Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
70 – Primavera 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Torrevieja, 21 de marzo de 1830
Querida Ana:
Soy consciente de lo muchísimo que llevas pidiéndome una buena historia para tu absurdo periódico, y tengo que admitir que mi vida no es interesante, pero sé que esperas que te cuente mi experiencia de aquel día, de aquel momento, de aquel amor. Y hoy es el día. Nunca me he sentido preparada para hablar sobre esto con nadie, pero necesito soltar para seguir. Por eso, mi Anita, hoy, 365 días después de la gran catástrofe que destrozó mi corazón, conseguirás tu gran historia.
Un 21 de febrero cualquiera empezó todo. Al igual que todas las mañanas, hacía mi rutina, había salido a la frutería de mi vecino y amigo Raúl. Yendo hacia allí, iba caminando mientras miraba lo bonito que estaba el cielo, y de pronto sentí un choque, quedé sentada en el suelo del impacto, esperaba cualquier persona del pueblo, pero curiosamente, cuando subí la mirada, encontré un chico más o menos de mi edad al cual no había visto nunca. En seguida me percaté de sus bonitos rasgos faciales, era guapísimo. Tenía unos ojos grandes y azules como el mar, podrías perderte en ellos durante horas, una nariz más que bonita, ah, y qué hoyuelos, unos hoyuelos que lo hacían todavía más atractivo, y unos labios con una forma absolutamente perfecta. Me ofreció la mano para ayudarme a levantarme.
—Lo siento mucho, ¿estás bien? —dijo.
Yo me quedé pasmada, no sabía qué decir, y eso que nunca me quedo sin palabras, pero él fue el primero que consiguió que lo hiciera. Después de varios segundos, por fin reaccioné, pero ignoré su mano y me levanté sin ayuda.
—Sí, estoy bien, deberías mirar por dónde andas.
Se volvió a disculpar y se marchó con una prisa ostensible. Ahí aún no sabía que él iba a cambiar mi vida por completo. Unos minutos después, llegué a la frutería, a ver a Raúl. Ese día no me saludó igual que siempre, parecía entusiasmado, y le pregunté si era un día especial.
—¿Un día especial, Martina? Es un día más que especial. ¡Voy a presentarte a mi hermano! —soltó.
Yo me alegré, pues Raúl me había hablado muchísimo sobre su hermano, alto y guapo, al igual que él, ojos azules como el mar, hoyuelos, una nariz perfecta... Y sí, sé lo que estás pensando, porque yo me di cuenta en ese mismo instante, pero para mi mayor sorpresa, la puerta de la frutería se abrió. Y allí estaba, el apuesto chico con el que había quedado cegada esa misma mañana.
—¡Hermanito!, ¿qué tal?, ¿cómo está todo?
No podía creérmelo, con toda la gente que había en el mundo y tenía que ser él el que ahora mismo estaba delante de mí.
—Hola, hermano, todo bien, ¿qué tal tú?
—Bien, bien, todo bien. Mira, Martina, te presento a mi hermano, Lucas.
Así que sí, Lucas, el mismo Lucas que me cambió la vida para siempre. «Un placer, Martina». Su cara decía todo lo que no había dicho su boca, me recordaba algo coherente, ya que me había tirado al suelo hacía cuestión de 25 minutos. «Sí, igualmente, Lucas».
Fuimos a comer los tres juntos. Lucas vivía en Barcelona, y se limitó a contarnos un poco cómo era su vida allí. La cosa se alargó, y al final decidimos tomar unas copas. Raúl se pasó un poco, y tuve que ayudar a Lucas a llevarlo hasta su piso, donde Lucas se iba a quedar un tiempo. Iba a despedirme cuando me invitó a un café. Decidimos subir a la azotea, a ver las estrellas mientras nos tomábamos nuestro café.
—¿Y por qué estás aquí, en Torrevieja? —dije yo.
—Bueno, aparte de visitar a mi hermano, vengo a estudiar —respondió.
—¿A estudiar? ¿Para qué?
—Soy sismólogo, o al menos intento estudiar para serlo —dijo gracioso.
—¿Sismólogo? ¿Estudias los movimientos sísmicos? —pregunté asombrada.
—Sí, creo que eres la primera persona que sabe de lo que hablo, aunque tampoco suelo contárselo a mucha gente, solamente cuando tengo confianza en alguien.
—Pues a mí me has conocido hoy y me lo has contado... —comenté mirando hacia el cielo.
Él se limitó a reírse, una de esas risas tontas salió de sus cuerdas vocales, pero algo se removió dentro de mí, y me sentí como nunca me había sentido antes, eso me gustó, pero tenía que averiguar qué era lo que me estaba pasando.
—Mira, ¿ves la laguna rosa? —continuó él.
