Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 47 – Verano 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 

Ars Creatio, aprovechando las consolidadas Jornadas hispanocubanas de Torrevieja, que se desarrollan del 7 de julio al 14 de agosto de 2017, desea recuperar los textos ensayísticos que el académico Jesucristo Riquelme ha escrito ex professo para ir dando calado de meditación y controversia a las cuestiones que rondan todo lo que de mestizo y de fusión coexiste como elemento cultural superviviente entre ambas orillas del Atlántico: España y Cuba. Las Jornadas hispanocubanas de Torrevieja «De ida y vuelta», inauguradas el año pasado, surgen de una iniciativa del español Miguel Jiménez Buendía, apoyada por los cubanos Aned Machado Díaz y Miguel Ángel Ibarzábal, ...y un entusiasta equipo de activistas culturales comprometidos con la modernidad. Esta apuesta recibe el apoyo del IMC Joaquín Chapaprieta Torregrosa y de la sede de la Universidad de Alicante, en la ciudad.

He aquí los textos del profesor Riquelme. Sólo son cogitaciones, pensamientos, para provocar la polémica del bien pensante. No pretenden catecumenizar ni hacer proselitismo: pero sí promover conciencias y estimular la quijotera.

 

 

I jornadas hispanocubanas (13-31 de julio de 2016)

 

I

Color cubano: identidad en movimiento

 

Vamos a entrar a una exposición plástica... en la que prima el vaivén con-sentido: un festival de ida y vuelta entre Cuba y España, pasando por África. Se trata de rumorosas obras de una variopinta generación de artistas náufragos que remonta el vuelo cual Arte Fénix.

Se ha formado Se ha forjado, a lo largo de los siglos, un eje afroiberoamericano de transfusión cultural. El nexo no es el mar: es el hombre, en su magnitud social y en su magnitud creativa. En la melodía de las olas aún resuenan las habaneras del maestro Ricardo Lafuente, el músico de la tierna sonrisa y la bonhomía. El maestro nos acompañará en esta exposición: lo contemplaremos, discretamente sentado, anciano, algo desmemoriado ya, en un rincón para ser rememorado siempre por nosotros. El maestro se inspiró en la imaginación de una emoción y en la belleza de un lugar en el que nunca había estado: metamorfoseó «la isla hermosa del ardiente sol» en la isla hermosa del ardiente son. Creó Ricardo Lafuente un mundo de mixturas, consciente de que el mestizaje, en cultura, es progreso.

La sutil modificación de la forma que llegaba de Europa a otros continentes constituyó antaño el arte colonial. Aquella ingeniosa deformación constituía una pequeña revancha de los colonizados como afirmación de su personalidad. Los tiempos han cambiado. (¿Los teipmos han cmabaido?). A través del arte, lo que antes se mecía tranquila y ufanamente sobre las olas –«viven tus noches sueños de amor»– ahora mece conciencia con energía que quita el sueño. Superemos el género fósil. La pintura, la escultura, la música y la danza han de producir nuevos ritmos, nuevos biorritmos. Postulamos un nuevo arte de calado humano profundo, un arte estimulante: como tributo al maestro, empecemos por una habanera fusión que coquetee con el bolero, con el tango o con la rumba... con letras de calado. Proscribamos la pintura pintoresca y costumbrista y traigamos a colación –entre sabores cubanos– el arte que busca la entraña del pueblo, o de la gente. Nada de salaciones, visitante, vade retro a quien se sienta desdichado, sin utopías que pintar.

En esta muestra vamos a contemplar arte conceptual en múltiples formatos: instalaciones, dípticos (de ida y vuelta), y obras de base figurativa que no renuncia al folklorismo, pero que esencialmente cede al imperio de lo simbólico. Ahora bien, lo esencial para el visitante estriba en detectar cómo los artistas intentan hallar lo universal en el corazón de lo local y cotidiano, de lo ritual y tradicional, más allá del mundo cubano o del entorno del artista. El agudo visitante apreciará que el cuadro –o la escena plástica– comienza a plantearse más como creación que como ilustración. El motivo artístico provoca la reacción del visitante que sabe que no contempla un retrato convencional. El arte ha dejado de ser un espejo colocado en el camino, para convertirse en un martillo que quiere ahormar la realidad, que desea dar a la realidad la forma apetecida. ¡Adiós, papá Stendhal! ¡Bienvenido, her Bertolt Brecht!

