Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 47 – Verano 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Hay una preocupación transcendente en Somoza; este hombre solitario, perdido en un recoveco del austero paisaje castellano, ha sabido pensar en cosas de las que sus contemporáneos no tenían ni la más remota sospecha. Azorín.


José Somoza nació en Piedrahíta el 24 de octubre de 1781. Su padre, Ignacio Somoza, era un sevillano afincado en esta localidad abulense tras contraer matrimonio con Juana Muñoz, una joven que pertenecía a una acomodada familia de Piedrahíta. El padre era partidario de las reformas que, en opinión de los intelectuales ilustrados de la época, con los que mantenía una estrecha amistad, estaba necesitando España.

En su palacio de Piedrahíta, la duquesa de Alba, Teresa de Silva Álvarez de Toledo, reunía en torno suyo a destacados artistas: pintores, literatos, poetas y políticos. El palacio que mandó construir su abuelo alcanzó en los últimos años del siglo xviii, en manos de la joven duquesa, el más brillante periodo de su historia. Allí fue donde el niño José Somoza conoció y trató a muchos de estos personajes, cuya amistad conservó después toda su vida.

La “corte” que rodeaba a los duques de Alba era similar a la del infante Luis de Borbón, en la ladera sur de Gredos, en Arenas de San Pedro. Entre los artistas e intelectuales estaban, como hemos apuntado anteriormente, además del pintor Francisco de Goya, el político y escritor Gaspar de Jovellanos, el poeta Manuel José Quintana...; pero, sobre todo, el también político y poeta Juan Meléndez Valdés, que llegó a estar alojado reponiéndose de una grave enfermedad en la casa de un familiar de José Somoza. En Piedrahíta, la duquesa de Alba, además de anfitriona, era la musa de algunos de estos poetas.

En las notas autobiográficas que José Somoza redactó podemos leer: “Goya, aplaudió alguna vez las caricaturas —refiriéndose a Meléndez Valdés— que hacía enredando con el lápiz o la pluma en su estudio y el severo Jovellanos soltó alguna vez la risa oyendo las canciones picarescas que yo cantaba a la guitarra…”. En otra ocasión escribió: “Yo vi al célebre Jovellanos boca abajo, sin tocar la almohada sino con la frente, para no descomponerse los bucles…”1.

La familia decidió trasladarse a Salamanca para seguir los estudios de los dos hijos varones, Juan y José, el año en que este último cumplió doce de edad. En esta ciudad nuestro poeta terminó siendo algo más que un mal estudiante: “Era desaplicado y aun vicioso —escribe en su autobiografía—, me acompañaba con la gente más perdida, vestía traje de torero, y mis menos culpables pasatiempos eran la esgrima y el juego de pelota; por fortuna no tuve afición a los naipes, y hoy es el día en que no conozco la marcha de ningún juego de cartas, pero había abandonado varias veces la casa paterna y aun corrido algunas ciudades de España en compañía de estudiantes de la tuna”.

Todo esto cambió de pronto. Con apenas dieciséis años de edad recibe una carta en la que le comunican la muerte de su padre. Abandona Salamanca, regresa a Piedrahíta con su hermano. No habla con nadie. Decide vivir en soledad, rodeado por los suyos. “Me encerré en la escogida biblioteca de mi padre —escribe—, donde ayudado de lo poco que había aprendido de las lenguas extranjeras, me entregué a la lectura, a la meditación, al verdadero estudio y a la soledad, con tanto ardor y pasión como antes me había dado a los placeres...”. Además, Juan, su hermano mayor, padecía una grave enfermedad.

El siglo xviii estaba a punto de finalizar y toda Europa vivía convulsionada tras los acontecimientos de la Revolución Francesa; en España, esta influencia comenzaba a estar presente. Buen número de intelectuales y artistas ilustrados pasaron a ser mal vistos, tachados de afrancesados. A más de uno le iba a costar el exilio.

