Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número 80 – Otoño 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja

Diccionario de río


I. Lecturas del territorio

El agua lee las piedras con la destreza de quien conoce el alfabeto del tiempo. Cada gota descifra las grietas, traduce la geometría del granito, conjuga verbos de erosión que tardan siglos en completarse. Yo, la chica genio de las finanzas que una vez creyó dominar los lenguajes del capital, ahora aprendo esta sintaxis elemental junto al río Amadorio, donde las rocas enseñan gramática a quien sabe escuchar.

Treinta y cuatro años de conjugar cifras en pretérito perfecto compuesto: he ganado, he perdido, he proyectado. El ictus llegó igual que una coma mal colocada y alteró el sentido de la frase. En medio de una presentación sobre derivados financieros, mi cerebro ejecutó su propia operación a término: vendió la fluidez del lenguaje a cambio de una comprensión más profunda del silencio.

La ambulancia escribió con urgencia sobre el asfalto con una sirena que puntuaba la prisa urbana. Los pasillos del hospital se extendían como párrafos interminables de luz fluorescente y el personal médico redactaba diagnósticos en un dialecto que mi cuerpo comprendía mejor que mi mente. El TAC reveló la topografía de mi cerebro: ciertos territorios habían declarado la independencia del resto del imperio corporal.


II. Ejercicios de traducción

Los dedos reaprendieron la ortografía básica. Primero, las vocales: índice, corazón, anular, meñique, pulgar. Después, las consonantes del movimiento: flexión, extensión, coordinación. Cada gesto reconquistado era una palabra recuperada en el diccionario de la autonomía. La primera vez que volví a escribir mi nombre sin temblores, comprendí que había iniciado una autobiografía renacida.

El neurólogo hablaba de neuroplasticidad, de conexiones sinápticas que buscan rutas alternativas cuando los caminos principales se interrumpen. Como el agua, que encuentra grietas en la roca, el cerebro improvisa para mantener el caudal de la conciencia. Abandoné Madrid un martes de octubre, cuando los árboles del Retiro practicaban monólogos de hojarasca. El tren hacia Alicante atravesaba un país que parecía escrito en otro idioma: pueblos que conjugaban la existencia en presente, campos que declinaban estaciones sin prisa, montañas que dialogaban con las nubes...

 

III. Gramática del regreso

La casa de los abuelos, en Sella, me recibió con la sintaxis de los espacios familiares: eco de voces entre las paredes, escaleras que conservaban la memoria de pies descalzos, ventanas que aún enmarcaban el mismo paisaje que contemplé siendo niña, cuando el mundo tenía la extensión exacta de los días del estío.

Desde la plaza del pueblo, el sendero hacia la fuente se bifurca como un texto de múltiples lecturas. Los pinos silvestres subrayan el discurso del viento entre sus copas, mientras los algarrobos curvan las ramas como paréntesis. Entre las piedras del riachuelo, las flores silvestres aportan las notas al pie: campánulas que traducen el azul del cielo al idioma de la tierra, tomillo que transcribe aromas ancestrales, siemprevivas que practican la conjugación del verbo persistir.

El agua no tiene prisa por llegar a ninguna parte, pero llega siempre: fluye con naturalidad, domina la física sin haberla estudiado jamás. Su conversación imperecedera con los cantos rodados me enseña que la verdadera elocuencia no reside en la velocidad del discurso, sino en la capacidad de mantener el diálogo, incluso cuando el interlocutor permanece callado.

 

IV. Diccionario personal

Ictus: del latín, golpe. Pero también: revelación súbita, apertura involuntaria hacia territorios inexplorados por la experiencia. Interrupción que se convierte en introducción.

Rehabilitación: proceso en el que se descubre que nunca se vuelve a ser idéntico al original.

Lentitud: velocidad óptima para percibir matices que la prisa vuelve invisibles. Tempo natural de la introspección profunda.

Soledad: compañía íntima de quien ha aprendido a sostener conversaciones fructíferas consigo misma. Estado propicio para la escucha atenta de los demás.

Activo: «Eres nuestro patrimonio más valioso. Te necesitamos de vuelta cuanto antes». El jefe de departamento trajo al hospital bombones y expectativas como si hubiera cambiado el orden económico mundial. Le sonreí con cortesía; aunque, para entonces, ya habíamos dejado de compartir el mismo sistema de referencias.

 

V. Nuevas acepciones

Tesoro: Superficie líquida que refleja el rostro de quien se inclina para beber. Riqueza que fluye y se renueva, que se multiplica al llegar al mar.

Éxito: capacidad de despertar sin mirar el móvil, de caminar sin medir distancias, de conversar con desconocidos sin objetivos comerciales. Habilidad para encontrar extraordinario lo ordinario.

Futuro: templo que se construye con materiales del presente, sin necesidad de planos complejos. Confianza en que el agua encuentra hendiduras para manar libre, aunque modifique la topografía en el proceso.

Cerca de la Ermita de Santa Bárbara, un hombre que pastorea me ofrece quesos envueltos en una arpillera. Observo que sus cabras le imitan la sonrisa.

—¿Buscando tesoros de los templarios? —pregunta con un guiño.

—Ya no necesito más tesoro que el agua de las fuentes —digo. Y le devuelvo la mirada alegre porque he pronunciado mi primera frase perfecta y completa en este idioma nuevo que estoy aprendiendo.

 

VI. Epílogo fluvial

El río continúa su dictado perpetuo, despreocupado de mis interpretaciones, pero generoso en sus enseñanzas. De cada guijarro pulido asimilo un tratado sobre la supervivencia, sobre la capacidad de transformar los obstáculos en aliados del destino.

Ahora entiendo que mi ictus no fue una interrupción del relato, sino una invitación a reescribirlo en un género distinto, sin ninguna cifra, tan solo con algunas letras. En estas sendas de Sella, entre el murmullo constante del riachuelo y la respiración pausada de los árboles, he descubierto que la vida precisa de muy pocas palabras.

Las fuentes del Amadorio me han enseñado que nadie puede poseer ningún tesoro por completo. Que la riqueza verdadera, como el agua de los manantiales, brota del interior, purificada, obsequiada a quien sepa apreciar su infinito valor y goza de ella sin agotarla. En la cartografía del agua, cada remanso es un punto en las curvas que llevan hacia los océanos. Cada paso mío en estos senderos fluviales es una coordenada en el mapa de una realidad que ha aprendido a recorrer sin brújula. Después de todo, el agua conoce el camino a casa.