Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 52 – Otoño 2018
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Raíces comunes de Torrevieja, Carloforte y otras comunidades del ciclo tabarquino o el papel de tabarquinos y genoveses en la conformación de los rasgos distintivos de la Torrevieja en gestación

 

 

Tabarka, la isla madre. Tierra de frontera

Afirma Fiorenzo Toso en su Grammatica del Tabarchino[1] que, a la luz de las investigaciones que los académicos han realizado sobre el origen de la colonia genovesa en Berbería, Tabarka fue poblada entre 1540 y 1550 por familias de pescadores de coral procedentes de Pegli (Génova) y de otros puntos del litoral de Liguria Occidental, y que la pesca de coral fue sólo el punto de partida para el asentamiento de los genoveses en Tabarka. Pronto la pesca fue acompañada de una actividad comercial variada y floreciente que enriquecería a la familia genovesa de los Lomellini, propietarios de la concesión efectuada por la Corona de España.

Siguiendo con el mismo autor y obra, a principios del siglo XVIII, el coral continuaba siendo un elemento importante de la economía de Tabarka, pero casi la mitad de los ingresos provenía del comercio de cereales, legumbres, aceite, pieles, lana, miel, cera:

La factoría, no por casualidad, incluyó tres almacenes para granos y lana, dos para cuero y aceite, otros dos para madera de la construcción y para el coral; a los anteriores se añadía un astillero o carpintería de ribera para la construcción de embarcaciones, dos almacenes para suministros y dos molinos movidos por camellos.[2]

Tabarka fue en última instancia una especie de puerto libre donde, más allá de la pesca del coral, se comerciaba y se traficaba —practicaba el contrabando— sobre todo tipo de bienes, incluyendo:

La isla era una encrucijada de comercio más o menos legítimo en la que confluían nobles genoveses, pescadores y patronos de Liguria, soldados mercenarios, personas desplazadas de Pegli, comerciantes e intermediarios genoveses y judíos, frailes mercedarios, espías de diversos orígenes, turcos y moros.[3]

Era un lugar de frontera, pero al mismo tiempo, también un puente que conectaba el mundo cristiano y el musulmán, dos realidades culturales y diferentes, casi siempre en conflicto. Aunque sin carácter oficial, fue un puente efectivo para mantener relaciones comerciales y económicas entre mundos enfrentados.

 

Una historia de éxito en el ciclo tabarquino: colonización de isla de San Pietro en Cerdeña y fundación de Carloforte

En 1738, un centenar de familias tabarquinas emigraron a la la isla de San Pietro, Reino de Cerdeña, invitadas por el rey Carlo Enmanuelle III de Cerdeña. Junto con ellas, otras 26 familias procedentes de Liguria. Colonizaron San Pedro y fundaron Carloforte. Sabemos que la colonización fue un éxito.

En San Pedro, los nuevos colonos tuvieron la posibilidad de explotar un mar rico en coral, una actividad en la que los tabarquinos contaban con una secular experiencia. Se encontraron con aguas ricas en pesca y pronto pondrían en marcha almadrabas para la pesca del atún. Cultivaron la tierra, disponían de abundante madera en los bosques de la isla, que habría de servir para la construcción de viviendas y embarcaciones, primero pesqueras, de menor porte, más adelante de mayor tonelaje, destinadas al comercio. Identificaron lagunas o el lugar en tierra en que las formarían con agua de mar para explotar salinas, como pronto ocurrió.

Escribe Fiorenzo Toso que en una atmósfera de fervor e incansable laboriosidad, los colonos comenzaron la fundación de Carloforte. Precisa que no faltaron problemas y controversias con las autoridades, pero al lidiar con ello con éxito «la pequeña comunidad de Carloforte demostró la iniciativa, la tenacidad y las mejores cualidades de la raza genovesa»[4].

Después de algunos años desde el desembarco de los primeros tabarquinos, el asentamiento podría considerarse logrado. La colonia prosperó mucho. Los tabarquinos construyeron embarcaciones, se dedicaron con intensidad a la pesca del atún, coral y anchoas, y a la recolección de sal. Mientras tanto, el puerto comenzó a tomar importancia y a ser frecuentado por buques de diversas nacionalidades, y la ciudad se convirtió en sede de algunos consulados. La economía pronto derivó hacia lo mercantil apoyado en una flota velera propia de barcos pequeños pero audaces, tripulados por marinos y marineros carlofortinos[5].