José Somoza fue un soltero empedernido, no quiso tener descendencia, “no porque aborreciera a las mujeres”, aclara en sus memorias, sino porque le tomó “miedo y aversión al matrimonio”. Por todo esto, no es de extrañar que fuera conocido como “el solitario de Gredos”. Este deseo de vivir en su retiro de Piedrahíta, dedicado a sus libros y meditaciones, era considerado por sus contemporáneos como una extravagancia. “El campo —escribe— ha sido y es mi amigo íntimo”. Para el que fuera su editor en 1904, José R. Lomba y Pedraja: “Eludir todo cargo, todo deber legal, hasta el matrimonio, guardar su libertad obstinadamente y el retiro en su rincón era algo reservado sólo para los que nacen mayorazgos o son, por lo menos, ricos e independientes”.

En 1808, tras la invasión napoleónica, el apacible curso de su existencia fue de nuevo trastocado. A pesar de su antimilitarismo, tomó las armas contra los franceses, resultó herido y encarcelado en Ávila. En cuanto pudo, regresó a Piedrahíta. Hizo oídos sordos a los llamamientos de sus amigos para que acudiera a las Cortes de Cádiz; sin embargo, en el mes de marzo de 1822, no pudo negarse a participar en las elecciones celebradas durante el Trienio Liberal; las nuevas Cortes estuvieron presididas por Rafael del Riego. Más tarde, en 1836, formó parte de las cortes constituyentes como diputado por segunda vez en su vida.

José Somoza, por liberal a ultranza, sufrió persecuciones, registros domiciliarios, allanamientos de morada, denuncias, multas, detenciones y, en numerosas ocasiones, cárcel severa. “Mi casa fue allanada, mis papeles registrados, y yo llevado en arresto a Madrid; pero se sobreseyó la causa…”, podemos leer en su autobiografía.


Cárcel, que opones inflexible reja

a la inquietud siniestra del bandido,

que, en pavorosa soledad hundido,

consigo mismo a su pesar le deja;

 

tras cien rastrillos al delito aleja

de la vista del bueno, y de su oído

prolongado sollozo, hondo gemido,

desesperada y blasfemante queja.

 

Salve, ¡oh mansión de tantos maldecida!

yo te bendigo, y veces mil contemplo

la oscura hiedra que tu muro viste,

 

un tiempo recordando de mi vida,

en que asilo sagrado y santo templo

contra la envidia a la inocencia fuiste.

 

En este soneto parece querer expresar que la cárcel fue el lugar donde, a la fuerza, aunque resulte paradójico, pudo salvaguardar su inocencia. No estaba allí por ser un “siniestro bandido”. En su autobiografía escribe: “Al caer la Constitución, en 1823, fui preso en Piedrahíta y llevado a la cárcel de Ávila, que yo mismo había hecho mejorar siendo jefe político; pero eran tantos los presos cuando mi hermano y yo entramos, que no nos tocó otro albergue que la carbonera del edificio. De allí salimos a los cuatro meses. Mi hermano había cegado, y yo había contraído un penoso mal de piedra, y no fuimos por cierto de los peores librados entre los que salieron de las garras del cura Merino. Otra causa militar me formó posteriormente el general San Juan, de Badajoz, pero tampoco tuve otras que la de una prisión dilatadísima…”.

Más tarde, por fin, ha podido regresar a Piedrahíta y recuperar así su forma de vivir reposada y tranquila dedicada al estudio y la meditación, ha cumplido 48 años de edad, escribe este soneto:

 

Rompa los lazos de prisión impía

el pardo ruiseñor, y el bosque umbroso

torna a alegrar su cántico armonioso

en el horror de la tiniebla fría.

 

Yo, así venciendo con tenaz porfía

el rigor de un decreto poderoso,

vuelvo libre a gozar vida, reposo

en este asilo grato al alma mía.

 

Y complacido en el murmullo blando

del raudal de esa fuente cristalina,

que la acacia de Mila va ocultando,

 

humilde imploro a la piedad divina,

que este día mil veces renovado,

siembre de flores tu vivir, Paulina.

 

En el año 1828 había fallecido su hermano Juan, al que tanto quería; sin embargo, en su interior no pudo nunca anidar el odio ni tampoco el afán de revancha contra sus enemigos. “Desde 1830, que salí de las cárceles y de las persecuciones, no solo he perdonado, sino he protegido, a todos mis delatores y dañadores, no solo como alcalde cuando lo he sido, sino como vecino influyente de Piedrahíta, y esto quisiera yo que se estampase para que ellos lo leyesen, que a buen seguro que lo desmienta nadie…”, podemos leer una vez más en su autobiografía.