Nos invitan a disfrutar del arte y a meditar, un artista africano, Maguette Mbodj, procedente de Senegal, rodeado de un nutrido grupo de cubanos: Miguel Ángel Ibarzábal, Raúl Sánchez Araque, Nelson Pérez, Orestes Campos y Reinaldo Pagán, y arropado por los españoles Víctor García y Carlos Vera.

Y ahora a participar. Color cubano: identidad en movimiento. ¿Se ha visto retratado? Usted está ahí... Búsquese.

 

II

Artistas entre dos orillas

 

Pasen y vean. Pasen y escuchen. Pasen y saboreen. Color cubano.

Este homenaje sincrético a la relación Cuba-España, como ida y vuelta, necesitaba un artista africano... La sala, al acceder por la puerta principal del paseo de la Libertad, nos recibe y saluda con la obra del senegalés Maguette Mbodj: una instalación de maderas devueltas o vomitadas por el mar –basura de la metrópoli, inmundicia europea–, en la que tres deidades, tres hombres al modo primitivo, unen sus manos: es «La amistad». Somos bien-recibidos. Sean ellos bien-hallados.

«La amistad» está flanqueada por una instalación conceptual muy sugerente, del cubano Miguel Ángel Ibarzábal, titulada «Barcos»: en un lado, un enorme barco de papel, de dos metros, confeccionado con hojas del periódico Granma; el barco se encuentra encallado en una loma de sal: predomina, pues, el blanco; en el otro lado, un barco de sal característico de la artesanía autóctona, depositado sobre una loma de azúcar moreno (a modo de arena); azúcar y sal, sol y arena: vínculos entre las dos orillas, velas como espejos donde Cuba se mira... La primera barcaza va acompañada de un vestigio de naufragio: un timón, resto de un barco real antes de ser hundido en el arrecife artificial que forma el cementerio de navíos a una milla de la costa portuaria.

Ibarzábal trabaja con materiales de desecho, reciclados para su arte conceptual: botellas y vidrios rotos, papel de prensa, maderas... como metáfora y símbolo de lo degradado, pero reutilizable para recuperar la dignidad en la vida, por medio de la magia del arte. Sigue los pasos del arte trazado por las durmientes, las traviesas de ferrocarril, del vasco Agustín Ibarrola, que recuperaba residuos de madera o escombros metálicos de las vías del tren. Para el artista cubano, afincado en Torrevieja por amor a la patria chica del maestro Lafuente, la cortapisa de los vidrios coronando como cuchillas o concertinas muros y tapias simboliza el aislamiento geográfico –la alopatría– del cubano bloqueado por el poder exterior, pero también, y sobre todo, por la censura interior.

El dolor del transterrado, el dolor por no poder volver (a la Cuba actual) es la llaga lacerante del emigrante. Todo se trasciende en el arte: lo que se predica de Cuba vale para el ser humano sojuzgado o vejado o privado de libertades. Una muestra originalísima de fusión entre vida y arte, resolviendo la vida y la muerte en arte es la instalación pictórica «Vaca sagrada»: el cráneo de una vaca, con la parte ósea pintada y con los cuernos estrafalaria y surrealistamente bizcos, está adornado con flores naturales que tapan inicialmente lo pintado; cuando se marchita el adorno floral, caen las arrugadas flores y despejan la frente de la pintura. Todo el proceso es arte (arte en el tiempo, como Machado definió la poesía como palabra en el tiempo): se descubre el arte soterrado, perenne, por encima/por debajo de la transitoriedad humana. Sólo queda el arte. Ars longa, vita brevis.