Un fracaso tras la ilusión: el proyecto ilustrado de Nueva Tabarca en el ciclo tabarquino

Mientras tanto, en 1741 Tabarka fue ocupada por los tunecinos, asoladas las instalaciones a excepción de la fortaleza y convertidos en esclavos más de ochocientos hombres, mujeres, ancianos y niños.

Tras 28 años de esclavitud, la mitad de ellos en Túnez, la otra mitad en Argel, gran parte de los tabarquinos que continuaban esclavizados por la Regencia de Argel fueron rescatados por decisión del rey español Carlos III, con recursos allegados por las órdenes redentoras de la Merced y la Santísima Trinidad (mercedarios y trinitarios).

Desembarcados en 1770 en la Isla Plana o de San Pablo, rebautizada Nueva Tabarca, en lo que fue proyecto paradigmático de la Ilustración, las expectativas puestas en la nueva vida en libertad pronto se vieron defraudadas.

Aunque hay evidencias escritas anteriores, en marzo de 1779 las quejas de los tabarquinos al rey describían una situación desoladora:

Una isla sin agua y sin madera; aquélla, una necesidad vital e inmediata; ésta, un recurso imprescindible como base energética de la época y para la construcción de embarcaciones y todo tipo de utensilios y elementos de uso cotidiano. Una población de 328 tabarquinos y 15 españoles. Familias divididas: algunas decenas de hombres permanecían en Argel como esclavos. La mayor parte de los colonos vivían en la más completa miseria por falta de actividad laboral. Los trabajadores percibían un salario, mientras las viudas, los mayores y las mujeres solas con hijos recibían un subsidio diario[6]. Apenas se trabajaba la tierra, muy improductiva para casi cualquier tipo de cultivo. Las embarcaciones del rey (una media docena de barcas de pesca) estaban sin usar por falta de mantenimiento y reparaciones. La pesca apenas se practicaba. Se informa de que muchos de los que antes se dedicaban a la pesca trabajaban de jornaleros.

 

Génesis de Torrevieja. La explotación como salina de la Laguna de Orihuela y la segregación administrativa de los cotos de las Lagunas de Orihuela y La Mata. Un virreinato mercantil sobre una factoría de sal

En 1766 se hacen pruebas satisfactorias de extracción de sal y análisis de calidad. La explotación y exportación de sal de la denominada Laguna de Orihuela es un gran éxito ya en 1768.

Por aquel entonces era secretario de Estado (ministro de Asuntos Exteriores) de la Monarquía española el genovés Pablo Jerónimo de Grimaldi y Pallavicini[7]. Grimaldi era diplomático de profesión, había sido embajador en Suecia y se había implicado personalmente en la apertura de un canal de exportación de sal a Suecia y otros países.

Sobre la implicación personal de Grimaldi ante Carlos III en la liberación de los esclavos tabarquinos, nada cierto sabemos. Sólo podemos conjeturar, apoyados en que el padre Stefano Vallaca —sacerdote tabarquino que se libró de la esclavitud por residir en algún lugar de la futura Italia— afirma en su obra Memorias de la isla de Tabarka[8] que consiguió llegar a Carlos III, que Grimaldi, quien despachaba directamente con el rey, tal vez echó una mano. Es probable que en el archivo del Ministerio de Asuntos Exteriores o en algún otro del Estado pueda despejarse esta duda.

Regresando al asunto salinero, no pudo pasar inadvertida para Grimaldi la entrada en explotación con enorme éxito de la Laguna de Orihuela, con la exportación de sal a Suecia y otros países, y los ingresos que ello suponía para una Corona siempre necesitada de recursos para cubrir una miríada de necesidades en posesiones inmensas y raramente en paz, en particular por las disputas con Inglaterra.

El éxito de las salinas, su impacto económico y afectación a la zona circundante, debió llamar la atención del secretario de Estado. Más aún al saber que, a escasas leguas de distancia de las salinas, hacía agua un costosísimo proyecto concebido y ejecutado bajo los auspicios de su íntimo rival en la Corte, el conde de Aranda, presidente del Consejo de Castilla. Y que eran víctimas del fracaso varios cientos de cuasipaisanos —de origen ligur, como el propio Grimaldi— condenados a una existencia miserable tras el también muy costoso rescate de la esclavitud en Berbería. Nada de esto podía ser ajeno a quien auxiliaba al rey a llevar la política exterior de la Monarquía y era objeto de desdén por los integrantes del partido aragonés liderado por Aranda.

