Revista Cultural Digital
ISSN: 1885-4524
Número
80 – Otoño 2025
Asociación Cultural Ars Creatio – Torrevieja
¡La vida pirata, la vida mejor! Naufragios, corsarismo y piratería. La Edad de Oro Pirata durante la Pequeña Edad del Hielo (1645-1715)
Antonio
Manuel Berná Ortigosa
antonio_berna_ortigosa@hotmail.com
https://orcid.org/0000-0001-6340-1379
Entre piratería y corsarismo
La piratería se remonta a los pueblos del mar
y a los saqueadores nativos del Mediterráneo anteriores al siglo IX a. C.
Aquella fue una época en la que piratería y guerra resultaron dos fenómenos inseparables.
Es más, entre las edades arcaica y clásica (800-323 a. C.), las polis griegas
trataron frustradamente de contrarrestar los habituales saqueos marítimos con
penas legales, hecho que derivó en la captura directa y persecución de los
barcos in situ tanto por mercaderes corrientes como por marinos financiados
para tal empresa. Esta práctica se codificó a mediados del siglo XII, centuria
en la que se emitieron las primeras «cartas de marca» en Toscana, que
permitieron a los barcos particulares asaltar buques de países enemigos en
tiempos de guerra. Desde finales de la Edad Media, las coronas extendieron los
«permisos de corso», que se convirtieron en la base jurídica del régimen comúnmente
aceptada para el control y la adjudicación de los bienes obtenidos violentamente
en el mar. Desde entonces, «los corsarios» —de ahí su nombre— fueron utilizados
por los Estados que otorgaban «patentes de corso». Gracias a ellas el
propietario de un navío disponía del permiso oficial para atacar barcos y
poblaciones de naciones enemigas.
Si bien estas prácticas podríamos
calificarlas de deshonestas a pesar de su fundamento legal, el corsarismo se ha
confundido generalmente con la piratería. Ambos términos son difusos y
coloquialmente se manejan como sinónimos debido a las prácticas piráticas
compartidas por corsarios y piratas. De igual modo, dicha confusión ha
fomentado la creencia generalizada de que el Caribe era exclusivamente una zona
de piratas. Sagas como la de Piratas del Caribe han reforzado esa visión
sesgada. Y no podemos culpar a nadie. De hecho, los mismos autores
contemporáneos de la Edad Moderna mezclaban o confundían los conceptos adrede.
Por ejemplo, la obra Los bucaneros de América, escrita por el cirujano Alexandre
Olivier Exquemelin y traducida en 1684, unió la denominación de corsario a la
de pirata, llamándolos «corsario pirático». Otra aclaración: la palabra
«bucanero» tiene su origen en el «bucan», una parrilla en la que se ahumaba la
carne a bordo del barco, hábito extendido en corsarios y piratas. Otro caso lo encontramos
en 1698, cuando Guillermo III de Inglaterra atribuyó la piratería a «aquellos
amotinados o marinos mercantes [que] con su propio barco combatieran a buques
ingleses».
Recapitulemos: el bucanero designa tanto a
piratas como a corsarios. Ambos pirateaban, rapiñaban y saqueaban, pero con una
diferencia. Los piratas no servían a ninguna nación, de ahí que navegaran con
bandera negra, mientras que los corsarios estaban respaldados por las patentes
de corso. No obstante, fuera en tiempos de guerra o no, todo Estado que veía
hundidos sus buques comerciales por corsarios extranjeros deslegitimaba la
acción, considerándola un acto de piratería. Por lo tanto, las más de las
veces, piratas y corsarios podían ser la misma cosa a un tiempo. Sólo era
cuestión de perspectiva y circunstancias.
Formas de guerra
Saquear no era una actividad sencilla para
los corsarios o los piratas. El hecho de amasar un buen botín requería muchos
factores sincronizados en un lugar y tiempo exactos. Las victorias más significativas
de estos marinos se saldaron entre los años 1650 y 1700, periodo conocido como
«la edad de oro de la piratería». Algunos casos relevantes fueron la conquista
de Jamaica (1655) y los saqueos de Veracruz (1683) y Cartagena de Indias
(1697), entre otros. Aunque se trataba de gente oportunista, estas actuaciones
eran fruto de una combinación de obtención de información, planificación y
audacia calculada.
En cuanto a los ataques marítimos se
refiere, los piratas utilizaban diversas estrategias. La táctica más frecuente era la rapiña de
barcos ya hundidos, el saqueo de presas mercantes desprotegidas o perdidas en
las rutas comerciales, el ataque sorpresa a embarcaciones fondeadas y la caza
de objetivos en puntos navales previamente definidos. Aunque menos habitual,
los corsarios podían desembarcar en tierra y asediar grandes ciudades o
fortines. En cambio, los piratas no solían realizar estas incursiones debido a
la falta de experiencia, hombres y medios. Para estos ataques, los corsarios se
armaban con mosquetes de chispa de gran calibre —conocidos en francés como fusil boucanier—, cañones portátiles, escalas, pistolas o machetes.
Para finalizar este apartado debemos hacer referencia al orden social de los navíos piratas, pues contaban con una cierta jerarquía, informal, que garantizaba la ejecución tanto de las tareas rutinarias como de los ataques. En este campo, la figura más carismática era la del capitán, quien evaluaba y establecía las estrategias y las rutas de navegación. Por debajo de su figura residía la del contramaestre. Además, los motines eran algo habitual, por lo que era fundamental controlar y mantener contenta a la tripulación.
