Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
63 – Verano 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

«Adiós con el corazón, que con el alma no puedo»
(canción popular).
El alma es la expresión de la mente, el corazón su caja de resonancia. La respiración es el espíritu, su sostén. La vida y la muerte dependen de un hilo, de la tierra, del agua, del aire y del fuego, según los antiguos; aunque también es cierto que en la actualidad la explicación científica de los orígenes del universo y de la vida es bastante más compleja.
Vienes del mar,
de la tierra y del viento...,
ardes por dentro.
El cuerpo no es más que un organismo vivo sin llegar a ser lo mismo que una máquina mientras funcione, mientras viva, mientras respire... Cuando deja de respirar, muere. Un organismo que piensa que piensa y que nos hace humanos. El alma, entonces, repito, es la expresión de la mente y la mente no es otra cosa que el soporte generado por nuestro organismo a la hora de relacionarse con el medio ambiente de dentro y de fuera. La mente, entonces, es el conjunto de facultades cognitivas que engloban procesos como la percepción, el pensamiento, la conciencia, la memoria, la imaginación..., que no son exclusivas de los seres humanos.
Hoy día, el zen en Occidente está de moda, invade la publicidad, está presente en la literatura, en la religión, forma parte de ciertas e innovadoras terapias... Su aparente simplicidad parece estar al alcance de todo el mundo, pero si algo pertenece a la esencia del zen es su ausencia de hojarasca mental y estética. El zen a lo que aspira es a desvelar el ser sustancial que está en la base de todo lo que existe y respira. El haiku, ciertamente, bebe en gran medida de esta tradición enraizada en la cultura japonesa. El zen, en opinión de Jacques Castermane, es una «enseñanza que pone su confianza en la facultad de la persona individual de descubrir por sí misma su propia esencia, su naturaleza esencial inmanente»[i]. Pero en realidad, ¿en qué consiste esa naturaleza esencial inmanente? ¿Lo sabe alguien? Quizás, la clave consista en reconocer lo que hay en cada uno de nosotros de natural originario, oculto tras las exigencias que se nos imponen en el proceso de socialización desde el mismo instante de nacer. No hay por qué aceptar o rechazar lo uno en contra de lo otro, sino más bien integrarlo, armonizarlo, para llegar a ser ése que uno es siendo el que es. En este sentido, Cicerón, en su tratado De Republica, elogia la vita contemplativa: «la vida contemplativa y no la vida activa, convierte al hombre en aquello que en un principio debe ser»[ii].
¿El haiku es un poema? Sí y no. El poeta occidental objetiviza su experiencia, su inspiración, al materializarse en un poema. Sin poema no hay poesía. El haijin —en japonés es quien escribe el haiku— no puede separar su experiencia «poética»de sí mismo; el haiku viene a ser una autorrepresentación. ¿Cómo se explica esto? Para el profesor Antonio Gómez Ramos, «en el haiku canónico, la subjetividad del poeta entra en el poema fundiéndose en algún punto con la sensación y con el fenómeno de la naturaleza que el haiku expresa». El poeta occidental corta una flor que se encuentra en el camino y escribe un poema; el haijin nunca la cortará: tras contemplarla en vivo un instante, escribe un haiku y concluye expresándose a sí mismo.
En el libro escrito al alimón por Erich Fromm y Daisetsu Teitaro Suzuki,Budismo zen y psicoanálisis[iii], el profesor Suzuki comienza su participación comentando un haiku del maestro Matsuo Bashoo:
Cuando miro con cuidado,
¡veo florecer la nazuna[iv]
junto al seto!
Matsuo Bashoo fue un monje budista itinerante y está considerado como el maestro de haiku más importante de la historia literaria japonesa. Su obra más famosa lleva por título La senda de Oku. Este haiku, como todos los que escribió a lo largo de su vida, es un reflejo de sí mismo; alguien que «despierta» ante la contemplación de una humilde flor mientras va de camino. Él es también esa flor, la naturaleza en pleno encarnada. No es una fantasía, es algo concreto, real, transparente, universal, liberador. No hay nada de misticismo. «¡Veo florecer la nazuna/ junto al seto!». Imposible explicarlo si no es a través de un haiku.
