Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
69 – Invierno 2023
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

La importancia de llamarse Pedro Salinas
© Jesucristo Riquelme
Por decisión unánime del órgano ejecutivo y académico del Centro Asociado a la UNED, de Elche, la institución universitaria aprobó poner el nombre de Pedro Salinas a su sede en la ciudad de las palmeras. El bautismo se llevó a cabo en el acto solemne de inauguración del curso académico 2022-2023 el 10 de noviembre.
Con este motivo y celebrando asimismo el comienzo de las actividades docentes de la UNED en Torrevieja, por iniciativa del director del C. A. a la UNED Elche, Francisco Escudero, y yo convinimos en la necesidad de acercar al gran público y a la comunidad universitaria la relevancia de la obra de Pedro Salinas (Madrid, 1891-Boston, 1951) a través de sus facetas de profesor, poeta y ensayista. Con esta intención rigurosa y divulgativa nació el libro antológico Pedro Salinas. Sigilos de amor y aventura universitaria (ISBN: 978-84-094468-5-8).
Pedro Salinas pertenece a la pléyade de escritores de la generacióndel 27. Fue el «hermano mayor de la generación», en palabras de Rafael Alberti. Compartió el marcó estético y estilístico de la poesía pura de su gran «amigo amigo» Jorge Guillén, el autor de Cántico, a la estela de la guía poética de Juan Ramón Jiménez. Guillén lo ensalzó como «un aficionado a genio», pues «pocas veces se habrá logrado un equilibrio tan armónico entre el poeta, el crítico y el profesor». «Nadie más mirativo», sintetizaba con perspicacia otro de sus amigos, el historiador de la literatura Vicente Llorens. De aquel espléndido grupo, descolló Salinas con una mirada personal y altamente distinguida.Su mirada nos sumerge en el mundo interior de las emociones: y no solo de las emociones amorosas, sino también de las emociones que emanan de la magia jubilosa de los objetos cotidianos, de lo sublime oculto en la naturaleza; su mirada nos ilumina en la compleja urdimbre de la sociedad moderna, que, por despiadada y enajenante, por sus brotes de alienación y de violencia, ya a mitad de siglo xx, será cuestionada.
Foto: Jorge Guillén, Juan R. Jiménez y P. Salinas (1924)
Salinas pasó unos veinticinco años, aproximadamente de 1911 a 1936, visitando Santa Pola y disfrutando de la costa mediterránea del sur de Alicante. Una vez casado, en 1915, veraneaba regularmente en la plácida finca rural de Lo Cruz, en El Altet, en el municipio ilicitano; la finca, con casa típica del campo de Elche, era propiedad del padre de su esposa, Margarita Bonmatí. En aquel solaz el poeta pergeñó sus más hermosas composiciones amorosas que le han dado cabida en el Olimpo de los poetas de la Edad de Plata: allí escribió, durante los primeros años 30, los poemarios La voz a ti debida, Razón de amor y Largo lamento: una trilogía emotiva y elegante de la mejor poesía amatoria en español. En opinión del historiador de la literatura Ángel Valbuena Prat, «La voz a ti debida es el gran poema contemporáneo de amor, de unidad completa de amor». Curiosamente los críticos se aventuraron a vaticinar sobre la musa de estos cantos jubilosos, de perpleja alacridad, que entronizaban el surgimiento del amor («Conocerse es un relámpago»), su deleite carnal e imaginariamente espiritual o absoluto, y su decaimiento cuando la amada se distancia aunque sus sentimientos no fueran perecederos y permaneciera la esencia del recuerdo más elevado. Algunos (des)aventurados exégetas afirmaron que se trataba de una mujer inventada, una quimera de la mente ilusionada del poeta. Casi treinta años después de fallecido Salinas, casi cincuenta años después de haber iniciado la trilogía, se supo fehacientemente que el poeta debía su voz lírica (“La voz a ti debida”) a la veneración de una amada, una profesora estadounidense, Katherine Rending, que había conocido en 1932 y con quien se vio esporádicamente durante apenas un curso y un par de veranos, hasta 1935. Sin embargo, la correspondencia del poeta entregado a su pasión amorosa –«Vivo en la doble vida»– pervivió durante tres lustros. En su primera misiva, en 1932, confesaba sin pudor creativo a su amada: «Lo que a ti te doy, Katherine, a nadie se lo quito».
Si, en La voz a ti debida, el protagonismo lírico recaía en el tú, en Razón de amor, recae en la pareja, en el nosotros. Los amantes solo se salvarán por una unión dialógica (de palabra, de poesía) y se resuelven en un nosotros –que nada tiene que ver con el nosotros social del compromiso político–: es la pareja en su realidad física, en su sensualidad y en su espiritualidad, en lo real y en lo imaginario. En el poema «Salvación por el cuerpo», lo sexual del amor, el sexo enamorado, procura la redención y hasta la salvación de enemigos tamaños como el tiempo, la muerte y los obstáculos de la vida que impiden aproximarnos a lo esencial: todo lo que perturba ese viaje o aventura hacia lo absoluto.
