Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 50 – Primavera 2018
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

 

Tierra que aterra y entierra

en cielo vuelto y revuelto.

(Max Aub)

 

El escenario.

Frente a un estrado ubicado a la izquierda del escenario rodeado por torres de libros y periódicos distribuidos arbitrariamente, se contemplan sendas filas de butacas ocupadas por directores de teatro y escritores de la generación del 27. Al fondo, junto al resplandor del Madrid bombardeado, una bandera republicana y otra de México. Más al fondo, un afiche de Días de Gloria, con Kirk Douglas indicando su año de estreno, 1957.

Max Aub, como director del Teatro Nacional, aparece en el escenario totalmente a oscuras; sólo una luz opaca sigue los pasos seguros con los que llega hasta el estrado. Se atusa la corbata, lleva en su cara un gesto de preocupación, con esfuerzo intenta sonreír a los espectadores y comienza su alocución con voz emocionada.

Afuera la noche es dueña de los cielos, y sólo la luminosidad y el estruendo de las bombas en el exterior de la sala, junto al sombrío sonido de las sirenas, se equipara al espectral colorido de las butacas encendidas.

Max AubSeñores, si nosotros hacemos la historia, a nosotros nos está dado modificarla. Si a nosotros no nos gusta la parte de la historia que vamos a vivir, debemos omitirla y continuar como si no existiera. Todos sabemos que lo que se nos muestra al otro lado de las ventanas es metralla, fuego, destrucción; es la cara triste del mundo que no queremos y consecuencia de una sociedad que no nos gusta.

Acecha el oscurantismo. El rescoldo de días de ilusión se enfría a fuerza de vivir con los sentidos. Pocas veces nos está dado crear para creer, trazar en la máscara de los espectros una sonrisa e interpretarnos a nosotros mismos. Pues sí, señores, somos privilegiados por haber construido este tiempo que nos arrebatan, por vivir los días que miraron de frente, por soñar ser humanos y desafiar al futuro.

Y mientras afuera las alarmas antiaéreas nos invitan a escondernos, aquí nosotros reflexionamos sobre este instante, la realidad; si la muerte es sólo una ficción y el hambre de millones se perpetuará por los siglos como todo parece indicar, escenifiquemos la obra de nuestras vidas y como tal seamos actores, directores y dueños de nuestro tiempo.

Acercó un vaso con agua a la boca y miró a sus colegas sin esperar un gesto de asentimiento o discordia. Era un día rutinario pero significativo, pese a que en la agenda a tratar sólo figuraba un tema: ¿es posible saltarse el tiempo y trucar la historia? Tal vez fuera a hacerse trampas al solitario, pero ¿por qué no?, el hombre, así como destruye su espacio, es capaz de andarlo y reconstruirlo desde las cenizas del tiempo.

Max contempla los rostros serios, preocupados, dubitativos ante un paso inédito tras el cual la historia no volvería a ser la misma. Siente su propia respiración querellarse con el pensamiento expectante de quienes consideraban sus palabras.

Max AubLas letras son parte de nuestras vidas, somos afortunados. Son parte del pueblo que se identifica consigo mismo. El objetivo común capaz de trasladarse desde las primeras interpretaciones hasta nuestros días y, ya mediado este siglo XX, continuar aventando las máscaras desenmascaradoras de la realidad. Al igual que hoy, lo mismo que mañana, tan sólo sujetos por un sutil hilo vamos sorteando los diferentes condicionamientos políticos, legales, culturales y económicos que se nos plantean o imponen. Desde la antigua “orchestra” y sus danzas hasta el abierto círculo del futuro, estará en nosotros, y sólo en nosotros, controlar el tiempo, utilizar las letras como herramientas divinas, diosas transformadas en palabras que se nos aparecen para suplantar la realidad.

Volvió la vista a la ventana, los bombardeos habían cesado y la obscuridad era total, las sombras corrían con prisas de un lado a otro, algunas voces alzadas desde una oquedad apenas atinaban a consolar llantos y serenar los estertores de aquellos que no alcanzaron a llegar a un refugio. Fúnebre canto de indigencia y abatimiento.

Max AubOtro día penoso, de resistencia a los anochecidos fantasmas. De guardar el miedo en los bolsillos e inventar la ansiada alborada desde nuestro quehacer y compromiso con todo lo que sea hacedero de llamarse arte y en este caso, el que aquí nos reúne, concretamente el teatro. Afirmo: la Academia debe permanecer y así posibilitar dar luz a las tinieblas del tiempo.

