Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 46 – Primavera 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

 


(El paisaje de la sierra en sus miradas)


José Somoza, José María Gabriel y Galán, Miguel de Unamuno, Víctor Pérez, Dionisio Ridruejo, Ramón Garciasol, Luis López Anglada, Andrés Sorel...

Ilustración: Benjamín Palencia: Paisaje de Navacepedilla de Corneja.

El pintor Benjamín Palencia pasaba los veranos a partir de 1941 en Villafranca de la Sierra, provincia de Ávila, junto a Piedrahíta, al igual que Navacepedilla de Corneja.


A Miguel de Unamuno se le considera, con más mérito que justicia, «poeta mayor de Gredos», pero había nacido en Bilbao. Unamuno no es a Gredos lo que Antonio Machado es a Soria. Siendo rector de la Universidad de Salamanca pasó algunos veranos de los primeros años del siglo XX en Becedas. Desde entonces llevaría la sierra de Gredos muy dentro metida en el fondo del alma. «Mientras viva –escribía en su libro Por tierras de Portugal y de España me quedará recuerdo de mis correrías por las faldas de Gredos» y, también, entre esas correrías, su paso por El Barco de Ávila, al que define en el libro antes citado como «una villa riente que convida a quedarse allí para ir dejando resbalar la vida como resbalan las aguas de su río».i

El impacto fue mutuo, el rector salmantino dejó su impronta en la memoria colectiva de algunos de los pueblos de la sierra de Gredos. «Lo que dijo o escribió sobre Gredos no es una excepción –escribe José María Pita–, pues cuando vino por aquí, dejó una huella imborrable».ii Sin embargo, Julio Chamorro, el que durante años y años fuera el guarda mayor de Gredos, afirma, no sin cierta sorna en sus memorias centenarias, que Unamuno tan sólo pasó por Gredos un par de veces: «Yo tenía pocos años, como siete u ocho, por tanto mis recuerdos de Unamuno son muy vagos, pero sí que recuerdo haberme encontrado en una ocasión con este personaje. Le recuerdo como un hombre espigado, envuelto en su capa negra forrada de tafetán rojo, tan rojo que se quedó grabado en mis recuerdos. Ahora no entiendo por qué tanto Unamuno y su relación con Gredos, si en realidad vino en un par de ocasiones».iii

José Somoza había nacido en Piedrahíta en el último tercio del siglo XVIII. Se le ha llamado, y con razón, «el solitario de Gredos». No quiso nunca, al menos voluntariamente, abandonar esta localidad abulense. Como político era un liberal convencido, aunque nadie pudo convencerle para que acudiera a las Cortes de Cádiz de 1812. Como filósofo fue un ilustrado con antecedentes familiares. Marcelino Menéndez Pelayo lo incluye en la lista negra de los heterodoxos españoles. Manuel José Quintana, uno de sus amigos de juventud salamantina, escribió:


Hay en las sierras y soledades de Piedrahíta un hombre que reúne al corazón más afectuoso y sensible, la razón más fuerte y despejada; que cultiva las musas y la filosofía con ardor, y es dichoso con ellas, porque las cultiva para su propia felicidad, y no para la fama; que ha sabido despreciar los empleos y los honores por no dejar su retiro y sacrificar este retiro al servicio público cuando ha sido menester; sabe contemplar el espectáculo sublime que la naturaleza le presenta en su soledad, y sacar de esta contemplación pensamientos grandes y profundos, sentimientos elevados y generosos, que él expresaría, si quisiera, con la energía de Ossian y la pluma pintoresca de Thompson.iv


Como poeta, podemos clasificarle como un neoclásico que acabó siendo un prerromántico, su Oda a la laguna de Gredos puede ser considerado como el primer poema sobre el paisaje en el que está enclavada esta laguna.

José María Gabriel y Galán es el otro poeta de la tierra. Más que grande, mejor sería calificarle de entrañable. En sus poemas no cita de manera expresa a la sierra de Gredos ni tan siquiera a Piedrahíta, a pesar de haber ejercido entre 1892 y 1998 de maestro en las escuelas graduadas de esta localidad. Sin embargo, en la casi totalidad de su obra poética nos habla sin descanso del sentir de las gentes que habitan en este rincón de Castilla pegado a Extremadura, al tiempo que nos describe magistralmente su paisaje. Gabriel y Galán es, en pocas palabras, el poeta más poeta de estas tierras.

Víctor Pérez es un poeta menor, pero no por eso menos poeta en sus intenciones. No había nacido en El Barco de Ávila, donde vivió, ejerció como maestro nacional y murió en 1973. Vino al mundo en Casas del Abad, pedanía de Umbrías, en 1891.

José María Gabriel y Galán no tuvo ocasión de sufrir el drama de la Guerra Civil española de 1936 en sus carnes, ni tan siquiera conoció la Primera Guerra Mundial de 1914. Murió en 1905 con apenas treinta y cinco años de edad. Quizá, por eso, su poesía da la sensación de pertenecer a un mundo, a un espacio y a un tiempo que nunca existieron. Miguel de Unamuno, por el contrario, murió sumido en la tristeza, enredado en sus contradicciones, el último día del primer año de la Guerra Civil española, la tarde del 31 de diciembre de 1936. A Víctor Pérez la guerra le dejó roto de por vida. Era maestro nacional en la ciudad de Ávila y nada más producirse el golpe de Estado perpetrado por el general Franco, fue detenido aquel verano en su pueblo natal y encarcelado en Piedrahíta. A los pocos meses le soltaron. Su catolicismo a macha martillo le valió la libertad. No tuvieron tanta suerte los maestros españoles de aquel entonces, que en su mayoría fueron depurados, encarcelados y retirados de por vida de su profesión. Algunos, incluso, fueron fusilados. A través de sus poemas se puede rastrear esta gran tragedia española.