«Salvación por el cuerpo»
¿No lo oyes? Sobre el mundo,
eternamente errante
de vendaval, a brisas o a suspiro,
bajo el mundo,
tan poderosamente subterránea
que parece temblor, calor de tierra,
sin cesar, en su angustia desolada,
vuela o se arrastra el ansia de ser cuerpo.
Todo quiere ser cuerpo.
Mariposa, montaña,
ensayos son alternativos
de forma corporal, a un mismo anhelo:
cumplirse en la materia,
evadidas por fin del desolado
sino de almas errantes.
Los espacios vacíos, el gran aire,
esperan siempre, por dejar de serlo,
bultos que los ocupen. Horizontes
vigilan avizores, en los mares,
barcos que desalojen
con su gran tonelaje y con su música
alguna parte del vacío inmenso
que el aire es fatalmente;
y las aves
tienen el aire lleno de memorias.
¡Afán, afán de cuerpo!
Querer vivir es anhelar la carne,
donde se vive y por la que se muere.
Se busca oscuramente sin saberlo
un cuerpo, un cuerpo, un cuerpo. (…)
Hay tres aspectos del polifacético Salinas que justifican su nombre en lo más alto del frontispicio universitario de la UNED de Elche: su adhesión a las tierras alicantinas, su importancia como promotor de una novedosa universidad española y su categoría literaria como poeta, profesor y ensayista. En primer lugar, su alicantinismo: ya lo tildó Juan Ramón de «Levantino castellano» por sus primeros libros, y el propio Salinas escribió a su esposa, en tiempos del exilio, «Me declaro ciudadano del Mediterráneo»: «Todo el mundo lleva, en lo más secreto de sí, una afinidad misteriosa con un determinado paisaje o aspecto terrenal. El mío es lo de Alicante (…). Y me parece que uno de los castigos que me podría imponer la vida es no volver a ver ese horizonte». La adhesión de Pedro Salinas a la Alicante meridional se debió a sus vivencias en tierras y aguas de Santa Pola, de Elche (El Altet) y de Torrevieja, que conoció y disfrutó desde joven, como avanzamos. Existe una foto de Salinas remando en Torrevieja; la imagen data de 1928 y fue obtenida por Juan Guerrero Ruiz cuando rodaba un documental en el que aparece nuestro poeta surcando las tranquilas aguas torrevejenses con la voz de Jorge Guillén recitando en off. Juan Guerrero fue encumbrado por Lorca, ese mismo año, como «cónsul general de la poesía» en una dedicatoria que podemos leer en el interior de Romancero gitano.
Foto: Casa de la finca Lo Cruz, El Altet (2022) Foto: Salinas en Torrevieja (1928)
El poeta contempla el paisaje en «Playa», de Seguro azar: al desaparecer el tiempo se hace posible la nada: si el artista logra, con sus palabras, que todo quede suspendido, detenido o quieto, como en una foto, estará logrando el absoluto de belleza que anhela: poesía pura.
«Playa»
Flotante, sin asidero,
nadador fuera del agua,
voluntario a la deriva,
por las horas, por el aire,
por el haz de la mañana.
Todo fugitivo, todo
resbaladizo, se escapa
de entre los dedos el mundo,
la tierra, la arena. Nubes,
velas, gaviotas, espumas
curas desvariadas,
tiran de mí, que las sigo,
que las dejo. ¿Estoy, estaba,
estaré? Pero sin ir,
sin venir, quieto, flotando
en aquí, en allí, en azul.
Una alegría que es
el filo de la mañana
rompe, corta, desenreda
nudos, promesas, amarras.
Tropeles de sombras ninfas
huyendo van de sus cuerpos
en islas desenfrenadas.
Con su cargamento inútil
de recuerdos y de plazos
–¡ya no sirven, ya no sirven!–
el tiempo leva las anclas.
No se le ve ya. Sin tiempo,
prisa y despacio lo mismo,
¡qué de prisa, qué despacio
juegan los lejos a cercas
colgados del verdiazul
columpio de las distancias!
Su silencio echan a vuelo
enmudecidas campanas
y cumplen su juramento
los horizontes del alba:
la vida toda de día,
sin lastre, pura, flotando
ni en agua, ni en aire, en nada.