No fue un escritor prolífico ni como prosista ni como poeta, publicó poco. Además de multitud de trabajos sueltos aparecidos en el Semanario Pintoresco Español, él mismo preparó la edición de sus Obras poéticas (1832-1837). Algo más tarde reunió sus escritos en dos volúmenes, Poesías y Obra en prosa (1842). De sus versos, los más famosos fueron la Oda a Fray Luis de León, A la Laguna de Gredos, A la tumba de mi hermano y la epístola A un amigo disgustado del mundo.

También escribió una Oda al río Tormes que tiene como tema central la desolación del paisaje tras la batalla que tuvo lugar el jueves 22 de julio de 1812 contra los franceses en las llanuras de Arapiles2. Diecisiete años más tarde, a raíz de la muerte de su hermano, José Somoza escribe este poema. Los versos rezuman una profunda tristeza.

 

Tus márgenes en fuego

vi y en humo infernal envuelto el día.

Moverte, en furor ciego,

¡oh Tormes! detenía

tus ondas, que víctimas henchía.

 

De Arapiles famoso

vi el campo de batalla, hoy convertido

en yermo silencioso,

donde el ala ha tendido

el tiempo, que los males da al olvido.

 

Aunque buena parte de su vida la vivió recluido en Piedrahíta, nunca dejó de estar al día de los acontecimientos y de las corrientes filosóficas europeas. “Conocía especialmente muchos escritores franceses del siglo xviii y vivía un poco, gracias a ellos, en un medio cultural semejante al que Fontanelle3 frecuentaba con su persona… Por todas partes, en los escritos de Somoza, se hallan diseminadas las sentencias de este filósofo: su epístola Sobre la felicidad es como un resumen de las más sustanciales y sencillas”, escribe José R. Lomba Pedraja en su estudio sobre José Somoza.

La epístola Sobre la felicidad de José Somoza comienza:

 

Díceseme que te parece

cosa imposible decir:

¡Vi un dichoso!

Mas es porque le oscurece

su retirado vivir

silencioso…

 

Donde la influencia de fray Luis de León es más que manifiesta. La epístola concluye:

 

Las artes y la lectura,

los campestres ejercicios

provechosos,

son de posesión segura,

no caros como los vicios,

no azaroso.

 

Dado es al sabio un placer

de más estima, nobleza

y calidad:

el estudio de su ser,

el de la naturaleza

y la verdad”4.

 

Bernald le Bovier de Fontanelle es el autor de un libro que llevaba por título Du Bonheur.

También tuvo conocimiento de la obra del filósofo inglés Jeremy Bentham, defensor del utilitarismo, a través de la amistad que mantuvo con el eminente jurista Toribio Núñez5, haciéndose cargo de su hija pequeña, Cecilia Núñez, al morir el padre. “En la historia sentimental de Somoza ocupa un lugar muy especial Cecilia Núñez, su ahijada”, subraya José R. Lomba Pedraja. Las ideas sobre la felicidad del pensador inglés están reflejadas en las de José Somoza6. Nuestro poeta hablaba, escribía y traducía del inglés al castellano como ponen de manifiesto la traducción de uno de los episodios del Enrique IV de Shakespeare7.

Con el paso del tiempo se fueron agudizando sus conflictos religiosos. Menéndez Pelayo le acusa en sus Heterodoxos Españoles de practicar un “trasnochado volterialismo”. El arcipreste de Piedrahíta consiguió que el obispo de Ávila prohibiera sus obras “por contener proposiciones falsas, temerarias, contrarias a la palabra de Dios, sapientes haeresim, perniciosas, mal sonantes, e inductivas al materialismo y panteísmo”. Esto fue algo que dañó y mucho la difusión de la obra literaria de José Somoza.


