Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
63 – Verano 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Aromas
Poco a poco me fui percatando de que el negocio en el que había invertido todos mis ahorros, la perfumería Pachuli, era un verdadero fracaso. Tras los sucesivos rebrotes de la pandemia, media población padecía anosmia y la otra mitad no deseaba derrochar su dinero en un producto superfluo. Había que renovarse o morir. Entonces, ayudado por un maestro perfumero, creé una gama de esencias diferentes: el aroma Un ave insólita canta en el almez dulcemente, la fragancia Tupido en el octubre como bóveda o la colonia En vano espero tu palabra escrita. Estos perfumes se consumían en pequeños comprimidos y, al instante, sus efluvios emanaban por los poros de la piel, sumiendo al cliente en una sensación embriagadora. Tuvimos un éxito arrollador. Lo malo son los efectos secundarios que provocan. Se ha demostrado científicamente que sus consumidores desarrollan, en su expresión oral y escrita, una propensión incontenible al ripio. Y, lo que es peor, una atracción hipnótica por la luna y los tapones de absenta.
Un encuentro
Estaba haciendo dedo en la cuneta, llevaba el pelo largo y una mochila mugrienta. Paré y entró en el coche dándome las gracias con una sonrisa radiante. Un dulzón olor a pachuli me envolvió como una delicada pashmina, mientras se acomodaba a mi lado. Conversando sin cesar, viajamos por carreteras secundarias, atravesando parameras, arroyos y pueblos fantasmales. Cuando anocheció, nos detuvimos junto a un encinar. Al calor de una hoguera compartimos porros y bocadillos. Mi nuevo amigo defendía con pasión sus ideales. Me animó a que volviera a la universidad y abandonara el trabajo de representante farmacéutico con el que me ganaba la vida. Los jóvenes teníamos el deber de transformar el mundo. Al día siguiente, en una encrucijada, nos despedimos con un abrazo. No he vuelto a verlo hasta esta tarde, en las noticias. Se sentaba en el banquillo de los acusados del juicio de las tarjetas Black. Había envejecido, pero aún conservaba la misma voz vibrante y apasionada que cambió mi destino una noche de octubre.
Inmersión
El Octubre Rojo se sumergió lentamente en las gélidas aguas del Mar de Barents. Dentro del submarino soviético, el ambiente estaba más enrarecido de lo habitual. La tripulación hacía cábalas sobre el contenido del pesadísimo arcón, que unos hombres silenciosos habían embarcado de madrugada. Cuando, tras quince días de navegación, regresaron al puerto de Murmansk, el arcón estaba completamente vacío. Muchos años después, Alexis Petrovich, marinero de la Flota del Norte, envuelto en el perfume a pachuli de su tabaco de pipa, enfermo de melancolía, contaba que una noche, en el curso de aquella misión, escuchó ruidos en la compuerta exterior. Se deslizó sigilosamente hasta la sala de mandos, subió el periscopio y pudo entrever una figura escurridiza, ciertos brillos de escamas plateadas y unos ojos azules que le sonreían alejándose en las profundidades marinas. Pero yo sé que a Alexis le gusta mucho el vodka, tanto como una buena historia que narrar a sus nietos.
Segundo Premio del VI Certamen de Microrrelatos «La Garrapata Budista»