Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 40 – Otoño 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja




Amanecí con esa extraña sensación en el pecho, sin saber qué era y si tendría la suficiente fuerza para terminar el día. Es la falta de motivación, le dije precisamente al espejo al tiempo que la hoja de afeitar gillette match, no sé qué número, evitaba con precisión las arrugas de mi cara. He gastado más de las tres cuartas partes de la vida buscando el lugar perfecto, algo no tan extravagante si tenemos en cuenta que muchos dejaron su vida buscando El Dorado y supongo que, por lo menos en la última parte del trayecto, dudando bastante de su existencia.

Todo es válido cuando una mañana te niegas a despertar y decretas romper tu largo pacto de amor y úlceras con el cargo público y café de máquina en horario de oficina. Pasada la sorpresa general ves que todos siguen igual y todo sigue igual. Siempre van a primar los ganancias, y quienes hasta ese momento fueron tus grandes compañeros de viaje dejan de serlo para formar parte de la rutinaria procesión de pequeños ogros con camisa blanca que, en penumbras, se deslizan de un lado a otro entre despachos desbordados de escritos que esperan ser tenidos en cuenta en algún momento.

Renuncio a ser un burócrata del Estado e intento transformarme en el colonizador de bosques adoquinados, el preceptor de vírgenes enmascaradas, en fin, el profeta de tantas puertas que cada mañana veo siempre cerradas. Sé que se abrirán. Lo proclamo al pasar frente a ellas, al tiempo que resuena en los zaguanes la señal que me guiará en la búsqueda de ese lugar perfecto capaz de acoger el polvo de mis huesos, lo espire e inspire a los cuatro vientos, con el grito afirmador de que ahora sí vale la pena aceptar que invertir en días te asegura beneficios.

Los brazos en alto. Puños cerrados y proclamas exasperadas. Gargantas aliviadas del esfuerzo gracias a la excesiva libación de lizipaína. Puedo ser aclamado y reclamado, envidiado y ensalzado, pero soy el que anda abriendo caminos entre el ramaje.

 —Ud. es un hombre valiente, el ejemplo a seguir —me tranquiliza el psicólogo.

Esa voz conciliadora con la vida es el método de investigación, la pretenciosa terapia, para desarraigarme de las cabezas chocadoras que proliferan por el centro de la ciudad. Las que van por la derecha y vienen por la izquierda dejan demasiados chichones. Así casi siempre agotan el subsidio de subsistencia en tiritas y tylenoles.

—Si no puedes localizar el lugar ideal y de verdad lo veneras, debes construirlo. Las necesidades crecen y cambian. A medida que satisfaces las más elementales, otras pasan a poblar tu vida; ellas condicionan esas decisiones y tu comportamiento. Sabes que debes prescindir de la tiranía de todo lo programado con antelación. Conformar el lugar perfecto no sólo donde lo ven otros o donde lo publicita un ejército de tour operadores.

¿Habré encontrado la motivación? ¿Podré terminar el día? El camino no siempre persigue el mismo rastro. Lo maduro acecha al humo del café, molienda de última calidad cumpliendo su trabajo. Está satisfecho con la posibilidad que le doy para desarrollar su excitante osadía. En eso se resume su carácter y en consecuencia la diferencia con otras marcas del mercado. Trasciende, deja la huella de su paso por este mundo. Busca transitar la garganta perfecta. Es una manera de creer, crear y consumar su propia obra. En definitiva, está orgulloso de los granos pese a las imperfecciones. De su planta. Del cafetal de origen.

Soy capaz de diseñar con su sedimento un lugar tan irreal como posible de delirar. Vivo inmerso en ello y hoy, precisamente hoy, no voy a desistir de impulsarlo pese a las puertas cerradas.

Entras y sales. Subes y bajas las gradas, en la calle errante eres incapaz de abrir alguna puerta. ¿Quién está tras ellas? ¿Necesitas de verdad interpretar ese abismo? Es más, te preguntas si el lugar ideal debe ser sólo con puertas en calles arboladas. Los árboles sí son necesarios, mas no los edificas tú. No son tu creación. Sólo puedes darle forma o tamaño a su ramaje. Qué decepción y dolor pensar que la raíz de lo perfecto no se corresponde con hechos humanos. Construir el lugar perfecto pasa sólo por perfeccionar lo imperfecto. Pero cómo asumimos lo imperfecto.

Localizar la motivación desmotiva. Detesto la tinta azul, me recuerda la infancia y los borrones en el cuaderno de los deberes, por eso mi bic negro va anotando un montón de fallos en nihilistas papiros del Nilo. La caligrafía derramada sobre la mesa, en sus trazos, se asemeja a los legajos de la oficina. Algún fallo cometí. No los abandonaré, hay que darles curso inmediato en las instancias correspondientes.

¿Renunciar al lugar perfecto? No. No debo hacerlo. Hoy, es la motivación. El viaje a la tierra de la felicidad y la abundancia, un viaje sencillo pero no fácil. Así lo indica el anónimo manual de motivación que despereza sus letras sobre mi mesa de luz. «Todo cambio dirigido a la mejoría de lo humano implica esfuerzo, disciplina y estimulación». Sólo así podremos alcanzar el triunfo. Mas el triunfo, Sr. autor del manual, nunca es perfecto. Necesita la exquisitez de todo lo que le rodea, el territorio único a construir debe prescindir del éxito. El éxito disfraza la motivación.

Las horas van surcando tu piel abrumada de sol y viento. El esfuerzo de concentración realizado es enorme. Aburrido de intentar que las puertas se abran, llegas al bar de todos los atardeceres. Ahí te reciben con los brazos abiertos pese a haberte mirado con recelo las primeras veces. Saben que eres buen pagador y por consecuencia el paradigma del cliente ejemplar. No dices nada. Ellos saben y dejan la botella de havana club siete años junto a un vaso largo con hielo. ¿Será ése el lugar perfecto para el camarero? Todo indica que sí. Recuerdas con cierta nostalgia tu época de funcionario. No se publicó en el boe la exigencia de prestar atención a los legajos y bebías café. Nadie te preguntó, ni se preguntó, si ése era el territorio ideal y cumplías con el horario. Si bien es cierto que no tenías todo el tiempo del mundo para alcanzar tu quimera, tampoco habías asumido que no te estaba dado a ti edificarla. Al final de cuentas, como orgulloso opositor a esa plaza fantástica, no hubieras superado la prueba.

La extraña sensación no renuncia al estómago. Construir lo perfecto no es posible desde la imperfección de la segunda botella de havana club siete años a la que te invité antes de salir a ese callejón, donde la puerta de una farmacia de guardia permanece cabezonamente abierta.