Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 58 – Primavera 2020
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

«No todos saben ver una película. Las películas buenas hay que verlas dos veces. En una película buena hay lo que se ve y lo que después se va viendo». (Azorín, Claves del cine II )

 

 

1. El hombre elefante fue la primera película que vi de David Lynch, sin ser yo consciente de quién era David Lynch. La pasaron por Televisión Española. Debía tener yo diez o doce años y recuerdo esa época como el inicio de mi verdadera devoción por el cine. Tuvimos suerte los de mi generación de poder disfrutar de un momento en el que, con apenas dos canales, la parrilla televisiva ofrecía ciclos y películas de una calidad extraordinaria. Por esos años descubrí a John Ford, a Alfred Hitchcock, a Anthony Mann y a otros maestros del cine clásico, pero también fue la época de las grandes producciones televisivas patrias, como Cañas y barro, Fortunata y Jacinta o la que más me gustó: la espléndida Juncal, del maestro Jaime de Armiñán.

2. La película me impactó muchísimo y lo hizo no solo por la fuerza de su historia, sino sobre todo por la fuerza de sus imágenes. Mientras la veía, hipnotizado, creía que se trataba de una película antigua, quizá de los años 30 o 40. Y no solo lo creía por la utilización del blanco y negro en su fotografía, sino por la forma de narrar. Algo me decía que esa película no podía ser moderna; algo me decía que esa película era clásica. Años después, claro, cuando vi otras cintas de David Lynch y cuando leí cosas sobre este maravilloso director norteamericano, fuera de toda moda y toda etiqueta, comprendí que no iba yo muy desencaminado al pensar que El hombre elefante no podía ser una cinta moderna; claro que no lo era. Es una película que, como todos los clásicos, está fuera del tiempo. Y ese estar fuera del tiempo hace que lo clásico, como decía Juan Ramón Jiménez en su libro La colina de los chopos, siempre sea moderno, actual. Todo lo que es de un tiempo termina caducando. Solo lo que está fuera del tiempo permanece, pues es ajeno a sus inclemencias.

3. Mel Brooks tenía el proyecto de hacer una película sobre John Merrick, el Hombre Elefante, pero todavía no tenía director. Además, Brooks no quería que su nombre apareciese en pantalla, ya que el espectador (y la crítica, para qué negarlo) lo asociarían con la comedia más o menos absurda. Un día presenció, en un pase privado, una extraña película salida de los circuitos underground. El título, Eraserhead (Cabeza borradora); el director, David Lynch. Cuando terminó la proyección y las luces se encendieron, Mel Brooks ya sabía quién iba a dirigir El hombre elefante.

4. Si analizamos someramente el cine norteamericano del año 1980 se nos podrían ocurrir, fácilmente, una docena de películas mejores de la que finalmente se alzó con el ansiado Óscar de Hollywood. Pero hay tres cuya enorme calidad las ha convertido en clásicos que todo cinéfilo de pro debe conocer. Dos de estas tres películas, El hombre elefante (David Lynch) y Toro salvaje (Martin Scorsese), ya tuvieron en el momento del estreno todo el beneplácito de la crítica y del público más «enterado». Pero hubo una que prácticamente acabó con la carrera de un gran director, llevó a la quiebra al estudio que la produjo y cosechó las críticas más nauseabundas e injustas que se recuerdan en años. Nadie perdonó a Michael Cimino, algunos no lo han hecho todavía, rodar una de las cintas más hermosas del cine contemporáneo: La puerta del cielo. Cualquiera que vea hoy la película en su último montaje autorizado por el director antes de morir (unos 219 minutos) y en una buena pantalla, entenderá que una cinta de esa categoría no se puede rodar estando borracho o drogado, como se comentó en cierto sector de la crítica. Lo que sucede, y sigue sucediendo, es lo que ya comentaba Ramón Gaya en su imprescindible Naturalidad del arte (y artificialidad de la crítica): el problema de la crítica radica en la diferencia que se produce entre «entender» y «comprender». Lynch, Scorsese y Cimino son hoy ineludibles, pero... ¿quién ganó el Óscar a la mejor película en 1980?

5. Ojo, no quiero decir que no me guste Robert Redford, que me parece un gran actor e incluso un buen director, como lo demostró hace no muchos años rodando una cinta que pasó inadvertida y que me pareció extraordinaria, La conspiración. Una película, esta sí, que perfectamente podría haber optado al premio a mejor película, pero...

