Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
50 – Primavera 2018
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Han vuelto los vencejos;
los del año pasado, los de siempre,
los mismos de hace siglos,
los del año que viene,
los que vieron volar nuestros abuelos
encima de sus frentes,
y encima de las suyas nuestros nietos
verán también volar, negros y leves.
¡Vencejos inmortales,
alados hijos de natura fuerte,
heraldos de cosechas y vendimias,
mensajeros celestes,
bienvenidos seáis a nuestro cielo,
vosotros... los de siempre!
(Miguel de Unamuno, abril de 1908)
Llegado marzo, uno se sorprende mirando el cielo con más frecuencia de lo normal. Y me consta que no soy el único. Nos ocurre a todas las personas, probablemente cada vez más numerosas, que tenemos al vencejo como animal totémico. Sin duda hay aves más llamativas, más poderosas, de plumajes más pintorescos, tal vez más legendarias, y todas ellas capaces de volar, ¡eterna ambición humana! Pero la que más se ha aproximado a alcanzar el dominio absoluto del aire es el vencejo. Su habilidad es tal que todo lo realizan volando: alimentarse, beber, dormir, conseguir material para el nido, copular. Solamente les resta romper con el único motivo que les obliga posarse en tierra: la incubación de los huevos. Los vencejos reniegan del suelo, como las tortugas marinas de las playas de arena. Ninguno de los dos pisaría tierra firme si no fuera porque tienen que reproducirse...
Los primeros vencejos se suelen contemplar volando alto, muy alto; resultan casi imperceptibles. Son la avanzadilla de los que vendrán después. Constituyen los ejemplares aventajados que arriban desde sus cuarteles de invernada en África tropical y subtropical. No tienen por qué quedarse en la ciudad, sino que tal vez continúen viaje hacia el interior de la Península Ibérica, o hacia Europa. Pero la señal es ya irreversible. A partir de entonces, cada día que pase, mayores serán los ejemplares que podamos contemplar en nuestros cielos. Poco a poco, casi sin darnos cuenta, comenzarán sus acrobáticos y vertiginosos vuelos, sus inconfundibles chillidos, su constante presencia desde primavera a mediados de verano.
Grupo de vencejos volando y chillando al caer la tarde. Autor: T. Kuran
En Torrevieja, al igual que en muchos lugares de la vecina Murcia, poco a poco se va perdiendo la denominación de «aviones»con la que los más mayores denominan a los vencejos. Pero no es que los confundieran con los aviones comunes (Delichon urbica), pequeñas aves de la familia de las golondrinas que también frecuentan la ciudad y que no solían diferenciar de las verdaderas golondrinas (Hirundo rustica). Al bautizarlos como «aviones»,nuestros abuelos y bisabuelos no hacían más que reconocer lo portentoso del vuelo de los vencejos, asociándolo a la nueva palabra inventada a finales del siglo XIX para describir el invento humano que permitió el vuelo.
La confusión entre vencejos, aviones y golondrinas, sin embargo, continúa en la actualidad. Realmente, desde el punto de vista evolutivo, nada tienen que ver, golondrinas y aviones, con los vencejos (mucho más cercanos, estos últimos, a los colibríes americanos). La forma aerodinámica de sus cuerpos, y la agilidad y similitud en su vuelo, llevan a confundirlos a ojos del profano. Lo que realmente ha ocurrido es una convergencia evolutiva, esto es, han alcanzado unas formas corporales y unos hábitos de vida semejantes: semejante «solución» ante formas de vida muy similares, incluidos los hábitats urbanos en los que suelen vivir.
Sin embargo, el término castellano de vencejo tiene mucho más recorrido. Vencejo proviene del latín vinciculum (atadura), y vincire (atar). En el Campo de Salinas, al que pertenece Torrevieja, hasta no hace mucho eran muy habituales los vencejos de esparto o albardín, con los que se ataban las garbas de trigo o cebada, las de leña, o se utilizaban para colgar los melones en las porchadas de las casas de campo... ¿Pero cómo llegó a denominarse esta ave con el término vencejo/atadura?
