Eran las tres de la madrugada, el reloj de la Catedral lo decía, primero los cuartos, después las solemnes campanadas. No estaba despierta, ni me despertó el sonido del reloj. Por casualidad, como ocurre a veces, abrí los ojos. No hacía calor en la habitación pero sentí el impulso de salir al balcón, al abrir la puerta penetró un aire frío, muy agradable. Apoyada en la baranda escuché el silencio, contemplé al fondo las torres azules de Santa Justa y más cerca la de la Catedral, parte de la calle Mayor y casi frente a mí el Claustro, débilmente iluminado. Bajo mis pies la plaza de la Soledad, imaginé el quiosco donde compraba cromos y recortables, a mi derecha la plaza de la Pía. La Biblioteca, situada en dicha plaza, lucía una preciosa iluminación en todos sus balcones.

Respiré hondo, alcé los ojos al cielo, alta y clara la luna fue testigo de mi emoción, de mi visita a la Orihuela de mi infancia en una fría noche de enero.

Fue un momento espontáneo, no pensado, mágico..., que recordaré siempre.