Ante el fracaso del proyecto y el éxito tan cercano, merced a unas nuevas salinas, del poblamiento de la Torre Vieja, ¿no intentaría echar una mano a sus parientes tabarquinos y otra al cuello a su enemigo Aranda?

Volveremos más adelante a las décadas finales del siglo XVIII, claves en la conformación de lo que llegará a ser Torrevieja. Pero antes, saltamos en el tiempo. Pasarán unos años y el puerto de Torrevieja habrá sido habilitado para el comercio de otros géneros, además de la sal.

 

¿Una segunda historia de éxito en el ciclo tabarquino? El salto de una factoría de sal a una flota propia, gentes de mar y sociedad mercantil


Estamos en plena Guerra de la Independencia y la ciudad de Alicante se queja por escrito a las Cortes de Cádiz en 1812: la ciudad vive en la miseria por culpa de los embarques fraudulentos de  Torrevieja, a la que denominan nido de contrabandistas.

¿Se trata de una técnica y saber nativos o es materia enseñada por terceros cualificados? ¿Tal vez por comerciantes y pobladores de frontera, perfectos conocedores del otro lado? Tal vez. Por el momento, es sólo una conjetura.

Además del quién, surge la pregunta sobre el cuándo: ¿a partir de cuándo habrían desarrollado nuestros tatarabuelos torrevejenses esa supuesta maestría en el contrabando?

Es preciso puntualizar que el contrabando se practicaba con la costa de Berbería y, dentro de ella, con la región más cercana a nuestro litoral levantino; es decir, la actual costa occidental de Argelia, con la ciudad de Orán como punto de referencia. Orán fue durante siglos posesión española y, de hecho, hasta 1792 España mantendrá el dominio del enclave salvo en el paréntesis que va de 1708 a 1732.

La navegación costera y el comercio con el norte de África sufría con la piratería berberisca. En lo que atañe a España, esto fue así hasta el Tratado de Paz Hispano-Argelino de 1786. Años antes (en 1783 y 1784), las expediciones de castigo sobre Argel comandadas por el teniente general D. Antonio Barceló habían hecho mella en el ánimo de la Regencia, en manos del bey de Argel. De hecho, la incansable actividad del marino y militar mallorquín, al mando de una flota de jabeques reales, agobió y humilló durante décadas a las flotas piratas argelinas.

Si el que escribe tuviera que formular una hipótesis de trabajo sobre el inicio de una actividad intensa, sostenida y productiva de contrabando de tabaco y otros productos con el norte de África, lo situaría a partir de 1786, cuando la piratería dejará de ser una amenaza para los barcos mercantes españoles y las zonas litorales del levante peninsular. En ningún caso antes de esa fecha.

La cifra de tabarquinos que desde 1770 poblaban Nueva Tabarca cae abruptamente entre 1779, con una población de 328 tabarquinos y 15 españoles, y 1787, cuando el censo de Floridablanca arroja 111 almas en la isla.

Por otra parte, la paz con la Regencia de Argel y el fin de la amenaza de la piratería sobre personas y bienes españoles debió suponer una radical reducción en el valor estratégico de Nueva Tabarca como primer punto de observación y contención de los piratas. ¿Pudo entonces relajarse el control o exigencia que sobre los tabarquinos había sido impuesta, de morar en Nueva Tabarca, una vez fueron rescatados de la esclavitud? Todavía tardará la isla en ser desmilitarizada y perder su condición de plaza fuerte, pero, habida cuenta de las condiciones miserables de vida y el coste para el erario de mantener el poblado y subsidiar a sus moradores, ¿pudieron variar, al menos en la práctica, las exigencias que sobre los tabarquinos había impuesto la Administración? Sería preciso consultar en los archivos sobre los últimos veinte años del siglo XVIII.

