Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
44 – Otoño 2016
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Primer Premio XXIV Certamen de Poesía “Milagros Cacho Párraga”
«Dónde estarán esta noche aquéllos que me amaron»,
pregunto frente al espejo a un viejo
que ha dejado de creer en los milagros.
Le aclaro que es tiempo de confidencias,
de dejar de presumir de coraje en los salones
mientras en las trincheras se siegan las flores,
mas el anciano se revela como un farsante
que amamanta en su pecho mis verdades.
Escudriño las entrañas de mi espejo cuarteado,
cabalgo las lejanas llanuras de mi infancia
a lomos de mi caballo de cartón,
revivo el candor de mi primer amor,
el que años después metió sus caricias
en una liviana maleta y aguardó en un andén
a que el vagón de cola del último tren
la condujera a un renovador mañana.
En mi desabrigado lecho nevó durante meses,
doné entonces mis versos a la basura
y me enrolé en un navío de nombre Quimera,
con las alforjas vacías en pos de fortuna
y la rufianesca enseña tatuada en mi sien
de un cordero con pretensiones de fiera.
Dormí a pierna suelta a merced de cuatreros,
rodé de un lado para otro negando mis raíces
en la creencia de que la tenacidad del salitre
borraría de mi piel la huella de lancinantes cicatrices.
Malgasté el patrimonio de mi pueril inocencia
con tahúres paridos en mesas de juego
que me enseñaron a naufragar tierra adentro,
a erigir mi trono en la cima de un collado de huesos.
Hoy el viento que se cuela por la ventana huele a sangre,
humores agraces empañan el cristal del portarretratos
donde risas congeladas atestiguan soplos felices de antaño,
momentos condenados a ser pasto del olvido y sus secuaces.
Converso con la parca, con un gesto de guadaña
me pregunta si en mi vida alguna vez hubo coherencia,
descompongo mi cínica sonrisa y en silencio le respondo
que me mantuve fiel a la lógica del perdedor,
pues cuando la vida me retó, al instante me rendí.
Me sitúo por última vez frente al espejo,
vislumbro los confusos rasgos de un desconocido
en cuya mirada percibo la tristeza que embarga a mi enemigo.
Suelto amarras, agito el adiós de un pañuelo,
me alejo de la ensenada con rumbo incierto
en una última singladura sin tripulación ni consuelo.
Me avengo al caprichoso dictado de los vientos,
los desvaríos cobran sentido mar adentro
cuando el naufragio calma el gaznate sediento
del timonel que siempre quiso cabalgar las olas
amarrado a la proa hundida de su bastimento.