Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 61 – Invierno 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

El viento que azotaba el valle hacía que la nieve del suelo se elevara golpeando con fuerza el rostro de Bargan, que apenas podía mantener los párpados abiertos. De reojo miraba a sus oponentes, dos a la derecha y tres más a su izquierda. Él era el más enclenque de todos los participantes en aquella prueba y partía con desventaja, pero sin duda el premio final merecía correr el riesgo. Cerró los ojos visualizando en su mente la imagen de la colina que debería escalar para conseguir el más preciado de los botines. Un primer tramo de suave pendiente donde la nieve alcanzaba un espesor capaz de ocultar al más fornido de los guerreros. Luego una zona de riscos en cuyos recodos el hielo realizaba caprichosas esculturas de contornos afilados y, por último, una empinada ladera donde varios árboles sin hojas asomaban estáticos cubriendo con sus sombras la nieve recién caída.

Una multitud expectante se agrupaba vitoreando y aclamando a los seis aspirantes. Limuj, un joven al que un oso había arrancado una pierna dos años atrás, levantó una vasija metálica y con todas sus fuerzas la lanzó contra una piedra cercana haciendo que rebotara con un estruendoso ruido que marcó el comienzo de la prueba.

Bargan se deslizó colina arriba con la velocidad máxima que sus piernas le permitían. En cada paso que daba hundía sus extremidades hasta la altura de las rodillas, lo que dificultaba aún más la carrera. Tenía delante a dos de sus oponentes mientras que los otros tres marchaban tras sus huellas. Su garganta estaba seca y el frío intenso le impedía respirar por la nariz. Utilizaba las manos para apartar la nieve del suelo y subir más rápido. Un grito le hizo levantar la vista con el tiempo justo para apartarse y ver como uno de sus contrincantes caía colina abajo girando sobre sí mismo como si de una bola de nieve se tratara. En su accidentada bajada golpeó y se llevó por delante a otro de los participantes, que no pudo esquivarlo. Mientras observaba ambas figuras rodar colina abajo, no se percató de que otro de sus rivales había llegado donde él se encontraba y, sin tiempo para que Bargan pudiera reaccionar, lo lanzó al suelo hundiendo su cabeza en la nieve y clavando la rodilla sobre su espalda. Cuando el joven se incorporó dolorido, marchaba en último lugar y tenía por delante a tres adversarios, que acababan de entrar en la zona de los riscos helados. 

Con un grito de rabia y apretando los dientes con fuerza, Bargan aceleró su marcha con la mente puesta en la recompensa final. Tenía que conseguirlo, debía ser él, y no otro, quien lograra aquel premio. Conforme se acercaba a la cima, la ventisca se hacía más fuerte. Apenas podía mantener los ojos abiertos. Con uno de los brazos cubría su rostro, mientras con la otra mano se impulsaba descargando parte de la presión que ejercían sus piernas. El más alto de sus oponentes cayó exhausto sobre la nieve rindiéndose ante la adversidad del clima y la falta de fuerzas. Momentos después, un crujido, como el de la rama de un viejo árbol que se parte separándose para siempre del resto de su existencia, precedió a un alarido de dolor. Bargan pudo observar como la pierna de Reivenj, uno de los dos contrincantes que quedaban en la carrera, se partía al resbalar y golpearse contra una gran piedra semienterrada por la nieve. ¡Ya sólo queda Tivurz!

Los dos oponentes llegaron al unísono a la parte alta de la colina. Allí, a poca distancia, con la visión borrosa por culpa de la combinación de nieve y viento, vislumbraron el objeto que debían alcanzar para conseguir la merecida recompensa. Y a unos pasos del preciado botín, justo frente a ellos, una pareja de lobos descansaba al abrigo de un grupo de árboles junto a tres cachorros de pelaje gris plata. El más grande de los animales se incorporó ante la presencia de los contendientes mostrando sus puntiagudos colmillos mientras dejaba escapar un desalentador gruñido.

Ambos rivales se miraron durante un breve instante intentando escarbar en los pensamientos del contrario, buscando ese resquicio de duda o temor que lo llevara al abandono. Finalmente fue Tivurz quien agachó la cabeza y se retiró lentamente sin perder de vista los colmillos de aquella bestia.

Por primera vez desde que inició la escalada, Bargan sintió miedo. Se encontraba solo en lo alto de aquella colina muy lejos de poder pedir o recibir ayuda. Tan sólo el recuerdo de la recompensa que lo esperaba al volver lo hizo seguir adelante. Miró fijamente los ojos del lobo mientras con paso muy lento comenzaba a rodearlo. Despacio, marcando suavemente sus huellas sobre la nieve, controlando la respiración y los latidos del corazón. Mostrando descaro a la vez que respeto fue bordeando el área donde se encontraba la manada hasta llegar al otro lado. Se agachó lentamente mientras sacaba de entre las pieles que cubrían su cuerpo un pequeño cuchillo. De un solo movimiento y sin perder de vista al lobo, que continuaba mostrando altanero sus colmillos, cortó un pequeño tallo que rápidamente guardó con recelo. Luego se incorporó y regresó sobre sus pasos alrededor del extrañado animal, que había comenzado a relajarse escondiendo parte de esa mueca de ferocidad.

Una vez se hubo alejado de los lobos, Bargan comenzó a correr colina abajo tan rápido como sus piernas podían llevarlo. Al entrar en la zona de rocas, el joven resbaló y cayó clavándose un afilado fragmento de hielo que asomaba entre dos riscos. A pesar de la herida y la sangre que de ella brotaba, Bargan no paró hasta llegar al poblado donde lo esperaban exultantes el resto de sus amigos. Cansado, dolorido, herido y exhausto, el niño, que el día antes había cumplido nueve años, se fue abriendo paso entre la multitud hasta llegar a una hermosa muchacha de cabellos rubios y ojos verdes. Luego rebuscó entre sus ropajes y sacó una pequeña flor de color violeta, la flor del hielo, que sólo crecía en Kalandrya durante la temporada de más frío. Extendió su mano y se la entregó a la joven, que correspondió el regalo con un beso en la mejilla de Bargan. Todos los presentes vitorearon la acción mientras el héroe del momento agachaba la cabeza sonrojado y cruzaba sus manos tras su espalda haciendo dibujos en la nieve con una de sus botas. 

Sin lugar a dudas, el esfuerzo y los peligros sufridos habían merecido la pena por tan maravillosa recompensa.