Al parecer, vencejo, referido al ave, es una alteración o confusión con honcejo, palabra formada por hocejo, del español antiguo y referido a la hoz, y del también antiguo oncejo derivado del término latino unciculum o uña. Por ejemplo, el vencejo ya es citado como oncejo por el infante Don Juan Manuel en sus obras (siglo XIV). El caso es que observando el vuelo de los vencejos, y reparando en la forma de sus largas y rígidas alas, uno tiene la sensación de estar contemplando pequeñas «hoces»o «guadañas». De hecho, al vencejo, en aragonés antiguo, también se le denominaba falcilla, nombre que aún se sigue utilizando en valenciano como falcia, o en catalán como falciot, derivados todos ellos del latín falx, falcis para hoz. A mí también me recuerdan a pequeños bumeranes en sus evoluciones por el cielo.
Vencejo pálido en vuelo, la especie más habitual en los cielos de Torrevieja. Autor: M. Sozen.
En realidad, en los cielos de Torrevieja podemos contemplar dos especies distintas de vencejo: el vencejo pálido (Apus pallidus) y el vencejo común (Apus apus), muy difíciles de diferenciar incluso cuando se tienen en mano. La presencia de ambas especies está constatada, e incluso todo parece indicar la mayor abundancia del vencejo pálido. Como bien indican sus nombres, el pálido es un poco más claro que el común, que resulta ser negro azabache. En vuelo, como digo, son prácticamente indistinguibles. Otra característica más del vencejo pálido es que pueden traer dos nidadas, de varios pollos cada una, en cada temporada de cría, por lo que ésta se retrasa hasta bien entrado septiembre, que es cuando echan a volar los ejemplares de la segunda puesta. En el resto de Europa, donde predomina el vencejo común, los cielos ya se han vaciado de vencejos cuando aún en Torrevieja siguen alimentando a sus últimos pollos.
El chillido de los vencejos es la banda sonora de las tardes veraniegas de la infancia. Yo los recuerdo en su colonia de cría de la casa de los Curros. Decenas de ejemplares se arremolinaban en torno al vetusto caserío que existió en la intersección de las calles Caballero de Rodas con Orihuela hasta finales de los años 80 del siglo XX. Al caer la tarde, la algarabía atronaba por las calles tranquilas de aquella Torrevieja ya desaparecida. Sobre los resquicios que se formaban en las tejas redondas del edificio de una altura, instalaban sus sencillísimos nidos, realizados con etéreos materiales atrapados al vuelo: plumas, vilanos, pelusas, fibras vegetales... Por supuesto, no era la única colonia de cría. Rara era la casa de planta baja que no tuviera la presencia de vencejos en sus tejados.
La fisonomía de Torrevieja ha cambiado (y parece que lo seguirá haciendo en los próximos años). De casas de planta baja y teja redonda o alicantina, se ha pasado a edificios modernos, chalés y bungalós. Ahora los rascacielos llaman a la puerta. Sin embargo, la gran adaptabilidad del vencejo le ha permitido aprovechar también los pocos resquicios que ofrecen los edificios actuales. En Torrevieja los podemos contemplar anidando en casi cualquier oquedad: los remates ornamentales de tejas redondas de los edificios modernos; pequeños huecos existentes en las medianeras entre edificios de diferente altura, o debidos al deterioro de las fachadas; los desagües internos de los balcones, especialmente aquellos que han sido cubiertos con mamparas o perfilerías; y uno de sus lugares favoritos: las cajas de las persianas. En definitiva, cualquier hábitat lo más parecido posible a los acantilados naturales o cuevas donde alguna vez debieron criar.
