Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
59 – Verano 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Ferlevam se incorporó una vez más para evitar ahogarse por el golpe de tos. El dolor del pecho se hacía cada vez más insoportable y sus pulmones apenas generaban aire que poder respirar. El anciano llevaba dos semanas tendido en aquella cama esperando la llegada de la muerte para que lo acompañara en su último viaje. Sus dos hijos permanecían junto a él, noche y día. El capricho de los espíritus de la tempestad quiso que vinieran al mundo al mismo tiempo para colmar de felicidad el matrimonio de Ferlevam y su esposa, Itzaar. De eso hacía ya veinte años.
—Padre, ¿por qué motivo no hablas nunca de nuestra madre? —preguntó la joven Neredne mientras sujetaba sentada en una vieja silla de madera la mano de su progenitor—. Cuéntanos algo de ella, son muy pocos los recuerdos que tenemos.
Ferlevam mantuvo unos instantes la mirada perdida en pensamientos lejanos. Sus ojos adquirieron el brillo del hielo cuando los rayos del sol se reflejan sobre su superficie. Suspiró con las pocas fuerzas que le quedaban marcando una mueca de dolor en su fatigado rostro y con una voz entrecortada por la dificultad para respirar dijo:
—El día en que conocí a vuestra madre fue sin duda el mejor de mi vida. Se encontraba en lo alto de una colina con otras mujeres cosiendo unas pieles bajo la sombra de un destartalado árbol. Yo pasé por su lado. Iba caminando con dos amigos, absorto en mil batallas de juventud. Veníamos de pescar salmones en el río Daltarie. Sin quererlo tropecé con ella y entonces la vi. Tenía el pelo lacio, no muy largo, de un intenso color amarillo. Unos ojos color miel y una nariz menudita y respingona. Estaba sentada con las piernas cruzadas una sobre otra y con los pies descalzos. Pertenecía al clan Nuntárak y llevaba pocos días viviendo en Hasphadia.
—Perdona, no te había visto —me disculpé.
Y entonces me sonrió. Podría parar el ritmo de la vida cada vez que la veía sonreír. Sus mejillas se iluminaban y sus ojos se humedecían. No podía dejar de mirarla. Estaba radiante.
Ese día, en esa colina, supe que acababa de conocer al ser más hermoso de la naturaleza. Después de tres años de vernos a escondidas, porque su padre nunca me aceptó por pertenecer al clan Hasphid, le pedí que se casara conmigo y le prometí que la miraría todos los días como lo hice cuando nos conocimos.
Antes de que vosotros nacierais hicimos un viaje por las tierras de los Velisdam. Siempre había querido visitar el sur de nuestro territorio y contemplar paisajes donde la nieve y el hielo convivieran con zonas verdes y aguas cristalinas. Cuando nos adentramos en los Montes Sima, los picos más altos del sur de Kalandrya que sirven de frontera con Utsuria, y contemplé con mis propios ojos aquellas imágenes que hasta entonces sólo había visto en mis sueños, fui feliz. Me senté en una piedra a la orilla de un lago y me quedé allí hasta que anocheció mirando todo lo que me rodeaba. Escuchando el sonido del silencio, de la naturaleza y de la paz en estado puro. En ese mismo instante le prometí a vuestra madre que si algún día podíamos, construiríamos una casa en aquellas tierras y así, juntos, podríamos dar a diario largos paseos mientras disfrutábamos de la visión de los lagos, ríos, colinas y bosques.
Y después llegasteis al mundo... Yo permanecía fuera de la cabaña con varios de mis amigos, bebiendo hidromiel y riendo. No podía apartar los ojos de la puerta de la choza esperando que en cualquier momento saliera una de las mujeres que estaban con vuestra madre llevando en brazos a mi hijo. Aún soy incapaz de expresar con una palabra conocida lo que sentí en el momento en que oí vuestro llanto por primera vez y mi sorpresa cuando por aquella puerta no salieron uno, sino dos niños.
Ferlevam comenzó a toser y sus hijos lo ayudaron una vez más a incorporarse. Después de beber un poco de agua prosiguió:
—Dos años después de que nacierais ocurrió. Una fría mañana del ciclo solar superior salí con varios hombres de la aldea en busca de un lobo que llevaba varios días atacando al ganado. Después de encontrar al animal y darle muerte volvimos orgullosos y deseosos de contar a todos cómo lo habíamos cazado. Al llegar al poblado todo era silencio. Una muchedumbre se congregaba alrededor de cuatro cuerpos que yacían tumbados sobre la nieve. Al parecer fueron sorprendidos por un alud mientras recogían leña en la ladera de las Montañas del Abismo. Bajé de mi caballo y corrí hacia la multitud. Al llegar la vi. Hermosa, dormida, con las mejillas aún sonrosadas y la dulzura reflejada en su rostro. Me arrodillé junto a su cuerpo y besé aquellos labios fríos. En ese momento fui consciente de que la había perdido para siempre...
El resto ya lo conocéis. Me dediqué a criaros lo mejor que supe hasta que llegara el momento en que me reuniera con Itzaar y entonces, juntos de nuevo, cumpliría aquella promesa que le hice y marcharíamos a vivir a las templadas tierras del sur.
En ese instante el rostro de Ferlevam se iluminó. Una calidez inusual impregnó el ambiente de la cabaña. El anciano sonrió, miró a su hijo, que se encontraba de pie junto a la cama, y le guiñó un ojo. Luego dirigió su mirada hacia Neredne, que continuaba sentada junto a él, le apretó la mano con las pocas fuerzas que le quedaban y con una voz que recordaba más al hombre que había sido que al enfermo que se encontraba en aquella cama, dijo:
—Doy gracias a los espíritus de la tempestad por haberme dado dos hijos maravillosos. Ahora debo marcharme porque vuestra madre me espera junto a la puerta. Siempre estaré con vosotros como siempre he estado.
Ferlevam inspiró una bocanada de aire que soltó lentamente mientras cerraba unos ojos que nunca más se volverían a abrir.