En Arenales del Río,
bello pueblo imaginario
que en la alegre Andalucía
ubicaron los hermanos
Álvarez Quintero, pronto
van Candelita y Santiago
a cumplir con el propósito
que entre los dos acordaron
el día en que ella, resuelta
a acabar con su calvario,
le puso a él sin más rodeos
todas las peras a cuarto.
Pues hartose de esperar
después de un año y otro año
(con lo cual sumaban dos,
periodo un poquito largo)
gastando su juventud
sin que emitiera su amado
ningún requiebro ocurrente,
ningún piropo salado,
sin suspirar por sus ojos
ni rozarla con las manos,
porque a él sólo preocupaban
de las viñas el sulfato,
de la mañana el café
o de las horas el cálculo,
no fuera a ser que el reloj
se le quedara parado,
además de las sentencias
de su padre, hombre muy sabio
que aconsejaba en la vida
andar despacio, despacio.
¡Y la pobre Candelita
era presa de arrebatos
viendo al aspirante a novio
no pasar de tertuliano!
Pero la chica, muy lista,
consiguió que su anhelado,
cogiéndolo por sorpresa
y en un renuncio pillándolo,
de un más joven pretendiente
entrara ignorante al trapo
y en la confusión soltara
un «te quiero» algo azarado
más el firme compromiso,
puesto ya el asunto en claro,
de acompañarla sin tregua
por cada uno de sus tránsitos.
Así pues, al día siguiente,
allá que sale Santiago.
A costa de sus rutinas,
se pega un madrugonazo
tras el cual ya de por sí
queda su arrojo menguado,
que a él ver salir el sol
nunca le resultó grato
ni halló la necesidad
de levantarse temprano.
Y Candelita se marcha,
y arranca su enamorado,
y ya en ese instante nota
que nunca anduvo tan rápido,
él, que siempre se movía
haciendo a su padre caso.
A la ermita de la Luz,
por el sendero más casto,
va contenta Candelita
para rezarle un rosario
a la Virgen, pues es trece
y así lo ha determinado.
Santiago aprovecha el trance
y ante la Virgen postrado
de hinojos, decide al punto
pedirle presencia de ánimo
al abordar la jornada
que puede dejarlo exhausto.
Tras recorrer veinte metros
más, ya lo frena el cansancio.
Logró llegar a la plaza;
el río pudo alcanzarlo
mal que bien; luego Manuela
Romero le ofreció un vaso
de agua con el que evitó
Santiago el primer desmayo,
y en seguida otro de vino
que le pidió el afectado
para quitarse del agua
ese sabor tan extraño,
y que con las fuerzas justas
apuró de un solo trago.
Mas después que hubo la misa
de San Francisco acabado,
y Candelita en su almuerzo
saliera al balcón con garbo,
erró Santiago la calle,
pues marchó a la Corta cuando
iba aquélla por la Larga
asomando sus encantos.
De la pifia cometida
cae en la cuenta Santiago
y trata de corregirla
a velocidad de rayo
(si así puede compararse
al que menciona el relato),
gira su cuerpo y emprende
camino al balcón contrario,
no vaya a pensar su amor
que el fuego se esté apagando
|
y que por ese motivo
la promesa ha mancillado.
Pero nunca lo hubiera hecho,
porque justo al otro lado,
al ver Candelita el hueco
que debe ocupar Santiago,
cree ser ella la errada,
da la vuelta de inmediato
y hacia el balcón de la Corta
dirige su grácil paso.
Como los dos coincidieron
en sus respectivos cambios
y, él por fuera, ella por dentro
de los cuatro muros blancos,
corrieron mas no pudieron
verse mientras se cruzaron
de Corta a Larga, de Larga
a Corta, hete aquí que al cabo
permutan las posiciones
sin saber lo que ha pasado.
Y como no se veían,
así los dos continuaron,
de Larga a Corta, de Corta
a Larga, con más traslados
ella por dentro, él por fuera,
hasta cumplir cierto rato.
Candelita se rindió
al suponer que Santiago
ante la exigente prueba
pronto había claudicado,
y vinieron a su mente
los más funestos presagios
al constatar de esa forma
la flaqueza de su amado.
Pero empezó a oír voces
que de la calle llegaron
y al momento comprendió
la causa de tal retraso:
por la falta de costumbre
de dar carreras y saltos
yendo de acá para allá,
para arriba y para abajo,
cuando con la alteración
del brete iniciaba el cuarto
o quinto desplazamiento
hacia el sitio concertado
sin que viera a Candelita,
sufrió Santiago un colapso
al poner su sangre gorda
a tal ritmo circulando
entre sus venas y arterias
que al final no dio abasto.
Pasaron dos semanitas
extremando los cuidados,
y sin más consternaciones
ya recompuesto Santiago
a base de buen puchero,
buen jamón y buenos caldos,
acordó con Candelita
que no actuarían con tanto
apremio, que en adelante
se darían un descanso,
que lo de aclarar la sangre
precisa mesura y cuajo,
y no de un día para otro
procediera apresurarlo.
Y por eso desde entonces
se toma disciplinado
Santiago su medicina
y su sangre va aclarando,
pero eso sí, poco a poco,
como explicó su finado
progenitor que en el surco
hay que derramar el grano.
A estas alturas del cuento,
tras el tiempo dilatado
del referido suceso
y las fechas en que estamos,
habrán de saber también
que Candelita y Santiago
pasean a igual compás
sin riesgo de sobresalto,
y que entrados en edad,
ya cincuentañeros ambos,
miren ustedes por dónde,
aún no han matrimoniado,
y además, según mantienen,
ni se han parado a pensarlo.
¿No será que han descubierto
que están bien en Ars Creatio,
con galas y conferencias,
con concursos y teatros?;
¿o es que Arenales del Río
no es lugar imaginario,
sino que tiene otro nombre
en el mapa valenciano?
Moraleja:
No se llega por correr,
ni dando prisa se llega;
cada cual vaya a su ser,
que si dos se han de querer
el tiempo a nada se pliega.
María Benavent Benavent
y Antonio Sala Buades
|