Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 70 – Primavera 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Mi paso hace tiempo que ya no es ligero, el camino recorrido es largo y el tiempo pasa cada vez más rápido, inalcanzable, como el agua escapa del río, como la nube escapa de la montaña. Si algo aprendí persiguiendo a ese tiempo fugitivo, no fue que las cosas sólo pasan una vez, ni que el presente es tan breve que no existe. Lo que el camino me enseñó fue que por alto que subas, nunca llegas a estar arriba. Andando comprendí que no sólo hay que mirar el camino, sino que también hay que mirar fuera. Existe un universo alrededor. Si sólo miramos el camino, nunca podremos saber, ni contar a nadie, a qué lugares maravillosos hemos viajado ni con qué gente extraordinaria nos hemos cruzado.

Durante el camino huyo de lo que no soporto, huyo de fronteras y pasaportes que nos dividen y nos separan, huyo de los triunfadores que humillan y avasallan a los débiles, huyo de los que odian al prójimo y se creen superiores. Voy buscando un sitio tranquilo donde todos nos respetemos y no haya gente que mire para otro lado cuando se encuentren con alguien que sufre.

Por eso me gusta caminar despacio para poder mirar a los lados y ver el manto de flores sobre la hierba, me recuerda mi niñez cuando perseguía mariposas; me gusta mirar a las aves, su vuelo me transmite anhelos de libertad; me gusta escuchar el trino de los pájaros, sus cantos me relajan y dan sosiego a mi alma; me gusta ver al viento jugando con las nubes moldeando figuras que parecen de algodón dulce que me hacen soñar con un país de fantasía.

Me pregunto por qué pensamos que el cielo tiene que estar arriba, más allá de las nubes, y no pensamos que está en el mar, bajo las olas; por qué dicen que el agua es vida, si a veces es capaz de ahogarnos; por qué nos enseñan que el fuego es el castigo eterno, si es capaz de evitar que muramos de frío; por qué la justicia es necesaria, si nos obliga a vivir en mazmorras o a ejecutar a seres humanos; por qué ser humano significa ser compasivo, si los humanos hemos inventado la guerra; por qué el asesino es perverso, si también es capaz de amar; o por qué la brisa es mejor que el huracán, si los dos son hijos del viento.

Un día el poeta me dijo, todo es culpa de la mirada, son nuestros ojos los que llegan primero y deciden qué amar, qué odiar. Entonces empecé a buscar mi mirada. Vi que a mí me gusta caminar sin equipaje y usar lo que encuentro, me libera de ser esclavo de lo que poseo; me gusta la claridad de tu voz cuando hablas y tus silencios esperando mi respuesta; me gusta sentir el silencio aunque odio sentirme solo; me gusta la paz de la madrugada, pero no el frío de la noche; me gusta mirar los millones de estrellas brillando en un cielo de verano mientras cantan los grillos y pasan por el firmamento los cometas errantes; no me gustan los que quieren escalar puestos en su trabajo sin importarles a quiénes y a cuántos pisan; no me gustan las personas que quieren llegar siempre las primeras, ni las que presumen de ser las más sabias; odio vivir en una gran ciudad que te esclaviza con sus comodidades y el consumo; odio no ver el cielo cuando abres tu ventana porque se te olvida que existe; odio el ruido y la contaminación porque hacen enfermar nuestros cuerpos; odio a la gente que corre al volante sintiéndose los reyes de la carretera; no soporto las luces de neón que iluminan la noche anunciando lugares que no existen.

Me pregunté si los sueños tienen mirada. Dormido, subí a la colina más alta y miré entre las nubes. Vi la mirada del recién nacido mordiendo el pezón de la madre; vi la mirada cariñosa de la madre consolando el llanto del hijo; vi la mirada protectora del padre levantando al hijo del suelo; vi la mirada del niño abriendo su regalo de cumpleaños; vi los ojos de dos novios besándose en la madrugada; vi la mirada del abuelo leyendo un cuento a su nieta; vi la mirada cansada de la maestra escribiendo en la pizarra; vi jilgueros trinando entre las ramas; vi la lluvia golpeando tu ventana.

Dejé pasar un rato para que siguiera hablando el silencio, para seguir escuchando a los pájaros, para mirar a las nubes, para ver cómo corre el agua del río.

—¿Qué ves tú, peregrino, desde tu colina? —me preguntó la noche.

—Desde aquí puedo ver los ojos de un anciano mirando a través de los cristales de una ventana; veo las monedas en el sombrero de un vagabundo pidiendo limosna; veo el desfile de los soldados con sus armas cargadas; veo conductores circulando por autopistas en dirección contraria; veo emigrantes ahogados en las playas; veo presos en las cárceles que no hicieron nada; veo niños con hambre que no tienen nombre.

Seguí dormido, buscando en la noche, hasta que, lentamente, me despertó la mañana.