—Sí, está preciosa bajo la luz de la luna.
—Yo sé de alguien que también está preciosa bajo la luz de la luna...
Por alguna razón, giré la cabeza, y vi que me estaba mirando. Me miraba de una forma distinta a la que me miraban todos, lo noté, porque yo lo miraba igual, y en ese instante sentí que no quería estar en ningún otro sitio. Poco a poco nuestras caras se fueron acercando cada vez más, hasta que pasó. Nuestros labios se unieron bajo la luz de la luna, y explotaron fuegos artificiales dentro de mí, no literalmente, pero me sentí así, como si todo tuviera colores vivos de repente, como si las estrellas nos arroparan, como si el destino hubiera programado que nuestras vidas se cruzaran.
Pasaron los días, y ver a Lucas se estaba convirtiendo en una rutina, me sentía en otra dimensión cuando estaba con él, hasta habíamos encontrado nuestro sitio, la laguna rosa. Sí, me había enamorado, en unas semanas, sí, y me sentía tan bien que sentía mariposas en mi estómago, me sentía tan bien que disfrutaba de cada momento al máximo, de cada cosa que me contaba, porque además de todas las cualidades que tenía era un chico realmente interesante. El 16 de marzo, tuvimos una conversación un tanto entretenida sobre su estudio aquí, en Torrevieja.
—Hoy he descubierto algo fascinante, Martina, ¿te apetece escucharlo? —me preguntó entusiasmado.
—Claro que sí. Cuéntame —le respondí expectante.
—Resulta que cerca de aquí, en Orihuela concretamente, ya se habían detectado movimientos sísmicos, es decir, terremotos. El día 8 de octubre de 1822 hubo un terremoto, similar al de 1802, que vino seguido por numerosas réplicas durante 26 días.
—Esto sí que no me lo esperaba —exclamé pasmada.
—Pero todavía hay más. No hubo más noticias de terremotos hasta el día 10 de enero de 1823, en que hubo uno tan recio que cuarteó muchas casas y derribó muchas paredes. Éste fue de grado 7, y se sintió en Cartagena, Alicante, Murcia y pueblos intermedios. El catálogo del área Íbero-Magrebí recoge también un terremoto ocurrido el día 7 de junio de 1827, con epicentro en Crevillente e intensidad epicentral de grado 5.
—¿Y cómo es que yo no sabía todo esto? —dije sintiéndome inculta.
—Pues no lo sé, ¿no leías el periódico en tus tiempos mozos? —dijo con burla.
—Vaya, qué gracioso —exclamé yo también burlona.
Estar con Lucas era fascinante, no paraba de aprender sobre sus estudios y sobre muchas más cosas que no sabía. A veces lo miraba y no podía dejar de hacerlo, se me hacía muy complicado apartar la mirada. Porque con él me sentía como en un lugar seguro, y ojalá todo el mundo pudiera sentir eso que yo sentí, porque el amor, el verdadero amor, sólo ocurre una vez, y no todos tienen la suerte de probarlo, yo afortunadamente la tuve, pero no me duró todo el tiempo que yo esperaba.
El 21 de marzo hacía un mes que conocí a Lucas, y estaba emocionada por verlo, ese día estaba dispuesta a decirle todo lo que sentía cuando él estaba cerca de mí, y que lo quería en mi vida durante mucho tiempo. Así que fui a la cabina de teléfono, marqué su número y quedamos en encontrarnos en la laguna rosa, nuestro sitio. En cuanto lo vi me abalancé sobre él y le di un beso en los labios.
—Hola, ¿qué tal todo? —exclamé ilusionada.
—Bueno, bien, más o menos... —dijo con una expresión algo preocupante.
—¿Qué pasa?
—No lo sé, siento que algo malo se avecina, y no sé lo que es, pero hoy me he levantado y se me ha metido en la cabeza, y estoy empezando a creérmelo.
—¿Estás tan preocupado por eso? —le dije con alivio—. Tranquilo, sólo es un presentimiento tuyo, no va a pasar nada, no te preocupes.
—¿Segura? Bueno, confiaré en ti.
—Además, hoy es un día especial... 21 de marzo...
—Hace un mes que nos conocimos. Lo sé. No eres la única que está entusiasmada por este día, así que, como la ocasión lo merece, voy a dejar mis presentimientos de lado solo esta vez, por ti.
Se acercó a mí y me dio un beso, un beso de verdad, un beso sobre los colores rosáceos de la laguna, de nuestra laguna, y ahí sentí que nada más importaba, que sólo estábamos él y yo.