Uno de los grandes murales de la sala acoge obra de Raúl Sánchez Araque, uno de los más brillantes exponentes del arte del grafito con dibujos murales de estética manga. Nos envía una doble imagen de la nueva bella Lola con los brazos abiertos para recibirnos entrañablemente después de una espera paciente, como la homérica Penélope. Se trata de un díptico de diseño gráfico con dos lolas: ida y vuelta.

En uno de los rincones más discretos, a la derecha de la entrada principal, Víctor García nos regala una emotiva escenografía: un busto del maestro-modelo Ricardo Lafuente, ya anciano, despojado de memoria, pero sin abandonar su dulce sonrisa. Es la orilla del ensueño, de la fatalidad humana: nada más tropezar con el insigne músico, vibran en nuestra mente sones de habanera. La escena –sólo detenida y muda en apariencia– estará cortejada por dos cuadros de gran formato y prevalencia de la tradición al modo realista: «El cuaje» (del barco de sal) y «Jugando en el Sequión», pura nostalgia del juguete no roto, añoranza de padres protectores, melancolía del pasado feliz...

La estética actualizada del pop-art es la seña de identidad de Carlos Vera, el pintor torrevejense de obras hiperrealistas convertido, entre otros menesteres, a body painter. No podemos perdernos, en directo, la pintura del cuerpo de mujer con la bandera cubana... ondeante, llena de vida y libertad.

El cubano Nelson Pérez nos envía desde Estocolmo un dueto, a modo de díptico, «La Giraldilla»: el motivo es histórico y simbólico. La mujer del gobernador de la Isla –capitán general de Cuba, nombrado por Carlos I– despide a su hombre, sola, y espera, sola, su regreso a la colonia. Viajes de ida y vuelta. Esperas y retornos. Fidelidad y amor. Ausencia y muerte. La leyenda ha convertido al personaje en símbolo y veleta, que llega a reproducirse en las botellas de ron Havanna Club.

Orestes Campos, cubano residente en Orihuela, expone lienzos de pequeño formato para destacar el valor de las cosas menudas y de lo cotidiano, y para resaltar los contrastes significativos, de ida y vuelta, entre España y Cuba. De sus bodegones, destacamos «Sublime idilio», el uso de la naranja agria: borde y despreciada en España, indispensable en el adobo de la carne de cerdo en Cuba; «El relevo», del limón a la lima, ya que el mojito sólo se prepara con lima; dos granadas representan conversaciones y habladurías en «Las comadres».

Finalmente, Reinaldo Pagán cierra esta muestra festiva de este grupo de artistas de treinta y cuarenta y tantos años con un tema hispano, al modo de perfección realista con «El toro», y con la versión de un tema caribeño como el dedicado a Elegguá, el duende que abre los caminos: «Esos locos bajitos», diseñado a la manera de ilustración de libro infantil. En ocasiones, el recurso del intertexto pictórico, con propósito de humor negro (y de reflexión), le ha llevado a recrear el picassiano Guernica.

 

 

II jornadas hispanocubanas (7-16 de julio de 2017)

 

I

Fusión de horizontes:

Conocimiento de ida y vuelta

 

Dejémonos envolver por las vibraciones de una exposición de artes visuales en la que prima la fusión de nostálgicos y cautivos horizontes: la fusión de elementos que matizan los estilos en un nuevo elemento. En este envite de amor y vida, la fusión de horizontes resulta incierta. Ante tanto prodigio en ebullición, diligente colega, no dude en descubrirse el cerebro, como si se quitara el sombrero o la pamela.

