Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
47 – Verano 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Amigo… Pero me abisma y me anonada la sublimidad de tan magnificas imágenes”. Goethe en Werther1.
La primera expedición documentada al Circo de Gredos fue llevada a cabo entre el 5 y el 9 de agosto de 1834 por un grupo de vecinos aficionados a la geología de la localidad de Oropesa2. Hasta aquel entonces, las únicas personas que solían transitar por aquellos agrestes parajes eran cabreros cuidando de sus rebaños en los meses de verano. La expedición ascendió por la ladera sur con el grandioso perfil del macizo central de la sierra de Gredos en la distancia.
“Nuestro amigo Ramón Jaén, gran rebuscador de curiosidades bibliográficas —recoge Antonino González Canalejo en su tesis doctoral—, nos ha comunicado amablemente la existencia de un folleto de 16 páginas, incompleto por desgracia, pues le faltan hasta cuatro (de la 3 a la 6), en que se describe la más antigua excursión hasta el presente conocida a la laguna de Gredos, hoy tan visitada”3. La mencionada publicación estaba dedicada a la geología. En ella encontramos un artículo que recoge un pormenorizado relato de la expedición, firmado en Madrid el 4 de enero de 1839 por Gregorio Aznar, uno de sus integrantes.
La sorpresa de los expedicionarios fue mayúscula al contemplar de repente el Circo de Gredos desde lo alto de los Barrerones:
“Aquí fue —escribe el autor del artículo— donde por primera vez en nuestra vida formamos idea de lo verdaderamente sublime, llenándose nuestra alma de aquel pavor que siempre inspira lo maravilloso. Veíamos masas compactas y tales que sin su presencia la imaginación no podía concebir... Solo la divinidad con su incomprensible omnipotencia podía presentarnos espectáculo tan grandioso, ante el que se anonada la arrogancia del hombre átomo”4.
No sabemos en qué año José Somoza escribió su Oda a la laguna de Gredos, el primer poema en la historia de la literatura que recrea el paisaje de la sierra de Gredos. Sabemos, sin embargo, que la primera vez que apareció publicada su obra poética fue en 1832. Como estaba al tanto de las corrientes filosóficas europeas, algo que pone de manifiesto este poema, es más que probable que conociera el relato de Anthony Ashley Cooper, tercer conde de Shaftesbury, cuando en 1686 atravesó los Alpes camino de Nápoles. Quedó admirado de las sobrecogedoras formas de las altas montañas suizas cubiertas de nieves perpetuas recortadas contra las nubes. Años más tarde, el crítico teatral, John Dennis, volvió a realizar este mismo viaje coincidiendo con el filósofo inglés en el sentimiento que estas montañas despertaron en él5. Estas apreciaciones estéticas fueron recogidas y sintetizadas por Joseph Addison en su revista The Spectador en 17116 en una serie de artículos titulados “Plesures of the Imagination”.
El filósofo británico Edmund Burke, en un capítulo de su libro Una investigación filosófica sobre el origen de nuestras ideas sobre lo sublime y lo bello, publicado en 1756, hablaba de “lo sublime como un temor controlado que atrae al alma, presente en cualidades como la inmensidad, el infinito, el vacío, la soledad, el silencio, etc.”, y terminaba calificando la belleza como “amor sin deseo”, y lo sublime como “asombro sin peligro”. Para Burke, en resumen, la belleza provoca amor y lo sublime temor. Algo de esto experimentó José Somoza aquel día en el que pudo contemplar el Circo de Gredos en una de sus agotadoras excursiones por los entresijos de la sierra de Gredos.
La Oda a la laguna de Gredos comienza con estos versos: “Entre escarpadas puntas de una sierra nevada / sobre otra sierra alzada, / el hondo lago vi”. Este “hondo lago” no puede ser otro que la Laguna Grande de Gredos, tal como se la conoce en la actualidad. El Circo de Gredos, efectivamente, emerge sostenido en lo alto por el macizo central de esta sierra recortando airoso su silueta desde la lejanía, cubierta de nieve hasta bien entrada la primavera.
