Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 52 – Otoño 2018
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Naranjas, había muchas en el huerto, aún no habían recogido la cosecha y las luces del ocaso daban un tono dorado al verde de los árboles.

Paseando he llegado hasta aquí. La casa ya no existe. Han pasado muchos años desde que jugábamos a escondernos en este huerto. Es bonito volver de vez en cuando a los lugares donde se ha sido feliz.

¿Qué habrá sido de aquel niño (José Manuel se llamaba) con el que a veces compartía la merienda y al que le gustaba que yo me pusiera una blusa color naranja?

—Estás muy guapa —me decía.

Estoy preparando la mesa para la cena con mi marido y mis dos hijos. Suena el timbre del interfono.

—Mamá, es el portero, que tiene una carta certificada a tu nombre.

—Baja tú a recogerla y dale las gracias.

El nombre del remitente era lo único que me sonaba. El pueblo, a 300 km del mío. Y muchos años transcurridos desde que José Manuel y yo jugábamos en el huerto.

No era una carta de amor, no. No era una carta larga. Estaba muy bien escrita. Era un derroche de nostalgia. Era un contar el tiempo pasado desde nuestros lejanos juegos. En pocas palabras, expresaba el recuerdo que había tenido de mí. Que no me había buscado, lo cual no impedía que pensara en mí con mucha frecuencia.

Hacía unos días había encontrado, casi por casualidad, algunos escritos míos en una revista digital, y éste había sido el detonante para atreverse a decirme lo que le había complacido mi forma de escribir y mi sensibilidad al expresarme. Pero sobre todo, el relato de la última vez que nos vimos, aquella Nochevieja en que él cenó en casa de mis padres y vimos juntos 2001, una odisea del espacio. Se sintió completamente identificado y además se emocionó.

No me dejó indiferente su carta. No me reí. No la tiré a la basura.

Pasé varias noches dándole vueltas a la cabeza. ¿Le contesto? ¿Qué le digo? ¿Habré sido la mujer de su vida?

Pasados unos días, me tranquilicé.

En un lugar en la provincia de Castellón, situado entre el Desierto de las Palmas y no lejos del mar. Rodeado de naranjales y naturaleza. Donde el turismo no ha llegado y el poco que llega sabe muy bien lo que busca. Allí encontré a José Manuel.

Llegué sin avisar. Me reconoció sin dudarlo. Tuve la precaución de ponerme la blusa color naranja.

—Estás muy guapa.

—He venido porque me ha gustado tu carta y porque quiero saber algo más de ti, de cómo te ha ido.

—Aquí me tienes, en mitad de la vida. Trabajando en mis huertos de naranjos, rodeado de la paz que tú bien sabes siempre me gustó, así como de la sencillez de las gentes de este lugar. Con constancia y no exento de las dificultades que todo camino conlleva, he conseguido vivir como siempre quise. Poco a poco les perdí la pista a mis amigos. Mi padre murió, vivo lejos de nuestro pueblo. Cuando leí tus escritos, fue como la magdalena de Proust. Se despertó todo el tiempo vivido y sobre todo comprobar que yo ocupaba un lugar en algún sitio de ti.

Han pasado unos meses desde mi viaje a aquel pequeño lugar. Es primavera, y paseando me he acercado al huerto de nuestra infancia. Un profundo aroma a azahar lo inunda todo.

Sí, a través de su carta y tras nuestra conversación, he podido comprobar que soy, no exactamente la mujer de su vida, pero sí alguien que ha ocupado gran parte de sus pensamientos.

Mi vida está aquí y es la que quiero. No podría haberle seguido a ese mundo idealista.

Mi marido me situó en la realidad de esta vida.

Ha florecido el huerto y en otoño tendremos de nuevo naranjas.