Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 59 – Verano 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Revelación

Ana está furiosa, no soporta a sus hermanos. Gritan, protestan, se pelean y vomitan, apretujados en el Seat 600. Aborrece a esos pequeños micos. Intenta concentrarse en el libro que sostiene en las rodillas. Lee: «Una mujer desesperada se arroja a los pies del victorioso Alejandro Magno. Le suplica que perdone a su marido, a su hijo y a su hermano, prisioneros en la batalla, condenados a muerte. Alejandro declara que sólo libertará a uno. Pero ella deberá elegir al afortunado». Ana, pensativa, roza con la lengua el alambre de su aparato dental y continúa leyendo: «La mujer decide salvar a su hermano». Ante Alejandro, que la contempla atónito, explica que ese muchacho es su único hermano y ella es joven todavía, con el tiempo, podrá disfrutar de otro marido y de otros hijos, pero sus padres fallecieron... Nunca, jamás, tendrá otro hermano. Ana medita. Intuye que esa historia, sorprendente y profunda, es el comienzo de una nueva forma de habitar su mundo.

 Segundo premio del V Concurso de Microrrelatos del club de lectura "La Garrapata Budista"

 

Riada

Ya están aquí otra vez esos hijos de perra. Merodean sin descanso por los límites de mi propiedad, se acercan a la valla de alambre con el pretexto de que son voluntarios y desean ayudarme. Desde que el agua arrasó el Palmeral, inundando nuestras casas, destrozando nuestros bienes, los vecinos no han parado de acosarme. Son inmunes al desaliento... como cuando me preguntaban por María. Pero no conseguirán su propósito: no van a limpiar mi casa, no sacarán al camino polvoriento una montaña de electrodomésticos herrumbrosos, ni de muebles enmohecidos. No van a levantar los pedazos de barro seco que cubren mi jardín, como gigantescas piezas de un puzle interminable. No van a recoger los restos de la piscina prefabricada, ni curiosear debajo del césped artificial... porque allí, entre las lombrices y los caracoles, envuelto en una colcha de ganchillo que el tiempo habrá convertido en un amasijo putrefacto, está escondido el maldito cadáver de María.

 

El agujero

En el colegio me dicen que estoy más flaca que la sombra de un alambre. También que mi madre y yo somos unas desgraciadas por culpa de mi padre, un rojo que desapareció en el frente de Somosierra. Es verdad que estamos muy delgadas, no lo niego, pero no somos unas pordioseras, porque nuestra familia del pueblo nos manda, cada cierto tiempo, embutidos y hortalizas. Lo malo es que los chorizos y las morcillas desaparecen por un agujero que hay en el fondo del armario del dormitorio de mi madre, tapado con unas mantas que huelen a miseria y a humedad. A veces el agujero también se traga una naranja, un pedazo de pan y media botella de vino tinto que nos fían en la tienda de ultramarinos. Esas noches, del agujero brota un resplandor suave y una voz susurrante tararea una canción antigua, una melodía familiar, que ilumina y alimenta nuestros hambrientos corazones.