José Somoza nos describe con todo detalle el paisaje frío e invernal que se abre ante nuestros ojos: “Densa niebla oscurece / su cumbre, asiento eterno / del trono del invierno, / hijo del Septentrión”. Quizá en verano, un verano que al pie del Almanzor apenas dura poco más de un mes —de primeros de julio a mediados de agosto—, deja de ser ese “trono del invierno” para convertirse en un paraje de una extraordinaria placidez, donde por las noches sin luna llena brillan las estrellas como si fueran puntas de diamantes al alcance de la mano. Sin embargo, el poeta parece ser que desconoce esa realidad; prefiere hablarnos de cómo sobre las oscuras aguas de la laguna “…ruedan las olas dentro, / la salida buscando, / y en derredor bramando / de su eterna prisión”. Tras una detallada descripción del paisaje, el poema, atrapado por esa terrible visión, donde apenas hay lugar para la esperanza, el calor, la luz y la vida, concluye: “¡Ay laguna desierta! / Ese témpano helado / semeja del malvado”. La comparación con el malvado resulta un tanto excesiva si no fuera porque José Somoza es un romántico en ciernes y las pasiones acaban ocupando el lugar de la razón, para aclamar, poniendo punto final: “¡Oh insensible /páramo de terror!”7.
Después de tan desolada y al mismo tiempo sublime descripción del Circo de Gredos, con la Laguna Grande en su seno, sin un ápice de concesión a la superstición que en aquel entonces inundaban las mentes de las gentes que vivían en los pueblos del entorno, el poeta compara el lugar, no sin razón, al menos él así lo ve, con “la fría congelación del corazón humano, la insensibilidad del malvado que el huracán insano del vicio endureció”. Miguel de Unamuno, aquel mes de agosto de 1911 que pasó dos noches al pie del Almanzor, lo calificaba de “visión dantesca” y añadía: “Dábamos una voz y el eco la repetía dos veces entre las soledades”.
El sentimiento de lo sublime —tal como podemos leer en la Crítica del Juicio de Kant—, “es incompatible con toda especie de encanto, y como el espíritu en esto no se tiene solamente atraído por el objeto, sino también repelido, esta satisfacción es menos un placer positivo que un sentimiento de admiración o de respeto, es decir, para darle el nombre propio, un placer negativo”8.
1 Goethe: Werther. Biblioteca Básica Salvat. Alianza Editorial. Madrid 1969. Página 24.
2 El grupo estaba integrado por Francisco Solano y Berdugo, Gregorio Aznar, Antonio Renedo y José María Aznar, ambos además abogados, Ciriaco Ocaña, abogado de Madrid, y Antonio Arconada, capellán mayor de Oropesa, recoge Antonino González Canalejo en su tesis doctoral.
3 Antonino González Canalejo: El regeneracionismo y la Institución Libre de Enseñanza en el descubrimiento de las montañas españolas. Tesis doctoral. Facultad de Geografía de la universidad de Salamanca. 2015. Página 244.
4 El mencionado folleto, escribe Antonino González Canalejo en su tesis doctoral, “lo firma en Madrid a 9 de enero de 1839 Gregorio Aznar, labrador, propietario, amigo de toda clase de estudios y lector de El Panorama Universal”. Página 244.
5 Naturaleza y paisaje en la estética de Shaftesbury habla de cómo el filósofo inglés sitúa en “el Atlas una escena que probablemente él contempló en 1686, al cruzar los Alpes de camino hacia Italia. La descripción de la visión alpina de Teocles presenta una gran similitud con el relato de la travesía de los Alpes por el paso del Mont Cenis realizada alrededor de 1688 por Dennis (1657-1734)…” Página 358.
6 The Spectador fue una publicación periódica fundada por Joseph Addison y Richard Steele entre 1711 y 1712. Comenzó a publicarse el 11 de marzo de 1711. La revista sacó de las bibliotecas y las cátedras la filosofía que se estaba elaborando en aquel entonces y la introdujo en las tertulias de los café y salones de té. Jugó un importante papel en la divulgación de las ideas de la Ilustración, ampliamente difundida por toda Europa.
7 José Somoza de Piedrahíta (1781-1852). A la laguna de Gredos. Poesía. Edición de J. F. Elvira. Sexifirmo. Piedrahita.1975. Páginas 31-33.
8 Immanuel Kant: Crítica del juicio. Biblioteca virtual. Página 56.