Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
60 – Otoño 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Un profundo y sentido pinchazo seguido de varias gotas de sangre cayendo sobre el agua del pilón indicaban que Talkarn había vuelto a cortarse el rostro. Llevaba un buen rato afeitándose con esmero pero no terminaba de hacerse con el manejo de la hoja afilada que cogió prestada de la herrería. Después de años luciendo una indomable barba había decidido cortarla ante la sorpresa de amigos y compañeros de armas. Talkarn era miembro de la guardia real de Myrthya y su arrojo y valentía contrastaban con su torpeza en el arte de la seducción. Desde que era joven pretendía a Aliatne, una dulce sirvienta que trabajaba en una de las tabernas de la ciudad de Myrthelaya, pero jamás se había atrevido a decirle nada que no fuera para pedir otra ronda o alabar el sabor de la cerveza que la doncella servía, ¡como si la hubiera elaborado ella misma!
Cansado de ver cómo una y otra noche Aliatne era cortejada por decenas de hombres, el bravo y apuesto soldado se decidió a tomar la iniciativa y pasar a la acción. Debía conquistar a aquella belleza y hacer que se enamorara de él. Para ello, Talkarn se puso en manos de Melandrón, un aprendiz de mago de segundo orden que se jactaba de tener gran experiencia en las artes amatorias a pesar de su aspecto desgalichado y su afamada torpeza. El hechicero solía presumir de ser el único de todo el reino capaz de conquistar el corazón de Marah, la capitana de la guardia real, así que era la persona perfecta para dirigirlo en la misión más importante que nunca había afrontado.
Durante dos semanas tuvo que acudir junto a Melandrón para que le enseñara cómo debía hablar, mirar, parpadear, guiñar los ojos y comportarse ante una mujer. La lección más difícil fue la del beso. Ante la sorpresa de Talkarn, el mago se puso una peluca rubia y pidió al soldado que lo besara, a lo que por supuesto se negó.
—Vamos a ver. ¿Has besado alguna vez a una mujer? —preguntó el hechicero.
—¡Por supuesto! —contestó ofendido Talkarn.
—¿Y que no fueran rameras? —volvió a interrogar Melandrón.
—Ah, pues no. Todas eran furcias. ¿Es que no es lo mismo? —cuestionaba el soldado.
—¡Claro que no, insensato! ¡¿Cómo va a ser lo mismo?! A una hembra de verdad hay que besarla con dulzura, rozando sus labios con suavidad, acariciando su rostro al tiempo que tu boca se funde con la suya —señalaba el supuesto experto en mujeres—. ¡Venga!, cierra los ojos e intenta imaginar que soy Aliatne, a ver cómo te portas.
Talkarn, con más vergüenza que pasión y más repulsión que placer, cerró sus ojos y unió sus labios a los de Melandrón, que permaneció un instante meditativo tras aquel destartalado beso.
—Bueno, no ha estado mal —dijo el aprendiz de mago—. Hay dos cosas que tienes que recordar. La primera es introducir tu lengua dentro de la boca de la mujer. Eso les encanta. Y la segunda es no olvidar agarrar su culo con fuerza justo en el momento en que la beses. Hazlo así y te aseguro que esta misma noche será tuya.
Y el momento había llegado. Una vez que hubo afeitado su barba, Talkarn salió en dirección a la taberna donde encontraría a Aliatne. El soldado caminaba nervioso intentando recordar todas las enseñanzas de Melandrón. Cuando llegó al mesón abrió la puerta y entró. Por suerte la noche era desapacible y no estaba muy concurrido. Escogió una mesa cerca de una ventana y esperó a que la bella muchacha se acercara. Cuando Aliatne se percató de su presencia se aproximó a la mesa y le preguntó si le traía lo de siempre, a lo que Talkarn asintió. De regreso con una jarra a rebosar de cerveza, la doncella se extrañó ante el absurdo parpadear que estaba haciendo el soldado.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó preocupada.
—Sí, claro, estupendamente —contestó Talkarn mientras ponía una pierna sobre la otra y elevaba su barbilla hasta que sus ojos casi no se cruzaban con los de Aliatne.
La mujer se marchó y Talkarn bebió su jarra de un trago alentado por los nervios que agarrotaban sus músculos. Buscó a Aliatne y le hizo una señal para que le trajera más bebida. Cuando la joven llegó con más cerveza, el soldado la recibió guiñándole un ojo y sacando la lengua para humedecerse los labios. La sirvienta lo volvió a mirar con asombro y le dejó la bebida sobre la mesa. Talkarn no se atrevió a decir nada. De hecho se bebió una jarra tras otra, hasta completar diez, sin pronunciar palabra. Cada vez que Aliatne llegaba donde él estaba, cambiaba de postura, le hacía gestos de lo más variopintos o dibujaba en su rostro una sonrisa desmesurada.
Finalmente, guiado más por lo que había ingerido que por la valentía que se le presuponía, se decidió. Volvió a llamar a la muchacha y cuando apareció con la cerveza, el soldado se levantó, la agarró por la cintura y la besó apasionadamente introduciendo la lengua en su boca como bien le había explicado el torpe aprendiz de hechicero. Luego agarró con su mano derecha el trasero de Aliatne con fuerza...
...El sonido del bofetón se oyó a manzanas de distancia.
Talkarn se levantó con la mano en su mejilla y se encaminó trastabillándose hacia la puerta entre las carcajadas de todos los que allí se encontraban. Una vez fuera respiró hondo, tragó saliva y se dirigió en busca de cierto aprendiz de mago con el que sin duda tendría una, ¿cómo llamarlo?, sí, una interesante y distendida conversación sobre cómo infligir dolor a un chapucero fanfarrón.