En los últimos años de su vida era don José Somoza –según nos la ha descrito un paisano suyo que lo conoció– un viejecito flaco y pequeño echado hacia adelante, de movimientos inquietos, de mirada viva. Cuando andaba llevaba la mano izquierda en la espalda y se asía de cachaba con la derecha. Por las tardes, a la puesta del sol, acostumbraba a dejar sus libros o sus trabajos y salía a la plaza solo, a pasear rápidamente arriba y abajo, por unas filas de losas que hay enfrente de la casa del ayuntamiento. Un dibujo de él que hemos visto nos lo representa de cara aguileña, frente ancha y prominente, labios delgados, ojos menudos, rapado el rostro a navaja, de un gesto ligeramente burlón”, escribe, no sin una gran carga de emoción, José R. Lomba Pedraja8. viii


Cuando murió el 4 de octubre de 1852 con 71 años de edad, las autoridades eclesiásticas prohibieron que su cuerpo fuera sepultado en el cementerio católico de la localidad, aunque al final cedieron a las peticiones de la familia. En el viejo y decrépito camposanto de Piedrahíta, ubicado en las ruinas del convento de Santo Domingo, del siglo xiv, puede visitarse hoy el nicho en el que reposan sus restos. En una placa de mármol blanco situada casi a ras de tierra, figura esta inscripción:

 

D. E. P.

a D. José Somoza y Muñoz. Falleció el 4 de octubre de 1852

Sus sobrinos

 

 

 

 

Modesto González Lucas

1 Comentario recogido por Manuel Ruiz Lagos en su ensayo El escritor don José Somoza. Editado por la Fundación Gran Duque de Alba. Diputación Provincial de Ávila. 1966.

2 La batalla de los Arapiles se libró el 22 de julio de 1812 en los alrededores del municipio que lleva este nombre, al sur de la ciudad de Salamanca. Fue una gran victoria del ejército anglo-hispano-portugués al mando del duque de Wellington.

3 Bernald le Bovier de Fontanelle (1657-1757) murió con 99 años de edad. Fue un filósofo francés muy relacionado con los enciclopedistas: D’Alambert, Condorcet... También fue poeta y divulgador científico.

4 J. F. Elvira en el libro José Somoza de Pi. Poesías. Sexifirmo. Piedrahíta. 1975. Página 109.

5 Toribio Núñez, “...pensador distinguido, doctor en Leyes por Salamanca, que ilustró su nombre con la exposición fiel y clara que hizo, en dos libros diferentes, de la doctrina de Bentham, no conocida a la sazón en España. Es sabido que el filósofo inglés rehusó siempre su aprobación a los libros de Esteban Dumont y de John Stuart Mill, en que se expone su genial concepto del derecho y la moral. En cambio, aprobó los escritos de Núñez, que tiene el mismo asunto. D. Eugenio Tapia y D. Joaquín Francisco Pacheco vieron las cartas autógrafas de Bentham; en ellas decía el gran hombre a su discípulo y expositor: “Habéis adivinado el verdadero espíritu de mis enseñanzas”. Núñez estuvo en correspondencia directa con su maestro y profesaba con él y por su doctrina admiración sincera y profunda”. Lomba y Pedraja, José R.: José Somoza: Obras en prosa y verso. Con notas, apéndice y un estudio preliminar. Imprenta de Archivos, Bibliotecas y Museos. Madrid. 1904. Página XXXI.

6 Para Victoria Camps: “Lo que caracteriza de entrada el utilitarismo inglés, en contraste con la filosofía continental, es el rechazo de la metafísica, de los principios a priori o de los transcendentales como fundamento de las normas morales... Puesto que todos los hombres aspiran a ser felices y eso es indiscutible, los utilitaristas creen que el criterio de la moralidad no es otro que la felicidad”. Victoria Camps: Breve historia de la ética. RBA. Barcelona. 2013. Página 268.

7 La profesora Amparo Hurtado Díaz en su trabajo publicado en internet que lleva por título José Somoza, traductor, citando a José Ricardo Lomba y Pedraja. “Somoza —subraya— escogió la obra Enrique IV. Primera parte, pero no para traducirla completa…Esta vez seleccionó varias escenas del texto original (2ª del acto I y 2ª y 4ª del acto II, que tiene lugar en una taberna y compuso una adaptación. El título que le dio habla por sí solo de la interpretación de la obra: El perdonavidas o El capitán Juan Falstaff”.

8 Texto recogido por J. F. Elvira en el libro José Somoza de Piedrahíta. Poesías. Sexifirmo. Piedrahíta. 1975.