Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 62 – Primavera 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Mucho antes del Segundo Comienzo, antes de que los invasores arrasaran Mundo Conocido, el subsuelo de algunos bosques servía de morada a los ñuts, una raza de seres enanos que construyó bajo tierra una civilización independiente del resto de especies que poblaban la superficie. Los ñuts poseían enormes manos, que usaban para cavar túneles, y unos ojos grandes habituados a la oscuridad reinante en sus dominios. No tenían nariz y respiraban por dos pequeños orificios situados sobre la boca. Eran seres amigables, de aspecto bonachón, con enormes orejas y que nunca desdibujaban una espléndida sonrisa de su rostro. Siempre dispuestos a ayudarse entre ellos, la codicia y el egoísmo eran términos que no existían en su conocimiento. Los ñuts rara vez salían a la superficie y jamás mantenían contacto con otras especies, y mucho menos con la más temible de todas: los humanos.

Cuentan las leyendas que había un joven ñut, al que llamaban Iksart, que acostumbraba a trepar por las raíces de los árboles y pasaba días enteros escondido entre el follaje de las hojas que cubrían el suelo observando el exterior. Iksart disfrutaba contemplando desde su escondite el trotar de los caballos, los poderosos bueyes tirando de los carros, los perros y gatos corriendo unos tras otros en interminables persecuciones, y a los hombres. Al joven no le asustaban los humanos. Desde que nació, había escuchado cómo los ancianos relataban episodios atroces de muerte y destrucción protagonizados por la especie que dominaba la superficie de Mundo Conocido. Pero Iksart los había visto reír, jugar, amar, y unos seres que parecían disfrutar tanto de la vida no podían ser tan peligrosos...

Guiado por esta equivocada concepción del ser humano e impregnado por un insaciable espíritu aventurero, el pequeño ñut se decidió, en una oscura noche, a abandonar la protección del subsuelo del bosque y salir al exterior. Caminó sin temor por el linde del sendero y no se detuvo hasta que los últimos árboles quedaron lejos. Gracias a su visión, acostumbrada a la eterna oscuridad, se movía con celeridad a pesar de que la luna y Dalurne permanecían ocultos tras un manto de nubes que dominaba el cielo.

Cuando ya pensaba que sus pies no aguantarían mucho más, alcanzó lo alto de una colina y desde allí pudo contemplar cómo, bajo la misma, aparecía una aldea de casas lóbregas con ventanas iluminadas por las luces de las velas. No eran muchas las viviendas que allí se concentraban, apenas dos docenas, pero a Iksart le llamó mucho la atención una de ellas, de cuyas paredes brotaba un enorme bullicio cargado de risotadas y cánticos.

Sin duda, pensó el ñut, aquel debía ser un lugar lleno de buenas gentes.

Con premura y sin ocultar su diminuto cuerpo, Iksart se dirigió hasta la puerta entreabierta de aquella taberna y no albergó temor alguno cuando de un salto alcanzó y giró el pomo de la misma. El portón chirrió mientras se movía y la algarabía del interior penetró sin barreras en los grandes oídos de Iksart.

De repente, el silencio se adueñó del salón cuando el pequeño ñut hizo su aparición en el dintel de la puerta. La taberna se encontraba llena de cazadores, tramperos, cazarrecompensas, rameras..., todos destilando alcohol por sus venas y anonadados ante la imagen de aquel ser tan pequeño que jamás habían visto. Iksart no se amedrentó y con una cortés reverencia dijo:

—Buenas noches, mi nombre es Iksart y vengo hasta aquí en busca de conocimientos y de nuevos amigos.

Ninguno de los presentes dijo nada. Apenas se atrevían a pestañear por miedo a que, si lo hacían, aquel enano desapareciera. Todos albergaban el deseo de capturarlo con el fin de mostrarlo en las plazas y mercados de los pueblos de las comarcas cercanas. Quién sabe, a lo mejor hasta el mismísimo rey Ódriel pagaría una gran suma por quedárselo como bufón.

Iksartcomenzó a incomodarse al ver las caras de la muchedumbre que se agolpaba frente a él. El ñut perdió su inseparable sonrisa, dio un paso atrás y, tras un breve carraspeo, volvió a hablar:

—Espero que mi presencia no sea un impedimento para que sigan divirtiéndose. Mi intención es conocer un poco más de su especie.

Una mujer, que se abrochaba los botones de la blusa que llevaba medio abierta, se adelantó y se agachó mirando al ñut. Olía a cerveza y a hidromiel. Tras un breve vistazo, se incorporó, miró al resto de los allí presentes y gritó señalando a Iksart:

—¡Coged a ese bicho!