Enseres y armamentos
Para hablar de los enseres y armamentos de la piratería nos apoyaremos en la imagen 1. Las vestimentas de corsarios y piratas eran frescas y cómodas debido a las altas temperaturas del Caribe. Habitualmente vestían calzones cortos (1), camisas (2) o casacas de lana (3). También llevaban sombreros de paja, bonetes de lana o tricornios (4) para protegerse del sol, y calzaban zapatos de punta redonda y cerrados con hebillas (5).
Imagen 1. Enseres y armamentos de la piratería
Joel H. Baer,
«El idioma del saqueo», Piratas en el Caribe, Desperta Ferro:
Historia Moderna, 2015: 11
Respecto a las armas de fuego, debemos
señalar que la más común fue el cañón de 4, 6 u 8 libras, montado sobre una
cureña (6) que se fijaba con cuerdas a la borda del buque para evitar que se
desplazara. A la hora de combatir, el arma de mayor alcance
era el fusil boucanier (7),
un arma de gran precisión para la época,
típica de los bucaneros de Santo Domingo. También solían utilizar
mosquetes normales (8). Las balas de ambos tipos de armas se portaban en
cartucheras (9) que se enganchaban al cinturón. De otro lado, los trabucos (10)
y las pistolas (11) pasaban a la acción justo antes o durante el proceso de
abordaje, ya que la distancia de impacto era menor. Igualmente contaban con
granadas y otras armas similares (12) fabricadas con botellas o recipientes de
barro rellenos de material explosivo o incendiario que se arrojaban sobre la
nave enemiga.
Las armas blancas
de los bucaneros iban desde
las picas (13) —manejadas para despejar la borda enemiga desde el barco propio—,
hasta los machetes (14) de 70 cm de largo y ligeramente curvados —más
apropiados en mitad de la refriega que las espadas (16)—, y pasando por las hachas de abordaje (15), que se usaban tanto para eliminar obstáculos
como para el combate cuerpo a cuerpo.
Naufragios y tormentas en el contexto de la Pequeña Edad del Hielo
En la Edad de Oro de la Piratería, entre
1650-1700, el Caribe y el Atlántico se convirtieron en los escenarios de
intensas batallas marítimas, en las que el clima fue un factor tan impredecible
como peligroso. Durante este periodo, el mundo vivió los efectos de la Pequeña
Edad del Hielo (PEH), un conjunto de fenómenos climáticos de alcance
global que, entre otras cosas, ocasionó un enfriamiento generalizado y una mayor
variabilidad climática que se tradujo en tormentas de alta intensidad horaria en
alta mar. En este contexto, el Mínimo de Maunder (1645-1715) supuso una
fase de escasez de manchas solares que se asoció con el brusco descenso de las
temperaturas. Las tempestades tuvieron impactos devastadores en los ecosistemas
y, especialmente, en las rutas comerciales y las actividades marítimas. Los bucaneros,
inmersos de por sí en un mundo de riesgos, se vieron abocados a un mar caprichoso
y violento.
Las tormentas eran mucho más que meras
adversidades meteorológicas. Representaban un obstáculo real y mortal para los marinos,
quienes dependían de la maniobrabilidad de sus navíos, la pericia de los mandos
y la misma fortuna. Los naufragios eran un riesgo constante, y muchos barcos se
perdían en tempestades violentas, lo que hacía que saqueo y comercio se
volvieran operaciones arbitrarias. Por ello, las fechas propicias para navegar —no
exentas de riesgos— se situaban entre finales de primavera y principios de
otoño. Las tormentas más fuertes, acompañadas de vientos violentos, huracanes y
mareas anómalas, dificultaban enormemente las maniobras de los navíos, carentes
de la tecnología necesaria para protegerse de tales fenómenos. De este modo, la
piratería y el corsarismo fueron empresas sujetas al azar y a las amenazas naturales.
Así pues, un repentino cambio del tiempo podía hacer que una buena cacería se
trastocara en un desastre con naufragios en mitad del océano, frente a
fondeaderos o en zonas terrestres deshabitadas.
Uno de los ejemplos más relevantes se
encuentra en Panamá. El hallazgo fue realizado por un equipo de arqueólogos de la Universidad de Texas. El
yacimiento submarino reveló un barco naufragado en las costas panameñas en el
año 1671, cuyos vestigios pertenecen al buque insignia del pirata británico Henry
Morgan, el Satisfaction. Los arqueólogos han estudiado y documentado desde
2008 el fondo del río Chagres en busca de aquel y otros barcos. En 2011 se
recuperaron de su desembocadura varios cañones que navegaron a bordo del Satisfaction
y, por lo pronto, de otros cinco barcos de
la flota que zozobraron en las mismas costas.
Otro caso es el relativo a los tesoros hundidos del barco pirata Whydah.
Este navío fue capitaneado por Black Sam Bellamy y se fue a pique en
1717 en Cape Cod, Massachusetts. Desde 1984, Barry Clifford, un explorador
submarino y arqueólogo, ha recuperado más de 200.000 piezas del barco, entre
ellas huesos, campanas, cofres, hebillas, cinturones y armas. Actualmente
existe una exposición con todos estos objetos en Denver.
Referencias bibliográficas
BAER,
Joel H., et al. «Piratas en el Caribe», Desperta
Ferro: Historia Moderna, 2015.
JÖRGENSEN,
Christer et al., Técnicas bélicas
del mundo moderno (1500-1763): equipamiento, técnicas y tácticas de combate,
Madrid, Editorial Libsa, 2007.
MARTINES,
Laura, Un tiempo de guerra, una historia
alternativa de Europa 1450-1700, Barcelona, Editorial Planeta, 2013.