Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 61 – Invierno 2021
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

1. El blanco de las rosas


Con las desgracias

las rosas del jardín

florecen blancas.


Caminas por las calles rodeado

por el mundo, soñando primaveras.

Las ventanas cerradas, las aceras

en penumbra. En la esquina el descampado.


La luz melancolía en las fachadas

amansa la ciudad con su tristeza,

relumbra amoratada en la crudeza

de las tristes acacias enlutadas.


Caminas por las calles silenciosas,

sumida la razón en el oscuro

sinsentido del blanco de las rosas.


Las desgracias aplanan el latido

de tu corazón, negras mariposas.

El barrio se despierta enmudecido.



2. Rosas sin espinas


Si las rosas son rosas y los días

encadenan las noches sin descanso...,

es tiempo de silencio, hondo remanso

en donde apaciguar melancolías.


La tristeza es un manto de hojalata

que nos enfría el alma, que nos hunde,

nos deja sin aliento, nos confunde,

nos enmudece y hasta nos desbarata.


Árboles en otoño enmudecidos.

Las ventanas vacías. En las calles,

las farolas sin luz en las esquinas.


Por el aire planean los olvidos,

vagan entre la niebla sin detalles,

como rosas del agua sin espinas.



3. Un muro de granito


He levantado un muro de granito

en la garganta, un muro de silencio

mirando al cielo y, escéptico, potencio

la libertad del pecho elevando el grito


contra el frágil cristal de las estrellas.

La noche me acaricia la mirada,

penetra en mis entrañas, traspasada

la calma sin apenas dejar huellas.


Me sostiene el vacío, me ilumina,

abierto el ancho portalón del viento.

El sinsentido al muro lo rebasa.


Arde sin arder dentro de una encina,

la raíz primordial del firmamento.

El dios padre del fuego me traspasa.



4. Narciso


Me miro en el espejo... y no te veo.

¿Quién es el que me mira? Apenas nada,

apenas nadie, el aire, una mirada

que flota en la inconstancia del deseo.


El cristal del espejo, como acero

frío y afilado, me seduce y me ata,

me desvela y adormece y me arrebata.

En él me pierdo y olvido por entero.


Narciso no ama los espejos, ama

la quietud de las aguas engañosas

que intrigantes reflejan su figura.


Agotado en sí mismo se derrama,

perdido entre las sombras y las cosas.

En su mortal angustia, ¡qué locura!