Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 61 – Invierno 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Contaba la edad de 13 años, hace ya algún tiempo, je, je, cuándo oí hablar por primera vez de Los intereses creados, la obra estrenada en 1907 y la más famosa, quizás junto con La malquerida o Señora ama, del Nobel de literatura Jacinto Benavente.

Baltasar Sánchez Grau, don Baltasar para sus alumnos, el magnífico profesor de teatro que tuvo a bien inocularme el veneno de la pasión por el arte de Talía y que tuvieron a bien contratar los padres del colegio Franciscanos de Cartagena, nos habló de ella con delectación, como una de las obras imprescindibles en su canon teatral particular, en el que también figuraban, entre otras que yo recuerde, el Tenorio de Zorrilla, un auto sacramental de Calderón de la Barca, La señal de Fernando Lázaro Carreter o Escuadra hacia la muerte de Alfonso Sastre.

Desde entonces, esta singular obra de don Jacinto, distinta a todas sus creaciones dramáticas, me ha acompañado muchos años en forma de dos libros, adquiridos uno en 1978 y otro en 2016, leídos y releídos en diferentes ocasiones. Finalmente, gracias a la presidenta de Ars Creatio, otra amante incondicional de Los intereses, y de los miembros y amigos de la asociación, se llegó a la fecha mágica del 17 de diciembre de 2020, ocho y media de la tarde, Teatro Municipal de Torrevieja, en donde, a pesar de que el covid no lo puso fácil, los arscreatianos estrenamos esta magistral obra, con el que suscribe en el papel de Crispín, cosechando, y no me valen prendas en decirlo y escribirlo, un notable éxito, ante un público que completó todo el aforo permitido y que en su gran mayoría nos brindó su complicidad a lo largo y ancho de la hora y cuarenta minutos que duró la representación, y que nos regaló a su conclusión con unos más que generosos aplausos, incluso puestos en pie, que a todo el grupo participante en esta fantástica aventura teatral nos supo a gloria bendita.

Atrás quedaron los estudios y actividades preparatorias, así como dos meses y medio de intenso trabajo, con un total de treinta ensayos colectivos de unas dos horas cada uno, más otros ensayos de formato más reducido con uno o dos actores.

En Los intereses creados, Crispín dixit que los personajes semejan hombres y mujeres pero no son más que fantoches o muñecos de trapo o cartón, son aquellas máscaras de la Comedia del Arte italiana, no tan regocijadas como solían porque han madurado mucho en tanto tiempo. Y fueron esos personajes, ataviados con un vistoso vestuario, incluso resueltamente llamativo diría yo, de la mano de Conchita Mercader Valdés, en un escenario digamos minimalista, con un croma en su fondo y luces de variados colores, y gobos de figuras sugerentes marca profesional de Orecam, los que nos fueron desarrollando la historia de la llegada de dos pícaros a una ciudad italiana y, como enredando a todos creando una maraña de favores y de intereses («antes de pedir, ha de ofrecerse»), consiguen al final alzarse con el santo y la limosna del triunfo social, del económico e incluso del amoroso, asómbrense ustedes.

Todos los actores y actrices que intervinieron en la obra, un elenco de veteranos marca Ars, junto a nuevas y refrescantes incorporaciones, defendieron sus papeles con un brío, una fuerza y un entusiasmo encomiables. Así tuvimos a un pícaro Crispín unas veces taimado, otras algo desaforado y ¿graciosillo tal vez?, no sé, no sé; al otro aconchabado pícaro, Leandro, sinvergonzón y sincero, enamorado a partes iguales; a un entrañable y confiado hostelero junto a una solidaria y sorprendente pareja de mozos de hostería; a otra pareja indivisible formada por el severo y honorable capitán y su compañero de venturas y desventuras, el simpático y saltarín poeta Arlequín; a una mayestática doña Sirena junto a su «sobrina», la graciosa Colombina, otra pareja de diez; a un trío de pizpiretas y graciosas damas, Laura, Rosalía y Sofía, que realzan cualquier sarao que se precie; al malo de la película, quiero decir, de la obra, el señor Polichinela, malencarado y antipático, duro de pelar pero al que todos, trabajando de forma conjunta y «por el interés te quiero, Andrés», consiguen al final llevarlo a camino; a la enjoyada señora de Polichinela, con su voz estentórea, reclamando menos riqueza y más nobleza al futuro de su hija única; a la hermosa Silvia, el mejor partido de la ciudad, vástago de los Polichinela, plena de candor y dulzura, no exenta de vivillo genio, que enamora y se enamora de un joven caballero cortés y de buena presencia, Leandro, pillín y noble a la vez; al gran y prosopopéyico doctor jurista, defensor a ultranza de la justicia, eso sí, atemperada con la consecución de algunos estipendios; al severo secretario judicial, ejecutor material de la supresión de una coma que da al fin la victoria a los «buenos»; a los impertérritos, voluntariosos y fieles alguaciles, que a cambio de nada o casi nada, cargan con un proceso sumario de ¡tres mil novecientos folios!; y al impagable señor Pantalón, unido por el interés económico al inefable hostelero, reclamando una y otra vez, como un resorte, que le devuelvan el cuantioso dinero que perdió por instalar ostentosamente en una casa a los pillastres Leandro y Crispín.

Y junto a los que se exhiben cara al público, galvanizando y dando sentido al proyecto felizmente llevado a buen puerto, tenemos que destacar el apoyo y cobertura del Instituto Municipal de Cultura, a su dirección y personal, que se portaron, como siempre, de lujo, haciendo posible que Los intereses creados de Ars Creatio lucieran sobre el escenario de nuestro Teatro Municipal; al que ideó y diseñó el sugerente cartel junto a la autora de la foto que aparece en el mismo; a nuestros dos técnicos arscreatianos que secundaron y colaboraron de forma perfecta con los profesionales de luz y sonido; a nuestras maquilladoras amateur que perfilan a quien haga falta; a una regia regidora; y finalmente a nuestra directora, a la gran artífice, y muchas más cosas, de que los actores y actrices interpretaran tan bien sus papeles y se desenvolvieran acertadamente por escena.

Aquí no acaba la cosa, pues tuvimos la colaboración de la Sociedad Cultural Casino de Torrevieja, que nos facilitó el mobiliario para la casa del señor Leandro, junto a Juanjo el delPuerto Rico, que aportó mesas y sillas para la hostería. Y una colaboración muy, muy especial, la de Mery Dance Academy, con María del Ángel al frente y doce bailarinas que contribuyeron muy mucho a que la fiesta de doña Sirena fuera inolvidable.

Y ya para concluir, aunque «para salir adelante con todo, mejor que crear afectos es crear intereses», quiero dejar un hueco a la esperanza con la frase antídoto contra las indignidades y miserias humanas con la que finaliza Los intereses creados, y que don Jacinto pone en labios de la inocente Silvia: «(...) que no todo es farsa en la farsa, que hay algo divino en nuestra vida que es verdad y es eterno, y no puede acabar cuando la farsa acaba».

 

Fotografía: Joaquín Carrión