Se sabe que los vencejos ya estaban en Europa hace 59 millones de años, es decir; que, grosso modo, como mínimo, son unas 30 veces más antiguos que la especie humana. Una de las hipótesis es que surgieran evolutivamente cuando Europa estaba cubierta por bosques tropicales, viviendo sin necesidad de migrar al alimentarse de los abundantes insectos en cualquier época del año. Los cambios climáticos acontecidos durante millones de años motivaron la llegada de los fríos inviernos europeos, por lo que probablemente los vencejos comenzaran a migrar más al sur buscando las actuales tierras tropicales africanas. Pasadas las glaciaciones que afectaron a Europa, comenzaron a volver más al norte para la época de cría. Porque efectivamente, sólo les une a Europa y Asia la necesidad de volver a estas tierras del hemisferio norte para reproducirse. Es lo primero que hacen cuando llegan a nuestras tierras desde África. Luego, conforme los pollos van abandonando los nidos, inician inmediatamente viaje al sur. Y cuando los adultos terminan de criar al último pollo, también regresan apresuradamente a las sabanas africanas, o a los bosques tropicales de aquel continente, donde tienen asegurada la comida durante todo el año. Al igual que llegaron poco a poco, incendiando los cielos torrevejenses con sus acrobacias y chillidos, esos mismos cielos se van quedando vacíos y silenciosos también poco a poco. A finales de julio o principios de agosto, las densas nubes de vencejos ya han desaparecido y tan sólo quedan los ejemplares más rezagados. Entre septiembre y octubre ya no quedará ninguno. Extraño comportamiento migratorio, a duras penas explicado por extrañas relaciones atávicas, también observadas en otros grupos faunísticos. Las migraciones, en definitiva, siempre entrañan una parte de misterio y, por ello, de profunda fascinación. Máxime cuando las protagonizan aves tan pequeñas, con velocidades de crucero de hasta 90 km/hora, que no se posan jamás.
Si siglos atrás elegían las construcciones romanas, los palacios árabes, las iglesias y catedrales medievales, ahora son los edificios actuales los que acogen a sus colonias de cría. Y cuando los edificios son tan modernos que no tienen huecos habitables para los vencejos, los humanos instalan cajas nido especialmente diseñadas para estas portentosas aves. Sin embargo, los vencejos no siempre fueron tan bien vistos como lo son ahora. A lo largo de la historia del Reino Unido, los vencejos (swifts en lengua inglesa) fueron consideradas aves misteriosas y terroríficas, hasta el punto que solían conocerlos como los «pájaros del diablo». Pongámonos en la piel de aquellos antiguos habitantes inmersos en el oscurantismo y superstición de la Edad Media. Para ellos, los vencejos no eran más que pájaros negros de mal agüero, arremolinados en frenéticas multitudes, cuyos chillidos penetrantes y ensordecedores resonaban hasta dentro de las sagradas iglesias, mientras volaban alrededor de las torres de los campanarios. Además, jamás se posaban en el suelo, como si diabólicamente se resistieran a tener nada que ver con la tierra que los humanos trabajaban y habitaban, contemplándola hasta con cierto desdén. Hasta cierto punto todo lo que rodea a los vencejos tiene un alto componente sobrenatural, pero lejos de ser algo aterrador, como vamos viendo, constituye una serie de fabulosas adaptaciones evolutivas que hacen de ellos aves fascinantes.
Vencejo común abandonando una caja nido especialmente diseñada para estas aves.