La in-fusión cultural que más embriaga en el estío torrevejense es la del mestizaje afroiberoamericano. Una in-fusión de ida y vuelta: mas nunca un retorno a lo mismo, al ensimismamiento o a la rutina conformista. Sísifo fue condenado al eterno retorno: al retorno que rechaza el hombre verdadero; el hombre verdadero –al contrario del superhombre (o el superartista) nietzscheano– está con-vencido de que su obra es imperfecta y desea otra vida para que su obra sea mejorada. El legendario viaje a Ítaca marca la importancia del viaje y la levedad de la utopía del destino: el destino no es un lugar, como el ser no es un estar, sino un siendo. «Podrán cortar todas las flores, / pero no podrán detener la primavera», espetaba Neruda siempre que lo dejaban espetar.

El mestizaje, en cultura, es progreso. Pues progresemos: ¿Es el mestizaje resultado de una necesidad? ¡¿Todos sabemos que no hubo descubrimiento de un nuevo mundo?! Hubo un encontronazo y una mixtura. Mestizaje es palabra que hay que poner en liza: connota dudas de presunta imposición del poder de los poderosos y de la utilidad del «color mezclado». ¿Saben qué es un mulato? ¡¿Seguro?! ¿Sabían que mulato sufre una enfermedad etimológica que se descubre por los síntomas del origen de la palabra? In principium verbum erat. Mulato procede de la palabra mulo, en su sentido más peyorativo: fruto de la unión extranatural de especies distintas como son caballo y burra o asna. El mulo es animal de carga, servil y, además, infértil, es decir, no puede reproducirse. He aquí la conexión: de mulo, mulato. El mestizaje del que procedemos culturalmente –antes de la asexuada globalización– es fruto de una coyunta histórica, de una coyunta de magnitud histórica y mundial. ¡La gran coyunta a AMDG!

En las cosas de la coyunta no todo es tan idílico como crear pensando que el mestizaje es lo salvo de la cultura o de que la cultura es lo salvo del mestizaje. El leit motiv de la colección heterogénea en estilos que van a contemplar es la dualidad, el diálogo de duetos, la cohabitación de dípticos de elementos dispares que se comunican, que se fecundan, que se adulteran, que dan frutos... para seguir (sobre)viviendo, pero también hay redrojos de lo de aquí y de lo de allá que son polos que no se tocan. Molestas cavilaciones para la persona-máscara a la que no gusta discurrir. ¿Qué sentido tienen, por ejemplo, los cuadros de castas? ¿Describir la armonía de las mezclas de las «razas» principales? Lo importante de esos cuadros no es su costumbrismo realista: es, por un lado, la realidad de los intereses de quienes pedían esas escenas familiares y, por otro, la causa de esa taxonomía de una sociedad tan discriminatoria como la del poder establecido AMDG y del hombre europeo blanco, que luego –en otras instancias– también se denominó WASP. En sentido profundo, hay que aprehenderlo como lo contrario de la apariencia plácida de lo retratado: no quería perturbar el sistema imperante. Y lo que no perturba, en arte, es «pompier», así lo perplejó el poeta Alberto Chessa recurriendo al francés.

Quienes desconocen la historia están condenados a repetir sus errores. Esto nos enseñan muchas de las obras de esta exposición que troca y truca la traza de lo políticamente incorrecto. Nos gusta el arte por el arte –aunque, a veces, sea helarte por helarte–, pero más nos toca y nos trastoca el arte perturbador. Nos lo dijo García Lorca al inaugurar una biblioteca: «No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle, no pediría un pan: pediría medio pan y un libro». ¡Medio pan y un libro. Medio pan y cultura! Es la manera de sentirse «cada día más libre y más cautivo» (Miguelhernández dixit). Sí, más libre y más cautivo, porque el duende del arte es un don y un látigo.

La energía que mueve el oleaje del mestizaje hispanocubano es todo un tsunami de fusión de horizontes, fusión de avistamientos, fusión de enfrentamientos. Sin embargo, la letra de muchas habaneras es meliflua. Es la tradición nostálgica de un pasado inmovilista. Apenas nos queda protestar contra la vulgarización que reduce todo a nimio y trivial. Intentemos, con alacridad, no jibarizar el arte mestizo en un propósito turístico. Lo turístico es minorizar la palabra cultura, el progreso, la denuncia; es ceder al hedonismo de la masa, es simplificar lo complejo, es siluetear lo intelectivo y el alma de las musas reprobadoras de la resignación del vulnerable.

