Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
39 – Verano 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Los ojos grises, inmensos, tienen más profundidad que mi sueño, si es que duermo, además de llevar añadida la peculiaridad de destellar pequeñas partículas de miedo. No es el paseo displicente de las ratas sobre mi cuerpo, sino más bien la impotencia de no poder conciliar el sueño o permitir a mis espasmos despertar por su propia voluntad.
Los ojos, no cabe duda, son los de mi padre dentro de la cara de una enfermera profesional, jeringuilla en mano, afinando su puntería para hundir en mi vena no sé cuántos miligramos de valiumdiez.
Las ratas continúan su paseo. Son demasiadas y el peso de sus cuerpos sigue presionando mi torso.
—Tu sueño —explica la más antigua— es igual a cuando nosotras vamos al teatro. Antes de comenzar la función comentamos a voces cualquier hecho trivial, nos movemos incómodas en nuestras butacas, y agitamos nuestras patas de la misma forma que lo hacemos ahora sobre tu cuerpo.
La jeringuilla atraviesa la carne. Algunas ratas se asustan y la opresión disminuye. Los ojos de mi padre, desde la cara de la enfermera, no pierden detalle. Su gris es más intenso pero no lo suficiente como para poder razonar el porqué de esa máscara infectada de indiferencia y consciente de estar suministrándome una terapia muy poco fiable.
—Permanecemos quietas, atentas, inmersas en el desarrollo de la obra. —La rata guía continúa inmóvil frente a mis ojos mientras mordisqueo su larga cola con mi boca—. En realidad nuestro movimiento es continuo e incluso simulamos físicamente la danza de los actores.
Supongo que hago un gesto con la mano. Ya pasa, intento decir. Ya despierto, pretendo demostrar. Ellas se niegan a abandonar el barco pese a que naufraga. Mis brazos son los remos de un bote salvavidas.
—Formamos parte de la memoria de un tiempo matriarcal y amamos la vida. Acepamos la vida. Disfrutamos con nuestra vida. Somos prolíficas y viajeras.
Pregunto si las ratas que transitan mi cuerpo son la consecuencia onírica de una fórmula matemática o sólo la interpretación poco científica de los tiempos. No responden y llenan de jeroglíficos los pespuntes de la almohada con sus colas.
Contemplo el espejo que me alcanza cara de enfermera. El cristal señala una imagen que no se corresponde con la mía. La realidad es que el miedo atenaza todos los gestos, apaga todas las palabras. Propone que observe al costado. Ya no están los ojos de mi padre. Son en realidad los de mi madre y así, abrumado por las atenciones, me destapo una vez más para recibir los aplausos del entusiasta público congregado alrededor de la cama. Cada noche puedes asistir sin pagar entrada al gran espectáculo de tus sueños.
Te recetan un trozo de queso manchego entre alambres y resortes. Luego, princesa, con el título a cuestas, enciendes el televisor, buscas entre cientos de canales, miles de canales, la sintonía del telediario de la verdad.
—¿Para quiénes están hechas las cloacas? —clama la multitud agolpada bajo el balcón de la residencia presidencial.
—Para los cienagaleses —brama el presentador desde la pantalla. «Aplausos», se lee en el cartel que levanta el animador.
La rata guía, elegida princesa, posa con su trofeo sobre el escenario. Sabe que pronto será una estrella más, cuando la vara del enmascarado marque con furia su cuerpo, doble su lomo y su ego renuncie a ser protagonista de un cómic. Lone Range está aquí para perderse entre los decorados del viejo teatro sosteniendo su botín por la cola hasta poder tirarlo en el recipiente de los residuos biosanitarios.
Dónde aparcar mi sueño. No recuerdo en qué lugar de la ciudad quedó. Eso ya no importa, tampoco quiero volver a él y menos aún preguntar qué quedará de mí cuando vuelva a soñar. Quizás apenas un montón de cenizas sobre las que floten insignificantes astillas de mis fémures y algunas algas queriendo parchear las heridas.
No temas, el miedo es una constante vital. Él es quien te mantiene o te empuja pero también es el que te recluye en las cloacas para compartir el cieno. A ellas, las ratas, les puede la duda, y a ti también si careces de imaginación y pierdes la revancha contra el fifa 14 para play station 3.