Y, mirando ahora desde el lado del núcleo que se estaba formando en torno a la Torre Vieja, ¿aportaban valor los miembros de aquella comunidad tabarquina a quien, desde el litoral, se propusiese llevar a cabo actividades económicas provechosas, de comercio legal o ilegal, con el norte de África? La respuesta debería de ser afirmativa por cuanto, como se ha dicho antes, la comunidad tabarquina tenía los rasgos de una comunidad de frontera, acostumbrada a pasar días en la mar faenando lejos de su base y habituada al trato y al negocio con los musulmanes pobladores de África. Ese conocimiento, producto de doscientos años de interacción, podía incluso haber incorporado en el transcurso de los 28 años de esclavitud en Túnez y Argel el plus del idioma de los amos, y contactos en Argel y otras poblaciones costeras de la Regencia.

Los tabarquinos de Nueva Tabarca que estuvieran dispuestos a ello, en particular a partir de 1786, habrían sido los colaboradores perfectos para quienes en el litoral dispusieran de un pequeño capital concretado en un falucho de diez o doce metros y una carga que llevar a África, para regresar con tabaco, sedas, pieles o mercancía capaz de rendir un provecho. Y dentro del litoral levantino, la entonces naciente población en torno a la Torre Vieja era la candidata perfecta, por razones que en parte han sido destacadas por los estudiosos: entre ellas, cercanía a la huerta de Orihuela y poblaciones cercanas, existencia de mejores condiciones que en La Mata para el fondeo, trabajo estacional asegurado tras la exitosa puesta en explotación como salinas de la Laguna de Orihuela, presencia de numerosos barcos extranjeros en la rada, etc.

A lo anterior, a juicio del que escribe, ha de añadirse la absoluta singularidad de que el poblamiento en torno a la Torre Vieja y La Mata fuese, en virtud de la Real Cédula de 22 de mayo de 1777, por la que el rey Carlos III decidió la segregación administrativa de los cotos de las Salinas de La Mata y Torrevieja, un territorio en el que las autorizaciones, concesiones y justicia recaían en una sola persona: el “subdelegado” de las Salinas, quien tendría la autoridad de juez privativo ordinario para lo civil y criminal. En la práctica se trataba de una especie de virrey, con la nota añadida de que su objetivo era, como demostró con los hechos, maximizar la producción y embarque de sal. Es decir, actuaba movido por un criterio mercantil, de manera que no repele a la razón asumir que circunstancias ajenas a lo que para él era lo esencial —el éxito de la factoría de la sal— fuesen asumibles, siempre que se mantuviesen dentro de límites razonables.

Nos referimos a circunstancias tales como ligeros efectos colaterales negativos sobre la actividad del puerto de Alicante, debidos a la salida de frutas, verduras y otras mercancías en forma irregular, esto es, sin pasar por el fielato o ventanilla de pago de la época, con toda probabilidad inexistente en Torre Vieja en esos años, o incluso el contrabando de determinados productos desde la costa africana.

De la capacidad o poder de la persona del subdelegado o administrador de las Salinas —en el caso concreto entre los años 1764 y 1779, la persona de Antonio Parra—, es muestra que el importante concejo oriolano de la época, a pesar de contar con aristocracia y conexiones en la Corte, no tuvo opción en el pleito que contra la autoridad del subdelegado interpuso ante el rey, pues, como sabemos, obtuvo una sanción real contraria y rapidísima que zanjó la disputa en mayo de 1777. ¿Puede negarse que esa concentración de poder en manos de un solo funcionario, con evidente motivación en maximizar el beneficio económico de la explotación, debió suponer un poderoso factor diferenciador en positivo para el poblamiento de la Torre Vieja? Si necesitaba mano de obra temporal —en 1768 escribirá a sus superiores sobre treinta y siete barcos cargando o esperando para cargar sal y mil quinientos trabajadores en tierra—, ¿pondría trabas al establecimiento de temporeros o daría, por el contrario, todas las facilidades? ¿Acaso la cultura mercantil tabarquina y genovesa —entendida en su sentido más amplio— no casaba bien con ese poder concentrado, motivado en términos de negocio y fuertemente ejecutivo, de Antonio Parra y sus sucesores?

Estamos, ciertamente, ante una serie de conjeturas. Pero se trata de conjeturas razonables que no pueden ser descartadas con los datos que hasta la fecha han sido publicados. El que esto escribe es del parecer de que el dominio de la técnica —navegación de altura hasta la costa africana, contactos y comercio provechoso, legal o ilegal— no pudo ser el producto de una práctica fugaz llevada a cabo por inexpertos ni por labriegos reconvertidos de la noche a la mañana en hombres de mar.