Fue la colonia de vencejos establecida desde antiguo en la torre del museo de historia natural de la Universidad de Oxford la que contribuyó a que poco a poco fuéramos conociendo mejor a estas aves, desterrando cualquier atisbo de superstición que pudiera quedar sobre ellas. En el interior de dicho torreón se instalaron cajas nidos que permitieron conocer muchos secretos sobre el comportamiento y procedimientos de cría de los vencejos, hasta entonces totalmente ocultos al saber humano. El proyecto de investigación sobre los vencejos de Oxford fue iniciado en 1948 por el ornitólogo y biólogo David Lack (1910-1973), que ya se había interesado por la especie dos años antes. En 1956 publicó su ya mítico libro Swifts in a Tower, que supone el resultado de diez años ininterrumpidos de estudios sobre los vencejos. Por supuesto, las investigaciones científicas sobre estas aves continúan en el día de hoy cuando, por ejemplo, se han podido dilucidar las rutas y destinos finales de sus migraciones, gracias a la instalación en sus cuerpos de diminutos geolocalizadores. Sin embargo, la lectura de Swifts in a Tower sigue constituyendo una auténtica delicia para todo aquel que quiera acercarse al mundo de los vencejos desde una óptica más científica. Una lástima que esté descatalogado y jamás haya sido traducido al español.
Pero volvamos a las cajas de las persianas modernas, que en ocasiones suponen un peligro oculto. No descubro nada al decir que hay viviendas en Torrevieja que permanecen vacías todo el año salvo en julio y agosto. Ocurre, en muchas ocasiones, que los vencejos instalan sus nidos en las cajas de las persianas de estas viviendas, vacías y tranquilas durante la primavera. Al llegar sus legítimos propietarios humanos durante las vacaciones estivales, lo primero que hacen es levantar persianas y abrir ventanas. En ocasiones, sin ser conscientes de los inquilinos que tienen. Muchas puestas se malogran de esta forma, pues por lo general, a esas alturas del año, los pollos ya están siendo criados. En caso de detectar el nido antes de la catástrofe, siempre hay que avisar a las autoridades ambientales, ya que, repito, estamos hablando de una especie protegida. Otros ciudadanos más precavidos, en el momento en que detectan el intento de cría de vencejos en sus persianas, los persuaden colgando distintos espantajos. Mucho más interesante sería habilitarles esas cajas nido especiales para vencejos ya referidas, de tal forma que se garantizara la cría de esta ave, evitando que lo hicieran en lugar tan peligroso como las cajas de las persianas. En otras regiones se toma esta precaución.
Por aquellos ya lejanos años de la infancia de uno también eran habituales las tormentas de verano. Sin previo aviso, se cerraba el cielo, comenzaba a tronar, diluviaba y al rato volvía a salir el sol. Aunque los vencejos son capaces de sortear las bajas presiones, y por tanto esquivar las tormentas, en ocasiones se ven sorprendidos si el cambio es muy repentino y las temperaturas bajan de golpe al principio de la primavera. Si tales rigores meteorológicos ocurren después de la migración desde África, desaparecen los insectos y los vencejos no pueden alimentarse y reponer fuerzas, por lo que en ocasiones, los más debilitados no pueden superarlo y mueren. Recuerdo haber contemplado algún episodio de estas características hace muchos años en Torrevieja: los vencejos ateridos de frío manteniéndose a duras penas en las fachadas de los edificios. También recuerdo alguna que otra mortandad en determinados años. Estos desafortunados ejemplares fallecidos solían ser disecados y colgados como adorno en los pasillos de las casas, la mayoría de planta baja. Fue costumbre muy arraigada en Torrevieja, donde rara era la casa que no tuviera uno o varios vencejos con las alas extendidas, atrapados en un vuelo eterno y perpetuo. Afortunadamente los tiempos cambian, la disección de animales ya no es tan habitual, las leyes protegen a los vencejos y las alternativas para los amantes de la decoración más kitsch surgen en forma de vencejos y golondrinas de cerámica para colgar en casas y patios.