En segundo lugar, Salinas, heredero de los krausistas, catapultó la relevancia de la formación integral del ser humano en búsqueda de la perfección del individuo y de la comunidad. Entendió la pedagogía como la disciplina que aspira a hacer personas, en perfecta simbiosis éticoestética y fue erigiéndose en el más reputado pedagogo literario español de la primera mitad de siglo xx. El madrileño había sido el verdadero inspirador y creador de la Universidad Internacional de Santander –1a que luego terminaría apellidándose Universidad Internacional Menéndez Pelayo–, fundada en 1932, de la que fue su primer secretario general. Sin duda, este hito constituyó su más sobresaliente logro en la gestión cultural española: «Por primera vez en mi vida he creado algo de volumen y trascendencia social y colectivo. La U. I. [La Universidad Internacional] ha sido como mi expresión política latu sensu», escribe a Katherine Reding, una universidad que pretende hacernos más humanos, o sea, más dignos. He aquí sus propias palabras relativas al «programa especial de estudios, desarrollado por profesores españoles y extranjeros»:
Ese programa no se parece al tipo medio de los estudios universitarios profesionales. Al contrario, aspira a que los estudiantes salgan de las barreras de la especialización en que suelen vivir dentro de sus estudios corrientes y se pongan en contacto con los temas generales de la vida moderna que deben interesar a toda persona. Es decir, que el estudiante de Medicina que va a la Universidad Internacional asiste a conferencias de Derecho, de Filosofía, de Arte, para de ese modo no perder el sentido de la universalidad de la cultura, del saber humano como totalidad, que las modernas técnicas con su absorbente tiranía suelen borrar. Pero no se crea que por eso la Universidad Internacional es un establecimiento de vulgarización fácil de la ciencia. Sus programas procuran escoger cuestiones de palpitante interés, que son explicadas por científicos de primera categoría, del modo más claro posible, pero sin tono alguno de «ciencia para todos», y siempre dentro de un rango estrictamente universitario. Hoy el estudiante que se consagra a una carrera se somete a una limitación forzosa en la visión de los problemas humanos que no tocan de cerca a su especialidad, y se corre el peligro, ya observado en muchos casos, de un fraccionamiento espiritual del individuo. La Universidad Internacional desea llamar la atención a los futuros médicos, abogados o ingenieros sobre todo aquello que no es Medicina, Leyes o Técnica, sino simplemente humanismo moderno. Y sirve así a un deseo de ordenación de la cultura colocando a cada rama de ella en la plena conciencia de su relación con la totalidad. (…)
Y, en tercer lugar, su labor de poeta y su cometido de profesor y ensayista caminarán paralelos: su poética se define como una búsqueda de absoluto, (en la belleza), sin concesiones a lo sentimental ni a lo ornamental, deleitándose en la morosidad creativa por encima de la vertiginosidad o de las apariencias materiales. La aventura de absoluto la delimitó el propio escritor impregnado del simbolismo y de la poesía pura de la época: «Estimo en la poesía, sobre todo, la autenticidad. Luego, la belleza. Después, el ingenio». En sus críticas literarias, con pasión docente, impulsó la vivencia del texto: tratar de las emociones que emana una creación literaria y destacar el sentido de la cultura: «[La cultura noble humanística] corre el riesgo de perderse en una sociedad que endiosa la técnica y la objetividad científica». En su más ambicioso ensayo, El defensor, medita sobre cuestiones sociales y culturales candentes de la mitad de siglo xx. Después de haber sido poéticamente voz del augurio (con sus poemas futuristas de vanguardia) y voz del auxilio (con sus entregas amorosas), su compromiso cultural llega alzando su voz del exilio (con poesías cívicas de gran calado humano, que hoy tocan la fibra sensible). El poema más representativo del final de su producción lírica es «Cero», del poemario Todo más claro. «Cero», elaborado en 1944, antes de ser lanzadas las bombas de Hiroshima y Nagasaki (en agosto de 1945), es un largo poema de intervención, como diría Pessoa: una poesía colectiva y social de advertencia humanista: «Soy el que acusa al enemigo malo, / al gran fraude del mundo, a la mecánica», setenciaría Salinas en el poema «Contra esa primavera».
Si queremos albergar un mensaje de esperanza, quedémonos con el poema «Muerte del sueño», de Largo lamento, en el que Salinas describe el recorrido de un sueño, que nos marcará de igual manera que Venus al tomar contacto con la tierra tras su nacimiento (al resurgir del fondo de los mares, «Resurrección de Venus»):
El alma por que cruzan [los sueños] se nos queda
como la playa que primero holló
Venus al pisar tierra, concediéndole
las indeleblesseñas de su mito:
las huellas de los dioses no se borran.
«Nunca caminarás solo» (“You’ll never walk alone“) dice el himno del Liverpool Football Club. Y un proverbio congoleño reza con rotundidad: «Las huellas de las personas que caminaron juntas nunca se borran». Pedro Salinas llena de nuevas nuestra universidad 90 años después de crear la primera universidad internacional española: caminemos juntos, dejemos huellas. Esta es la importancia de llamarse Pedro Salinas.