Me pregunto entonces: ¿es posible saltarse el tiempo y trucar la historia? La respuesta está en nosotros. Aquí, a la sombra de otro bombardeo, cobijados por las paredes de esta Academia, debemos conjurarnos y autentificarlo. Por los que siguen allí afuera con los ojos cerrados y no serán capaces de ver una función de teatro a lo largo de su muerte, por los que aun pudiendo verla no lo harán, pues estarán relegados a la ignominia de sólo desear subsistir, por los que, en los cuatro puntos cardinales, levantan tabla a tabla un escenario y se desgañitan para que las palabras sean voz, y la voz, mensaje, y el mensaje, sinónimo de vida.

Lo observaban absortos. Ya la intervención tocaba a su fin. No recelaban evocar al parisino niño llegado a Valencia, al mismo que le faltaba un lustro de penurias para establecerse en México, al republicano liberador de la palabra que se dirigía a ellos ahora con vehemencia. El mismo que tras sus gafas iba construyendo la quimera, sí, el mismo ser que solicitaba la aprobación de los miembros de la Academia para borrar el tiempo y la historia. Argumentaba para persuadirlos de lo imprescindible de una Academia Española en la que cupieran todos, con todos y para todos. Con Lorca, Alberti, Hernández y aquellos que garabatean con sus pies las tablas frente al clamoroso silencio de los espectadores. La vanguardia de los insurrectos de la cultura que debe echarse al monte para no sucumbir.

Max AubCompañeros, amigos, si nadie tiene algo que decir, pasemos a la votación. Pero no olvidéis la calle y la destrucción. Eso no debe repetirse. España es y será siempre un gran teatro con más buenos que malos directores, con mejores o peores actores, pero ya sabéis, para conservar lo sobresaliente de nuestra época aceleremos los años, y démosle vida a don Ramón del Valle Inclán. Él no murió en el treinta y seis, sino veinte años después. Así que votemos por cambiar la historia, por trucar el tiempo y también por un sucesor para don Ramón.

Al bajar del estrado, todas las miradas le siguen. Está algo aturdido, pero la pasión por impedir al teatro español caer en las tinieblas supera cualquier factible hecho histórico. Prima el amor.

***

No estaba en primera fila y el escenario estuvo siempre vacío. Imagino a Max Aub en una cálida noche de marzo, como lo son la mayoría de las noches a orillas del Mediterráneo, sentado en la terraza del Casino de Torrevieja. Las flores y la sal aroman el ambiente con intensidad mientras los pájaros inflaman de amor las rosas. Tiene la cara entre las manos; su cuerpo continúa impregnado por todo lo dicho. Puede ser una estatua o simplemente la imagen de una realidad que continúa sin cambiar. No deja de saber que las luces del teatro esa noche se apagarán, pero entre sus telones y butacas pervivirá el eco de las palabras.

Afirmo y puedo, seguro piensa Max al incorporar su cuerpo sobre el oscurecido mar y descubrir que ante su vista flota indolente una colorida planta.

Esa cálida noche de marzo invita a recapacitar. Yerro por el paseo torrevejense con el desasosiego de acelerar yo también el tiempo y atrapar los textos de Aub. Así lo percibo: el director del Teatro Nacional por entonces había sido nombrado miembro de la Academia Española, y tras su discurso de ingreso primó la certeza de que los buenos, en 1956, mantenían viva España, la República y su palabra. La historia no modificó las tinieblas derrotadas la noche después de un bombardeo. ¿Consecuencias? Aquella otra noche de sirenas y escombros, yacía ahora bajo las procelosas aguas del Mediterráneo. En la votación había ganado un SÍ por unanimidad.

Bajo a la playa. Ando por la orilla con el agua lamiendo mis pies. No dejo de pensar en eso que no leí nunca en ningún libro de historia. La realidad es evidente y las quimeras se apagan para querer resucitarlas cuando ya es difícil respirar. Me detengo a contemplar un destello en el agua, parece estar al alcance de mis manos, pero por más que lo intento no alcanzo a tocarlo.

El luminoso nenúfar indica el lugar donde yacen las tinieblas.

Se oye la voz de Aub ya de pie, al tiempo que su sombra comienza a difuminarse a la entrada del puerto.

Baja el telón.

 

NOTA. El presente relato se basa en la obra El teatro español sacado a luz de las tinieblas de nuestro tiempo, de Max Aub, y representado por Cling-Clang Teatro bajo la dirección de Francisco Alberola Miralles.