Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 46 – Primavera 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja




“Yo todo lo hago bien. Lo hago mejor que nadie”, le decía la pedicura a Maite. La miré de reojo, para ver su reacción. Pero Maite simplemente le sonrió, dulcemente. Y yo recordé una de las grandes enseñanzas de mi madre a mis diez años.

Habían empezado la construcción de un pantano, no lejos de donde vivíamos, y el ingeniero responsable era amigo de infancia de mi madre. Hacía muchos años que no se habían visto, por lo que mi madre decidió rendirle visita y ofrecerle nuestra hospitalidad. Me llevó con ella, sin tener en cuenta que yo odiaba las visitas. Se me hacían interminables y aburridas, no podía ni hablar, ni moverme. Para animarme, me dijo que tenía una hija de mi edad y que iríamos al mismo colegio. No me animó, y me aburrí más de lo que esperaba. Cuando volvimos a casa, mi madre se sorprendió de que no me lo hubiera pasado bien con Maite, la niña de mi edad. Le expliqué que estaba con otra amiga y que solo hablaba ella y de las joyas que tenía su madre y de pieles. “¿Y que le decía Maite?”, me preguntó mi madre. “Nada. Sonreía”, le contesté. Mi madre me contó que la madre de Maite poseía una de las colecciones de joyas más grandes de España. Y añadió: “Nunca hay que presumir de nada”.

Maite no había cambiado: no presumía de nada. Veterinaria con premio extraordinario de carrera, había montado una granja con las tecnologías más avanzadas; hablaba cinco idiomas; sabía zurcir, bordar, corte y confección, punto de cruz, de abeja, vainica..., y era campeona de patinaje artístico.

Oír a la pedicura presumir delante de Maite de que todo lo hacía bien y mejor que nadie me puso de mal humor. Y no entendí por qué Maite se había limitado a sonreírle. Se lo pregunté. Y recibí otra lección: “¡Cuesta tan poco hacer feliz a la gente...!”.