Todo apunta a que la cifra de tabarquinos asentados en Torrevieja nunca fue elevada[9]. Aun si los datos son a partir de 1789 y sólo registran hitos en la vida de las personas (bautismo, matrimonio, defunción) tanto por el tamaño de la propia comunidad tabarquina rescatada como por los datos obrantes en el archivo de la parroquia de la Inmaculada, no se encuentra fundamento para poner en duda que fue reducido el número de familias tabarquinas establecidas en forma permanente en la Torre Vieja y que pudo ser mayor el número de los genoveses arribados a partir de comienzos del siglo XIX. Sin embargo, más allá de las cifras, es preciso hacer un par de precisiones al respecto. La primera es que tal vez unos y otros (tabarquinos y genoveses) no deban ser considerados factores independientes, pues nunca la comunidad tabarquina perdió el contacto con sus orígenes. De hecho, asentados en la isla de San Pietro, desarrollarán un activo comercio con Génova y otras ciudades, merced a la flota velera que pronto comienzan a construir los carpinteros de ribera que desde otros puntos de la futura Italia llegarán a Carloforte.

Ya en los siglos XVIII y XIX se operaba en red social, sólo que eran veleros los que intercambiaban y llevaban mensajes, mercancías y personas entre asentamientos de genoveses y tabarquinos. La conexión entre San Pietro y Nueva Tabarca se evidencia incluso antes de 1770 (año del asentamiento en la Isla Plana), cuando al fallecer el cabeza de familia en Alicante, mientras se llevaban a cabo las obras de preparación de Nueva Tabarca, su viuda obtendrá autorización para marchar con los hijos a San Pietro.

La segunda precisión se refiere al efecto de la interacción entre las personas. No debe asumirse que la influencia de los distintos componentes humanos que actúan como agentes conformadores de las sociedades mantenga necesariamente una relación directamente proporcional al número de personas que los integran. Es necesario establecer qué aporta cada componente en la conformación del ser colectivo.

No se trata pues de limitarse a registrar qué familias de la Torrevieja de ayer y de hoy proceden de Tabarka y por razón de sangre emparentan con Carloforte o Génova, sino en qué forma aquellos Parodi, Ruso, Cerecetto, Sacaluga, Pomatta, Montecattini, Manzanaro y otros tabarquinos y genoveses, tal vez interactuando entre sí, contribuyeron a conformar los rasgos distintivos, en lo socioeconómico y en lo cultural, de la Torrevieja en gestación. Quienes ayudaron, con su experiencia y capacidad, a las familias armadoras de las primeras embarcaciones a comerciar con provecho, de forma legal o ilegal, y con ello a reunir los capitales que hicieron posible el nacimiento de una pequeña burguesía de comerciantes y patrones de mar —la gran mayoría de ellas, españolas de origen—, participaron activamente en conformar un rasgo de la Torrevieja de ayer y de siempre: la apertura al mundo a través del mar y una vocación mercantil y marinera.

Exactamente los mismos rasgos que se impusieron, décadas después de su nacimiento, en la comunidad tabarquina de Carloforte: de una sociedad con base en la pesca —el comercio sí, pero en segundo lugar— se invirtieron los términos al operar en libertad y conseguir allegar recursos, para devenir una sociedad eminentemente mercantil y marinera, dueña de embarcaciones dedicadas al comercio y repleta de nombres de patrones y gentes del mar. Como ocurrió en Torrevieja en el siglo XIX.

Existen, a juicio del autor de estas líneas, sólidos indicios para conectar Torrevieja al ciclo tabarquino, y ello desde el mismo origen de su conformación como núcleo poblado alrededor de la vieja torre militar. La manera precisa en que el componente humano tabarquino habría contribuido a conformar los rasgos característicos de la Torrevieja en gestación en el último cuarto del siglo XVIII y primeras décadas del XIX es materia que no ha sido estudiada con la dedicación, precisión y amplitud que se requiere.

Es una evidencia que faltan datos, en particular de las dos décadas finales del XVIII y primeras del XIX. Téngase en cuenta que el primer barco de cierto porte del que se tiene noticia fue construido por carpinteros de ribera en la playa de Torrevieja es el bergantín redondo Joven Guillermo, construido en 1854, del que fue armador y patrón José Talavera[10]. No se matricularán barcos en Torrevieja hasta 1860[11]. Sin embargo, datos del Archivo Municipal de mayo de 1831 ya recogen un incidente serio entre guardias del Resguardo de las Salinas y el patrón y la tripulación de un falucho contrabandista, encontrándose entre la tripulación un concejal del flamante Ayuntamiento y resultando herido un guardia del Resguardo. Más aún, veinte años antes —como arriba se dijo—, ya la ciudad de Alicante se quejaba del nido de contrabandistas.