Penetramos en el mundo del homo creator: el hombre, como artista, es un creador. Ahora bien, émulo de los dioses, el hombre es creador: ésta es su fascinación: el éxtasis de crear; éste es su deslumbramiento; pero, a la vez se muestra el hombre-artista temeroso a un tiempo de su fragilidad y de su mediocridad... y de la piadosa sorna de los (otros) dioses, parafraseando al maestro Trino G. Rodríguez. Y los más detractores son los visitantes. Visitante –permitido el tuteo–, confía en quien desafía y aprende a protegerte de la postverdad. ¡Cuánto por aprender! Fusión y conocimiento para progresar. Ésta ha sido la apuesta más académica de estas II Jornadas, inauguradas con un curso de verano de la Universidad de Alicante (sede de Torrevieja) del máximo nivel, con andamios para la información y la reflexión que subieron el telón de la realidad, nacida con frecuencia de la utopía de ayer: José Norberto Mazón, en la coordinación, y Gregorio Canales en la clase magistral de apertura. ¿Para qué vale la utopía? La utopía nos hace mirar el horizonte, sentenció hilarante Eduardo Galeano. El horizonte es lo que está allá, al alcance de nuestra mirada; si caminamos diez metros, el horizonte se desplaza diez metros. Querer alcanzar el horizonte es la utopía: y la utopía sirve para caminar... Avistamos el horizonte de nuestras expectativas pues hemos avanzado hacia el horizonte de nuestras experiencias. Una experiencia varada en amores de ida y vuelta.

La exposición permanecerá durante un mes: pero cada uno de sus cuatro viernes se podrá degustar con una visita guiada, a la que se añadirá un complemento variable: conversaciones libres de ida y vuelta con los asistentes sobre viajes, naturaleza, arte y gastronomía.

 

II

AMORES DE IDA Y VUELTA

Calor cubano de todos los colores. Calor de amores

de ida y vuelta

 

Pasen, por favor, sólo si quieren. No están obligados. La exposición de estas II Jornadas (14 de julio-13 de agosto) se rige por el juego dual que abre puertas y ventanas a la controversia, al coloquio entre escoliastas y estetas. Preside la gran sala de exposiciones Vistalegre el aura de Jano, el dios con dos caras, mirando hacia ambos lados de su perfil: un rostro geminado que permite el paso y despide, que se abre a la vida y a la victoria y se cierra a la muerte y a la derrota.

Traspasada la puerta principal del paseo de la Libertad, nos reciben dos obras de gran formato (200 x 200 cm) de autores distintos. En uno de los lienzos, dos mujeres, Amantes, una blanca y otra negra –con orondeces que rememoran las figuras del colombiano Fernando Botero–, nos miran dichosas y armónicas, oteando el horizonte que somos nosotros. El pintor Israel Nicolás Torres incorpora fondos identificativos de Torrevieja y múltiples detalles que obligan al espectador a detenerse a contemplar la obra, y a aproximarse, casi haciendo una reverencia, a las dos mujeres abrazadas que surcan el firmamento en vuelo feliz; el espectador contempla admirado la Torrevieja de grúas y el revoloteo de gaviotas –gaviotas con las se cerrará simbólicamente la exposición en su tramo postrero–: un viaje de la imagen a lo imaginario, de la nostalgia al drama, de lo realista a lo simbólico, de lo ritual a lo mítico.

