Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
41 – Invierno 2016
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

No sé si las Navidades me deprimen o me cabrean. Hubo un tiempo en el que las disfrutaba; pero, desde que me quedé viudo, ya no son lo que eran.
Ahora sólo me queda la añoranza de tiempos pasados. Yo me quedaría tranquilamente en casa con un buen libro y mis pensamientos. Pero, no, no me deja tranquilo mi hijo: «¡Joder, papá, no te vas a quedar solo!». ¿Es que le preocupa mi soledad? En absoluto, lo que le preocupa es que sus amistades se lo reprueben, no sería «políticamente correcto» (como se dice ahora de forma pedante). Y yo me desespero, porque para mí la soledad es estar en compañía de personas vacías, vacías de sentimientos y de inquietudes, como mi nuera. Muchas veces me he preguntado qué vio mi hijo en ella. ¿Fueron sus libros, como el Quijote con su Dulcinea? ¿Su falta de experiencia? ¿Una baja autoestima, esperando siempre la aprobación de su mujer y así, poniendo su vida y su felicidad en sus manos? No lo sé. El caso es que la majadería, por lo visto, también se contagia. Mi hijo se ha vuelto tan superficial y ridículo como mi nuera. ¿Y los niños? ¡Pobrecitos, que no se frustren! ¡Que hagan lo que quieran en nombre de la libertad! El único que se salva es Roberto Carlos (¡y qué manía con los nombres compuestos! Mi nuera debe de pensar que la redundancia da clase social). Tal vez son sus cinco años los que hacen de él un niño todavía normal: no ha tenido tiempo de absorber la necedad que impera en su casa. Así que, pensando en él, no busqué una enfermedad repentina y me sometí a pasar la nochebuena con ellos.
Unos días antes, había recibido una felicitación de Navidad por WhatsApp de una desconocida. Era una mujer de mediana edad. No era guapa, pero sí muy atractiva. Llevaba un foulard alrededor del cuello que no denotaba ni riqueza ni pobreza, pero sí mucho estilo. Su nombre tampoco me indicó su identidad. ¿Quién sería? ¿Se habría equivocado de número? Lo cierto es que empecé a fantasear, a imaginarme situaciones pasadas, futuras...
Antes de cenar, le pregunté a mi hijo si él la conocía. «No tengo ni idea. ¿Por qué no la llamas, para saberlo?». Al oír la contestación de mi hijo, toda la familia se acercó, encontrando algo con que divertirse. Yo no debí de llamarla en aquel momento, pero lo hice: «Hola, soy Luis Campillo. He recibido tu felicitación navideña y no caigo ahora en quién eres». Ella me contestó: «Soy María Huerta, amiga de Juan Valdés. Hace unos meses te llamé de su parte, para que me aconsejaras sobre mi hipoteca, y tu información me resultó de gran ayuda. Por eso te envié el Whatsapp, en agradecimiento. Es normal que no me hayas reconocido; nunca nos vimos, nos comunicamos por correo electrónico». Mientras recordaba el asunto de la hipoteca, oía, como música estridente, las sandeces familiares: «Lleva el pelo teñido. ¡Abuelo, vaya ligue más feo que te has echado! Seguro que es una buscona...». No, no era una buscona; en nuestra correspondencia había demostrado una educación esmerada y altura de miras. Y su voz, aquella noche, me sedujo. Me dejé llevar por la imaginación: «Podría llamarla otro día, fuera de este funesto contexto familiar. Invitarla a salir y, quién sabe...». Mientras yo divagaba en mis sueños, mi parentela seguía denigrándola con sus chirigotas. Finalmente, después de largas lucubraciones por mi parte, y haciendo caso omiso a las incesantes burlas, decidí guardar su número en mi agenda personal para llamarla al día siguiente; pero mi móvil seguía conectado.