Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 48 – Otoño 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

El sábado por la noche,

todo tiene otro color.

Un amor fin de semana,

un te quiero, pero adiós...

El olvido es un gin-tónic

que te quema el corazón.

 

La desdicha es una flor

de papel de celofán.

La tristeza es una sombra

con ojos para llorar.

Las aceras de las calles

no tenían compasión.

 

La autopista le tenía

el corazón en suspenso

con las manos aferradas

a la rueda del volante.

Los relojes reflejaban

ansiedad en sus esferas.

Las luces del automóvil

teñían de rojo el aire.

La muerte, como la lluvia,

golpeaba el parabrisas.

 

Los autobuses subían

desde la plaza de España

hasta perderse en Callao.

La tarde se derrumbaba

con el sol a las espaldas.

Las aceras desbordaban

corazones como peces

perdidos entre la gente.

Las farolas encendidas

contra un cielo desteñido

enfilaban cuesta arriba.

Nadie miraba en los ojos

del vendedor de cupones.

 

En los andenes del metro

ando buscando unos ojos

perdidos entre la gente.

En los andenes del metro

me sumerjo en la corriente

hasta olvidarme por dentro.

Te encuentro, te persigo,

te me escapas y te pierdo...

En los andenes del metro,

a las siete de la tarde,

uno más entre la gente.

 

Llovía sobre la acera.

La tarde hecha de bruma

ennegrecía los charcos.

Las horas pasaban mansas

por el cristal de la lluvia.

Atardeceres de alambre

arañándome por dentro.

Escribo tus iniciales

en las paredes del barrio

abiertas al descampado.

 

El palpitar de la tarde

es un rumor en el aire.

Por las laderas perdido

me busco sin encontrarme.

El sol muere a mis espaldas.

Soy un corazón vacío.

Me escondo entre los arbustos

con la ansiedad en el pecho

desterrado en los infiernos.

Madrid relumbra a lo lejos

tras las colinas en sombra.

La sed de un amor sin fondo

me desgarraba por dentro.

 

Tu mirada me acaricia

con ternura por la espalda.

Siento tu aliento en la nuca.

Tu silencio me sostiene

como el aire apaciguado

en las hojas de los árboles.

Me quieres sin la distancia

del sol que muere en la tarde.

Me quieres cara con cara

cuando llega la mañana.

 

Mi ventana es un halcón

en el aire de la tarde.

Desteñida en las alturas,

la noche viene a lo lejos

encendida en sus reflejos.

Los muros embadurnados

de enfurecidos grafitis

proclaman la indignación

a gritos como sarmientos.

El rumor del desconcierto

parpadea en el farol

de cada esquina en el viento.

 

Un clamor inesperado

en el Paseo del Prado.

Madrid, ciudad derrotada.

Era un rumor contenido

rebotando en las fachadas.

Centenares de gargantas

mezcladas entre la gente

reclamaban libertades

a voz en grito en el aire.

Un revuelo de palomas

chocaba contra el cristal

de balcones y ventanas.

Madrid, ciudad sometida.

La policía cargaba

con el gris en sus espaldas

contra todos y por nada.

La multitud espantada

huía por las aceras

con el terror en la cara.

Aquel Primero de Mayo

despertaba las conciencias.

Madrid, ciudad encendida.

 

En la Puerta del Sol,

la voz de los indignados

se cargaba de razón.

La libertad, la igualdad...,

¿dónde la fraternidad?

El futuro contra un muro.

En la Puerta del Sol

los jóvenes indignados

se olvidaron del reloj.

En la Puerta del Sol

hasta el reloj se indignó.

 

Al barrio de Lavapiés

al clarear la mañana

el silencio le adormece

colgado de las ventanas.

La luz del amanecer

abrillanta las aceras

con sus rayos de hojalata.

Las calles de Lavapiés

son estrechas y empinadas,

añoran al Manzanares

como a quien le falta el aire.

Los habitantes del barrio

tienen los ojos oscuros

y la sonrisa de plata.

El barrio de Lavapiés

es un mundo sin fronteras.

Las calles de Lavapiés

ocultan en sus portales

el corazón de la noche.

 

 

La calle más alegre del mundo, la calle donde viven juntas a la vez las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca, rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona. Federico García Lorca

 

El diecisiete de agosto,

la Rambla de Barcelona

era un río sin consuelo

que iba camino del mar.

Los cristales como espejos

reflejaban contra un muro

el terror entre la gente.

Ojos de luna en la frente,

lunas de acero en el pecho.

Nunca Alá fue tan pequeño.

Los muertos y los heridos

esparcidos por el suelo

como rosas arrancadas

—rosas blancas como el alba—

por la furia de un mal viento,

el viento cruel del desierto.

La ciudad guardó silencio.

El mar al fondo lloraba

bajo un cielo gris inmenso.