Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 47 – Verano 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



Mi hijo quiere la luna. Y no hablo de que quiere la luna en sentido figurado o de forma poética. Hablo en el sentido literal: mi hijo quiere la luna. Se ha empeñado y yo no sé qué voy a hacer. ¡Qué sufrimiento el mío, no poder darle la luna!

No paro de hacerme preguntas. ¿Por qué mi hijo quiere ahora la luna? El nene tiene todo lo que quiere, incluso antes de desearlo (no quiero que se frustre y sea un desgraciado toda su vida). Soy su amiga, dejo todo lo que estoy haciendo para atenderle, por si quiere hablar, porque todos tenemos necesidad de hablar, de comunicarnos. Recibo a todos sus amigos, que son muchos y están muy contentos porque les organizo meriendas y fiestas infantiles. Y, cuando tiene un problema en el colegio, no tengo reparos en hablar con el que haga falta; me presento de inmediato en el colegio para exigir responsabilidades al profesor (hay algunos que no tienen vocación y están ahí por las vacaciones). Lo cierto es que yo me encuentro muy triste, el nene quiere la luna y yo no puedo dársela.

Pepe, mi marido, dice que el otro día lo encontró dando patadas a las puertas y que, cuando le llamó la atención, lo miró de mala manera y se tiró al suelo con las piernas en alto, gritando que quería la luna. Cuando me lo contó Pepe, me di perfectamente cuenta de que el nene tenía un gran disgusto, pero un disgusto muy, muy grande. Y no quiero pensar mal de Pepe, que es una buena persona, pero tengo mis dudas: si no llego a entrar yo en ese momento, ¿Pepe habría sido capaz de pegar al nene? No quiero ni pensarlo. ¡Qué horror!

Después de ese día, mi hijo cambió mucho. No decía ni palabra, no quería ir al colegio, ni ver a sus amigos, y lo que más me preocupaba era que no quería comer. Pensé que la luna nos estaba trayendo graves problemas a la familia y que, por su culpa, mi hijo había caído en una profunda depresión. Mi amiga Pitita me recomendó un especialista en psicología infantil. Después de esperar una semana para que nos recibiera, “el gran especialista en psicología infantil” me dice: «Su hijo no tiene nada. Lo que necesita es un buen azote». ¡Qué barbaridad! ¿Para eso estamos pagando un dineral por un seguro privado? No entiendo cómo puede tener fama ese doctor de pacotilla, que todo lo arregla con el maltrato infantil.

Mi hijo sigue pidiendo la luna, porque el nene tiene las ideas muy claras. Y yo, por otra parte, estoy asistiendo a la escuela de padres, para ver si encuentro la solución para que mi hijo no esté triste. ¡Pobre nene!