Los capitales que a lo largo del siglo XIX, y principalmente en su segunda mitad, se volcaron en la compra de veleros de cierto porte, destinados a la carrera de Galicia o a la de América, hubieron de tener origen en navegaciones que de forma sistemática no pudieron tener lugar sino después de 1786, que probablemente utilizaron embarcaciones ligeras, construidas o no en la playa de Torrevieja, y de las cuales una parte significativa pudo tener en la costa argelina su punto de carga y descarga y el contrabando como actividad frecuente, si no regular.

Aquellos primeros barcos sin nombre ni matrícula conocidos, y aquellas tripulaciones primigenias, no sólo fueron instrumento para la acumulación de capitales por las familias armadoras, sino modelo y escuela que serviría para que en el siglo XIX se desarrollase en su esplendor una marina, una forma de vida marinera y una cultura mercantil que quedaron para siempre como rasgos distintivos de Torrevieja. Queda a la investigación determinar en qué medida, entre aquellos primigenios pobladores de la Torre Vieja del siglo XVIII, algunos tabarquinos, moradores permanentes o transeúntes, gentes de mar y frontera, pescadores pero también marineros y comerciantes, los mejores conocedores de Berbería en toda la costa, contribuyeron a conformar la identidad mercantil y marinera de la Torrevieja del siglo XIX.

Torrevieja, 17 de septiembre de 2018

 


[1] Fiorenzo Toso, Grammatica del Tabarchino, 2005, Le Mani-Microart’s Edizioni, Génova.

[2] Carlo Bitossi, «Alle origini di Carloforte: i genovesi a Tabarca». Relazione inedita presentata al convegno di studi per il 250° anniversario di Carloforte (Carloforte 21-24 maggio 1988). Fiorenzo Toso, en op. cit.

[3] Carlo Bitossi, Il governo dei magnifici. Patriziato e politica a Genova fra Cinquecento e Seicento, Génova 1990. Fiorenzo Toso, en op. cit.

[4] Raffaele Ciasca, Momenti della colonizzazione in Sardegna nel secolo XVIII, «Annalidella Facoltà di Lettere e Filosofia», anno 1926/27 vol. I-II. Fiorenzo Toso, en op. cit.

[5] Sobre ello, Salvatore Repetto, La Marineria Carlofortina, vicende, womini e scafi di un’epoca, Edizioni della Torre, Cagliari, 2017, y prólogo de Luigi Pellerano a la obra Pegliesi di Tabarcae la Colonia di Carloforte, Appunti Storici, de Tito Bruno, Sestri Ponente, Tipografia Commerciale, Génova, 1899.

[6] El autor desconoce las cantidades, su capacidad para cubrir las  necesidades básicas en La Isla y la regularidad o fiabilidad de su abono. Desconoce igualmente qué requisitos se exigían para su libramiento, cómo se aplicaba el control o intervención de su observancia y hasta qué fecha se mantuvo el sistema de salarios y subsidios.

[7] Del 9 de octubre de 1763 al 19 de febrero de 1777.

[8] José Luis González Arpide, traducción de la obra Memorias de la isla de Tabarka, de Steffano Vallaca, Bubok Publishing, 2013, Madrid.

[9] Francisco Javier Blamco Segarra, Mariano Galant Torregrosa y Francisco Sala Aniorte, Formación y crecimiento de Torrevieja (1789-1825): un método de análisis demográfico para la época pre-estadística. El rol de la inmigración, separata de El Mar y Torrevieja (estudios geo-históricos), Juan B. Vilar (Ed.), Servicio de Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1997.

[10] José Huertas Morión, Los últimos veleros del Mediterráneo, Torrevieja marinera. Instituto Municipal de Cultura Joaquín Chapaprieta Torregrosa, Ayto. de Torrevieja, 1981.

[11] Francisco Rebollo Ortega, Torrevieja a través del tiempo, Cronología 1238-2004. Instituto Municipal de Cultura Joaquín Chapaprieta Torregrosa, Ayto. de Torrevieja, 2007.