pérez Boj, el Peres)
Algunos de los que vivieron la experiencia de la emigración regresarían a Torrevieja años después, cuando la entrada en funcionamiento de la línea de Pinoso mejoró las condiciones laborales de los salineros y prolongó la campaña. Como Vicente el Parranca, que haciendo suyo el destino del salinero torrevejense y tras 10 años como emigrante en Francia, concluye:
“... y al final vine a morir a las salinas”.
Entrevistas
Antonio Vera Muñoz, el Rojo
Antonio Vera, el Rubio
Antonio Pérez Boj, el Peres
Vicente López Quesada el Parranca
Manuel Espuch Martí, el Seva
José Conesa, el Conesa
Vicente Seva González, el Seva
Francisco Moya, el Moyi
Antonio Martínez Sánchez, el Cabesote
José Ribera Rubio, el Ribera
José María Andreu Montesinos, el Cano
Salvador Andreu Aracil, Carral
Manuel Sánchez Torregrosa
Pedro Gómez
Bibliografía
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