Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 58 – Primavera 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

La lluvia no fue lo único que cayó en aquellos días. Con ella, los rayos y truenos habrían de atemorizar a la ciudad y sumirla en pesadillas. Como en la antigua casa junto al río, hacia la cual, cargada de bolsas y guarecida por un paraguas del chino, se dirigía ese día Abigail, la dominicana que limpiaba y hacía la comida al viejo huraño los lunes y jueves. Al entrar, se puso la mascarilla y los guantes. Tomaba precauciones  porque don Ubaldo le infundía lástima y porque así disimulaba de paso los moratones de su marido. «Se me dañó el carro, es por eso que me demoré», le dijo. Don Ubaldo repuso con una pregunta que escondía una súplica. «¿Se va a quedar esta noche conmigo? Es que hoy me siento delicado. Puede llamar a su marido, se hará cargo».

Quien viviera en esa casa lóbrega debía acabar forzosamente imbuido de melancolía, pero don Ubaldo era una mente activa y había trazado un plan para escapar de la vejez. En ese día de tormenta, tenía preparada ya la cicuta con que hacer un Séneca tramposo.

Su enorme biblioteca de los años treinta llegaba hasta el techo. A media altura, un altillo corrido permitía alcanzar los libros de las últimas estanterías. Era la biblioteca propia de un investigador, pero con una inquietante deriva irracional hacia la Hipnosis, salpimentada de ejemplares esotéricos, hinduistas y budistas. En el escritorio, algunos de Poe y Jack London. Desde hacía tiempo, don Ubaldo practicaba la autohipnosis regresiva, sin el más mínimo esfuerzo. Esa noche mágica de relámpagos, pretendía adentrarse en un ambicioso retroceso de sucesos, hasta los instantes más alejados de su vida, a los momentos intrauterinos y, desde allí, como quien salta a la piscina, saltar también hasta otras vidas. «Somos energía y hay mucha gente haciendo auténticas travesías por el tiempo, con este mecanismo de la reencarnación», se decía. «Agárreme, que estoy fatal». Mientras la cicuta de la taza de té terminaba su trabajo, Abigail tomó cariñosamente sus manos para consolarlo, sin saber que los cuerpos, así unidos, iban a transmigrar sus almas.

Los cables de la luz trazaban en las paredes sencillos mapas conceptuales, iluminados a ráfagas por los relámpagos. En esas, el visillo del balcón revoloteó agitado por el viento húmedo mientras permanecieron juntos los dos, hasta que, a medianoche, tras el sonido sobrecogedor de un trueno, el cuerpo menudo exhaló un último suspiro y, por fin, don Ubaldo, ese manojillo enérgico de huesos, murió.

Abigail abrió entonces los ojos, se palpó el cuerpo y estalló en una sonora carcajada. Luego se puso el abrigo y dedicó una última mirada al cuerpo de don Ubaldo, engullido en su butaca. Mientras sorteaba los charcos de lluvia, iluminados por la tormenta, en dirección a su casa, pensó cómo abordar el encuentro con su marido...                                  

(Seleccionado en el concurso de relato breve de 2020 yomequedoencasa del Ayuntamiento de Orihuela)