6. La principal virtud de una película como El hombre elefante es su continua búsqueda de la excelencia. Desde el principio, esa magnífica secuencia onírica tan propia del cine de Lynch, hasta el final, todo se armoniza de tal manera que no hay un solo plano, ni siquiera en los de transición, que sobre o que se pudiera haber rodado de otra manera. Dicho de otro modo: la música, la fotografía, el montaje, el guion, los actores, el vestuario empastan de tal manera que forman un todo que transita ante nuestra mirada con la perseverancia mecánica de un reloj. Técnicamente la cinta es perfecta. Recordemos, para los más jóvenes, que estamos hablando de una película de 1980, y que nada de lo que hay en ella es digital. Cada uno de los apartados técnicos que componen la película dio lo mejor de sí mismo, como se puede apreciar en la banda sonora de John Morris o en la fotografía de Freddie Francis. A todos estos elementos hay que añadir a un inspiradísimo David Lynch, cuya caligrafía cinematográfica en esta ocasión roza la perfección y resulta casi milagrosa. Al menos dos veces más demostraría Lynch su descomunal talento para narrar una historia con imágenes: en Blue Velvet (1986) y en The Straight Story (1999). El resto de su filmografía es menos incontestable, pero no por ello menos maravillosa.

7. En un artículo publicado en su libro Cine o sardina, Guillermo Cabrera Infante sugería que la película quedaba lastrada por el patetismo y la profunda tristeza del tema que trata. En esta ocasión creo que el excelente escritor cubano equivoca su disparo: la película es triste, claro, pero no queda lastrada por eso. Lo que hace de El hombre elefante una película incómoda de ver es su condición de espejo, de mostrarnos tal y como somos, de presentarnos la condición humana en toda su descarnada fealdad. Pero hay un pequeño hueco para la esperanza, o al menos yo siempre he querido verlo así, en esa lágrima que Anthony Hopkins hace resbalar por su mejilla en una de las primeras y más poderosas imágenes de la película.

8. La superioridad del cine de hace unas décadas al cine más actual (no digamos ya del cine clásico al actual, pues ahí no hay posibilidad ni siquiera de discusión) es patente cuando uno revisa películas como El hombre elefante, Toro Salvaje o La puerta del cielo, pero también cuando vuelve a ver Paris, TexasVolver a empezarEl viaje a ninguna parteLos duelistasVeredicto final o Tierras de penumbra. En todas ellas, y muchas más, hay un punto común: el director se centra en contar una historia por medio de imágenes de la mejor forma posible, no en hacer malabarismos para contentar a la taquilla o, lo que es todavía peor, a la «crítica».

9. La crítica, ay, tampoco es lo que era. Uno recuerda a José María Caparrós Lera, Augusto Martínez Torres, José Luis Guarner o Ángel Fernández Santos y lee lo que hoy se escribe sobre cine y entran ganas de llorar. Ya no menciono los artículos de cine que escribieron Azorín, Julián Marías o el antes mencionado Guillermo Cabrera Infante, quienes además de escribir sobre cine lo hacían sobre otras cosas. Y era en esas «otras cosas» donde estaba la grandeza de sus artículos cinematográficos y lo que hoy más echo de menos. Se nota que algunos críticos actuales han visto mucho cine, pero ya está; no han hecho otra cosa. Se quedaron encerrados en una sala oscura o frente a la pantalla del televisor en casa y olvidaron leer, visitar museos, pasear por un parque, vivir...

10. Sirva este pequeño homenaje a una película como El hombre elefante para reivindicar una forma de hacer cine y también una forma de ver cine. Y para ampliar y conocer más datos sobre David Lynch y sobre El hombre elefante, recomiendo la lectura del libro de Chris Rodley David Lynch por David Lynch (Alba editorial). También resulta provechosa la lectura de David Lynch: claroscuro americano, de Andrés Hispano (Glénat editorial) y David Lynch, de Quim Casas (Cátedra editorial). Parte de la filmografía de Lynch también está muy bien analizada en David Lynch, de Miguel Juan Payán (J. C. editorial). El artículo de Guillermo Cabrera Infante sobre David Lynch se titula The Lynch Mob y se encuentra dentro del libro Cine y sardina (Alfaguara editorial). La cita de Azorín que abre el presente texto pertenece a uno de sus artículos de cine, el titulado Claves del cine (II), recogidos en El Cinematógrafo (Pre-Textos editorial).

11. Por cierto, son cuarenta los años que ya tiene la película aquí comentada. Supongo que esto debería haberlo dicho al principio del artículo, o incluso en el propio título, pero tratándose de una cinta de David Lynch comprenderán que la aparente falta de estructura del presente texto es un pequeño homenaje.