Aflora el invierno con melancolía

y en ese sosiego se retrae el alma.

Se aviva la lumbre e invade el ensueño,

las sombras furtivas el estar recorren.      

Silenciosas voces caminan la acera, hay

puertas chirriantes que siguen abiertas.

Trasnochados seres agilizan pasos,

maullidos, ladridos, se oyen lejanos...

El cricrí del grillo se escucha en rincones

y el croar de ranas en algunos charcos.

Las candelas brillan en los ventanales

y el cansado hombre enciende su pipa.

Suena acompasada la canción de cuna

que una madre entona a su pequeñín.

La luna se asoma y esconde sonriente

movida entre ramas que mece el viento.

En grandes dinteles de algunos portales

se escuchan las risas de los jovenzuelos.

La nieve que cae en forma de espuma

los niños reciben con mucho alborozo.

El poeta mira desde su sitial

y observa extasiado a esa luz luna,

recuerda a su amada, que está muy lejana,

y añora sus besos y afables sonrisas.    

Volutas de humo pronto se propagan,

la encendida pipa festeja animada,

un sillón mullido y la suave música  

completan el cuadro del invierno aquél...