Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
44 – Otoño 2016
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
La memoria es como un fruto que tiene capas. A medida que se desprenden van aflorando los recuerdos. No somos conscientes de que todo está ahí. Cualquier sonido, sabor, imagen... puede ser el detonante que active un recuerdo, un ambiente, una persona...
Cuando aparecen los títulos de crédito en la película La tía Tula queda fijada la imagen de una mujer joven, vestida de negro, sentada y con la mirada fija no se sabe hacia dónde, como perdida. Toda la película retrata una época, un ambiente provinciano de los años cincuenta: escenas como el ropero de la parroquia, consultas de escrúpulos espirituales...
La conversación de Tula con el sacerdote en el confesonario es de un realismo magistral. ¡Qué bien hecha está! También es una secuencia muy lograda la fiesta de despedida de soltera del grupo de amigas, por el matrimonio de una de ellas. Muchas mujeres solteras, jóvenes y valiosas. Viviendo el tiempo que les tocó vivir.
La revisión de dicha película, pero sobre todo esa imagen fija que aparece en los títulos de crédito, ha sido la luz que ha iluminado la memoria de una etapa de mi vida ya lejana en el tiempo.
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Mi padre fue el mayor de los once hijos que tuvieron mis abuelos: cinco hombres y seis mujeres. A una de ellas no la conocí, murió muy joven en tiempo de guerra. A las otras cinco podría describirlas con detalle una por una. Las recuerdo en la Orihuela de posguerra. Como la época de aquel tiempo y el ambiente de Orihuela requerían, eran personas de misa, novena, comunión, rosario... Pero no eran beatas. Simplemente, practicaban el nacionalcatolicismo.
Trabajaban las cinco: Margarita y Virginia en la Telefónica, Elena en el Instituto Nacional de Previsión, Eloísa en una notaría como mecanógrafa. Esperanza, la mayor, había sido peluquera, pero cuando yo la conocí cuidaba de sus hermanas (casa y comida); aunque aún sabía trabajar, porque a veces arreglaba el pelo a la familia, y muy bien, por cierto.
En su momento yo no las valoraba mucho, porque claro, ellas intentaban ayudar en nuestra educación, y no te gusta que te digan que debes hacer esto o lo otro cuando eres una niña. Y encima, tu madre diciendo: «Tus tías se meten en todo, tanto contigo como con tu hermana, y también con vuestros primos. Claro, como están solteras...».
Con el paso de los años, las he puesto en su justa medida. Eran mujeres de su época, pero a la vez adelantadas a su tiempo. Al decir mujeres de su época, quiero decir que cada una, con sus habilidades sabía hacer de todo: coser, molde, cocinar, limpiar... Si a esto añadimos Acción Católica, cantar en el coro de la iglesia, primeros viernes, mayo a María... En fin, como ya he dicho anteriormente, todo lo que tocaba en aquella época.
Y eran a la vez adelantadas a su tiempo por el hecho de trabajar fuera de casa. Con un horario establecido. Lo que no ocurría con las mujeres de entonces. Eso vendría después.
Contaría de ellas buenas acciones, pequeñas y también grandes.
En el año 2008 falleció Virginia, la última de los once hermanos. Con su muerte terminó la historia de una familia. Deshicimos la casa. Repartimos todo: muebles, ropas, fotos... Y una calurosa tarde de julio, que siempre recordaré con tristeza, cerramos la puerta de una casa comprada y sacada adelante con el esfuerzo y la ilusión de todas ellas. Hubiera preferido no tener que contemplarla vacía.
Sus vidas en tiempos difíciles, las historias que nos contaban, de la guerra, de la riada de Orihuela, de sus padres..., todo está presente en nuestra memoria, y por medio de ella en nuestro corazón.