El otro cuadro pertenece a la pintora Olga Parra Peinado, de Torrevieja: el lienzo está dispuesto para que inyecte luz en su pareja de pared: Isla de mi amor; rebosan irisaciones de brillos cromáticos de agradables matices azúleos, turquesas... con una impronta naïf atrayente. Contemplamos atónitos juegos de contraste y fusión: la torre del moro toma el aspecto facial de Eleggua: en la religión yoruba, Eleggua es el dueño de los caminos y el destino, es el que abre o cierra el camino de la vida, la prosperidad, la felicidad, la suerte o la desgracia; un niño mitológico que contrabalancea los reinos del mal y del bien. La exposición se cerrará con otro niño que parece indicar que «leyendo» se domina mejor la vida de uno mismo y se convive mejor en un mundo demasiado inhóspito, escamado de espinas. Pero esto será el final: el corolario de una exposición que quiere ser amable con el arte y la inteligencia.

En las paredes protectoras de este trono estelar, se acompasan, condichas, unas partituras de habanera y su letra ultramarina. El poema nos da pie a otro ritmo que, con sobresalto, escapa por la esquina izquierda del visitante..., interesado por el devenir de la nostalgia.

En la gran pared del fondo derecho, Víctor García nos regala la visión con un gran cuadro (hiper)realista de pescadoras sentadas, cosiendo redes, con tamaña vasija en perspectiva casi saltona..., tanto que, con vida propia, surgirá del lienzo (junto a la silla) y pasará a formar parte del decorado de la performance de la guitarrista del día de la inauguración. Las rederas, escena costumbrista, pretende contrarrestar la habitual temática religiosa del pintor; en esta ocasión, flanqueado por otros ascetas en una exposición sólo heterogénea en la apariencia formal que pretende cambiar hábitos.

Brota un cambio inesperado para el espectador: nos recibe –sentada, junto a una vasija real desgajada del lienzo, en una silla como la del cuadro, salpicada del azul lumínico del agua del panel– una cantante con guitarra, cuyos sones inundarán la sala por doquier la visitemos. Es una performance, un evento con-sentido, pues el ritmo del calor cubano es lo que aflora por todos los rincones del alma de la sala recién revestida de arte fénix. Esta habanera, Olas del Caribe, reza así: «En un palmar, / a orillas del mar Caribe (...) al recordar los besos que le di con pasión...». Pero esto lo leeremos al final del trayecto.

El efecto dual del juego de enfrentamientos se completa –en la pared que observa al trono de recibimiento– con un díptico de dos músicas que levitan, perfectamente silueteadas, de tamaño natural, recamadas de ricos y chillones ropajes, pero enfrentadas (¡sin acritud, pues se mueven en la atmósfera del arte!): una, mulata, toca el violín; la otra, blanca, toca el clarinete. Entre cielo y tierra –pintado ex professo por la cubana Arletis Casasnovas Acosta– mantiene la fusión de la tradición artesana penetrando en el arte plástico moderno: se incorporan texturas hiladas por las manos diestras de las mujeres de la familia de la pintora, de sus abuelas. A esta concordia de culturas y de fusión de artes la sustenta el sentido del tiempo que emana simbólicamente del cuadro: las texturas originales adheridas son la huella del tiempo, lo que permanece: porque la vida es arte, y el arte quiere ser vida com-partida.

El cubano Nelson Pérez nos hace llegar desde Suecia un dueto de asunto religioso: Vírgenes de arena y sal, también pintado para la ocasión. Dos vírgenes, de una y otra orilla: la Virgen (blanca) del Carmen y la Virgen (negra) de Regla –la Yemaná yoruba, dueña del mar, azul como su manto–: las patronas de los pescaderos españoles y cubanos, respectivamente. De nuevo, el juego del espejo mágico, la fusión de una energía trascendente de la fe cristiana, sincretizada en un simbolismo que une espíritus de las dos orillas, sinergias femeninas en lo que de fertilidad atesoran: mar y vírgenes (¿fértiles?) a las que se ruega y suplica por la dicha eterna. Es el trasunto místico del ritual del bongó –el doble tambor africano–. En la «Canción del bongó» se ilustra el mestizaje con el dueto de la santa Bárbara cristiana y el Changó lucumí, de quienes sólo nos acordamos cuando llueve: «En esta tierra, mulata / de africano y español / –Santa Bárbara de un lado, / del otro lado, Changó–, / siempre falta algún abuelo, / cuando no sobra algún Don, / y hay títulos de Castilla / con parientes de Bondó» (donde Bondó es quizás toponimia que rememora la población de Bondu, en Senegal).

