Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 46 – Primavera 2017
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja



Uno va a Venecia a encontrar lo que se supone que en el fondo es, y, por eso, en esa ciudad, cuando alguien señala con el dedo índice los caballos de San Marcos, o la gris arquería de la plaza, indefectiblemente hay que leer su gesto al revés: señala hacia el paisaje que lleva dentro y que los demás no han sabido descubrir.


De las ciudades que he visitado en Italia, nunca me obsesionó Venecia. Es cierto que cuando abandoné Florencia por primera vez compré un inmenso póster de la Piazza della Signoria que pegué al viejo armario de la casa familiar que ya no existe (cuántas cosas tiré que hoy me gustaría recuperar). Cuando la luz de la luna entraba en la habitación, yo imaginaba estar en un hotel frente a la espigada torre. Con las cúpulas de Roma soñé muchas noches. Nápoles me sedujo. Reggio Calabria la divisé desde la cubierta de un barco. Brescia acabó conmigo. Sin embargo, leyendo estos días este exquisito fragmento del Mediterráneos de Rafael Chirbes con el que inicio la entrada, me vino de repente un tropel de imágenes de aquella mañana de agosto de 1989, en que mi tía Margarita me mostraba el mundo. Llegué a la Plaza de San Marcos tras atravesar las asfixiantes callejuelas que la envuelven. Cuando me detuve ante esas grises arquerías, dirigí mi mirada al cielo y en las nubes que allí había reconocí algo familiar, ¿un cuadro de Canaletto o remembranzas de mi ciudad natal? (a cientos de kilómetros pero asomada al mismo mar). En cualquier caso, lo que yo aguardaba sin saberlo era leer el texto de Chirbes veintidós años después, el cual da sentido y glorifica aquella mañana veneciana.