Durante el período de cría, es habitual encontrar jóvenes vencejos en el suelo que, si no son rescatados y entregados a un centro oficial, tendrán una muerte segura. Autor: S. Slater
También se producen muchas bajas con las crías que abandonan el nido prematuramente. Las causas son variadas, pero generalmente se apunta al excesivo calentamiento de la oquedad en la fachada que le sirve de nido durante las cada vez más habituales olas de calor, lo que provoca el salto temprano de crías que no están preparadas aún para volar. Una vez en el suelo, están condenadas a morir. Muchas ni siquiera pueden volar, pero aunque lo hicieran, tampoco pueden ser cuidadas por sus progenitores hasta alcanzar la total independencia. Es tal la cantidad de crías de vencejos que en determinados años terminan en centros de recuperación de fauna silvestre que éstos pueden llegar a colapsar, o no son capaces de dispensarles los adecuados cuidados. La labor que desempeñan grupos de voluntarios en la crianza de vencejos es entonces muy importante. Cada vez los hay más y con mayores conocimientos en España, pero es indudable que cuentan con una larguísima tradición en Reino Unido y Alemania, por poner sólo dos ejemplos. En Frankfurt (Alemania) funciona hasta un reputado «hospital de vencejos» (https://www.mauersegler.com/), dirigido por Claudia Lerbs, presidenta de la Asociación Alemana de Defensa de los Vencejos... Como veis, los fascinados por los vencejos son legión. La cría a mano de los pollos de vencejo requiere ciertos conocimientos, y huir, como del demonio, de ciertos consejos que se pueden encontrar en internet, como alimentarlos con pienso de gato. Es cierto que sobreviven, pero los fracasos son múltiples y no todos los que echan a volar disponen de la salud adecuada para afrontar su futuro. Los vencejos son aves insectívoras, y por tanto se deben alimentar exclusivamente con insectos, complementando las aproximadamente cinco tomas diarias que deben realizar con las dosis adecuadas de vitaminas y minerales. Os aseguro que la crianza de pollos de vencejo requiere no sólo conocimientos, sino dedicación absoluta, pues puede prolongarse durante más de veinte días. Nunca hay que olvidar que se trata de una especie protegida, por lo que lo mejor siempre es entregarlo a las autoridades ambientales o a grupos especializados en su recuperación (http://www.falciotnegre.com/index.php/es/cria-a-mano/protocolo). La recompensa viene en el momento de la suelta, cuando observas al ejemplar elevarse sobre el cielo y piensas que no volverá a posarse hasta dentro de ¡21 meses en el mejor de los casos!
La cría a mano de vencejos debe ser realizada por centros oficiales o personas con amplia experiencia. Autor: J. A. Pujol
Y es que es aproximadamente a los 21 meses cuando los vencejos alcanzan la madurez sexual y son capaces de conseguir pareja y reproducirse. Dos largos años, con sus idas y venidas a África, durante los que no se posan jamás. Dos largos años que pueden prolongarse algunos más, ya que no siempre son capaces de conseguir pareja a la primera... Buena parte de los acrobáticos y suicidas vuelos de los vencejos persiguiéndose en pequeños grupos, pasando a media altura por entre los edificios del centro de Torrevieja, son jóvenes voluntariosos en búsqueda de hembras, expulsados y perseguidos por el resto de miembros de la colonia que no tolera a los nuevos intrusos. Y es que aquí reside otra de las maravillas de los vencejos: los dos miembros de la pareja muestran una fidelidad de por vida. Aunque después del período de cría los dos progenitores se separan para realizar la larga migración y su invernada en África cada uno por su lado, vuelven a re-encontrarse en el mismo nido a la temporada siguiente, ya que su sentido de la orientación es tal como para encontrar el mismo lugar de cría año tras año. De hecho, se ha llegado a constatar, en una ocasión, la utilización del mismo nido durante más de 12 años ininterrumpidos.
