Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
60 – Otoño 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Lo vi en el aeropuerto treinta años después de marcharme. No llevaba las gafas y no lo reconocí hasta que se me acercó. Pero sí me llamó la atención su forma de andar entre paréntesis, chulesca y jadeando los brazos. Iba rodeado de cuatro mastodontes, que lo distanciaban del resto de los viajeros. Pensé que era un grupo de mafiosos.
Me trajo recuerdos. Era un niño esquelético, que miraba de reojo y que sólo quería jugar a los juegos que él proponía. Todos teníamos que aceptarlo, su madre era viuda, ¡la pobre!, y en aquel entonces la sociedad las protegía. El nene se aprovechaba, tenía que ganarnos a todos y en todo; y con esa soberbia de los que creen estar por encima de los demás y de que todo les está permitido, se aprovechaba hasta con las trampas. Le llamábamos «el tramposo».
Con los años no mejoró su comportamiento, sólo sus argucias. Decidió estudiar Filosofía y Letras porque, según decía, era donde más chicas podía encontrar, y porque, con el manejo de la palabra, podría manipularlas mejor. Y eso ocurrió con Maribel, mi primer amor. Maribel era un encanto, además de guapa. Su situación familiar y económica, y el hecho de que saliera conmigo, fueron los motivos por los que él fue a su caza. Maribel, como todas las personas con encanto, intentaba hacer la vida agradable a todo el mundo. Y si él le decía que no le gustaba su peinado, se lo cambiaba; si le decía que no le gustaba su forma de vestir, le pedía su consejo. Y así, poco a poco, fue haciéndose más dependiente y más insegura, hasta que él la anuló. La destrozó, y a mí con ella.
Cuando se me acercó en el aeropuerto, me dijo: «¿No me saludas? ¡Soy ministro!». Yo no me levanté, ni saludé a Su Excelencia; saqué una novela de mi mochila y me dispuse a leerla, mientras él se alejaba lanzándome una mirada de odio y ante la sonrisa burlona que le prodigaron los presentes.
El hábito no hace al monje.