Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 59 – Verano 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Lo llamaban confinamiento, vocablo que me pareció engolado y extraño; así que busqué su definición: «Pena que consiste en obligar a alguien a residir en un lugar diferente al suyo, aunque dentro del área nacional, y bajo vigilancia de la autoridad».

«¡Vaya! Y ahora, ¿dónde voy a residir yo? Y ¿por qué tengo que sufrir una pena, si soy respetuosa con las leyes?». Para aclararme con el confinamiento, tuve que recurrir a los sinónimos: exilio, destierro, expulsión, deportación... y, por fin, algo lógico: aislamiento. Me pregunté por qué empleaban un término tan rebuscado e incomprensible y llegué a la conclusión de que precisamente lo que se perseguía era nuestra ignorancia; era más fácil manipular.

Nos encerraron en casa. No sé si fue por falta de previsión o pensando que éramos de raza superior y el virus letal chino pasaría de largo; nosotros no comíamos carne cruda de mono.

Para encerrarnos en casa, se sirvieron del miedo, otro método de manipuleo. Nos hicieron responsables de las vidas ajenas. Cualquier persona podía contagiarnos el virus mortífero o ser nosotros mismos los criminales en potencia. La terrible responsabilidad de llevar a la tumba a un ser querido nos angustiaba más que la pérdida de la propia vida y, ante este dilema, hubo personas que se la quitaron. También las pesadillas eran recurrentes. Mi amiga Ana me contaba que se le aparecían sus padres sentados en una nube y ella, llorando, les decía: «¿Pero ya me vais a llevar con vosotros?».

Otra reacción ante el miedo era la agresividad. Aumentó el maltrato, silenciado por las paredes domésticas. Pero casi siempre la agresividad era enfocada hacia ellos. Ellos, esos endiosados que salían constantemente en la televisión para decirnos lo bien que estaban gestionando la pandemia, mientras veíamos que los fallecimientos se multiplicaban. Nos sentíamos impotentes y amenazados. Sin recursos ante lo desconocido y sin defensas de «Papá Estado».

Ante la tragedia, con hospitales y teléfonos de emergencia colapsados, buscamos apoyo en el contacto con seres cercanos o lejanos. Los WhatsApps eran los instrumentos de cambio para chistes, hacer gimnasia, cocinar o estar informados de lo que realmente pasaba. Los ciudadanos se mofaban de los «endiosados» hasta que impidieron los envíos masivos, con el pretexto de que se trataba de bulos. Nuestra libertad fue restringida.

Me serví de la imaginación, para no sucumbir.