Y de repente, llegó Raúl. Parecía preocupado, vino a decirle a Lucas que sus compañeros habían venido, y que le esperaban en comisaría. Lucas se fue rápidamente y Raúl me llevó a casa, me dijo que no saliera, pues podía ser peligroso, pero no quiso contarme nada sobre qué estaba pasando ni nada sobre lo que habían venido a hacer los compañeros de Lucas. La verdad es que estaba algo preocupada, ¿qué podría estar pasando para que los compañeros de Lucas estuvieran aquí?, y ¿por qué a Raúl se le veía tan tenso?
Pasó una hora, las 17.40, y yo no podía estar así mucho tiempo más, así que me levanté y salí a buscar a Lucas y a Raúl para que me explicaran de una vez lo que estaba pasando. Llegué a comisaría, las 17.52, Lucas y sus compañeros estaban allí, también Raúl.
—¿Qué está pasando? —pregunté preocupada.
—Tienes que irte, que estés aquí puede ser peligroso, y nunca me lo perdonaría si te pasara algo, Martina —me explicó Lucas.
—Pero ¿por qué?
—Se acerca un terremoto, un gran terremoto, creemos que hasta podría destrozar el pueblo entero y todos sus alrededores, tenemos que sacar a toda la gente posible antes de que llegue —soltó él.
Me quedé pálida. ¿Un terremoto? Menuda locura, aquello no podía estar pasando.
—Y... Pero... ¿Qué...? ¿Cómo...? —intenté hablar.
—Mis compañeros lo han detectado desde la central que tenemos en Barcelona, y han venido lo antes posible a ayudarnos en todo lo que puedan.
—Entonces yo también voy a ayudar —dije bien segura.
—Oh no, de eso nada, tú tienes que irte de aquí, y bien rápido, porque no sabemos ni cuándo ni cómo va a llegar el terremoto, y cuanto más lejos estés de aquí cuando ocurra, mucho mejor.
Las 18:00.
—No pienso irme sin ayudaros primero.
—Bueno, está bien, cabezona, pero prométeme que en cuanto haya una mínima sensación de temblor, cogerás el coche y saldrás pitando de aquí, hasta llegar lo más lejos que puedas. ¿Podrás hacerlo?
Me puse a pensarlo, no sabía si era una buena idea. Además, no quería dejar allí ni a Lucas ni a Raúl.
—Por mí, Martina, hazlo por mí —repitió al ver que no respondía.
—De acuerdo. Sí, lo haré.
—Bien.
Empezamos a avisar a la gente lo más rápido posible para que fueran desalojando el pueblo. La mayoría de la población estaba fuera sobre las 18.15, y Lucas empezó a alterarse, no sabía qué hacer para ir más rápido, incluso empezó a marearse. Lo tranquilicé repitiéndole muchas veces que todo iba a estar bien, y que íbamos a salir bien parados de aquella dura situación.
Llegaron las 18.27, escasos minutos antes del gran terremoto de Torrevieja, y todo empezó a temblar de repente, un temblor que poco a poco se fue haciendo más y más fuerte. Raúl y yo fuimos a toda prisa a coger mi coche para salir por patas de allí, mientras Lucas recogía lo que podía de sus cosas.
Las 18.30. El piso de Raúl estaba a las afueras, así que solo faltaba que Lucas bajara para irnos y que no nos pasara nada a ninguno, estábamos salvados.
Lucas bajó las escaleras a toda prisa en cuanto escuchó la bocina de mi coche, cuando se produjo un temblor mayor que el de antes, nos desestabilizó a todos, y terminó de bajar las escaleras como pudo.
Cuando llegó abajo, algo le impidió seguir, se quedó pasmado, mirándome con lágrimas en los ojos, y yo no entendía por qué, teníamos que irnos de allí. Las 18.34. Un temblor enorme se desarrolló, y empezaron a quebrantarse y caer trozos de edificios.
—¡Lucas! ¡Vámonos! —grité preocupada.
—¡Te quiero, Martina! ¡Recuérdalo siempre!
Y de repente, se fue. Mis ojos se llenaron de lágrimas al contemplar que acababa de perder al amor de mi vida. Raúl salió disparado con el coche, y poco a poco me alejaba más y más de él, del que había cambiado mi vida por completo, del que me había enamorado hasta los huesos. Y ese día, en ese momento, lo supe, supe que siempre estaría atada a él, que siempre estaría en mi memoria, y que nunca podría reemplazarle con nadie más.
Ese día mi corazón se partió en mil pedazos, y a día de hoy, estoy segura de que los he recogido, pero sólo tengo novecientos noventa y nueve, porque el trozo que falta se lo llevó él.
Pero sé que siempre podré encontrarlo junto a él, en Torrevieja, en mi pueblo, en nuestro sitio, entre los escombros.
Espero que disfrutes mi historia.
Con cariño,
Martina.