El haiku, insisto, describe algo que apenas tiene nada que ver con eso que en Europa entendemos por poesía, aunque tampoco es exactamente lo contrario. «La mayoría de los occidentales —en opinión del profesor Suzuki— tienden a separarse de la naturaleza». Piensan que entre la naturaleza y el hombre hay un abismo, pero Charles Darwin dejó establecido que no existía tal abismo, que el ser humano es tan naturaleza como resulta ser una piedra, un árbol, una flor; no es ni mucho menos una creación aparte.
Mi yo eres tú,
la tierra, el mar, el aire...
¡Somos nosotros!
El poeta anglosajón Alfred Tennyson —comenta a continuación el profesor Suzuki— escribió este hermoso poema:
Flor en el muro agrietado.
Te arranco de las grietas
—te tomo, con todo y raíces, en mis manos,
Florecilla—, pero si pudiera entender
lo que eres, con todo y tus raíces y todo,
sabría qué es Dios y qué es el hombre.
Tanto el haijin Matsuo Bashoo como el poeta postromántico Alfred Tennyson muestran su interés por la naturaleza, aunque no con el mismo espíritu. El inglés corta la flor, la mata; el japonés, por el contrario, la deja tal como se la encuentra a la vera del camino. Parecen decir lo mismo, pero no dicen lo mismo.
Una mañana de verano, el maestro Matsuo Bashoo, acompañado por uno de sus discípulos, llamado Kikaku, caminaba por un sendero en medio del campo. Al cruzar un arroyo, se pararon a contemplar unas libélulas que revoloteaban por el aire. El joven discípulo compuso en ese momento este haiku:
¡Libélulas rojas!
Quítales las alas
y serán vainas de pimienta.
El maestro, entonces, le objetó: «No, de ese modo has matado a las libélulas. Di más bien:
¡Vainas de pimienta!
Añádeles alas
y serán libélulas.[v]
Juan Ramón Jiménez escribió en su libro Piedra y cielo:
Arranco de raíz la mata,
llena aún del rocío de la aurora.
¡Oh, qué riego de tierra
olorosa y mojada,
qué lluvia —¡qué ceguera!— de luceros
en mi frente, en mis ojos![vi]
No es necesario ser japonés para sentir que efectivamente la naturaleza nos constituye, que forma parte de nosotros vivamos donde vivamos, en el campo o en la ciudad; somos naturaleza. No tenemos un cuerpo, somos un cuerpo por mucho que nos empeñemos en afirmar lo contrario, un cuerpo vivo. Es más, los elementos básicos que nos constituyen son los mismos que los de las estrellas, en ellas tuvieron su origen, de la misma manera que el agua que sale por el grifo de mi lavabo es en realidad el río Lozoya en su totalidad.
Abres el grifo,
todo el río Lozoya
en tu lavabo.
Haiku de verano
El gallo negro
despierta con su luz
a la alborada.
***
Libre de nubes
la línea del cielo
despunta al alba.
***
Bajo los robles
pisadas en la hierba
sordos rumores.
***
Es sólo un árbol
uno solo entre mil
y sin embargo…
***
El cielo abierto
la cigüeña en silencio
levanta el vuelo.
***
El día muere
arriba en los tejados
anaranjado.
***
Muere la tarde
fundida con la noche
en la distancia.
***
Los grillos cantan
la huerta anochecida
temblor de estrellas.
***
La fiesta acaba
al final de la noche
tristeza y calma.
***
Al despertar
la noche era una estrella
en tu ventana.
[i]Jacques Castermane: ¿Cómo se puede ser zen? Ediciones Mensajero. Bilbao 2015.
[ii]Recoge Byung-Chul han en su ensayo que lleva por título La sociedad del cansancio. Editorial Herder. Barcelona 2012.
[iii]D. T. Suzuki, Erich Fromm: Budismo zen y psicoanálisis. Fondo de Cultura Económica. Madrid. 1964. 4º edición.
[iv]La nazuna es una pequeña flor silvestre, muy modesta, generalmente desdeñada o despreciada por el transeúnte.
[v]Anécdota recogida por la profesora María Azucena Penas Ibáñez en su artículo titulado «Haiku y flamenco.
[vi]Juan Ramón Jiménez: Libros de poesía. Editorial Aguilar. Madrid 1979.