Su adaptación a la vida aérea es tal que las patas han perdido su función de sostén y movilidad, quedando prácticamente reducidas a sendas pequeñas garras con los dedos terminados en afiladas uñas. Ello les permite aferrarse a las superficies verticales, pero no caminar o corretear para iniciar el vuelo. Por ello, aunque no siempre, los vencejos caídos al suelo no pueden reiniciar el vuelo. Y digo no siempre, porque si el vencejo está sano y fuerte, sí puede despegar aleteando con sus potentes alas. Debido a la reducción evolutiva experimentada por sus extremidades posteriores, los vencejos reciben el nombre genérico en latín de apus, que literalmente significa «ápodo/sin pies».
Gracias a la instalación de pequeños geolocalizadores se han podido conocer las rutas migratorias de los vencejos pálidos. Autor: G. López-Iborra
Una de las cuestiones que más sorprenden a los que se acercan a la vida de los vencejos por primera vez es que sean capaces de dormir en el aire. El espectáculo es realmente grandioso, y lo tenemos al alcance de nuestros ojos todos los días durante muchos meses. Sólo una cuestión previa. Cuando están incubando o criando a los pollos no es raro que uno o los dos progenitores duerman en el nido. De hecho, tampoco es extraño observarlos introduciéndose en los nidos a altas horas de la madrugada, ayudados sin duda por la luz artificial de nuestros pueblos y ciudades. Sin embargo, el grueso de vencejos que están en la zona, pero que no se reproducen por no tener pareja, o aquellos jóvenes del año antes de iniciar la migración, llegado el fin del día van ascendiendo sobre el cielo hasta perderse de vista. Alcanzan alturas superiores a los 2.000 metros, bajan la frecuencia de los aleteos y entran en un letargo nocturno, parecido al sueño, mientras siguen volando. Los vencejos no entran en fase REM o de sueño profundo, quedándose en la fase SWS o de sueño ligero, en el que un ojo permanece continuamente conectado a uno de los dos hemisferios de su pequeño cerebro. Por ello son capaces de «dormir despiertos». Pasada la noche de esta guisa, vuelven a conectar los dos hemisferios, se despiertan, y la nube de cientos y cientos de vencejos se desploma sobre las ciudades. Es un espectáculo digno de contemplar, al que trato de asistir todos los años al menos una vez. Efectivamente, hay que madrugar. Mejor que todavía no haya hecho presencia la claridad del nuevo día. ¿La mejor fecha? En Torrevieja, sin duda, junio, que es cuando la concentración de vencejos sobre el espacio aéreo torrevejense alcanza proporciones que podrían describirse como épicas (todos los adultos reproductores y no reproductores y los miles de pollos nuevos). En la quietud del nuevo día, conjuntamente a la aparición de las primeras luces, se escucha una algarabía lejanísima sobre la vertical de la ciudad: es la batahola que antecede a los miles y miles de vencejos que descienden raudos desde las alturas, para retomar un nuevo día sobre la ciudad. Conforme levante el sol, desaparecerán de nuevo dispersados en mil y una direcciones, para volver a concentrarse en grupos, iniciar persecuciones, emitir sus característicos chillidos, y hacer alarde de su portentoso vuelo y sus vertiginosas acrobacias entre los edificios conforme avance la tarde. Y de nuevo al crepúsculo, comenzarán el ascenso para dormir despiertos en las alturas. Y un secreto más: se ha descubierto que las poblaciones de vencejos de enclaves costeros suelen adentrarse en el mar para dormir. Es probable que los vencejos de Torrevieja, en su increíble duermevela nocturno a 2.000 metros de altura, tengan como cúpula las estrellas, y abajo, ora las luces de la ciudad, ora la negritud de la mar.
Quédense en esta caballeriza las alas de la hormiga, que me levantaron en el aire para que me comiesen vencejos y otros pájaros, y volvámonos a andar por el suelo con pie llano.
