Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
59 – Verano 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
Para Ramón y Horacio, que creyeron que se podía luchar por una sociedad más justa.
Los dos caminan por la avenida, paso apurado, mirando para ambos lados. La noche comienza a trazar las primeras pinceladas de esa gris llovizna que deja las veredas brillosas y resbaladizas. Sienten pasos cercanos que resuenan en el espacio vacío. Se apuran, cada vez más. Sospechan que algo va a ocurrir. El andar, cada vez más rápido. El más joven dice: corré. Llegan a la esquina y sus pies parecen volar sobre la calle adoquinada.
La voz de alto se oye ronca; de inmediato, el silbar de las balas. La carrera es veloz, pero las balas resuenan a su lado. Corré vos, responde el otro, corré, no te detengas por mí.
Corre, corre, zumban las balas cada vez más cerca. Los de la voz de alto también corren.
De pronto, el silencio inmenso. Una de las balas atraviesa el corazón del que había quedado más atrás. Pequeña entra por la espalda, certera rompe el corazón y la sangre sale a borbotones por el pecho herido. Silencio inmenso, estrepitoso silencio.
Un paso más, avanzo. Siento a lo lejos la voz de mis hijos pequeños: papá, papá, un cuento, papá, queremos el cuento de todas las noches. Esos brazos de juguete se acercan pero no lo tocan. Siento risas, no, no se vayan, los quiero abrazar.
Qué linda viene con su vestido de novia, blanco, minifalda, joven, muy joven. Cómo llovió el día en que nos casamos. Qué alegría cuando se recibió de maestra. Cuántos besos, cuántos abrazos, se van, se van... Siento que te alejas, sonríes, me mandas un beso con la mano.
¿Qué hacen, muchachos, ahí parados? Hoy no hay clases en el liceo. Empezó la huelga contra la dictadura. No la esperaban, lo sé, son muy jóvenes para vivirlo.
No se pongan tristes, compañeros profesores, para mí fueron hermanos, mis hermanos. Aprendí mucho de ustedes, los dejo.
¡Eh, muchachos! ¿Qué es esa cara tan seria?, ¿por qué están mudos? Qué pasó, nadie aprontó el mate, hay mucha gente en los bulines. Con este frío hace bien un mate calentito. No se queden parados e inmóviles. Sí, los dejo, los veo cada vez más difusos. No, Carlos, no llores, seguí luchando, yo sigo con ustedes.
Las piernas se me doblan, ya no puedo correr, estoy en el mismo lugar.
Madre, hermanos, cuántas vueltas dimos juntos para encontrarnos acá en la capital. Sé que no vas a llorar, vieja, te encargo mis hijos, sé que vas a ayudar a su madre, pasaste por muchas cosas, sos fuerte, sé que vas a estar ahí cuando te precisen. Hermanos, se acuerdan de las siestas de verano en el pueblo, cuando robábamos sandías y las comíamos en el pasto.
No siento los pies, no me ayudan a moverme, están duros, sin embargo me invade un tibio calor en el cuerpo.
Qué trabajo me dio preparar este examen, me iba en fija que lo salvaba, no lo puedo dar, ahí, me recibía, sería veterinario. Todo un veterinario.
Los brazos se acercan al suelo, debo estar cayendo, pero siento que estoy vivo, pienso y siento. Los compañeros de militancia qué convencidos estamos de que hay un camino para la liberación. Los ojos se me nublan, no distingo bien las formas, es porque está oscureciendo, debe ser. Pero hay algo extraño...
Qué hacen ustedes, por qué me vienen a buscar. Líber, hace unos años puse un clavel bajo un gran pizarrón que decía SILENCIO. Triste, muy triste, eras el primer compañero que se iba, un símbolo tu nombre Líber Arce, quién niega que hay magia. Cuántos te siguen, Líber, la veo a Susana, a Hugo. ¡Pah! ¡Qué cantidad! Recién empiezo a nombrar uno tras otro, uno tras otro.
Me dicen: ¡acompáñanos, empezaste a crecer de otra forma!
¿Dónde estoy? Que frío, qué frio siento, el suave calor que corre por mi cuerpo se va como un hilo corriendo por el empedrado.
Cada vez estoy más lejos de mi cuerpo. No, no me quiero desprender de él.
¡Pah, cuántos recuerdos! El adiós al pueblo cuando mi padre consiguió un trabajo en la mitad del país. El liceo, las travesías en tren para ir a hacer preparatorios a una ciudad cercana. Qué lujo de profesores.
La venida a Montevideo, los nuevos encuentros, ya son viejos, hace más de ocho años que recorríamos el patio de la facultad como niños despistados.
De a poco nos fuimos hermanando. Cuántos cambios en el mundo, este año 68 se las trae, los jóvenes se movilizan, se agitan, gritan, levantan el puño, dicen no pasarán. Bailan, cantan, se enamoran, se desenamoran.
¡Huy, cada vez siento más frío! El hilito rojo es más pequeño. Son muchos los que vienen a darme una mano para que me vaya con ellos.
Cada vez estoy con más sueño, me parece que no me puedo despertar, no, no, no me puedo despertar. Mi cuerpo está helado, ya no lo siento.
Las pisadas fuertes de los dos militares se acercan. Se agachan, lo tocan, dudan si vive o está muerto. Alguien llega con un vehículo, entre dos lo levantan y lo dejan en el piso, se lo llevan...
En la calle queda una pequeña hebra de sangre. La marca imborrable de los que se atrevieron a atravesar el derecho a la vida.
Todo comenzó el 27 de junio de 1973 y este relato es parte viva de la memoria de su autora.
Invierno de 2020