Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
52 – Otoño 2018
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Del artículo que el escritor Eugenio Noel publicó en la prensa con motivo de la visita que realizó a la villa de Torrevieja en el año 1912.
La villa de Torrevieja
«Por si no fuera poco, los terremotos han reducido las casas a un solo piso; si llueve, se pierde la cosecha y 1.500 hombres se quedan sin trabajo. Podría extraerse de la sal, el cloruro de sodio, el bromo y el yodo, pero no se hace. Hay 10.000 toneladas de barcos en la matrícula, 100 buques pequeños y 200 de pesca, un dique de 20 metros que ha hecho ricos a sus propietarios, que atiende a este enorme trabajo. Sucede con frecuencia que los marinos llegan a sus casas después de seis meses de navegación; salta el levante y es necesario embarcar porque el barco peligra».
La escollera
«No obstante, parece ser que hay muchas razones para no trazar la escollera de contención; he aquí una de ellas, Alicante. Los productos de la espléndida huerta murciana tienen que salir por aquí, y las ciudades se envidian como los individuos. La sal se embarca en grandes gabarras primitivas; los docks deberían llegar hasta el costado de sus barcos, pero esto tiene el inconveniente de que es más europeo y facilita la exportación, lo cual es muy enojoso».
Las salinas
«Cuando el Estado explotaba las salinas, el negocio era un fracaso continuo; hay un progreso notorio en la actual manera de gobernarla. Los obreros extraen tres millones y medio de quintales métricos de sal, de los cuales la compañía exporta dos millones y medio. El Estado percibe el 80 por ciento de utilidades, un canon anual de 60.000 pesetas, y abona 37 céntimos en concepto de elaboración por cada 100 kilos. De este arriendo ideal resulta que terminado el plazo de arrendamiento, el Estado pagará a la compañía las existencias en almacén. El obrero inteligente que meditara en tales cosas podría consolarse pensando que faltan aún diez o doce años para su término legal. En este caso, el obrero es la ciudad, y no tiene por qué deplorarlo, pues vive de ello.
»Paseamos por la laguna, una gran caldera a la que sirve de combustión el clima, una mina de prodigiosa riqueza, en torno a la cual se fundó una ciudad que está en la miseria. El viento frío, que mueve en grandes ondas las aguas salobres, aleja de mi alma esas ideas penosas que todo buen español sufre cuando ve un error que fácilmente podría convertirse en veneno de riqueza humana. Oigo hablar. Se lamentan de que Torrevieja no tenga puerto, una escollera está en tela de juicio, y los barcos naufragan y Torrevieja es pobre. Las salinas se explotan mal, de mala gana. La compañía salinera sólo se ha proporcionado un mercado que valga la pena, el de la India».
El trabajo en la laguna
«La gabarra en la que es embarcado marcha sobre un suelo de sal formado por once capas. Cada una de ellas tiene su matiz; cada capa o tonga se eleva sobre pequeñas estalactitas cristalizadas. Para que yo pueda estudiarlo, se meten en el agua los obreros. Dejan su pértiga de forma de zucho y se calzan altas polainas de cuero crudo, rematadas en soleas de madera protegidas por dos herraduras. Quieren sacar una leva diminuta, y trabajan con paletas, la palanca y el ocino. Me entregan fragmentos de la inmensa losa de sal que sirve de lecho a la ciénaga. En la época de la recolección, cada golpe de leva es de cincuenta o sesenta kilos».
La cosecha de sal
«En la ciénaga hay una cosecha de sal tan rica que sólo es posible recoger de ella una pequeña parte. Sin embargo, todos los cuidados son pocos para que no se pierda. Las ramblas arrastran a la laguna inmundicias, y debiera cerrarla un malecón, pero no se fabrica. La época de cuajo es en primavera. Precipitándose, el cloruro clarifica el agua. Es necesario que la densidad del agua no sea superior a lo que puede disolver, y a los veinticinco grados se forma el tajo».
El color del agua de la laguna
«Me dicen que a los veinticuatro grados se pone el agua roja, sobre todo en las orillas, y se cría el gusano. Este animal, no estudiado al parecer por los zoólogos, es un infusorio que los obreros describen como dotado de vida intensa».
Pensamiento
«La tarde cae. Y con ella, una ilusión más. ¿Cuál es el destino de esta pobre patria nuestra, que es incapaz de exportar sus propias riquezas, y cuando lo verifica lo hace mal, sin ciencia, sin grandeza, sin provecho y sin entusiasmo? ¿Qué genero de arrendamientos son ésos en los que el Estado, propietario del filón inagotable, garantiza las existencias elaboradas si no se venden? Con lo que la compañía venderá o no, si le viene en gana. Oigo lamentarse, y este corazón que no se enmienda, que cree en España, se cierra al pesimismo y se distrae con la poesía del crepúsculo, con la belleza árida y brusca del lugar. Luego visito los almacenes, los talleres y la maquinaria y los docks de embarque. Silban las locomotoras y las vagonetas».
El paisaje
«La huerta de Murcia se detiene en las sierras dentadas del Segura; mas al llegar al Campo de Salinas, produce todavía el mejor aceite del mundo. Se distinguen los montes alcores bañados de un matiz morado, las sierras de Callosa, el pezón aislado de Orihuela, y allá muy lejos, grises en el atardecer de este día nublado, las cañadas verdes de San Pedro y Vistabella.
»La llanura cae en el mar sin violencia. Las casitas de Torrevieja, los macizos de la sal, las chimeneas, los diques antiguos que el Estado explotaba, los viejos molinos que molían la sal, algunas manchas de árboles, y la lejana, muy lejana, la mole de Cabo de Palos. El sol, muy oblicuo, destaca a duras penas estas cosas de tarde sucia. Cubren el cielo nubarrones y marañas terrosas».