Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
70 – Primavera 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Me encantaba llevar la contraria, era una forma de hacer gimnasia mental. Me divertía, sobre todo, cuando todo el mundo opinaba lo mismo. «No puede ser que todos pensemos de la misma manera, si somos distintos». Decía Albert Camus en L’Inmoraliste (lectura obligatoria en la Escuela de Idiomas por la sonoridad de su participio pasado) que la riqueza la encontraba en la diferencia.
Yo busqué esa riqueza. Pero mi búsqueda no tuvo éxito.
Argumentar en contra de una inclinación política era imposible, y no por falta de argumentos. Me decían: «Yo soy de ese partido de toda la vida». Y, cuando les preguntaba el porqué, me respondían: «Porque lo es toda mi familia». Encontrar un argumento político opuesto era muy fácil, pero el tono de la respuesta lo hacía imposible. Si el tono de la respuesta era taciturno y melancólico, por delicadeza, yo no debía contradecir (podía herir sensibilidades familiares). Y si el tono era agresivo, contradecir hubiera sido un altercado, en vez de una controversia, y eso no me resultaba placentero. Comprendí por qué no se hablaba de política.
Y lo peor de todo fue con Luis, el marido de mi amiga Cristina, a la que adoraba.
Estábamos charlando entre amigos (es lo que yo pensé en un principio). Luis sacaba temas que me parecían interesantes y amenos para debatirlos. Pero llegó un momento en que me quedé sorprendida, pensé en lo dispares y extensos que eran los temas que presentaba (filosofía, contabilidad, política, historia...) y me di cuenta de que, apenas yo empezaba a exponer mi argumento, él me lanzaba otro tema. No entendía la situación, si él quería conocer mi opinión, por qué me cortaba las frases, sin tiempo a exponerlas. Fue entonces cuando comprendí sus argucias: ¡me estaba examinando! Me encendí y le espeté: «¿Qué, Luis?, ¿te has empollado la Enciclopedia, para examinarme y tú ir de sobrado?». Él se puso rojo como un tomate, no sé si de vergüenza o de rabia.
No volví a saber de Luis, pero la situación me hizo reflexionar. ¿Y si mi gimnasia mental, esa forma de buscar la controversia, de alguna manera es ofensiva a los demás? ¿Y si piensan de mí que soy una prepotente que está en posesión de la verdad y va dando lecciones? Nada más lejos de mi intención, pero, como decía César a Cornelia: «La mujer del César no sólo debe ser, sino también parecerlo».
En vista del malogrado éxito, he dejado de hacer «gimnasia mental». Ahora no llevo la contraria a nadie, a todo el mundo le doy la razón y la gente está encantada conmigo. No importa que no me haya enriquecido. ¡Me he hecho tantos amigos que soy feliz!