(Miguel de Cervantes Saavedra, 1615)
Si no bastara todo lo dicho hasta aquí para comprender por qué muchos humanos nos sentimos fascinados por los vencejos, todavía hay una razón más. Devoran cantidades ingentes de insectos pequeños, entre ellos los siempre molestos mosquitos. Es una delicia ver sus continuas pasadas a pocos metros de la vegetación de saladar de las redondas de las lagunas de La Mata y Torrevieja, devorando todo lo que se pone a tiro de su pico. Su boca en apariencia pequeña es enorme una vez que la abre, de tal forma que «filtra»el aire y atrapa todo lo que vuele, sea insecto o pequeña araña que se eleve por los aires ayudada por un filamento de su tela. Las presas que sobreviven al impacto con la boca mueren ahogadas en la saliva del vencejo. Van conformando un bolo de insectos amalgamados con saliva, que es con lo que van alimentando a las crías durante todo el día. En el caso de que, por mal tiempo, los adultos tengan que abandonar a las crías durante varios días, éstas bajan su metabolismo, entran en letargo y son capaces de sobrevivir sin comer durante largos períodos de tiempo sin ningún problema.
En ocasiones, los vencejos engrandecen aún más la observación de otro de los grandes espectáculos que nos brinda la naturaleza de nuestra zona. Yo he tenido la suerte de observarlo varias veces en los saladares de Torrevieja, la última el año pasado. Ocurre cuando las grandes hormigas granívoras del género Messor, tan abundantes en nuestra zona, dan lugar a las futuras reinas aladas y a los machos, también alados, que las fertilizarán durante los vuelos nupciales, para lo cual deberán salir del hormiguero y elevarse en el cielo. Hay años en los que el fenómeno es realmente grandioso. Generalmente cuando el tiempo se presenta nublado, y la atmósfera cargada de humedad, millones de estas grandes hormigas aladas o alúas, acompañadas, como digo, de los machos más pequeños, comienzan a emerger al unísono de la miríada de hormigueros de la zona. Las columnas de estos insectos durante sus vuelos nupciales se observan a simple vista, constituyendo un recurso alimenticio para multitud de animales, pero especialmente para las aves. Gaviotas picofinas, de Audouin, cogujadas, gorriones, lavanderas, golondrinas, aviones comunes y un sinfín de especies más, se pueden contemplar alimentándose de las hormigas aladas. Pero ninguna con la pericia y elegancia de los vencejos. En silenciosos vuelos rasantes, van tomando a las alúas una a una justo cuando emprenden el vuelo y sobrepasan los matorrales que puedan existir en la zona.
Nido de vencejo común instalado en el interior de una caja-nido. Autor: Bristolswifts.com
Pocas cosas hay tan subjetivas e implacables como el paso del tiempo. Y es que cada persona percibe el tiempo de una manera distinta, independientemente de que para medirlo utilicemos horas, minutos y segundos. En la mayoría de las ocasiones, el paso del tiempo lo relacionamos con las emociones y sensaciones que experimentamos. La llegada de la primavera después del desapacible invierno (aunque en nuestras latitudes suele ser muy suave) probablemente sea una de las sensaciones anuales más vívidas. La mayor cantidad de luz, el sol que entibia el aire todavía fresco, el retorno a la vida en plazas y terrazas, y por supuesto la presencia y los chillidos de los vencejos sobre el cielo azul. Somos muchos los que medimos el inexorable paso del tiempo con la llegada y partida de los vencejos.
En esta agradable tarde primaveral en la que se presenta este quincuagésimo número de la revista digital Ars Creatio, ellos ya están aquí; probablemente ya los hayáis escuchado u observado. Cincuenta números y trece años de generosidad cultural en estos tiempos de desamparo intelectual. Y la revista digital seguirá cumpliendo años, y cada uno de nosotros transitando por nuestro ciclo vital. Y el tiempo seguirá volando con alas de vencejo...
No ha nada que era mozo y ya soy viejo,
parece que anteayer iba a la escuela,
¡válgame Dios!
Y lo que el tiempo vuela,
sin duda que alas tiene de vencejo.
(Luis de Góngora, 1626)