Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 39 – Verano 2015
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja


Varado en la playa y abandonado, mi armazón náutico, testigo mudo del inapelable acoso del tiempo, arrullado por el murmullo de las suaves olas de la bahía del puerto de Torrevieja, allá en la playa del “Sequión”. Ilusión inacabada en la imaginación de un par de hombres, proyecto abortado en aras de la modernidad, encargo caprichoso que igual que llega se va.

Mi dueño, su dueño, cambió de idea y quiso un barco más moderno, más acorde con los nuevos tiempos. El maestro calafate, carpintero de ribera, que empezaba a vislumbrar el fin de su oficio, sin saber qué hacer conmigo, me dejó en el mismo lugar donde me estaba construyendo, sobre la ardiente y dorada arena, junto a su pequeño taller, pensando que otro cliente llegaría a encargarle un barco de verdad, de los de toda la vida, de madera de la buena. ¡De árbol, puñetas!

Los años pasan, mi madera se ha vuelto gris, el sol la quema, sólo encuentro alivio en la noche. Por la mañana aprovecho la llegada del rocío para llorar de pena, y que no se me note. Nadie se acuerda de este triste esqueleto varado en la arena. Yo, que iba a ser un precioso barco de pesca, pintado en colores alegres, adornado por bronces y luces, con mi nombre y folio rotulados en mi costado, con mi cubierta llena de pescado reflejando el sol en sus escamas, y las gaviotas graznando tras mi blanca estela, mi motor diésel ronroneando en mi panza, mi patrón con su gorra, manejando la rueda del timón en su patronera y viendo la bocana del puerto de Torrevieja desde fuera de la bahía, con el espigón de levante a un lado y el muelle de la sal a otro. Mi máxima ilusión era que me botaran y salir el día de la Virgen del Carmen, patrona de los marineros, engalanado de banderas, saludando a otros barcos y a la Virgen con mi bocina, pasar ante ella cabeceando suavemente mi proa, en señal de respeto.

Al parecer no es éste mi destino, pues soy más bien refugio de escarabajos peloteros, parque infantil improvisado para los niños que bajan a bañarse a la playa, y atalaya para gorriones confiados.Creo recordar que a media mañana de un domingo ventoso vi entrar por la bocana un barco velero bastante destartalado, tirado por dos remolcadores, y a pesar de su mal aspecto pude reconocer que era uno de mis hermanos mayores: su nombre Pascual, y Flores su apellido. ¡Qué alegría me llevé! ¡Mi hermano! ¡Mi hermano mayor! ¡Madre mía, un barco de madera, un barco con señorío! Todo el pueblo acudió a recibirlo, ¡hasta la banda de música! Mi hermano, orgulloso de volver a su pueblo, osciló varias veces en la misma entrada del puerto. Algunos pensaron, al verlo tan maltrecho, que se iba a partir en dos; pero yo sabía que no, que era un barco de los de antes, un barco de madera, de los de toda la vida, construido en mi pueblo, en Torrevieja.

El Pascual Flores estuvo poco tiempo amarrado a puerto. Luego, con ayuda de unas gigantescas grúas, lo sacaron a tierra, sobre el muelle de poniente. Pensé que era para quitarle el caracolillo del casco, que lo iban a pintar y darle de nuevo patente. Pero las grúas lo desarbolaron sin piedad, y yo me pregunté: «¿por qué le quitan los palos?». Bueno, será para repararlos. Pero ¡santo cielo, lo están desguazando!, tablón a tablón, sin misericordia. ¡Con lo contento que yo me había puesto al ver a mí hermano! Esa noche lloré desconsolado, ya no me importaba que me vieran llorar.

Pasó el tiempo, y lo poco que quedaba de mi pobre hermano lo encerraron dentro de un hangar que construyeron para él. Al menos, ahora ya no veía lo que le hacían. Después empezaron a oírse golpes y ruidos de maquinaria de carpintería. ¿Qué estaría pasando? Meses después me llegaba el olor a brea, a pintura y a barniz. Volvieron de nuevo las grandes grúas, desmontaron el hangar y allí pude ver un hermoso barco velero aún sin palos, pintado de blanco, y en su popa pude leer su nombre. ¡Era mi hermano! ¡El Pascual Flores, restaurado! ¡Qué majestuoso se veía! En pleno día lloré, pero de alegría. Su hermana, Carmen Flores, se sentiría verdaderamente orgullosa de él. Durante muchas horas, hombres y grúas trabajaron para echarlo a la mar, y allí estaba el barco más bonito de la bahía, un barco de madera, de los de toda la vida. Ahora mi vida es feliz, he recuperado la esperanza. Algún día yo también saldré de esta playa y navegaré junto a mi hermano.

La gente pasea por la playa y les digo: «¡Mirad, mirad! ¡Ése sí es un barco de verdad, hecho en Torrevieja, con madera de la de toda la vida! ¿Veis mi armazón? ¡Algún día yo también seré un bonito barco como mi hermano!».

Cierto día, paseando por la playa, el capataz de la Escuela Taller Palangre de Torrevieja posó su mirada sobre el viejo armazón abandonado y se le ocurrió que sería una buena idea retomar el proyecto de construir una barca con aquel montón de maderos resecos por el sol. A los pocos días, una grúa se llevó de la playa aquellos mudos testigos de otros tiempos, con sabor marinero, dejando marcada su huella en la blanca arena, mientras multitud de insectos rastreros revoloteaban como locos en busca de una sombra bajo la que protegerse nuevamente. Mientras tanto, las olas propagaban la noticia por todo el litoral.Meses más tarde, nuestro simpático protagonista, tras no pocos esfuerzos y horas de trabajo, kilos de acero, bronces, pintura y brea, logró ver su sueño cumplido, surcando los mares no como pesquero ni yate privado, sino como embarcación de recreo, para que los turistas que visitan nuestra ciudad puedan conocer nuestro hermoso litoral marino, mientras luce el nombre de Pascualito 1º en su borda, gracias al buen hacer de las personas que componen el taller de calafates de Torrevieja.

Hoy, nuestro encantador barquito ha comprendido que pocas veces la vida nos lleva por donde hemos proyectado inicialmente, y aunque parezca que nos quedamos eternamente varados, y aunque nos ofrezcan saladas lágrimas, lo que realmente importa es el resultado final: si hemos logrado hacer felices a los demás.