Continúa el motivo religioso en la obra conjunta de los cubanos Reinaldo Pagán y Orestes Campos († 2016), quienes, sin conocerlo en persona, ilustraron ideas de un texto literario que el escritor murciano Ginés Aniorte les iba enviando en un vuelo artístico de ida y vuelta: Los colores de mi paleta. Al modo románico del pantocrátor, una preeminente Virgen en el centro de la escena aparece revoloteada por innumerables vírgenes mariposa de otras culturas y de otros lares; acrílico recargado en busca de la estética rococó (a la guisa de lo novohispano) que inserta un bodegón de flores y frutos. Se trata de una especie de fondo de altar mayor para uso doméstico, un centro de retablo particular dedicado, como santería, a la virginidad (cristiana) y a la fertilidad (de natura).

Junto a la pared de salida/huida al patio interior, María Durá nos deslumbra con una pieza de 400 x 70 cm que rompe perspectivas: retrata un chaflán, con efecto de tromp d'œil, en el que inmoviliza un ambiente cotidiano de la hodierna y caótica Habana Vieja, con los albigualdos cocomóviles queriendo salir a la carrera. Se trata de un espléndido homenaje a la arquitectura de La Habana antigua, la ciudad que habremos conocido en su pasado urbanístico glorioso y en su presente restaurado merced a la glosa del investigador Gregorio Canales en el curso de verano. El conjunto ideado por Durá se complementa con otros dos cuadros (70 x 70 cm) de detalle sobre el tema escogido.

A la belleza de las pinturas de esta exposición, se suma un deseo de cambio artístico. Se da la bienvenida, al mundo de la fotografía. En Torrevieja existen eximios fotógrafos artísticos como Joaquín Carrión, y una tradición fotográfica realista de la historia torrevejense (en blanco y negro) cuyos nombres emblemáticos son los hermanos Darblade y Antonio Conesa. De calidad extrema es el pliego de 80 x 80 cm, La guarida, en blanco y negro, con interiores de salones de recintos civiles urbanos de arquitectura (arcos y ornato) mozárabe, fotografiados con delicadeza de luces y enfoques por Cristina Romero; recuerdan elementos artísticos del propio Casino de Torrevieja, sin serlo. Estamos ante un nuevo homenaje a la arquitectura, al arte urbano, al arte civil (entre tanta imagen religiosa en derredor).

Por su parte, la cámara del torrevejense Fran Carrasco ha querido desmarcarse de trabajos realistas y ha permitido a su autor elaborar el ludismo estético de la imagen y la palabra: es un pequeño botón de muestra del genio del Fran Carrasco más conceptual; sus obras parten de una palabra clave y, por asociación de ideas e imágenes, pergeña una composición fotográfica en blanco y negro: Vitola: un jamón con una vitola de Cohíba, por aquí; Salsa: una maraca y una salsera, por allá; Papaya: una mujer desnuda que tapa sus encubiertas partes llamadas pudendas con la mitad carnosa de una papaya de la que se desprenden semillas negras a modo de simiente púbica, por acullá...

Para cerrar la novedad fotográfica como manifestación visual del arte, se ha incorporado a la exposición una instalación de Miguel Ángel Ibarzábal: un juguete de praxinoscopio de tamaño real, de más de un metro: un aparato movido por un timón que, en el saloncito de proyección audiovisual, proyecta imágenes de fotos de Carrasco: hombres con puro y sombrero, etc. para deleite del paciente observador ávido de sorpresas.