Dionisio Ridruejo era amigo de José Antonio Primo de Rivera. Falangista destacado de la primera hornada, terminó convertido en el «gran desengañado» del franquismo durante la posguerra. Buen poeta. Para este soriano, la sierra de Gredos era la representación de la España con la que él soñaba, dura y pura como los gigantescos riscos que se elevan a los cielos despejados de Castilla. Ramón de Garciasol, por el contrario, como escribió sobre él Francisco Umbral, «sufrió cárceles, fríos y hambres de posguerra»; estuvo preso en Albatera nada más acabar la Guerra Civil. Su entrañable amor por la sierra de Gredos quedó plasmado en sus Sonetos de Burgondo. El periodista poeta Santiago Castelo cantó a Gredos, pero desde su Extremadura natal. No conoció la Guerra Civil, había nacido en la posguerra en el año 1948.

Es interesante, por último, tener en cuenta a los poetas de la tierra, nacidos en los pueblos de la sierra de Gredos, la mayoría son poetas del sentimiento popular tradicional, escriben por impulso, por afición, a veces en rebeldía, lo llevan en la sangre. Entre estos cabe destacar a José María Hercilla Trilla, a Rafael Gómez Montero, a Regino González Muñoz, a Cecilia del Barco, a Hermenegildo Martín Borro, a Rufino Hernández, a Mary Cruz González... Plantarse en serio frente a una hoja en blanco para volcar sobre ella el sentimiento que uno lleva dentro es todo un reto que siempre se merece un respeto, porque, como afirma Mari Cruz González, se es poeta «pero de nacimiento, porque el poeta nace, pero no se hace». Bueno, nace, se hace y se cultiva cada vez que el poema se materializa sobre esa hoja de papel en blanco.

La serrana de la Vera es una comedia de Lope de Vega basada en un antiguo romance que recoge la historia de una terrible mujer que asaltaba a los hombres que se atrevían a adentrarse en las estribaciones del sur de la sierra de Gredos, causándoles la muerte después de acostarse con ellos. El protagonista de la comedia consigue librarse de sus garras huyendo a través de los montes, perseguido con furia por esta mujer como alma que lleva el diablo.

Ramón Méndez Pidal recoge una de las versiones de esta leyenda en su obra Flor nueva de romances viejos, publicada por Espasa Calpe en el número 100 de su colección Austral en 1967.1

Con estos versos, Lope de Vega le dio forma al romance al incluirlo en su comedia:


Salteome la serrana,

junto al pie de la cabaña.

Serrana de la Vera,

ojizarca, rubia y branca,

que un robre a brazos arranca,

tan hermosa como fiera,

viniendo de Talavera,

me salteó en la montaña,

junto al pie de la cabaña.

Yendo desapercebido,

me dijo desde un otero:

«Dios os guarde, caballero».

Yo dije: «Bien seáis bienvenido».

Luchando a brazo partido,

rendime a su fuerza estraña,

junto al pie de la cabaña.


El ancestral romance puede ser considerado como el antecedente de toda la poesía que se ha venido escribiendo tomando como telón de fondo la sierra de Gredos. Apenas si se describe en él el agreste paisaje en el que se desarrollan los acontecimientos y, sin embargo, a pesar de todo, no deja de estar presente sin poderlo remediar, en la mente del lector o del escuchante. Como mucho, en la versión de Méndez Pidal, podemos leer esta breve descripción:


Tomárame por la mano

para guiarme a su cueva;

no me lleva por caminos,

ni tampoco por veredas,

sino un robledal arriba

espeso como la hierba.


A la entrada de Garganta la Olla, uno de los pueblos con mayor encanto de la comarca de la Vera, en lo alto de una roca desde donde se domina el valle en el que se asienta esta localidad, han colocado una escultura de bronce que representa a esta terrible y legendaria mujer.


 

 

 

 

 

 

 

1Ramón Menéndez Pidal: Flor nueva de romances viejos. Espasa Calpe. Colección Austral número 100. Madrid 1967. Página 218.

iMiguel de Unamuno: Por tierras de Portugal y España. Alianza Editorial. 2006.

iiJosé María Pita. Territoriovetón.blogst.com/…/Unamuno-amigo-y-corresponsal-de-pedro-canalejo. 22 de abr. de 2012.

iiiJulio Chamorro. “Gredos. Un siglo entre piornales y roquedos”. Editorial Caja de Ávila. Colección Monografías. Ávila 2004. Julio, guarda mayor de Gredos, falleció a la edad de 105 años el 18 de febrero de 2010. 153

ivManuel José Quintana, “Dedicatoria a Somoza”, Poesías. 1808.

James Thompson fue un poeta de origen escocés nacido en 1700. Se le considera uno de los poetas más inspirados en el paisaje que le rodeaba. Su obras más destacada es la que dedica a las “Cuatro Estaciones” del año publicada en 1730. A Ossian se le considera como el poeta más grande de Irlanda, autor de un buen número de ancestrales leyendas escritas en gaélico. En 1760, Mac Pherson publicaba una selección de “Fragmentos de antigua poesía recogidas en las Tierras Altas de Escocia” y asegura haber encontrado un poema épico sobre Fingal escrito por Ossian.