Estamos casi en la despedida: culminamos la vuelta al ruedo de la sala: la cuadratura del círculo. El homenaje sincrético a la relación España-Cuba, como ida y vuelta entre Europa y América, no estaría completo sin la presencia de un artista africano... El senegalés Maguette Mbodj se caracteriza por instalaciones a base de maderas y plásticos vomitados por el mar: detrito de la metrópoli, inmundicia europea que a todos los rincones anega. Junto a una instalación de encantador simbolismo exótico, emergen, majestuosos, grandes lienzos que coquetean con lo abstracto y con el collage: el titulado Duende del agua aporta símbolos africanos en chocantes tonalidades azules y marrones. En Cambio climático contemplamos un cuadro grafito en el que leemos «SOS», como salvado por los pelos de la salvaje composición de sucio urbanismo que representa a la sucia civilización; en esta obra Mbodj recoge el talante del arte callejero o cartelero con que el estadounidense Jean-Michel Basquiat sacó a la vía pública de las dos últimas décadas del siglo XX el pop-art de Andy Warhol. En la línea de Basquiat, Mbodj utiliza con frecuencia la imaginería negra, mas siempre con la ansiedad por someterla a claros propósitos de universalidad. La furia de sus trazos y la composición de sus formas rememoran tanto la cartelería francesa como, sobremanera, los grafitos posteriores: en la línea primitiva de la protesta de raigambre antiintelectualista, pero recurriendo a la rebeldía de la mancha-grafismo. En Aprendiz, se combina fotografía y dibujo contemporáneo de fulgurante colorido, en el que un niño lee de espaldas al espectador: toda una esperanza que, resiliente, vence la hostilidad de la vida su entorno.

En el pequeño espacio careado a las obras de Mbodj, la artista Arletis Casasnovas Acosta enseña su obra: Ícaro, un extraordinario ser alado, que se nos presenta orientado a la luna, es decir, desorientado (o no orientado) al sol. Recordemos el pasaje mitológico: Ícaro y su padre Dédalo estaban retenidos en la isla de Creta; para recobrar su libertad, el padre prueba con alas de plumas y ceras: se aventuran a un vuelo liberador. Dédalo advierte a Ícaro que no vuele tan alto que los rayos del sol derritan sus alas ni tan bajo que la espuma del mar las moje... El Ícaro de Arletis se yergue en el firmamento y pulula con Selene –la luna– a su alcance: sus alas no corren peligro. ¿Se desorientó? ¿Supo alcanzar la luna? Otro lienzo doble, Las gaviotas, de marco irregular, con torsos y cuellos a lo Modigliani, simbolizan ahora a las mujeres-gaviotas que buscan impenitentemente a los niños (y hombres) que se perdieron en el mar –como en las riberas atlánticas de Cuba– y que encontraron la muerte o despertaron la zozobra de su ausencia. ¡Son rostros rasgados de mujeres! ¡Son rastros de amores de ida y vuelta! La letra trágica, no meliflua ni nostálgica, de una habanera y el título de la composición pictórica (Las gaviotas) constituyen la percha que dramatiza (con rostro y letra) el momento... fatalmente imperecedero.

Novedad relevante de la muestra pictórica es la constituida por dos piezas muy originales que exteriorizan la exposición y la muestran cara al paseante callejero: ¡vamos, que salen al balcón a exhibirse sin pudor! Se han instalado, en los enormes ventanales que miran a mediodía, protegidos por enrejados de hierro, dos trampantojos –ideales para el fisgón que no quiere, pero va a ser atrapado– que parecen dar entrada a la sala de exposiciones: simulan dos calles de acceso que se introducen a... El motivo es nuevamente presentar La Habana Vieja a los jóvenes de espíritu que quieran reflexionar sobre el arte como manifestación de vida y como acicate de progreso. Son obras de Carlos Vera y Miguel Ángel Ibarzábal.

Sin duda, se lo habrán dicho: «En esta exposición estás tú». «Hablan de usted hablando de ti», en efecto. Pase. No tenga prisa: en la vida hay tiempo hasta para leer y reencontrarse.